Llega con precaución a la entrada del pueblo, escondiéndose tras una gran y deforme roca de lo que sea que sus oídos escuchaban. Su mirada denotaba el terror que sentía, y su cuerpo no dejaba de temblar como si fuera gelatina. Sus ondulados y castaños cabellos se movían debido al viento que, junto consigo, traía gemidos bañados en dolor de los habitantes. El camino de entrada estaba desolado, sino fuera por el fuerte bullicio de los lamentos, cualquiera hubiera pensado que ese lugar era un pueblo fantasma.
Ingresa lentamente percatándose de cada movimiento, su mejor amiga le había dado una misión y necesitaba cumplirla, así acabaría con esto de una vez por todas. A lo lejos logra visualizar una figura conocida corriendo por un sendero. ¿De qué? Aún no lo sabe. Con sigilo opta por seguirlo, volteando su vista a cada punto cardinal esperando por no encontrarse con nada.
—¡Luis! —Una voz grita—. ¡Cuidado! —Regresa su vista atrás notando como uno de su grupo más cercano de amigos lo seguía, mas no era el mismo que conocía, este portaba sus dientes extremadamente largos y filosos, lo que provocaba que salieran de su boca, tal como una piraña, pero peor. Traga aire y corre hacia el señor que le había alertado.
—¡Vamos, ven! —Le alentaba el hombre de unos 20 años mayor que él a todo pulmón, esperándolo al final con la mano extendida, preparado para volver a correr. Entre tropiezos se aproxima a la máxima velocidad que le permitían sus piernas, atento al rostro de quien está al final del camino, esperándole. La imagen distorsionada se fue aclarando poco a poco, mostrando a su padre quien volvió a gritar una vez le agarró la mano—. ¡Corre! —Voltearon en la esquina a la derecha, esquivando como pudieron a los demás pueblerinos poseídos por la locura.
Después de casi una hora corriendo sus respiraciones empezaron a fallar, trayendo como consecuencia que su pecho ardiera, la falta de actividades físicas les estaban pasando factura. El transcurso los llevó cerca de una granja a la que llamaban hogar, observando a detalle algo de lo que ya debían haberse acostumbrado, después de todo, las casas del centro se encontraban en la misma situación, más aún estaba la esperanza de que la suya sea la única salva. Las brasas bañaban todo el perímetro consumiéndola completamente y, con el firme conocimiento de que tanto su madre como hermanos estaban dentro, punzadas de dolor los abrumaban. Perder a su familia de esa forma jamás en toda su existencia se lo imaginaron.
El hombre de nombre Federico se tumbó al suelo se rodillas, gritando desesperadamente al cielo en busca de una respuesta divina, su corazón partido en pedazos y las olas de lágrimas que atrapaban y cubrían su envejecido rostro lo demostraban. Un llanto tan profundo emitía desde el interior de su pecho, la mujer que tanto amaba ya no se encontraba con él, ni sus cachorros de apenas seis y cuatro años de vida. Regresa su vista hacia el cuerpo del adolescente a su lado quien aún se encontraba en una especie de trance, observando atentamente cómo la granja se consumía y volvía cenizas, olfateando el olor de carne quemada, tanto animal como humana, escuchando el crujido de las tablas al entrar en contacto con el fuego, quizás llorando y rogando por ya no más.
El castaño niega con su cabeza y huye, dejando a su padre ahí, solo. De sus mejillas no paraban de deslizarse gordas gotas saladas, ni de su corazón, quien con cada bombeada mandaba ondas de tristeza por todo su ser. El tiempo seguía con su labor, ya habían pasado 4 horas desde que vio a María en el bosque pidiendo por su ayuda. La idea de los clavos vuelve a su mente, recordándole el objetivo por el cual regresó. Limpia sus lágrimas con su antebrazo entrando en acción nuevamente, necesitaba olvidar por un momento todo lo acontecido, o por lo menos tratar. Una manada de pájaros volaba hacia el sur, dando la señal que en el norte se encontraban los poseídos con partes del cuerpo deformes, como una epidemia que afectó a todo el lugar y que únicamente le hacía efecto a los seres humanos.
Con cautela avanzaba por las desoladas avenidas de tierra, arribando en una dividida en dos por palmeras, dándole un aspecto muy bonito. Más allá se encontraba un restaurante muy conocido por sus excelentes parrilladas y buenos precios. La cola de personas desesperadas protestando a quien asa le llamó la atención, caminó hacia ellos al ver que eran normales y hace la pregunta.
—¿Qué está pasando? —La mujer que vestía un conjunto de falda larga y blusa a mangas volteó su cabeza hacia él con la intención de responderle, incluso si su ceño estaba fruncido por lo indignada que se sentía, no le contestaría con un tono de voz tosco al joven que recién acabó de llegar.
—El dueño no nos quiere regalar un poco de ceniza —respondió—. Solo le estamos pidiendo un poco, ¿tanto le cuesta darnos?, ¡También queremos salvarnos! —El resto de la fila volvió a reclamar entre gritos e insultos hacia el señor quien estaba expectante a cualquier movimiento que los "atacantes", como los denominaba él, hicieran.
—¿Por qué quieren ceniza? —preguntó nuevamente a la mujer encabronada a su derecha.
