seiren Seiren Nemuri

Fantasía/Historia Corta/Gay Elián está maldito pues sus pasos nunca andan solos y su mirada llama a la muerte. Cansado de su vida, intenta desaparecer los recuerdos que lo atan a ese pasado doloroso sin saber que no hay maldición más grande que el olvido, sin saber que su existencia cumple un propósito más grande. Miti, una criatura bendecida con luz de luna aparecerá para reconciliarlo con este pasado, para ayudar liberarlo de su maldición y para mostrarle el camino que debe seguir.


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Capítulo 1


La oscuridad era un consuelo pasajero, pues no todas las noches son oscuras y la vida no sólo se mueve de día, pero a veces se permitía un respiro, si no lo hacía se sofocaba, sentía que algo más profundo que la oscuridad lo devoraría. No sabía si sería así, lo intuía nada más, era una sensación que le cortaba el apetito y le cercenaba los párpados, pero incluso en esto encontraba cierto alivio. Aprovechaba sus noches en vela para recordar, para soñar, para estirar las piernas y prometerse que ya no dañaría a nadie más. Otro y se derrumbaría. Ya no quería seguir avanzando. Necesitaba un descanso. Por fortuna, sus compañeros dormían por el momento y esto le proporcionó la seguridad suficiente para retirarse la venda de los ojos y caminar por los alrededores para calmar sus nervios, sus ansias. Elián suspiró. Las copas de los pinos se mecían serenas bajo la luna desperdigando olores que se adherían a la humedad de la noche.

   Con paso experto se alejó del campamento. Por todos lados olía a vida, a agua, quizás una quebrada, un riachuelo o lluvia por caer. La noche estaba fría, la sentía adherirse al sudor de su piel, pero ya varias veces había desaprovechado la oportunidad de tomar un baño decente, apresurado por ese sentido de cautela que siempre lo hacía objeto de burlas.

   ¿Y acaso no siguen vivos gracias a mí?

   Irónicamente...

   Había tenido una jornada agotadora; a última hora el robo se vio comprometido. Todos supusieron que sería un encargo sencillo, y cuando se encontraron corriendo hacia el bosque para refugiarse no pudieron terminar de creerlo; sin botín y sin pago, el día llegó a su fin cargado de rencores. Tal vez fuera una señal, el último empuje que necesitaba para dejarlos. Era fácil, regresar por sus cosas para después marcharse sin ver atrás.

   Pero viajando solo llamo demasiado la atención.

   No sabía por qué, sólo sucedía. Quizá era el hedor, la muerte que colgaba de sus pendientes y collares; recuerdos brillantes y pesados que lo mantenían vivo y atento, como si fueran objetos de valor que siempre alguien intentaba robar.

   Cuando soy yo el verdadero ladrón.

   No iba a pensar en ello, no ahora. Elián se obligó a seguir avanzando y pronto se vio contagiado por los sonidos de la noche. Los insectos gorgoreaban tonadillas serenas y ojos amarillos y luminosos vigilaban su paso con acertada desconfianza. Elián caminaba con los ojos abiertos pero no se permitía ver mucho, demasiado acostumbrado ya a que fueran los sonidos del mundo los únicos encargados de comunicarle su vida, advirtiéndole siempre que debía mantenerse alejado. Así, con la vista fija en sus pies cansados, continuó avanzando. Todavía no podía sacudirse esa sensación incómoda que no terminaba de reconocer. Iba más allá del dolor de sus articulaciones y el peso que el cansancio había depositado sobre su espalda. Le ardían los ojos. Le quemaban las manos. Anhelaba cualquier tipo de contacto, alguien que le dijera que ya pronto todo terminaría y que incluso en su muerte respetarían su cuerpo y su voluntad.

   ¿Alguna vez lo han hecho?

