ralte Ralte Beshcu

La simple narración de un condenado de frente a su final y su eternidad


Horror All public. © Beshcu
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El condenado.

Pesadas y frías cadenas de crudo metal, mordían mis tobillos y muñecas en el sepulcral silencio.

Recién confesado y persignado por el piadoso cura del penal, saboreaba callado mi última cena. Es costumbre entre carceleros dar un último deseo a aquel que se halla al borde del fin de sus días. No sabría decir si es una costumbre piadosa o cinica. Yo pedí solo una hamburguesa simple y una cerveza cualquiera. Más por humilde que fuese mi deseo, encuanto me la dieron, parecía el manjar de un rey. El pan suave y esponjoso con ajonjolí, cubría a un jugoso trozo de beef bien cocido con el queso derritido, resbalando por los bordes hasta el plato. La cerveza, transpiraba por el cristal y estaba a esa temperatura perfecta apunto de congelarse sin estarlo, no había probado bocado así en años, sabía a nostalgia. Lo degusté lento, tratando de mantener los sabores en la memoria por siempre. Pensé quizás ostentarlas frente a la eternidad. Más cúal mi esperanza, el plato pronto se halló vacío. Sumiendome en el deprimente fin.

Fui engullido así, en la quietud de mi penitencia resignada. Hasta ser interrumpido por la áspera orden de salida, del pétreo guardia de mi celda. Me levanté con pesadez hacia la entrada. Enfocando mi mirada en el guardia apenas iluminado por la luz prisionera. Pensando en lo que fue y no sería más. En aquellos disfrutes gozados en vida, regocijántes en memória y en la idea de repetirlos. Extinguidos ahora entre encierros y penumbras.

Más recordarlos me trajó una tenue luz de felicidad. Hasta llegué a pensar; que valió la pena el final por haberlos sentido. No podía arrepentirme de ninguno de aquellos pedazos arrebatados del cielo. Con ansias y sin reparo, deseé repetirlos.

Entonces, por un instante me desorienté. Las luces parpadearon y el guardia frente a mí desapareció, al momento que escuchaba el susurro burlón de una risa a mi alrededor. Agité la cabeza y presioné los parpados tratando de orientarme. Cuando volví a mirar, todo se hallaba en su sitio como si nada hubiese ocurrido. Culpé al embriagante miedo del pronto final de mis pasos y seguí adelante. Salí al largo pasillo de mosaico rojo, con una puerta azul de fondo. Iluminado lúgubremente por las famélicas lámparas colgantes, que hubiera podía alcanzar si alzaba mi mano. Adornado a los lados por aprisionantes celdas oscuras, de las que emanaban los brazos de los condenados. Vociferantes todos, en un frenesí de risas e injurias, al verme andar por aquel tortuoso pasillo. Hacia el final que ellos mismos tarde o temprano compartirían. Pero alégres, de no ser ellos aquel día

Miré al fondo del pasillo cual final de mi destino. Avanzaba con sudor frío recorriéndome el cuerpo, con mis pies unidos al canto de las cadenas, himno de los condenados. Me costaba respirar, me sentía a desmayar. Cada latido, cada parpadeo, cada paso, parecia una eternidad, acercandome poco a poco a mi horroroso final. El tiempo lascivo se detenía, me arrancaba la vida con minutos eternos mientras el miedo me invadía, subiendo hasta mi garganta como un nudo que me empedía respirar, estrujando lágrimas apenas contenidas. Clavé la mirada en el suelo, absorto en mis pensamientos. Buscando la manera de resistir tal penuria y tal vez de alguna forma, mantener la dignidad antes de partir. No quería irme como un cobarde, no quería suplicar pataleando ni mojarme como tantos otros antes de mí.

Perdido en mi mente, no noté a los gritos de burla transformarse poco a poco en aullidos y lamentos. Acrecentando su volumen con cada mosaico que dejaba atrás. Noté el suave toque gentil de una brisa anonima rozando mi mejilla. Atento de pronto a lo que sucedía, giré para saber de dónde venía tal brisa incógnita. Para encontrarme el otro extremo del pasillo, sumido completamente en la oscuridad. De pronto, un vendaval terrible cargado de ardiente arena azotó con furia mi cuerpo. Los muros a mí alrededor se alzaron junto con el techo, despejando la vista hacia un cielo rojizo de atardecer, con tempestuosos nubarrones negros en un desierto hecho de arena y rostros agonizantes. Y de entre las dunas hasta donde alcanzaba la vista, emergian torres vivientes de cuerpos desmembrados en movimiento enfermizo, tan altas que se perdían entre las oscuras nubes. Y cual hojas atrapadas por el viento, cientos de cuerpos eran azotados con frenesí por los horrendos vendavales, contra dunas y torres. Absueltos de toda voluntad o peso.

