dalia Dalia Rodriguez

Una talentosa estudiante de Arte madrileña cansada de cumplir con los estereotipos clasistas de sus estrictos padres, vuelca su vida en la inconciencia de rebelarse constantemente contra ellos. Hasta que su última locura le lleva hasta un país extraño, lejos de todo lo que conoce y con el único cobijo de una abuela que jamás conoció hasta entonces. ¿Encontrará Natalia lo que nunca buscó? ¿Sabrá lidiar con los monstruos que habitan la ciudad? Monstruos de carne y hueso que le enseñarán que el amor a veces es una guerra contra uno mismos. No te pierdas esta historia épica. Llena de enseñanzas, humor, amistad, pasión y todo lo que puedas hallar desde el minuto cero en el que abres la historia y dejas escapar la magia que hay en sus letras. Pero, cuidado, aviso importante: Este libro te marcará por siempre. El grupo de lectoras marcadas ya con esta magia está en Instagram como Nessian@sUnid@s https://www.instagram.com/nessianasunidas/?hl=es Estás invitad@ a unirte. ***Nota de Autor*** Esta es una obra con todos los derechos reservados por el registro Español oficial e internacional con SafeCreative. Así que cualquier uso indevido será denunciado de inmediato. http://www.safecreative.org/work/1808027960043-nessie-bendita-maldicion Tambien pueden encontrarme en: ?Estoy en Instagram como @daliabeatrizrodriguezchavez ?Y en Facebook como Las historias de D.B.Rodríguez



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Capitulo 1

Un sabor metálico inunda todos mis sentidos y no sé si es por la sangre, o por este artefacto que ahora atraviesa mi lengua. Siento como la adrenalina recorre todo mi cuerpo; pero desaparece en segundos. Cada día me cuesta más mantenerla conmigo y la adicción que crea es abrumadora.

Pienso un poco y caigo en la cuenta, de que un piercing en mi lengua no es, ni será, una de las mayores locuras que he cometido, ni cometeré.

Esteban me saca de mis pensamientos, preguntándome no sé qué chorrada de la fiesta de anoche y algo sobre cómo debo tratar mi nuevo juguete. Tengo que agudizar mis sentidos para poder centrarme en lo que dice; porque esta mierda en la lengua empieza a arder de verdad.

—Esteban, no sé qué demonios has hecho; pero te has lucido poniéndome semejante barbaridad en la boca. Te dije desde un principio que prefería el de las pequeñas esferas en las puntas.

—No seas exagerada Naty. Debes esperar a que se te cure con un modelo medicinal. Este hará que cicatrices mejor. Recuerda que debes tomar solo alimentos líquidos, hasta que te vayas acostumbrando... —echo la cabeza hacia atrás y me hago la dormida, solo para que se entere que muero del aburrimiento con tantas instrucciones.

Él se encoge de hombros y luego se relaja para añadir:

—Además; sabes que podría ponerte algo más grande en esa boca sucia —me echo a reír exageradamente, para que me sepa incrédula ante su afirmación tan pretenciosa.

—¿No sabes que podría ser fatal para tus ventas, ofrecer a los clientes un producto con el que no cuenta, el stock de esta porquería de tienda?

No responde, ni se defiende. Se limita a mirarme, cómplice, antes de romper ambos en unas carcajadas muy estúpidas, que parece que fueran a reventar las finas paredes que cubren la diminuta habitación.

Esteban es un buen chico y cualquiera que lo escuchase hablarme así, pensaría que no me tiene el más mínimo respeto; pero la verdad es que adoro que no me trate como una princesita, porque no lo soy. De hecho, nunca he intentado serlo; me aburre de la ostia pensar en princesas, con sus incómodos vestidos, esperando una eternidad, muertas del asco, a que sus príncipes perfectos las besen. Y esto, casi siempre, ocurre al final de la historia; cuando un beso debería ser el principio de cualquier historia.

