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La cuentacuentos.

Sara, ese es mi nombre.

Como cada mañana el reloj alarma indicó que una nueva jornada de trabajo iniciaba en menos de dos horas, y que, por ende debía de estar despierta y lista para ella.

Camine de un lado a otro buscando mis cosas, las cuales estaban desparramadas sobre la mesa y otras por el suelo. No era muy organizada y no es como que sí de un día para otro fuera a serlo, mamá siempre se quejaba de ello cuando estaba más joven decía cosas feas que herían mis sentimientos y que a raíz de eso por el paso del tiempo daño mucho mi poca autoestima.

Recogí todo lo que pude lo más rápido posible y salí de casa con la vestimenta casual de los ayudantes del hospital que consistía de una franela blanca con un enorme corazón rojo en el centro, un pantalón color crema y unas zapatillas blancas. Suelo trabajar los fines de semana para obtener algo de dinero para los alimentos de la casa y a su vez, dejar hermosas sonrisas en los rostros de los pequeños a los cuales suelo acompañar.

Un mechón de cabello castaño se pega a mi rostro y de inmediato tomo una de las gomas que tengo en la muñeca para hacer una coleta de caballo que resalta mucho el flequillo teñido de azul al igual que la mitad del cabello.

Coloco la cartera sobre el hombro y tomó el primer taxi que veo pasar, al llegar saludo con todo el animo que poseo a las enfermeras que como cada día llevan su mirada de pocos amigos y voltean para ser más descorteces de lo que nadie imagina que se puede llegar a ser.

Doy pasos apretados hasta llegar a la habitación que me solicitó, la número 49. Esa donde están cuatro chicos padeciendo de cáncer con tan solo once años de edad, la primera vez que me dieron la orden de entretenerlos me sentí tan mal... No por ser una cretina, sino, por no poder hacer más que payasadas para hacerlos reír un rato y olvidaran lo que esta pasando a su alrededor y con su cuerpo.

Pero eso fue hace tres largos años, los primeros meses fue difícil llevar una relación con chicos tan rebeldes y luego de un momento a otro ¡Puff!, nos hicimos grandes amigos. Helena, la jefe de enfermeras me cambio de puesto al menos cuatro veces enojada conmigo porqué según le quitaba su trabajo, pero al final tras las criticas y travesuras que hacían los chicos, yo siempre volvía. Y fue hasta que se cansó de su constante venganza que comprendió que era solo una persona con ansias de ver sonreír a esos pequeños.

—¡Sara!— grita Winnie al apenas verme cruzar la puerta blanca y colocar seguro en el pomo. Es una niña de tez blanca y ojos enormes, de color verdes y un cuerpo delgado al igual que el de sus compañeros.

—¿Trajiste más historias?— Pregunta Jonh al otro lado, sujeto a la ventana viendo el horizonte. La luz pegando directo a su rostro, con una sonrisa bobalicona y permitiendo que sus ojos cafés resalten al igual que su tez morena.

—Puede ser... — Me hago la desentendida y entonces, Sora y Peter salen para abordar a la pobre, débil e insuficiente chica que resulto ser yo.

La niña de peluca rosa me empuja, logrando que caiga de culo al suelo. Un chillido de Peter y mi cara de pocos amigos hace que rían. El valiente chico de ojos color azul extiende su mano y ayuda a levantarme mientras Jonh acerca una silla para mi y Winnie arregla las demás alrededor.

—¿Que nos vas a contar hoy?— Indaga Feliz la niña con peluca que corre como infante a la silla, impaciente mueve sus piernas de atrás a delante provocando una risilla que oculto.

Abro mi carpeta azul semitransparente donde escondo las historias más raras y locas, las cuales nunca pensé que podrían gustarle a alguien, hasta que les conocí y desde entonces no he parado de escribir acerca de todo.

—Se llama, "Una carta para Mary".

Al apenas empezar a relatar la historia los niños hicieron total silencio, les gustaba escuchar y cerraban los ojos imaginando las escenas, incluso habían veces donde lloraban con los protagonistas o reían pensando en el tipo de acciones que ellos tendrían en esas situaciones.