La arena ardiente cortaba mis pies, el rugido horrendo del vendaval carcomía mis timpanos y solo era interrumpido por el trueno terrible. Que iluminaba la putrefacción gimiente de los rostros agonizantes en la arena. Gritando súplicas inintelegibles. Emanando un olor tan fétido, que temí vomitar mis entrañas.

Quería escapar de aquel infernal lugar, deseé regresar a mi placida vida en mi hogar de placeres. Y en ese instante, el furioso rugido creció. El viento me hubiese arrancado del suelo, si no fuese por el inmutable guardia que sujetaba con fuerza mi brazo, indiferente de lo que sucedía. Entre su agarre y el viento, sentí mi brazo a desgarrar, lo mire fijamente tratando decifrar su rostro y entender que le sucedía. Cuando un centelleante relámpago refulgió en el cielo, iluminandolo. Era un tumulto de salientes huesos deformes adornado por una sonrisa sádica y sanguinolenta, que me miraba fija y burlonamente. Grité a todo pulmón con el horror a pecho y los ojos cerrados. Cuando los abrí, me hallé en el vociferante pasillo, mirando de frente al guardia que me devolvía la mirada con un asco profundo.

Entonces, entendí a aquella visión, aquella pesadilla infernal. El cielo bendito en su infinita gloria, me juzgó y me había condenado. Cada paso dado, no solo me dirigía a una agonizante muerte, si no a la morada abismal del averno; a la hoguera eterna. No lo soporté, me había convencido de mí final. Siempre fui un creyente, pero jamás había tenido a la divinidad de frente. En mi mente siempre pensé que sería garantizado el indulto o al menos la oportunidad de ganarme la misericordia de dios. Más había una eternidad de agonía frente a mí, en el mismo lugar donde yace el ángel maldito, arrastrado eternamente por el viento, como a los condenados que presencié, condenados como yo.

Comencé a forcejear. El frenesí se apoderaba de mi mente, el miedo se transformó en un terror que estrujaba mi corazón, sintiendo en cada fibra de mi ser las oleadas de un pánico imparable. Un genuino arrepentimiento que en mi vida había sentido, me quebró. Flaquearon mis piernas, desmoronandome en penuria sobre el pasillo. Más guardias tuvieron que venir a asistir al carcelero, llevandome hacia aquella maldita puerta. Símbolo mortal de mí infernal final. Indiferentes, me llevaban a rastras pataleando sin decir palabra, sin dirigir si quiera una mirada. Solo el frío gesto de quien solo cumple con su oficio, con una cínica alegría en el fondo.

Abrieron la puerta de par en par revelando a un océano de sangre hirviente que me inundaba hasta las rodillas cociendo mi ser. Contrastante con el cielo de un blanco imperante y una luz sin sol, tan incandecente, que me escozaba la piel. Y a sus habitantes; los engendros abismales , deformes y repulsivos, criaturas torturantes de los condenados a aquel lugar. Propinando azotes terribles que escaldaban hasta el hueso a los infames precitos. Acribillándo con lanza y flecha, torciéndo, rompiéndo y desgarrando con descomunales máquinas perversas y sus crueles garras, ultrajándo con virilidad demoníaca y empalando entre fuego y acero.

Conforme avanzaba, el oceano revelaba más pesadillas entre su oleaje, que se hacía cada vez mas profundo y frenético. Observé a inmensos e incontables navíos naufragantes, algunos invadidos por demonios cazadores de los infelices penitentes de aquellos barcos. Y gigantescas manadas de blancos caballos de crin flameante en carrera descomunal, galopando sobre las olas cual colinas sangrientas. Atropellando a las pobres almas que decidían saltar de las naves, por escapar de la crueldad demoniaca. Tambien vi a crucificados en cruces invertidas, que se ahogaban en aquel océano con la cabeza sumergida y el cuerpo emergente, desgarrando por aborrecibles aves de pico terrible.