   Apenas había dado un par de pasos cuando el repentino aleteo de una lechuza lo distrajo; el corte fugaz en el viento, el cambio momentáneo de la brisa y el reverencial silencio que se hizo ante la majestuasidad intuida de la criatura… todo le pareció hermoso. No recordaba la apariencia del animal, pero a fuego había grabado al interior los sonidos que despertaba. En muchas ocasiones se pasó noches enteras arrullado por su protección, sin nunca descubrir el mensaje que cargaban consigo. Elián los reconocía como los mensajeros de la noche, pero con él nunca habían hablado. Quizá ahora…

   No supo cómo pasó, cómo fue tan descuidado, quizá se debió a ese estado de instintiva libertad, en todo caso, bastó un simple segundo para que su mirada, que apenas había rozado la punta de las alas del animal, lo detuviera, y así el ave, sin sentir nada y en pleno vuelo, cayó fulminada, desprovista de la vida que segundos antes todavía alimentaba sus alas.

   Elián contuvo la respiración, y apretando ojos y puños se recriminó mentalmente la vida apagada debido a su torpeza. Siempre pasaba así de rápido, no le quedaba un segundo para pensarlo, un segundo para retroceder, como si sus ojos parpadearan más rápido que el tiempo y la muerte se sujetará de ellos con más fuerza que la vida, manteniéndolos abiertos lo suficiente para hacerse camino.

   Tendría que haber escuchado el lamento en su pecho, quiso hacerlo, pero en medio del dolor un nuevo sentimiento comenzó a hacerse espacio porque, después de todo, ¿cuántas oportunidades así se le presentarían antes de morir? Elián tomó un largo suspiro, y apretando sus puños con más fuerza todavía, se acercó al animal.

   El bosque se había quedado callado esta vez por otra razón, la luna brillaba con intensidad y la claridad le resultó de sobra bienvenida. Se arrodilló a poco centímetros del animal y con silenciosa delicadeza lo tomó entre sus manos. Seguía cálido. Pequeñas motas negras se apreciaban desperdigadas en el blanquecino plumaje del animal. El pico, amarillento y corvado, le provocó temor, al igual que la sombra de unos ojos negros tan acostumbrados a la oscuridad como los suyos.

   —Que la gracia de los Eternos bendiga tu camino —dijo. Hizo un gesto con la mano, dibujando un intrincado triángulo en el aire—. Sé mi mensajero y haz que al fin vengan por mí.

   La bendición de su gente, un pueblo perdido en el tiempo, en los intrincados senderos de las negras montañas de Mork.

   ¿Y de qué sirve ver hacia el pasado en busca de rituales que nunca me otorgarán el perdón?

   Elián no había nacido en esa tierra, en la gran migración antes de la condena de Los desheredados, su madre había sido de las pocas personas que habían conseguido llegar a Lyse, antes de caer abatida por un parto prematuro que acabó con su vida pero inició la de él. Y sin embargo, siempre se las había arreglado para mantenerse conectado a una cultura que ya sólo existía a través de sus ojos y que nunca había sido misericordiosa con él.

   Treinta y siete años viendo el mundo a medias, escuchando reproches y maldiciones sobre un pueblo con el que no se sentía identificado, heredando una maldición que lo condenó desde su rito de iniciación, cuando sus ojos se abrieron por última vez al mundo de la luz, colorido, amable y sereno, para fundirse en la oscuridad de la muerte y peor aún, en la frialdad de un mundo del que no estaba acostumbrado a recibir más que odio.

   Es inútil… No recuerdo nada. Es inútil.

   Un nuevo aleteo lo distrajo, pero en esta ocasión se contuvo. Le dio un último vistazo al animal mientras con delicadeza acariciaba su suave plumaje. Faltaba tiempo para que el cuerpo comenzara a descomponerse, pero Elián ya sentía en sus manos la rigidez y el hedor de la muerte. Con resignación dejó el ave en el suelo y luego de proferir una última plegaria, tomó una de sus plumas.

   —Una vida silenciada no es una vida olvidada —murmuró con reverencia. Se quitó uno de sus pendientes y con habilidad ensartó en este la pluma para luego devolverlo a su oreja, en donde pendió junto con el recuerdo de otras vidas que reposaban ahora mucho más enterradas.