Cuando terminé de narrar, los escuché suspirar con alivio de haber tenido el final deseado.

—Está mucho mejor que la historia que escribió Sora... —Murmura John bajito, pero de inmediato toda mi atención es captada.

Siempre les he dicho que pueden crear los que le parezca mejor con un final que les guste, que pueden dejar volar su imaginación y darse todas las vidas que imaginan a través de unas simples palabras, pero siempre terminaban diciendo que no era lo suyo que era mejor escuchar lo que inventaba y la verdad me ponía muy triste el saber que ha su edad no quieran hacer uso de ella.

—¡Cuéntala!— niega arrugando su pequeña nariz y hago una mueca que los hace reír —Venga, quiero escucharla no seas mala conmigo...

Hago un puchero que esta lejos de parecer tierno por mis 24 años recién cumplidos y entonces logro el objetivo, Winnie saca una hoja de papel de entre las mantas de la cama de Sora y se las da a John quien se las pasa a Peter hasta terminar en las manos de la dueña.

—Que sepas que no soy una experta en esto como tú — Dice avergonzada pero la incito con palmadas a contar lo escrito, a mi se unen sus compañeros hasta que luego de estar roja como un tomate, se pone en pie.

—La llamo:

La cuenta cuentos

Anastasia era una chica promedio, que por lo usual siempre estaba sola.

Se sentaba al fondo de la clase con un cuaderno de color violeta que a todos lados llevaba consigo, era rara para muchos incluso para su progenitora.

No tenía amigas, decía no necesitarlas. No tenía novio, fingía no querer a nadie.

Ella tenía sueños, tan grandes y profundos como el mar. Tan bellos y complejos como el cielo que le gustaba observar durante las mañanas calmadas.

Anastasia era todo lo que su familia no quería, una niña desastrosa que detestaba ir a estudiar para obtener un titulo que no la ayudaría en lo que de verdad deseaba. Le gustaba dormir porqué así sentía que podía vivir la vida que no podía tener, esa donde era feliz y poseía miles de personas que la adoraban y amaban.

A ella le gustaba escribir historias en aquel cuaderno que apreciaba y cuidaba más que a nada. Le costaba hacer amigos, no sabía como hablar con las personas a su alrededor y cuando lo hacía pensaba mil veces lo que debía decir pero al final, siempre al final no decía nada por miedo a lo que podrían responder.

No le gustaba salir sola, le temía hasta a su propia sombra. Aparentaba ser fuerte a pesar de que no lo era, aparentaba ser feliz a pesar de que su vida en casa era un caos, le gustaba fingir una sonrisa ante la cámara sabiendo que no era del todo cierta.

Sus miedos fueron creciendo con el paso del tiempo. Su familia la apartó, creyendo que así volaría del nido y haría por fin algo que valiera la pena. Pero no, no fue así.

Anastasia intento suicidio siete veces seguidas.

En el hospital al que término cada que sus vecinos reportaba una irregularidad en aquel apartamento del fondo donde se alojaba una chica que tendía a ocultar su rostro tras el cabello negro y espeso, evadiendo todo y a todos para no tener que saludar y morir de vergüenza si la otra persona no respondía o le miraba extrañada. Allí las primeras cinco veces las enfermeras y el doctor trataron en lo posible de ayudar pero nunca pudieron, era difícil tratar de entrar en la cabeza de una persona que dejaba que los miedos controlaran su vida.

En la séptima vez, hubo un cambio drástico.

En su intento por morir colgada la soga se reventó, cayendo de cabeza y golpeándose contra la mesa de noche que estaba a pasos de la baranda donde quedaba solo un trozo de lo que en su momento cumpliría con un asesinato. La ambulancia llegó, traslado el cuerpo inerte de una joven mujer a sala de emergencia...

Pasada la madrugada estaban por darla por muerta, hasta que... Sucedió.

La chica abrió los ojos, murmurando que había conocido a alguien tan puro que iluminó su mente. Alguien que la hizo cambiar de opinión, que le enseño los contras y los pro de la vida misma, el Doctor no le creyó mucho ya antes mintió muchas veces sobre un cambio y nada le aseguraba que esta vez iba a ser diferente.