Mi cordura estaba al limite, creí haber visto todo mal del que el universo es capaz. Hasta llegar al epicentro de aquel abominable lugar donde la fétida sangre me cubría hasta el cuello. Allí vi injurias peores a las anteriores, imposíbles de describir por nigún alfabeto dentro del reino de nuestro señor, por inhumanas e imposibles para el entendimiento mortal. Por ser torturas destinadas no a la destrucción de la carne o la cordua, si no a la del alma inmortal.

Yo me ahogaba y mi cuerpo hervía, intentaba moverme entre el sangriento oleaje, pero los numerosos cuerpos retorciendose a mi alredor lo hacían imposible. Me cocía en vida mientras aquel oceano maldito me tragaba. De pronto, el mar se hacía cascada cayendo en el osico avernal de la tierra, un abismo sin fondo con velo de sangre, que se abría en el centro de aquel ruín mar. Mis brazos se agarrotaban por el cansancio y mis piernas se resbalan entre la multitud de cuerpos. Los demonios me miraban especulantes y burlones mientras me controsionaba en aquel pandemonium. Llegué hasta el borde del abismo entre los cientos de cuerpos desfigurados, caí a en sus fauces, engulléndome en su vasta y profunda oscuridad. Sintiendome perdido y desesperanzado mientras caía hacía aquella infinidad. De pronto regresé a la realidad presente abriendo los ojos de repente, hallándome en la prisión rodeado de guardias. Tarde en orientarme, y en saber donde estaba. Más cuando fije la vista al frente, la ví. Vi a mi ejecutora, silente, fría e impavida.

Su metal refulgía pulcro sobre la madera bien cuidada y barnizada, le colgaban correas de cuero y se rodeaba en cables negros. La limpieza de los carceleros tan perfeecta era, que ni rastro de la mugre de los antes atendidos por la cruel ejecutora quedaba. Era una depravada analogía satírica de lo que representaba. Aquella maldita silla, representante de la justicia humana, era la puerta a mi condena eterna e inspiraba el más puro de los pavores. Intenté correr, comencé a empujar y a patalear como un niño suplicante. Pero los guardias me ataron a la silla sin mayor problema.

Me deshacía en sollozos exigiendo que me soltáran, esperando alguna clase caridad humana. Sentí correr el agua fría de la esponja típica del ritual de ejecuión sobre mi cabeza, con el metal duro de la cabecera encima. La correas me ataban con fuerza, apricionandome a aquel objeto nacido sólo para la muerte, me sujetaban a la prisión eterna del infierno.

Varias personas entraron a la escueta sala lugubre. Entre ellas reconocí al padre que me dió su bendición y al juez que me había condenado durante el juicio, los miré piadoso. Le pedí al padre que rezará por mí y salvara mi alma con tono tembloroso, pero serio. Intentando transmitirle mi miedo a la vez de mi legitimo deseo de caminar por la senda de Dios. Y él, me regaló la misma expresión infame compartida por los guardias. Solo ejercía su oficio, sin rastro de empatía sincera por mí.

Miré al juez que solo se molestó en mirar a la ventana frente a mí, como indicándome que la mirase. De está, se abrió una cortina, y allí estaban, todos ellos. Todo el público que expectante esperaba mí pronto deceso, como algo regocijante, desde cómodas sillas detrás de un cristal. Eran los rostros de las familias de las que juré ser su leal amigo o maestro. Los rostros con los que había compartido mil alegrías, intercambiando risas y consuelos. Entre la más pura de las confianzas, con los cariños más tiernos.

Y ahora, eran los rostros de todo el odio en el mundo hacia mí. Los rostros que con mis pecados mortales me había atrevido a herir. Al punto de engendrar un deseo de condena infernal. Aquellos que en mis últimos momentos de vida, me regalaban miradas de discordia, furia y asco.

Más miedo y pena por igual, retorcían mi sanidad y en irracional hipocrecía y discordia. Me atreví a ponerlos aprueba una vez más, víendolos como un camino a la absolución.

Si ellos pudiesen encontrar la bondad para perdonarme, quizá el señor también lo haría y podría salvarme de las ardientes garras infernales. Les miré con el más puro perdón en mis ojos. Grité por su piedad y misericordia, a ellos y a dios. Les pedí perdón desde el alma y el corazón. Dando juramentos tanto en tierra como en el cielo. Jamás había encontrado tal arrepentimiento por mis hacéres, ni había plantado tanta sinceridad legítima en mi lengua. Deseaba su compasión y la de nuestro salvador más que nada en el mundo. Ya no me importaba ni la dignidad o la muerte, ni tampoco los antiguos placeres. Quería salvarme y estar en paz. Deseaba no haber pecado jamás. Prometí en voz y en mente, no volver a ser merecedor de la bestia.