—¿No sabes? —cuestionó—. Corre el rumor que a los Romero quisieron atacar los poseídos, pero les echaron ceniza encima sin saber que con eso ellos morían. Ahora marcaron toda su casa en un círculo con eso, así como leemos en los libros, cuando ponen sal alrededor para ahuyentar a los espíritus, pues en este caso la ceniza sirve, no para espantarlos, sino para matarlos.
—Entonces, la ceniza... —Con una mano en su mentón intentó procesar la reciente información—. Si es así, ¿por qué María quiere clavos? —habló para sí mismo. A lo lejos un grito en eco se escuchó.
—¡Ahí vienen!
Y junto con él una multitud de habitantes huyendo. Algunos de los que se encontraban en la fila decidieron huir, mientras que otros optaron por subir por una de las escaleras apegadas en la pared de fachada del restaurante.
—¡Deme eso! —Luis empujó al dueño, arrebatándole una pequeña funda de plástico color negro en la cual metió puñados de ceniza, aturdido por los gritos y el sonido de extremidades siendo desgarrados de su debido lugar. La señora con la que anteriormente había hablado se encontraba escalando por las escaleras, él no se quedaría atrás. Agarra la funda con la boca, despejando sus manos para así poder subir y, luego de haber montado tres escalones, ve el cuerpo de la mujer caer, mas su mente instintivamente creyó que fue debido a algún paso en falso dado. Sigue subiendo, sin esperarse que al final se encontraría con uno de los poseídos. Sus ojos simularon con salirse de su órbita y si no hubiera sido por sus rápidos reflejos, el filo del machete ya hubiera cortado su cuello.
Cayó de pie, encima del cuerpo desangrándose en el suelo, reventándolo aún más debido a su peso. Con asco y manchas de sangre en su pantalón se alejó corriendo, sintiendo una especie de bola formarse en su muslo izquierdo, no era momento para un calambre. Sin darse cuenta debido a la adrenalina, apareció cerca de una ferretería, la cual tenía la puerta de entrada tumbada. La prudencia con la que se asoma de a poco fue impresionante, nadie estaba dentro.
Asienta la bolsa con ceniza encima de una de las vitrinas en donde el vendedor atendía y agarra otra en la cual metería los clavos. Busca y rebusca entre las vitrinas, preguntándose en donde carajos el dueño había guardado algo tan sencillo y muy solicitado. Se adentra un poco más y en la última repisa, muy en el fondo, se encuentra lo que buscaba. Toma muchos, tal vez necesitaría de esa cantidad, y los coloca en la funda de tela que había agarrado anteriormente. Al momento de salir, lleva su vista de un lado a otro, rogando a todos los dioses porque no haya nada, asunto que fue tal como lo pidió. El camino más corto al bosque era por la casa de Don Julio, su vecino. Escondiéndose en cada poste y espacio entre casas fue hasta ahí, sin haberse imaginado que el mayor estaba listo para cometer una de sus mayores locuras.
Don Julio no estaba poseído, pero sí cansado de toda esta situación, y dolido, porque tal como con Luis y su padre pasó, el mayor experimentó. Los ojos del castaño no paraban de recorrer la significativa distancia entre el lugar en el que se encontraba el señor y el suelo, quien simulaba con ser más duro de lo que realmente era. El mayor observaba al adolescente desde donde estaba y le mostró una sonrisa, la última que daría en toda su vida.
Hasta que sucedió, y el cuerpo del hombre de aproximadamente 60 años rebotó contra el suelo, reventando su cabeza en el proceso. Murió instantáneamente. Luis gritó ante el escenario y se acercó al cuerpo a abrazarlo con furor. Julio actuó como un padre, una persona muy querida por el menor y su familia, y tener que presenciar su muerte, fue demasiado impactante. En su desesperación e inocencia llamó a la policía, sin embargo, una vez ellos estacionaron la patrulla notó que su acción fue una pésima idea. Ellos también estaban poseídos.
Se le lanzaron encima, mas con todas sus fuerzas los empujó lejos y les tiró las cenizas, volteó sin esperar a ver qué pasaba con ellos y con un ágil movimiento montó al cuerpo en su espalda, corriendo con él fuera del pueblo. Avanza hasta dar con el lugar en el que se había encontrado con María, decidiéndose por darle santa sepultura ahí a Don Julio. Excavó más o menos 3 metros según sus cálculos y metió al cuerpo en ese profundo hueco oscuro, lo volvió a tapar con la tierra que había sacado y se acercó a uno de los jardines infestado de flores, con las cuales formó un ramo y las colocó encima del bulto.
Busca con su vista algunas ramas y arma una cruz, enterrándola encima de la montaña de tierra, donde recuerda estaba la cabeza, señalando que ahí se encontraba un cadáver. Y, por último, lloró con sentimiento, el sabor amargo en su boca de haber perdido a la mayoría de sus seres queridos le afectaba, y el de haber abandonado a su roto padre también. Los recuerdos y sentimientos le golpearon como nunca, mas debía ser fuerte. Se mantuvo en ese lugar por algunas horas, necesitaba descansar y procesar todo lo ocurrido.
Alzó su vista y notó al cielo oscurecer, quizás ya era momento de ir donde María le esperaba, la casa del árbol. Agarró la funda con clavos y se dirigió hacia su destino.
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