   Antes de continuar su marcha, Elián, con tristeza, volvió a cubrir sus ojos.

   No habrían más muertes esa noche.

  

Al llegar al arroyo el murmullo del agua consiguió relajarlo un poco. Se arrodilló en la orilla y sumergió su brazo hasta el codo: el agua estaba helada y pensó que así contribuiría a que el ardor de la muerte no se le terminara de adherir a la piel.

   Ya es un poco tarde para eso, ¿no te parece?

   Cuando Elián terminó de desvestirse removió todos los accesorios de su cuerpo, y con la naturalidad propia de quien se entrega a la vida aunque sea a regañadientes, fue sumergiéndose. La piel se le erizó y sus extremidades se entumecieron un poco, pero el baño no sólo se lo tenía merecido, lo necesitaba.

   Apesto.

   Restregó ambas manos contra la fina y fangosa arena del fondo perturbando el calmado correr de las aguas. Rayos de luz ondeaban con delicadeza, rozando su cuerpo, para luego perderse con la corriente. A lo lejos podía escuchar más caídas de agua, finas pero constantes, con sus murmullos plácidos y agradables. Elián se dejó ir de espalda. Su figura resaltó en ese juego de luces y sombras; varias heridas cruzaban su pecho, abdomen y piernas, pero la cicatriz más profunda la lucía en su hombro izquierdo, era grande y ahí donde iniciaba y se perdía sólo podía apreciarse una línea de piel lisa y sonrosada. Lo peor no había sido eso; todavía lamentaba haber comprometido la movilidad de su brazo, de haberse encontrado en mejor estado no se habría visto en la necesidad de usar sus ojos, y no habría...

   Pero tú sobreviviste.

   Elián sintió que el agua lo cargaba y sin pretenderlo se dejó arrastrar. Si su vida dejara de ser tan incierta para moverse con esa misma serenidad, que fácil sería todo, qué cómodo y placentero, lejos de todas esas voces que nunca lo dejaban descansar en paz. A punto estuvo de sumirse en estas contemplaciones cuando algo lo distrajo: los insectos habían dejado de cantar.

   Elián tomó una bocanada de aire. Lo primero era localizarse. ¿El agua en verdad lo había arrastrado o fue sólo una impresión? Se había relajado tanto que le era difícil precisarlo. En todo caso, lo que menos necesitaba era demostrar alerta. Fingiendo que no pasaba nada comenzó a tantear el suelo, buscando la orilla con los pies, intentaba que sus movimientos no delataran su prisa y su temor.

   Si mueres hoy lo tendrás bien merecido.

   No le temía a la muerte, le temía a lo que podrían hacer con su cuerpo.

   A medida se fue calmando comenzó a notar otras cosas; no sólo había cesado el canto de los insectos, la atmósfera estaba más pesada, y por más que intentara racionalizarlo, ese silencio no era del todo normal; todavía tendría que escuchar el correr del agua, el siseo de las copas de los árboles, el chapoteo de su cuerpo buscando la salida, incluso el murmullo de la noche. La piel se le erizó de temor, pero con la misma naturalidad fingida se levantó, sin pensar mucho en lo vulnerable que se presentaba a sus enemigos. Aunque, de haberlo querido, ¿no lo habrían asesinado ya? Llegó hasta la orilla y recogió sus cosas, e intentando prolongar la ilusión de no saberse descubierto, mientras se vestía, comenzó a cantar:

Del cielo tus ojos no emulan el color

fue el cielo que amándote en ti se posó

ahogado, fingiendo no reconocer el calor

que en noches furtivas no sólo soñó.

Soñó y soñó el cielo anhelante

calor y piel deseando tener

posó en tus ojos su mirada distante

color sepultado cada anochecer.