Pero lo fue.

La mañana siguiente de ser dada de alta, corto su cabello y lo tiño. Compro ropa de colores claros y maquillaje. Cambió su constante rostro serio por una sonrisa alentadora y llena de vida. Dejo de evitar a los demás y recogió su cabello en un moño, mostrando su rostro al mundo.

El mundo dio un giro positivo a su favor.

Su familia la buscó. Encontró a una vecina que le ofreció un trabajo de medio tiempo donde conoció a un chico que, extrañado de su cambio la invito a salir y planea pedirle matrimonio, tiene amigos, pocos pero los tiene y son verdaderos.

El mundo cambia, cuando cambias. Así fue que Anastasia pudo abrir sus alas, las cuales solo estaban atadas a una soga imaginaria formada por miedos e inseguridades, esas que se fueron con el viento y que, si se atrevieran a volver ella las alejaría con gracia.

—¿Te gustó? — pregunta al terminar y me da una sonrisa sincera.

—¡Si! Fue hermoso, aunque me parece haber visto algo parecido— busco dentro de mis recuerdos y al no dar con nada lo ignoro.

—Entonces... ¿Por qué estas llorando? — Miro a Winnie quien me ve con cara llena de preocupación, seco mi rostro que no sabía que estaba cubierto de lágrimas de las cuales no pensé o tuve conocimiento de ellas.

—Es por saber que están creando historias tan bonitas— miento. No tengo idea de porque lloro.

La canción de verano que está de moda suena en mi pantalón, es el celular lo saco y leo un mensaje de Kyle "mi novio" donde pide verme en un restaurante que no está muy lejos del hospital. Doy una respuesta positiva y rápida para continuar con los niños y al terminar lo guardo de nuevo en su sitio.

—¿Por qué le colocaste la cuenta cuentos?— Digo abrazando a Jonh quien juega con su videojuego favorito mientras Peter lo mira emocionado.

Las niñas están sobre la cama hablando de futuras historias que pueden crear juntas. Sora deja de lado la conversación y coloco la mano bajo la barbilla, pensando.

—Es que, cuando llegó la idea en vez de verme como protagonista te vi a ti y me puse a llorar. Hasta que entendí que solo era algo ficticio a lo cual podía cambiarle el final y colocar el que me gusta más, así que eso hice. — Resta importancia con los hombros y me pongo en pie, sin darme cuenta las horas pasaron volando mientras contábamos los cuentos.

—Ya debo irme— Hago puchero, Alana toca la puerta y avisa que es hora de la medicación de los pequeños.

Las niñas me abrazan y los otros dos se despiden con la mano riendo.

—Nos vemos — ríe Winnie.

—Estoy segura que la próxima vez te contaré algo más bonito — agrega Sora mientras saca una muñeca barbie a la cual le arranqué el cabello para que se sintiera bien consigo misma.

—Eso espero.

Doy dos besos al aire antes de salir y ver la sonrisa del Doctor Eren.

—Que cosas pasan sin uno darse cuenta. — Murmura.

Lo saludo sin comprender y me dirijo a mi próximo encuentro con Kyle.

El hospital tiene su extraña manera de hacerte sonreír sin realizar ninguna acción, que raro.

Creo que lo colocaré en mi próximo cuento, que chistoso ¿no? yo siendo La cuenta cuentos.

Fin.

Oct. 21, 2018, 2:05 a.m. 2 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Jhoilyn Páez Nacida en un pequeño pueblo olvidado de Venezuela. Amante de los libros de género Thriller y Romance, de los gatos y los días lluviosos también del color negro y el café caliente. Con 27 años de vida en el planeta tierra, hija de Lic. en Educación Inicial y estudiante de la misma carrera.

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Fausto Contero Fausto Contero
Es uno de los cuentos más hermosos que he leído. Me sentí identificado hasta conmoverme. Gracias por escribirlo y por compartirlo.
October 25, 2018, 02:39

  • Jhoilyn Páez Jhoilyn Páez
    Gracias a ti Fausto, por tomarte un tiempo para leer esta corta historia. October 27, 2018, 02:39
~