axel-morales1532641351 Axel Morales

Lucas, un chico que vivía en New York, soñaba con vivir en un velero. Un día, mientras paseaba con su perro, conoció a Santiago, un joven egoísta obsesionado con hacerse millonario, que le propuso salir por el mundo, en una gira de circo. En el viaje, Lucas conoció a Sol y quedó enamorado de ella. Santiago, ocultando sus verdaderas intenciones, tras recibir financiamiento para su próximo show, Santiago abandonó a Lucas para irse a una isla del Caribe. Mientras tanto, Sol, extrañandolo, salió a buscarlo por el mundo. Luego de varias complicaciones, por fin logró encontrarlo, pero no como ella esperaba.


Romance Chick-lit All public.

#viajar #francia #suicidio #enamorado #velero #navegar
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Un corazón que late

Cerca de las 11 am, Virginia solía desayunar. El orden era una prioridad en su casa. No el orden de las cosas de la casa sino, más bien, el orden de los horarios. Las actividades cotidianas seguían un ritmo establecido desde que Virginia era pequeña.

Para enseñarle a Virginia, sus padres le habían escrito en un papel una lista de actividades organizadas por horas y hasta minutos. Cosas como cepillarse los dientes, limpiar el cuarto y ordenar la ropa se hacían por la mañana, justo antes del mediodía; otras como mirar tv, leer o incluso jugar a los videojuegos se realizaban a la tarde.

Con todo este protocolo al rededor, Sol se sintió como sapo de otro pozo desde que colocó el primer pié en la casa. Sin embargo; como la decisión ya estaba tomada, no tenía otra alternativa que tragar sus nervios y respirar.

Por otro lado, el hecho de no estar más en la casa de sus padres había tenido en ella un peculiar cambio; su mente se había relajado y podía pensar las cosas con más claridad. A veces, la claridad podía ser tan buena como dolorosa.

Cuando la aguja del reloj de la casa marcó las 11.05 am, la madre de Virginia se acercó a la mesa con una bandeja con tostadas , extrañamente cortadas en forma triangular. Sol miró a su amiga y ella, riéndose de la vergüenza, le dijo que no le dé importancia. Las tostadas tenían untadas prolijamente una crema que a Sol le pareció de maní pero que, al preguntarle a su amiga, se enteró que era un tipo de crema exótica que traían siempre cuando viajaban al Caribe.

En el momento en el que la amiga menciona la palabra Caribe una lluvia de pensamientos se disparan en todas direcciones, dentro de la cabeza de Sol, como intentando escapar hacia alguna parte. Una profunda ansiedad y entusiasmo recorrieron sus venas y Sol no tuvo otra alternativa que escupirle a su amiga lo que se venía guardando por tantos días.

Las cartas que había encontrado, casi por casualidad, en la habitación de Isabella, habían sido la llave del auto que la conduciría hasta donde se encontraba Lucas. En las mismas, Lucas relataba todo el amor que sentía por ella pero, más allá de la ternura y aprecio que transmitía cada palabra, era muy difícil saber de dónde venían hasta que, en su última carta, frustrado, le cuenta a Sol exactamente dónde se encontraba alojado. El rompecabezas estaba terminado.

Un antiguo departamento, ubicado en una pequeña ciudad de Francia, cobijaba a Lucas junto con una pareja, amiga de Santiago.

En contraste con el orden y la puntualidad de la familia de Virginia, esta otra era muy abierta y para cualquier propuesta siempre estaban predispuestos. Un pequeño mapa, que Lucas le había dejado en la última carta, se abría sobre la mesa mientras Sol, su amiga y sus padres miraban curiosos. Luego Sol, con un lápiz, hace un círculo en la ciudad que Lucas le había dejado escrita.

Varios minutos más tarde, solo algunas migas quedaban en la bandeja de las tostadas, las tazas estaban vacías y los padres de Virginia se habían ido; solo quedaba Sol con su amiga. Sol no veía la hora de encontrarse de vuelta con Lucas.

Todo estaba listo. Virginia había decidido acompañarla y Sol estaba muy contenta por ello. Solo faltaba una cosa para poder viajar hasta Francia; comprar los pasajes.

Sol nunca en su vida había pisado un aeropuerto y no sabía cuanto podía llegar a demorar la compra del pasaje.

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Luego de esperar a casi diez personas en la fila, una joven bien vestida le pregunta el destino y si tomarían un vuelo de ida o de ida y vuelta. Sol, en ese momento, se puso muy nerviosa y, mirando a su amiga, mientras intentaba decidir, le dijo que tomarían un vuelo de ida y vuelta. Sol no quería que los padres de su amiga se preocuparan sabiendo que no iba a regresar. En el momento de pagar, sus manos se pusieron sudorosas y comenzaron a temblar; a tal punto que la mayoría de los billetes salieron volando y las personas de la fila tuvieron que ayudarla a juntarlos.