Pero yo paso de ese rollo y Esteban lo sabe; es el único amigo que tengo dentro del club de los “hijos de los amigos de mis padres” que, por cierto, son la mar de aburridos. En él, he encontrado el consuelo de una grata compañía. Recuerdo que nos hicimos amigos al instante. Teníamos ocho años y yo lo había encerrado en aquella caseta rosa chillón, que mis padres se habían empeñado en comprarme y que a pesar del odio que le tomé en cuanto la vi aterrizar en mi cuarto; terminó siéndome de mucha utilidad. Allí encarcelaba a todos los hijos de esos estirados señores, con los que se me obligaba a jugar, mientras ellos hablaban de "cosas serias". Pero Esteban era distinto, a pesar de que llevaba la típica ropita de pijo: con sus vaqueros demasiado formales, su camisita de botones y para guinda del pastel, ese jersey azul colocadito sobre sus hombros. Su ropa era una mera invitación a que le encerrara en mi cárcel particular y eso hice.
Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba; en vez de actuar como el resto de niños apresados, que se pasaban el rato que suponía su cautiverio llorando y gritando. Hasta que sus padres llegaban para liberarlos y los míos fingían no esperar un comportamiento tan inapropiado de mi parte; castigándome con la última moda en reprimenda. Quizás con el consuelo de que algún día fuera una niña "normal".
No obstante Esteban se quedó muy callado, demasiado. Recuerdo que comencé a chincharlo llamándole nenaza; pero al cabo de unos minutos sin escuchar su voz, sentí que debía preocuparme. Me asomé por la pequeña ventanita también rosa, para variar, y los ojos se me salieron de las órbitas al verle tirado en el suelo, con una espesa capa de espuma cubriéndole la boca. Aparté de una patada la silla que obstruía la puerta, quité el pestillo, me le acerqué ya con lágrimas en los ojos y le sostuve entre mis brazos. Lo había matado. Pasaría mis días en una cárcel, o peor aún, me electrocutarían la cabeza, como en aquella película que vi a escondidas en el salón de mis padres; donde acusaban injustamente a un hombre muy grande, de abusar de dos niñas pequeñas. La peli era realmente triste, tan triste como mi destino a la corta edad de ocho años.
Mientras mi mente se sumergía entre trágicos pensamientos, el rubio de pelos erizados y ojos verdes, se alejaba corriendo de mí y cerraba, tras de sí, la puerta de esa minúscula casa. No lo podía creer, me había engañado. Todo formaba parte de su teatro para jugármela.

Cuando se aseguró de que estaba totalmente atrapada, asomó la cabeza por la ventana y con una sonrisa perversa, lamía el resto de saliva que había estado acumulando alrededor de su boca. Era asqueroso; pero tenía que reconocer que el truco le había salido a la perfección. Eso sí, estaba cabreada; nunca había pasado allí dentro lo suficiente, como para saber que era un espacio tan pequeño. ¿A quién se le ocurre pensar que pasaría las tardes jugando en esa cosa?

Estuve algún tiempo sin escucharle y creí que se había marchado; hasta que lo sentí recostarse a las plásticas y crujientes paredes de la caseta —por la que comenzaba a recobrar mi odio una vez jurado—. Y me dijo:

—Si me pides perdón te sacaré de ahí.

—Ni lo pienses, nenaza —respondí sin dejar siquiera que terminase la frase.

—Como quieras; pero creo que me he dejado dentro a mi amigo Fran.

—¿De qué demonio hablas? Aquí solo estoy ...

Pero antes de que termine de hablar, algo me toca una pierna y creo haber visto un lagarto. Ahogo un grito y los pelos se me ponen de punta. No quería que notase mi debilidad, pero odio a esos bichos tan fríos; así que me apresuro a pedirle perdón. Pero el muy insoportable agrega:

—Aún necesito que hagas algo más por mí.

Aunque no puedo verlo, adivino una enorme sonrisa en su cara de niño ruin.

—¿Qué quieres de mí? Sácame ya o juro que te haré pedazos.

Pero me contengo y dejo de amenazarlo cuando siento de nuevo, al frío y escamoso saurio, moverse entre mis piernas.

—Quiero que me ayudes a destrozar este horrible jersey y le digas a nuestros padres que has sido tú.

Su proposición era extremadamente malintencionada; pero asentí sin pensarlo dos veces. Para ser sincera, ya le traía ganas a su ropa y lo de llevarme un castigo de mis padres lo tenía asumido desde mucho antes; cuando le encerré en lo que terminó siendo mi propia cárcel.

En cuanto salí de allí, no pude evitar mirarlo con aprobación; había tenido agallas y un buen plan para jugármela. Plan que parecía sacado de mi mente diabólica; así que, sin más, lo adoré. Ese día usé mis pinturas de una manera muy artística sobre su jersey y jalamos de las mangas hasta verlo caer en trozos al suelo. Me llevé un buen castigo, por supuesto; pero Esteban me prometió que jamás él y Fran —su lagarto—, se lo habían pasado tan bien.

