p-r-whitehallow1621434268 P.R. Whitehallow

Këko viaja, y puede hacerlo de muchas formas, pero a veces, ni siquiera él sabe dónde (o cuándo) se encuentra.


Short Story Not for children under 13.

#sirenas #fantasía #elviajerodeltiempo #romance #pasadoypresente #tiempo
Short tale
4
5.7k VIEWS
Completed
reading time
AA Share

Këko

Abre los ojos, siente un profundo malestar en todo su cuerpo y le parece escuchar el sonido de rocas chocando entre sí. Había dejado en claro que tenía toda la intención de dormir hasta pasadas las trece caracolas, ¿qué parte de todo aquello era difícil de entender para sus compañeros? Se estira, dejando salir un silbido molesto mientras despega su vientre de la roca en la que había estado durmiendo.

—Por fin despiertas —sonríe una mujer, apareciendo a su lado, en cuanto aparta una cortina de algas. Antes de que pueda comprender qué está pasando, los labios de ella se encuentran sobre los de él en un momento y, al siguiente, nada hacia otra cueva, repleta de trastos—. ¡Ah, esto es tan emocionante!

Se queda un momento viendo cómo la mujer va de un lado a otro, recogiendo objetos que le resultaban vagamente familiares, aunque no puede identificarlos del todo. Mira cómo los coloca en una bolsa de viaje. La mancha gris detrás de la aleta dorsal de ella hace que se sienta incluso más confundido, así como el destello de un collar que se supone que está a medio acabar. Intenta pronunciar una palabra, pero la mujer lo mira con sus ojos azules brillando bajo los rayos de sol que se cuelan entre las rocas.

—¿Pasa algo? Vamos, tenemos que partir cuanto antes, Këko —le dice, tomándolo de la mano, guiándolo hacia afuera, al inmenso océano que los espera, lejos de la columna de rocas donde dormían.

—¿A dónde? —pregunta, por fin, siguiéndola sin mucha dificultad. Ella lo mira con absoluto asombro, casi rozando el terror.

—A las Cavernas.

Su cuerpo se olvidó de cómo hacía para seguir nadando. En otro momento, en otro contexto, habría preguntado a qué cavernas se refería, pero no cuando un collar decorado con una caracola que había estado buscando entre la arena cuelga del cuello de alguien más. No cuando una mujer lo mira con el corazón a punto de partirse. Inmediatamente se corrige la expresión mientras vuelve a tomar su mano.

Ella, aunque sonríe y le lanza algunas miradas que le dan una sensación cálida en el pecho, está distante. Këko lo nota en los gestos, en cómo el rostro vuelve a ser una máscara de tristeza que empieza a clavarse como un diente de tiburón en su propio corazón. Hace una mueca y, tal como hace cada vez que sus amigos están así, empieza a hacer chasquidos y a saltar sobre la superficie. Nota que lo mira confundida en un comienzo, incluso le parece ver que rueda los ojos.

Lleva un buen rato y todo parece estar siendo un completo fracaso. Aprieta los labios y, antes de que pueda volver a nadar al lado de ella, su piel pica como si estuviera nadando cerca de anguilas eléctricas. Se revuelve y nada hacia la superficie, cayendo como un peso muerto contra el agua.

—¿Estás bien?

La voz de Mako lo deja confundido. Mira en todas las direcciones, pero no hay rastro de ninguna mujer, nadie más que su manada. Está cerca del Cabo Ecuatorial, siente que la corriente arrastra el olor que aprendió a asociar con las mujeres maduras, lo que implica solo una cosa. Los otros parecen divertirse ante la confusión. «Quizás he estado durmiendo», piensa, sacudiendo la cabeza y nadando un poco más rápido, dispuesto a no quedarse atrás.

Payka, Këak, Luki y Mako se dispersan antes de ingresar a lo que reconoce como el sitio al que le habían prohibido ir durante años. Se asoma por el borde de un arrecife, oteando para encontrarse a las mujeres que bailan y emiten chasquidos mientras los otros intentan llamar su atención, algunos con obsequios, otros con poses ridículas. Muerde su labio mientras se aleja, nadando hacia una zona tranquila, sospechando que no tiene oportunidad. Es joven, apenas ha alcanzado la madurez, y ya ha escuchado demasiadas veces a sus compañeros de manada que sus peores años eran los primeros. Por eso se recuesta en una roca, bastante alejada del resto, donde puede tejer con algas un collar que lleva en su pequeña bolsa.

El recuerdo de su sueño es demasiado fresco como para no fruncir el ceño al ver tal preciado objeto en su mano. Una caracola rosa con los bordes azulados, sus bordes son como púas, dándole el aspecto como si fuera un ojo cerrado. Concentrado en ello, sigue trenzando las algas, colocando algunas piedras brillantes.

—¡Oh! Qué bonito —chilla alguien detrás de él, haciendo que sus manos se crispen y casi salga nadando hacia la superficie—. Perdona, la verdad que no me pude contener —dice, llevando sus manos hacia la boca. Sus ojos son vivaces, de un azul que deja a Këko reducido a nada. Hay algo familiar en la mujer frente a él. Parece un par de años más chica, con el cuerpo ya desarrollado, pero debía rondar por los cinco. Siete si estaba siendo generoso e interpretaba las cadenas que decoraban la cintura.