El aeropuerto estaba colapsado de gente. La mayoría de las personas eran parejas jóvenes y hombres mayores solteros. El gran reloj principal que se encontraba en la playa de espera movía sus agujas en círculos mientras el cielo se tornaba cada vez más oscuro. Las estrellas comenzaban a verse y Sol, recostada sobre las piernas de su amiga, se despierta, asustada, al escuchar que, desde los altoparlantes, el vuelo que había pedido se aproximaba. Sol y su amiga se levantan de sus asientos y caminan hacia la puerta que daba a la gigantesca pista de aterrizaje del aeropuerto.

Ya dentro del avión, y luego de haber acomodado sus piernas, Sol se relaja y escucha algo de música con sus auriculares en las orejas.

Durante todo el viaje Virginia permaneció despierta mientras esta, por otro lado, dormía mucho más cómoda que en su casa.

Las azafatas, muy simpáticas, frecuentaban cada uno de los asientos para ofrecerle toda clase de aperitivos a las personas.

Virginia era algo estricta con su alimentación pero debido a la intensa insistencia de una de las azafatas, de la cual se hizo amiga, pudo probar algunas de las delicias cocinadas por los chefs a bordo.

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El aeropuerto se encontraba muy tranquilo; no era época ni horario pico.

Desde una pequeña cabina, detrás de un grupo de computadoras, el encargado del área de vuelos se comunica, de manera remota, con el piloto del avión dándole la señal de libre aterrizaje.

Dentro de la cabina, el piloto empuja hacia adelante la palanca de mando, logrando así que el avión descienda suavemente.

A pocos metros de tocar el suelo, un botón, en el centro del tablero de comandos, abre un grupo de compuertas; permitiendo que las ruedas se liberen.

Ya en el final, una seguidilla de movimientos galopantes advierten a los pasajeros que el aterrizaje había sido todo un éxito.

  • ¡Sol, Sol!, ¡despierta!. Ya hemos llegado.- le dijo su amiga, mientras la sacude tomándola de los hombros.

Sol, inclinada hacia una de las ventanas del avión, mientras un poco de saliva cae de su boca, abre sus ojos y, en un instante, se da cuenta lo que estaba sucediendo.

  • ¿Ya llegamos?.- preguntó Sol; mientras levanta su cuerpo y mira hacia el exterior por el vidrio de la ventana.

Una gran correntada de viento movía los cabellos de Sol y de su amiga mientras caminaban con sus maletas por la gigantesca playa de estacionamiento.

Sol, mientras arrastraba su maleta con su mano derecha, intentaba, con su mano menos hábil, sostener un pequeño gorro de lana amarillo y marrón que parecía bailar en su cabeza.

  • Virginia, ¿me puedes ayudar con esto?.- le decía Sol a su amiga; mientras intentaba llegar sana y salva a la sala principal del aeropuerto.

Para sorpresa de Sol, el clima se presentaba mucho más frío de lo que esperaba.

  • Qué clima tan extraño. El calentamiento global parece que no ha visitado Francia.- le dijo Sol a su amiga, ya dentro de la sala principal del aeropuerto.

  • ¿Francia?, ¿cómo Francia?.- le dijo Virginia.

  • Virginia. Dame, por favor, el boleto del vuelo.- le dijo Sol a su amiga, poniéndose algo pálida.

Virginia le alcanza el boleto y esta, luego de tomarlo, lo desdobla lentamente.

  • ¡Virginia!, ¡estamos en EE.UU!.- gritó Sol, llamando la atención de todas las personas de la sala principal.

Después de llamar la atención de las personas de la sala, Sol y su amiga caminan hacia un banco que se encontraba a pocos metros de donde estaban.

  • No lo puedo creer, no lo puedo creer.- dijo Sol, tartamudeando, mientras, sentada en el banco intenta buscar algo de dinero en el bolsillo de su pantalón deportivo gris.

  • Mamá me dió algo de dinero.- dijo Virginia, colocando su mano derecha en uno de sus bolsillos, mientras, con su otra mano, se acomoda sus gruesos lentes.

  • A ver, ¿cuánto tienes?.- le dijo Sol a su amiga mientras, nerviosa, le quita el dinero de sus manos.

  • Bien, creo que esto nos servirá por unos días, hasta que consigamos más dinero para tomarnos otro vuelo.- dijo Sol, pensativa.