Once años después y algún que otro Fran de reposición; seguimos juntos. Y ese niño rubio, de ojos verdes, continúa teniéndolos bien puestos. Acaba de abrir su pequeña tienda: ''El lagarto''; donde hace tatuajes, perforaciones y toda clase de aberraciones de Satán, como les llama mi madre. Los padres de Esteban tampoco lo aprueban y le han mandado a este barrio de mierda, en Vallecas; donde su selecto club de amigos no alcance a verle. Así no tendrán que sentirse avergonzados. De hecho, mis padres piensan que Esteban está haciendo carrera en Alemania. Hay que ver lo que pueden llegar a hacer algunos por mantener una imagen social, para su parecer, inmaculada. ¿En qué preciso momento el dinero comienza a hacer tanto daño?

—Natalia, esta vez si te has pasado. ¿Ya sabes que van a hacer contigo tus padres?

—¿Qué me he pasado? ¿Me vas a sermonear tú, a mí? ¿Ahora estás de parte de ellos? Claro... que ahora eres un hombre de negocios y te has vuelto un gilipollas responsable; ¿es eso? ¿Verdad?

—No digas estupideces. Sabes que su mierda de estatus me la trae floja; pero creo que protestar, con carteles de la Greenpeace en la Puerta del Sol, ya habría bastado para provocarle un infarto a tu madre. Lo de quedaros desnudos tú y tus amiguitos, ya fue demasiado ¡Y para colmo te dejas tomar fotos! ¡Qué sales en portada! Aunque he de reconocer que quedaste muy favorecida en la imagen que publicó "El Telescopio Digital", esta mañana —me guiña un ojo para suavizar la reprimenda con su último comentario, intentando salir ileso.

Lo veo complicado: me ha cabreado, pero bien. Le lanzo el mugriento cojín, que pretendía adornar, fallidamente, un viejo sofá que no sé de qué basurero habrá sacado y por el que comienzo a cuestionarme haber puesto mi trasero allí. Aprovecho el gesto y con el lanzamiento me incorporo del todo. Giro el pomo de la ruidosa puerta, a la que ha incorporado, cómo no, uno de esos chismes para avisar de la entrada y salida de un cliente. Aun así, no pienso irme sin que sepa que su discurso puede metérselo por donde le quepa.

—No me vengas con esa mierda; precisamente tú —le miro de arriba a abajo para que entienda de lo que hablo—. Para escuchar sermones como ese, me voy a casa. Tendré que considerar más, la idea de venir a este sitio, que por cierto da asco; para que un principiante me torture la piel.

Ha sonado muy fuerte, aunque no creo realmente en la mitad de las palabras hirientes que le he lanzado; pero su discurso me ha cabreado. Digamos que se me da bien atacar a los demás para relajar mis nervios. Sé que esta vez la he cagado y mucho. No tengo ni idea de cómo reaccionarán mis padres. Después de lo sucedido llevo dos noches sin aparecer por casa. He ido a la Uni, eso sí; pero ayer me fui con los chicos de la organización de fiesta. Como siempre, la liamos hasta la madrugada y luego me apeteció conducir hasta esta mierda de barrio, para perforarme la lengua. Ya puestos a cabrear a mis padres, mejor darles suficientes argumentos.

—Me largo —le suelto mientras salgo.

Sé que no me dejará ir sin más y para confirmar mis sospechas; abre la puerta y me busca en dirección a la calle por donde intento desaparecer. Gritando fuerte intenta que sus palabras me alcancen.

—Sé que no lo dices en serio; pero un día me cansaré de aguantar tu mala leche.

Hago caso omiso a su reclamo y sin voltearme siquiera; le levanto el dedo corazón. Aunque en mis adentros, rezo para que no cumpla su advertencia. Esteban es mi mejor amigo y quizás el único de verdad.

Como si escuchara mis plegarias añade en un grito aún más firme:

—No seas arisca. Y mantenme informado de lo que tienen preparado para ti esos capullos. No olvides que me preocupo por ti.

Lo último casi no lo escucho; porque doblo la esquina en dirección a mi coche, pero suelto un suspiro de alivio. Es bueno saber que cuentas con alguien que te apoya, aunque a veces esté convencida de que no lo merezco.

Sept. 4, 2018, 5:30 p.m. 0 Report Embed Follow story
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