   La voz le salía algo ronca y no muy clara, todavía tenía la piel erizada pero peor era no haberse recuperado de la impresión de saberse acechado; al menos ya estaba vestido y el peso de sus armas le proporcionaban cierta seguridad. Podría quitarse la venda, así sería más fácil, pero si el instinto le había fallado y se sentía amenazado sin razón… El peso de la vida arrebatada apenas minutos atrás se le presentó como un fugaz y muy inoportuno aleteo; sacudió la cabeza, decidido: esa noche no volvería a matar. Sin embargo, esto lo enfrentaba contra un nuevo predicamento: ¿regresaba al campamento o tomaba otro camino aunque existiera el riesgo de perderse?

   El bosque de Los alados le era terreno desconocido. La experiencia lo había dotado de habilidades extraordinarias, pero siempre tuvo claro que la mejor garantía de vida era la precaución. Adentrarse mucho más en el bosque podía constituir una sentencia de muerte, y más le valía enfrentarse a un enemigo que podía vencer.

   Tranquilízate, ni siquiera sabes de qué se trata, lo más seguro es que sigas con miedo por lo que pasó más temprano.

   Era bastante bueno percibiendo la presencia de los demás, hombre o animal, así que las circunstancias actuales no hacían sino confundirlo. Pero no podía quedarse sin hacer nada. Decidido, Elián comenzó a avanzar por el camino que ya había recorrido. Su cuerpo seguía tenso, la nuca le pesaba sometida por una incomodidad y por un presentimiento que no conseguía materializar.

   —Soñó y soñó... —susurró, intentando tranquilizarse—. Deseando tener…

   Un extraño viento agitó las copas de los árboles, los troncos también comenzaron a chirriar ante la fortaleza de las ráfagas. Elián no se detuvo, todo lo contrario, apresuró el paso, sintiendo ahora —y a su espalda— una presencia demasiado intimidante y extraña. El miedo se apoderó de él. Sus sentidos estaban preparados para todo, entonces, ¿qué era eso? Un escalofrío le recorrió la piel en una fracción de segundo, el ulular del viento parecía susurrarle advertencias, en el aire olió una sentencia de muerte. El silencio lo había alarmado, pero los ruidos que ahora escuchaban no eran mejores.

   Te va a alcanzar, ¡voltéate y enfréntalo como un hombre!

   Elián se detuvo de golpe; la cuchilla atrapó el resplandor de la luna en su filo hasta que ésta desapareció bajo una densa cortina de nubes; su otra mano reposaba cerca de la venda, sólo como último recurso.

   —¿Quién eres y qué deseas? —preguntó, aparentando indiferencia. Creyó que extendiendo la mano podría tocar eso que sentía enfrente de él, sin embargo, no lo intentó, apretó su cuchilla con más fuerza y esperó.

   —Te has adentrado demasiado en el bosque —dijo la desconocida criatura.

   Un hombre. No. Un joven.

   —No me lo parece así —replicó Elián, menos tenso ahora, aunque la presencia del joven no dejaba de ser intimidante por razones que seguía sin poder descifrar.

   —El mensaje ha llegado. Fue bendecido por las lágrimas de Sailini —continuó el muchacho.

   —No entiendo lo que dice, creo que me ha confundido.

   —¿Ah sí? —sonrió—. ¿Qué falta? —titubeó—. ¡Ah! Venga conmigo.

   No tuvo tiempo para reaccionar, sin poder defenderse, el joven se hizo con su cuchillo, y no sólo eso, pese a intuir un cuerpo mucho más delgado y pequeño, logró superarlo en el forcejeo, dejándolo de rodillas. Elián quedó tan consternado que no fue capaz de sentir los suaves dedos que se deslizaban sobre su rostro.

   —Y ya no necesitará esto…

   —¡Espera! —gritó al sentirse despojado de la venda. Si miraba la muerte una vez más…

   —No tenga miedo —susurró el muchacho cerca de su boca—. No me matará.

   Elián se mordió los labios, mortificado por la curiosidad que experimentaba. ¿Cuánto tiempo llevaba ya sin ver a un ser humano vivo?