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Virginia, por suerte, había traído algo de dinero.

Sin embargo, Sol no entendía como, siendo tan meticulosa con los asuntos económicos, se había olvidado de tener algo en su billetera. Había algo que a Sol no le cerraba y su mente estaba por sobrecargarse de tanto pensar.

  • Quizás la recepcionista nos pueda ayudar.- dijo Sol, optimista.

Ambos se paran y caminan al área de recepción, que se encontraba a unos pasos.

La encargada, una joven rubia de veintitantos, las atienden muy amablemente. Luego de charlar por varios minutos, ambas caminan hacia el banco, nuevamente.

  • Qué decepción.- dijo Sol, con su mentón apoyado sobre la palma de la mano.

Mientras ambas hablaban, del otro lado de la sala, una señora pasó caminando con mucha prisa. En su mano izquierda llevaba dos bolsas y en su derecha otras tres.

Mientras Sol la miraba, vó como la billeterase le cae al piso. De inmediato, Sol camina hacia la señora y le alcanza la billetera.

Al volver al banco, Sol mira a su amiga sonriente.

  • Al menos, hice mi buena acción del día.- dijo Sol.

El viaje le había dado mucha hambre y en su mochila solo tenía un pequeño paquete de snacks. Virginia, mientras Sol dormía, le había quitado de su mochila un paquete de snacks, sabor queso. Sol sabía que ese era el sabor favorito de su amiga.

Para dos chicas jóvenes e inexpertas en viajar, salir del aeropuerto y encontrar un lugar donde comer, con tan poco dinero, era todo un desafío.

La aplicación del móvil de Virginia le decía que había varios puntos para almorzar cerca de donde se encontraban. Solo tenían que mirar los precios y fijarse si el dinero le alcanzaba.

Con un poco de suerte, Virginia pudo encontrar un local de Mcdonald's a pocas cuadras de donde estaban.

Podía pedir una mega hamburguesa con una gaseosa y compartirla entre las dos. En lo que respectaba a la comida, Sol y su amiga contrastaban mucho. Por un lado, Virginia comía lo mismo que un pájaro enfermo; en cambio, Sol se parecía más a un león hambriento.

Mientras comían; es decir, mientras Sol comía, Virginia ve, del otro lado del lugar, un pequeño cartel que le llama la atención. Esta se levanta y camina, entre la gente, hacia el cartel.

Mientras Sol comía y bebía la gaseosa, casi al mismo tiempo, vé como su amiga se acerca hacia ella lentamente. Virginia, le dice, con toda tranquilidad, que en el cartel se buscaban dos empleadas.

En ese momento, Sol, sorprendida, escupe la gaseosa sobre una chica que estaba comiendo un hamburguesa en frente suyo y esta, gritando, se levanta de la silla. Sol, sin prestarle demasiada atención, se levanta también de sus silla y, tomando de la mano a su amiga, la lleva hasta donde estaba ese cartel.

Al día siguiente, ambas ya estaban trabajando ahí. La selección había sido fácil. El grupo de diez postulantes había estado constituido por tres jóvenes morenos, dos ancianas, y tres chicos, que, al parecer, tenían algún tipo de enanismo, y apenas llegaban a asomar su cabeza por el mostrador.

Virginia era excelente con los números y la velocidad con que tocaba las teclas de la caja registradora sorprendió, desde un primer momento, al gerente.

Por otro lado, Sol era de esas personas que no era buena en nada, pero su carisma y convencimiento de que podía lograr cualquier cosa que se propusiera había cautivado a los demás empleados del local, que pronto sugirieron al gerente de contratarla.

El local funcionaba desde las ocho de la mañana hasta la medianoche. Por pedido de Sol, ambas trabajaban juntas. Virginia prefería trabajar en el primer turno pero con tal de estar junto a Sol aceptó trabajar en el segundo. Este era bastante tranquilo hasta las siete de la tarde. A partir de esa hora todo se ponía más candente.

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El primer día de trabajo había comenzado muy bien. Cerca de las seis de la tarde, la fila era de ocho personas y con cada hora que pasaba esta se había ido alargando. Dos horas más tarde, esta ya salía por la puerta del local; extendiéndose hasta la esquina.

Virginia venía muy bien; a pesar de las cuatro horas de trabajo continuo manejando la caja registradora, no había sufrido ningún tipo de calambre.

Los niños corrían por todo el local, enloquecidos, mientras se hacían bromas lanzándose papas fritas, para luego juntarlas del suelo y comérselas con la mano.