Grité así sin control ni pausa por largo rato y nadie me detuvo. El miedo, la melancolía, el arrepentimiento, todo me lo llevé a la boca plantándolo entre sollozos, les suplicaba una y otra vez compasión por mi alma, les intentaba explicaba mi pronto destino. Todos me escucharon pacientes a que acabase como si se regocijáran de mi arrepentida pena. Continué con mi obra hasta que la garganta seca y cansada no pudo más, y mi rostro se bañaba en sudor.

Los miré a los ojos una vez más, esperando alguna respuesta. Pero solo recibí un silencio largo y tendido. Vi en sus caras el dolor y la ira injertados por mí a la fuerza; me detestaban. Con temor y lleno de culpa, entendí que siendo el origen de todo su odio, no habría cristiano ni ángel en el cielo que en su bondadoso corazón pudiese encontrar la fuerza para regalarme el perdón que añoraba. Me vi entonces reflejado en sus ojos, calcinandome en el infierno que yo había creado en ellos.

El juez entonces dictaminó mi sentencia con voz serena y monotona. Enlisto mis crímenes y dió mi condena. Yo me yacía desahuciado sobre la silla, ya no escuchaba nada. Mi vista se hallaba perdida en la nada, sin creer a lo que estaba siendo condenado.

Uno de los hombres de la sala, se levantó y escupió al cristal que nos separaba, gritándome “asesino”. Todo el público lo coreó; “asesino”, “enfermo”, “desquiciado”, “condenado”. Me gritaban sin reparo que me fuese al infierno, que me pudriese. Con las caras deformadas por el odio más puro que jamás había presenciado.

Les intentaba hablar con mi garganta muda y cansada, con murmullos que exhortaban a la clemencia. No me importaba si era en vano, debía intentarlo, debía salvarme. Más el sonido de sus voces eran ensordecedoras y la mía no se alzaba de entre las de ellos. El final se acercaba, el castigo venía, la condena eterna. Cerré los ojos y deseé taparme mis odios. Exasperante era que mis manos como mi destino estuviesen atadas. Pude escuchar sus voces acrecentarse al unísono, dejando de ser los gritos de unas cuantas familias para convertirse en una multitud de voces que gritaban las injurias perpetradas en mi vida y la condena a la que me atendería.

Pude sentir el sabor metálico de una pieza que habían injertado en mi boca, y como me cubrían la cabeza con una bolsa con olor a muerte dejándome en completa oscuridad. Me arrepentía, me arrepentía, rogaba a nuestro salvador que me escuchase, estaba tan arrepentido de mi hacer. Le rogé entre murmullos "Porfavor señor de los cielos y de todos nosotros, regalame la clemencia, encuentra la compación por tu creación, salvame de mis pecados, salvame de la bestia y del terrible error que me llevo hasta ella", sin respuesta alguna.

Y la obra demoníaca, cizañosa y cruel; me hizo ver a través de mis párpados y la tela, a un guardia sonriente mirándome fijamente con palanca en mano. Lágrimas frenéticas recorrían mi rostro, le grité con mi garganta exhausta en bocaquiusa que se detuviera. Más su sonrisa maligna creció ante mi desesperación y bajó la palanca.

Sentí fuego correr en mi cuerpo, calcinándolo todo en mi interior. Mi ser se convulsionaba en dolorosas tensiones, rompía mis uñas clavadas contra la madera y mis dientes contra la pieza de metal en mi boca. Podía oler el quemado de mi carne y sentir cada parte de mí, ser desgarrada y destrozada. Mis ojos se cocían y mis órganos reventaban. Sentía como dejaba de ser yo. Más la agonía se extendía y no parecía detenerse, como si en el ultimo instante por lújubre obra satánica y mero placer por mi dolor, se me hubiese concedido la vida eterna.

Y entonces; lo ví. Alrededor de mí se alzaron columnas infinitas de ardientes llamas que hacían borbotar mi piel en llagas sanguinolentas. Observaba crueles deformidades de brazos extenderse desde las llamas hasta alcanzarme con sus devastadoras garras, destrozando lo que sería mi alma por la eternidad. Entre las columnas de fuego, vi una montaña gigantesca a lo lejos, con tres rostros apocalípticos que me miraban con fulgor infernal detenidamente. Mi mente comenzaba a estallar, el sonido, el olor, la visión, todo me expugnaba a la locura. Con los finales gajos de mí voluntad, alcé una plegaria al cielo suplicando por última vez piedad. Entonces como si pudiese escuchar mi mente, las fauces terribles de la imponente montaña se abrieron y soltaron una carcajada inhumana, que taladró hasta los confines de mi alma destrozada.

