El Calendarista vive en el momento que existe entre las muescas uniformes y equidistantes del Gran Disco de Piedra giratorio.
El Calendarista es como una moda que se repite, como los lados del heptágono que lo acoge. Como una inhalación, que sólo cobra sentido cuando exhala. Como un latido en re menor, parodiando el Requiem de Mozart.
El Calendarista sólo cuenta hasta siete. Y muere cada instante que coinciden las muescas con el dedo índice de Dios -que siempre está señalando-.
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