Más allá del mostrador, en la parte de la cocina, Sol miraba a la gente avanzar, mientras con un pañuelo se secaba las gotas de sudor que caían por su frente. El intenso calor de las hornallas estaba haciendo que su corazón palpite más de lo normal; sin embargo, había algo que le estaba molestando aún más. Al parecer, el olor de la carne cruda era algo que no toleraba.

En la cocina, su compañera de trabajo había notado algunas gestos en Sol, al servir su primera hamburguesa. Sol trató de disimular las ganas de vomitar en pero luego el malestar era tan fuerte, que, sin pensarlo, se acercó a Virginia y le contó lo que le sucedía.

Virginia se encontraba muy ocupada. Una madre y sus dos niñas, ambas con el mismo tipo de disfraz de la mujer maravilla, no podía creer que en un local tan conocido no aceptaran tarjetas de crédito. Virginia había leído de pie a cabeza todo el manual del local y en ninguna parte hablaba sobre las tarjetas de crédito.

  • Disculpa, pero yo no me voy de aquí hasta que mis dos ángeles se lleven su hamburguesa.- decía la señora, mientras dos niñas jugaban entre ellas girando como su personajes favorito.

Por otro lado, Sol, al ver la situación tan complicada de su amiga, vuelve a la cocina.

  • ¿Qué hacés?, se está quemando todo aquí. No podés dejar las hamburguesas así porque sí e irte.

Sol, al ver que su compañera de trabajo no le estaba prestando atención, se dirige al baño, revoleando sus brazos hacia los costados, intentando tomarse de algo.

  • ¿Qué le sucedió a Sol?, ¿está bien?.- dijo Virginia, girando su cabeza hacia atrás.

  • No lo sé, mirá estás hamburguesas. Si el gerente se da cuenta del olor a quemado, nos hecha.- dijo la compañera de trabajo.

El baño lucía impecable. Unos diminutos azulejos de color crema cubrían todas las paredes. El techo, del mismo color, parecía tener un leve tono más claro; o quizás, el grupo de luces que miraban, desde el piso, al techo del cuarto provocaba un efecto tal que daba esa impresión de luminosidad.

El retrete, con una tecnología de punta en limpieza de sanitarios, incorporaba un sistema automático que limpiaba, cada diez segundos, todo el interior. De esta manera, uno podía pasar largos períodos de tiempo, sin asfixiarse.

Como borracho, luego de tomar varias copas, Sol se balanceaba de un lado a otro, intentando colocar su cabeza justo encima del inodoro; mientras, con ambas manos se tomaba del estómago. El solo hecho de pensar en vomitar en un tan bello y limpio baño era angustiante.

Luego de varios intentos desafortunados, Sol sale del baño peor de lo que había entrado; caminando en zigzag hacia la cocina y simulando que no sucedía nada.

Sin embargo, el olor a la carne recién hecha hizo que lo peor llegara pronto.

La compañera de trabajo de Sol no se había percatado de que su nueva compañera de trabajo estaba de regreso.

Nueve hamburguesas, ubicadas prolijamente, se cocinaban lentamente.

Sol, parada detrás de su compañera, miraba atentamente como el color rojizo de la carne se oscurecía con cada nube de vapor que se iba.

Por otro lado, el gerente, el cual no había aparecido desde el día de la prueba, se encontraba merodeando el área de cocina desde hace varios minutos. Su rostro desagradable advirtió a la compañera de trabajo de Sol, que quizás se había dado cuenta del episodio que había tenido Sol hace unos minutos con la carne.

Al pasar un rato, Sol se hizo hacia atrás y vomitó sobre la espalda de su compañera de trabajo. El trágico episodio fue presenciado por el gerente como si hubiese estado en la primera fila de un partido de fútbol. Paradójicamente, Virginia no se enteró hasta cumplir con su trabajo.

A las diez menos cinco de la noche, el gerente le comunicó a Virginia, ya que no había gente esperando, que cerrara antes el local y que se dirigiera al cuarto de administración.

Este no dió vueltas y le comunicó a Sol y a Virginia que ambas quedarían despedidas. El protocolo del local era muy estricto y episodios como el que había presenciado no podían tener una segunda oportunidad.

El local de McDonald's tenía una de las más altas remuneraciones por despidos. Comparados con otros locales de la misma envergadura en la ciudad, el dinero que recibía una persona, era dos o hasta tres veces mayor que sus locales vecinos.

Así fue como, a pesar del frustrante momento que pasaron en el área de gerencia, ambas sintieron un gran alivio al siguiente día, ya que el dinero que ahora tenían les serviría para volar hacia París.

