No me sería posible recordar la primera vez que tuve esa pesadilla. Pero sí puedo decir que casi siempre comienza de igual manera. En algún punto de la noche despierto en el viejo sofá de lo que parece ser un hotel abandonado. Las luces parpadean, primero de forma ocasional, después con un extraño frenesí, como si una persona con toda la intención del mundo se dispusiera a bajar y subir sin ritmo alguno tales interruptores. A veces, decido permanecer sentada en mi sitio, a la espera de algo, algo amorfo y reptante que no he visto nunca pero que sé a ciencia cierta que me espera escondido. Otras veces me dispongo a caminar sin rumbo por los pasillos, vagando, siempre mareada por el parpadear incesante de las luces, con frío y hambre, «siempre tengo hambre en mis sueños», pero sin irrumpir jamás en alguna de las habitaciones.
Esa noche, de nuevo, desperté una vez más en ese viejo sofá. En esa ocasión, como en muchas otras, estaba dispuesta a esperar sentada y ver el lento pasar de las horas o leer las revistas que siempre están sobre una mesa al fondo del corredor. Pero el aire que respiraba tenía un sabor amargo que me incomodaba de sobremanera siendo la primera vez que lo percibía, ante lo cual, contra mis deseos, salí en busca de un ambiente menos rancio. Para mí descontento, sin importar el camino que tomara, el aire mantenía esa extraña hediondez.
Por primera vez en mucho tiempo, me planteé la posibilidad de salir del hotel, abrir la puerta frente al oxidado lobby y correr lejos de ese lugar apresurando mis pasos. Sin embargo, ahí donde terminaban las luces, parecía acabar el mundo. No había nada, oscuridad seguida de oscuridad en un abismo salido, valga la redundancia, de una pesadilla. Me encontraba parada de frente a dicha puerta, cuando el aire, de forma abrupta, cambió de dirección, cambiando también el olor de este. De aquella sensación amarga en mi lengua pasó a una fetidez acre muy profunda. Mi boca se estaba entumecida y el frío se apoderó del lugar, hasta entonces, el miedo hizo al fin su aparición. Quizás por instinto, corrí hacia mi sofá, pensando que tal vez su cálido tapiz azul me daría un poco de seguridad… Algo que duró apenas unos segundos.
Lo que más temía cuándo despertaba en el hotel, era esa presencia que percibía a través de mis más primitivos instintos. Los que no me permitían explorar con tranquilidad el edificio, los que me ataban al sofá a la espera de despertar en mí recamara. Esos instintos me alertaban de un algo.
En tanto el hedor se tornaba cada vez más indescriptible, yo me aferraba a mi chaqueta de cuero, único confort al que podía asirme, pero, en ese momento, un golpe pesado proveniente del piso de arriba me obligó a gritar. Era como si un animal cayera de golpe sobre el piso, después, otro sonido hizo que mi corazón, ya acelerado, latiera más y más fuerte, con un arrebato que era para mí, sobrehumano. Esa cosa que cayó se empezó a arrastrar, a reptar por el suelo produciendo un sonido grotesco, como si un saco lleno de vísceras intentara abrirse paso por la habitación. Luego de un breve silencio, la puerta de la habitación donde se encontraba esa cosa, se abrió.
El chillido casi humano de esas bisagras enterró en mí el terror total. Aquello que por años presentí y respeté con una pasividad involuntaria, estuvo todo este tiempo sobre mi cabeza. Pero no había lugar para perder la compostura. Conocía el hotel a la perfección, excepto por el interior de las habitaciones. Sabía que si esa cosa venía por mí debía utilizar las escaleras al occidente de mi ubicación, dándome la oportunidad de rodearlo y escapar por las escaleras del lado occidental. Estaba sorprendida de mi misma en ese momento, aún temblando por mi situación, era capaz de mantener la mente fría y pensar con claridad. Decidí pues adelantarme y correr hacía la ya planeada ruta de escape más unos pasos adelante mis esperanzas cayeron en picada. Un fuerte estruendo vino acompañado de un apagón total. Todas las luces en el hotel se extinguieron al unísono.
No sé cuánto tiempo me arrastré por los pasillos, caminando casi a gatas. Pensaba que de esa manera encontraría un cubículo que me diera refugio o un estante tras el cual esconderme, pero mis esfuerzos fueron en vano. El sonido reptante no tardó en aparecer, esta vez mucho más cerca, definitivamente más cerca de mí de lo que hubiese querido. Cada músculo de mi cuerpo paró en seco. Mi garganta no profirió ni un solo quejido e incluso mi respiración llegó a casi a ser nula. Esa cosa estaba acaso a unos metros de mi y caminaba o más bien, se arrastraba, en mi dirección. Tal vez por la parálisis auto infligida a la que me sometió mi organismo, pero mi mente tuvo otro momento de lucidez. Escuche con atención sus movimientos y pude intuir que estaba tan ciego como yo. Su andar era torpe y lento, a cada paso parecía chocar con algo, detenerse, cambiar un poco su trayectoria y avanzar. Dándome una oportunidad.
Logré ponerme de pie sin alertar mi presencia, ni un solo sonido escapó de mi movimiento y me apoyé contra la pared a mi espalda. La cosa estaba ahora a escasos metros de mí y pude comprobar que el olor rancio provenía de esta. Sus pasos continuaban torpes y sin darse cuenta que estaba ahí, pasó a mi lado sin percatarse. Su cuerpo eso sí, tuvo contacto con el mío y sentí que estaba cubierto por una especie de piel fría y mucosa, recordándome a los moluscos por alguna razón. Mi alivio fue tremendo. Solo hacía falta despertar para terminar con tal desesperante odisea, cuándo, sin poder hacer nada, esa cosa, en un arranque de velocidad sobrenatural, se abalanzó hasta ponerse de nuevo frente a mí. En ese mismo instante abrió lo que intuí era su enorme hocico, más volviéndolo a cerrar al mismo tiempo, se dio la vuelta y siguió su camino.
Ahora son apenas las 3:oo am, he despertado en mi habitación. Pero aquel olor rancio no ha desaparecido...
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Muy buena narración; uno como lector se puede imaginar sin problemas lo que se está contando y plasmando. Obra 100% recomendada para aquellos que les gusta el horror. El uso de vocabulario es excelente al igual de que podemos ver el balance entre "real" y "ficción" el cual es sumamente interesante.
Escalofriante sin duda alguna. Te deja expectante desde el primer momento, provocando que no puedas y no quieras dejar de leer. Todo un deleite para aquellos a los que nos gustan las buenas historias de terror. Está todo tan bien descrito que no podrás evitar mirar a tu alrededor al acabar de leer.
Un capítulo que te pone la piel de gallina. Uno de nuestros mayores temores es que las pesadillas se hagan realidad, y el autor logró asustar en este capítulo.
Esta es una inolvidable colección de relatos de terror perfectos para inducir pesadillas en el lector, abordando los temores más oscuros del ser humano. Puedo afirmar sin miedo a equivocarme que tiene uno de los mejores estilos narrativos que he leído en este género.
Me encanta la forma en la que el autor te transporta a cada uno de los escenarios con su exquisita narración y profundos conocimientos. Logra que esas palabras te hagan sentir eso que desea que sientas. Felicitaciones.
Seres que se arrastran, oscuridad que lo cubre todo, pulmones que no respiran... y más. Esta obra tiene todos los condimentos necesarios para facilitarte horas de insomio y... ¡NICTOFOBIA!