   Sin abrir los ojos extendió la mano y pronto se encontró con el cálido pecho del joven, con un retumbar sereno y pausado que olía a verano y a noche. Elián continuó tocando; se sintió capaz de hacerse del cuello del muchacho con una sola mano, parecía tan fácil: asfixiarlo, romperlo, terminar con todo y alejar el miedo de una buena vez; pero se limitó a sentir cómo este pasaba saliva para pronto seguir explorando, invitado por una sumisión poco fingida; lo recibió un rostro andrógino de facciones finas y delicadas y una piel demasiado tersa para ser ignorada.

   —Mi nombre es Miti —dijo el joven.

   —¿Cómo puedes estar seguro de que no te haré daño? —inquirió Elián, dolido—. Nunca ha habido excepciones.

   —Puedo probarlo.

   —No abriré los ojos —insistió—. Si te estorba la vida ve a buscar a alguien más; no quiero este peso sobre mí, ni este…

   —¿Hedor? —interrumpió—. Ni es una carga ni apesta, es tan ligera como una pluma y huele a… noche y verano —volvió a sonreír—. No me matará.

   La voz del joven le transmitía confianza.

   ¿Acaso te has vuelto loco? No hay manera de que…

   Poco a poco, con un extraño calor expandiéndose en su pecho, Elián abrió los ojos, y abandonado tal vez por esa oscuridad que siempre había sido su guía, el cielo volvió a despejarse, revelándole, por un pequeño segundo al inicio y luego muchos más, la presencia del extraño joven a quien, aceptaba ahora, su miraba no iba a matar.

   —¿Cómo es posible? —susurró. El calor en su pecho se había transformado en dolor, uno dulce que habría querido contener para siempre.

   Instintivamente levantó las manos hasta alcanzar el rostro del muchacho, lo que sus ojos veían no podía ser más hermoso: una piel pálida, casi traslúcida; ojos azul cielo coronados por pestañas blancas y pobladas; cabello rizado, largo, voluminoso reposando sobre hombros desnudos. No era la rareza de las circunstancias o la belleza de la vida misma; ante sus ojos tenía a una criatura extraña que, aunque de apariencia humana, parecía estar mucho más allá.

   —¿Quién eres? —preguntó, confundido, cautivado y atemorizado en partes iguales.

   —No importa ahora —sonrió Miti.

   —Importa para mí —masculló Elián. Mordió sus labios para contener el arrebato pero, ¿para qué contenerse?

   Volvió a acariciar el rostro de Miti, pero esta vez reduciendo la ínfima distancia que los separaba. La piel de Miti estaba cálida, tersa, ¡viva! Más viva que todo lo que había tocado antes.

   —No —dijo de la nada—, tú estás más allá de la vida misma.

   Miti volvió a sonreír, inclinándose un poco para recibir con más facilidad las caricias proporcionadas. Se mordió los labios, todavía risueño, y rozó con sus propias manos la fría piel de Elián.

   —No puedo creerlo —continuó Elián entre suspiros contenidos—, no imaginé que algún día podría volver a… Esto es… Por los Eternos, si muero ahora…

   —No hay que precipitarse —lo interrumpió Miti—. Por el momento, venga conmigo.

   Elián asintió y se levantó luego de que Miti lo hiciera. Recordó dolorosamente que todavía había más vida en el bosque, y temiendo acabarla debido a su incontrolado estado de excitación, comenzó a buscar la venda para apagar sus ojos.

   —Está bien —dijo Miti—. Camina con calma. ¿No se lo dije? Las lágrimas de Sailini lo han bendecido; esta noche al menos.

   Te puede estar llevando a tu tumba, se recriminó, pero la emoción superó a sus instintos motivado por promesas con las que nunca se había atrevido a soñar.

   Por unas horas más con los ojos abiertos soy capaz de…

   No necesitó pensarlo más y, decidido, siguió a Miti.

March 19, 2018, 4:43 p.m. 0 Report Embed Follow story
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