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Ya con algo de dinero en sus bolsillos, Sol y Virginia esperaban pacientemente en el aeropuerto.

Colgando en el centro de la sala principal, una enorme pantalla mostraba el itinerario de los vuelos del día. Ubicado en tercera posición se encontraba el vuelo que tomarían ambas.

Mientras esperaban, un joven de aspecto estudiantil, se sientó al lado de Virginia. Este parecía una copia fiel a la madre de Sol pero en su versión masculina. En uno de sus bolsillos se encontraba una suerte de pañuelo, poco común, que a Virginia le llamó rápidamente la atención.

Durante su infancia, y parte de su adolescencia, Virginia, había asistido a un grupo de jóvenes que practicaban servicio comunitario en diferentes partes del mundo.

Para su distinción, ante la sociedad, como miembros de la agrupación, utilizaban un característico pañuelo verde con líneas negras en sus puntas, el cual se ataban cubriéndose el cuello.

  • Oye, ¿ese no es un pañuelo comunitario?.- preguntó Virginia.

La charla con el joven despertó una intensa curiosidad en Virginia; que, desde el momento en que el vuelo hacia Francia se colocó en la primera posición de la gran pantalla, hizo oídos sordos a los gritos desesperados de Sol hasta que esta colocó sus manos en sus hombros para llevarla arrastrando por toda la sala.

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El viaje a Francia fue muy agradable para ambas. La maravilla de cruzar el océano atlántico mantuvo cautivada a Sol durante las casi tres horas de viaje.

Durante el descenso, el termómetro digital del avión marcó una temperatura de 23ºc y una espléndida temperatura exterior de 27ºc.

En un primer momento, luego de bajar del avión, Sol tuvo un Deja Vu y le preguntó, a una pareja, que le dijese en qué ciudad se encontraban. Esta, al escuchar la palabra “París” supo que había llegado al lugar correcto; donde podría encontrar a Lucas.

Una gran fila de taxis se encontraban al otro lado del aeropuerto. La mayoría de las personas que salían eran ancianos que iban al centro de la ciudad a reencontrarse con sus seres queridos.

El segundo taxi de la fila se encontraba con la puerta abierta. El taxista parecía sacarse una selfie mientras, sorprendido, advirtió que Sol y Virginia se acercaban a él. Intentando colocar su móvil en el auto, este sonríe y le abre la puerta trasera a Virginia.

  • Si desea puede tomarse la fotos, no nos molesta.- dijo Virginia.

El taxista se sonroja y, tragando un poco de saliva, comienza a girar la llave para encender el auto.

  • Creo que es la llave incorrecta.- dijo nuevamente Virginia.

Con su apariencia apacible e indefensa, esta presentaba, con no mucha frecuencia, destellos de perspicacia que podían hacer tambalear a cualquier persona que no la conozca.

Las calles de París tenían un peculiar encanto que a Sol siempre le había fascinado.

Durante el vuelo, había leído decenas de blogs y husmeado cientos de fotos sobre los lugares más atractivos.

La mítica torre Eiffel había quedado grabada en su mente como una de las cosas que debía visitar antes de pasar a mejor vida.

Por mera coincidencia o destino de la vida, el taxista había trabajado, antes de utilizar su taxi para ganarse la vida, como guía turística en la mencionada torre. El entusiasmo y la emoción con la que este describía sus años como guía, hicieron que el viaje hasta el departamento pasara en un parpadear de ojos.

Mientras ambas bajaban del taxi, el chofer, producto de la intensa charla, había olvidado cobrarles el viaje.

Por suerte, Virginia, golpeando la parte trasera del auto, logró llamarle la atención y hacer que este retroceda.

  • Solo cuando estoy contigo suceden estas cosas.- le dijo Sol a Virginia.

La fachada del departamento, cuya dirección estaba escrita en el papel que colgaba de la mano de Sol, lucía un tanto dejado pero, aún así, conservaba el encanto parisino. Un color crema diferenciaba el departamento de los amigos de Santiago del de sus vecinos; los cuales tenían diferentes tonos pasteles y azules. Sobre las ventanas, colgando alegremente, un grupo de macetas con flores de diversos colores daban un tono de frescura que a Sol le encantaba. Por otro lado, las calles del barrio mantenían los tradicionales adoquines como una muestra, bien conservada, de su patrimonio.

Con algo de timidez, por primera vez en su vida, Sol camina hacia la puerta y golpea, con su puño, la antigua madera.

  • Sol, hay un timbre ahí.- dijo Virginia.

  • No me pongas más nerviosa.- dijo Sol, sudando.

July 26, 2018, 9:53 p.m. 0 Report Embed Follow story
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