Todo el suelo a mí alrededor se congeló y un maligno hielo viviente comenzó escalar desde los pies de la silla, cortándome cual terribles cuchillas hasta el tuétano de mis pies. Los brazos nacientes del fuego, me arrancaron de mi asiento aún encendido e incrustaron mi rostro en el hielo. Quedando destrozado y chueco con los pies y el rostro incrustados en el suelo, dejando el resto de mi cuerpo contorsinado y expuesto, formando un enfermizo arco humano. Mis lágrimas se congelaban en mis ojos, el fuego quemaba mi torcido torso y las garras inclementes de los brazos terribles, rasgaban con euforia cada centímetro de forma que quedaba en mi.

Esto era el infierno, un pandemónium de agonía pura. Cerré lo que quedaba de mis ojos. Escapaba de mi comprensión esta eternidad. Esto tenía que ser una pesadilla, nuestro señor todo poderoso en los cielos divinos no podía ser tan cruel. Recé con todas mis fuerzas ignorando la carcajada infernal de Lucifer, la montaña maldita. También al fuego, a la tortura, al hielo, al dolor puro, lo ignoré todo, !todo¡. Buscando el amor de nuestro salvador. Buscando su misericordia hacia su creacion, buscando desesperadamente su glorioso perdón.

Cuando abrí los ojos, me hallé entero y sano en una gran nada oscura. Y esta, fue atravesada pronto por grandes rayos de luz desde una estrella dorada. De ella, emergieron doce criaturas inocentes de angelical rostro, mirándome con ternura. Emanaban suaves luces de los más hermosos y cálidos colores de la gloria divina. Me sentía frente a ángeles, me dejé llenar de paz y alivio con su armoniosa presencia.

Había sido perdonado. El señor en su infinita sabiduría y eterna bondad, me había obsequiado la piedad que tanto anhelaba. Las delicadas pequeñas figuras infantiles frente a mí, sonrieron con dulzura. Les lloré agradecido, los colmé de alabanzas y gracias. No tenía las palabras para decirles la paz que me daban. Estas figurillas celestiales, se mantuvieron serenas y en silencio, esperando a que terminase de alabarlas.

Entonces, interrumpiendo mis afectos sinceros. La más linda de las figurillas celestiales, se acercó. Tomó mis manos con dulzura y me miró con ternura por unos instantes. Era una hermosa niña inocente de ojos verdes con piel trigueña y negro cabello. Sus labios suaves y pequeños, se acercaron ligeros y sin desvíos hacia mi oido liberando la mas armoniosa de todas las voces; “yo también te rogué piedad”. Atónito, reconocí su tan familiar rostro, y el rostro de todos ellos.

Comenzaba a resvalarme de sus manos, directo hacía el abismo. Le miré con arrepentimiento y verguenza. Ella me respondió con la misma mirada de antes acompañada de esa leve sonrrisa. E impavida, observó como yo me desvanecía entre las tinieblas avernales. Hasta perder mi conciencia entre el fuego y el hielo, guardando el rencor hacia nuestro señor, por toda la eternidad.

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July 25, 2018, 10:32 p.m. 4 Report Embed Follow story
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The End

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Sebastian Martin Sebastian Martin
Lo he leído completo. Bueno, si el infierno existe, en este relato se describe a la perfección. Si la idea de escribir esta historia era hacer una presentación del infierno, creo que está mas que lograda. Tene cuidado con los signos de puntuación y el uso de algunas palabras. Por lo demás, me pareció muy buen escrito. Saludos!
July 31, 2018, 02:40

  • Ralte Beshcu Ralte Beshcu
    Muchas gracias! aprecio mucho tu cometario, checaré lo que has mecionado. July 31, 2018, 02:46
Ralte Beshcu Ralte Beshcu
Añoro ser escritor, por ende la crítica me sirve. Por favor, comenten.
July 26, 2018, 03:43
Ralte Beshcu Ralte Beshcu
Añoro ser escritor, por ende la crítica me sirve. Por favor, comenten.
July 26, 2018, 03:42
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