—Incompleto —logra pronunciar, sin saber qué hacer con sus manos y el collar. Ella sonríe y nada hasta que sus estómagos están casi tocándose. Requiere un esfuerzo mayúsculo el poder entender las siguientes palabras.

—Me llamo Akia, ¿tú eres...?

—Këko. —Trata de nadar un poco hacia atrás, pero ella no parece comprender qué pasa con él. Tampoco se ve capaz de articular las palabras para explicarle lo que ocurre.

—¿Viniste la temporada pasada? Me pareció ver a tu grupo de viaje intentando coquetear con mis hermanas. —Këko apenas logra asentir con la cabeza, acorralado entre la pared del arrecife y Akia—. ¿Por qué no participaste la vez anterior?

—Menor de trece. —Difícilmente se comprende lo que murmura, bastante distraído por sentir la cercanía entre ambos. Recién entonces ella parece comprender lo que ocurre y de inmediato empieza a formular disculpas. Le lleva un momento calmarse, ordenando un poco sus pensamientos.

—Perdona, pero te veía tan... No importa, ¿quieres acompañarme?

Këko cae en la cuenta de cómo ella inclina la cabeza, cómo parece querer estar cerca y actúa parecido a las otras mujeres que había visto años atrás. Asiente, convenciéndose de que tiene tiempo para poder calmarse y entablar una conversación. Muy probablemente fuera simple curiosidad y nada más.

Su piel pica, de nuevo.

—Estás emocionado —ríe Payka, quien nada a su derecha; su mujer e hijo, recién nacido, lo acompañan. Këko resopla y dirige la vista al frente, donde apenas logra reconocer a las Cavernas de Mïlokiaque que emergen de las profundidades. Sacude la cabeza, intentando saber en qué momento está—. ¿Sueños?

—Creo. Son raros —dice, apretando con fuerza la correa de su pequeño bolso. Nota el dolor sordo de las nuevas cicatrices, como un viejo recordatorio del presente. Payka le toca gentilmente el hombro—. Más frecuentes.

—Seguir adelante. No queda otra.

Këko asiente, sabiendo que es el mejor consejo que puede obtener de su anterior compañero de viaje. Apenas habían pasado dos años, pero se sentía como una eternidad. Había viajado por los mares, observando tanto a los insoportables que vivían en las copas de los árboles como a los humanos que se aventuraban a aguas sagradas. Todo ese tiempo había bastado para que su instinto de supervivencia le hiciera dar media vuelta y regresar a los arrecifes, preguntando por la única mujer que le interesaba.

Para su terror, todo lo que había conseguido reunir es que ella se encontraba de camino a las Cavernas. No sabe si con un mejor candidato, pero siente cómo su piel empieza a picar ante la idea de llegar demasiado tarde. Odia saber que puede ir a dónde quiere, que su cabeza de vez en cuando decide incluso hacerle saber parte de su camino futuro y lo que pasó. Lo odia, porque sabe que ese camino es tan estable como las embarcaciones humanas en medio de las tormentas de alta mar. Así como su futuro podía estar junto a la única mujer que le había prometido terminar el collar, bien podría terminar siendo el seguir vagando por distintas aguas, siempre intentando alejarse de la soledad y ganando cicatrices.

Es vagamente consciente de que está llegando a las Cavernas cuando siente un chasquido que lo llama. Inmediatamente empieza a mirar en todas las direcciones, deteniéndose en una mancha negra y blanca que se acerca. Con el corazón en un puño, aguarda hasta reconocer los rasgos, mucho más definidos. En cuanto está seguro de que no es un sueño, que está en el momento y lugar que corresponde, nada hacia ella, rodeándola con sus brazos mientras besa sus cabellos negros. Susurra su nombre, apenas cabiendo en sí de alegría.

—Këko, mi Këko, pensé que llegarías demasiado tarde —dice ella, acurrucándose contra su pecho. Eso hace que abra los ojos y mire hacia el frente, donde otros hombres emiten chasquidos molestos, pero se alejan de todas formas—. ¿Ahora sí puedo ir contigo? Por favor, mi amor, déjame estar a tu lado.

—Ven —asiente, mirándola a los ojos. La sonrisa de Akia lo desarma por completo y coloca el collar con la caracola, ya terminado, alrededor de su cuello. En ese momento, los ojos de ella brillan, haciendo que sus entrañas vibren y su piel arda de emoción.

May 13, 2023, 1:58 a.m. 0 Report Embed Follow story
4
The End

Meet the author

P.R. Whitehallow Fan de los dragones (y la fantasía). Escribiendo un universo de Fantasía. Habilidad en desarrollo para meterme en proyectos enormes.

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~
Velo
Velo

Del otro lado del velo, un mundo donde la magia tiene las más variadas apariencias y lo imposible puede volverse posible. Allí, del otro lado, están las tierras de Enchantland, donde brujos y magos se ocultaron de la Inquisición en el siglo XVI; y más allá del océano, se encuentra el continente de Landon, donde la magia y la ciencia pelean a muerte. Pero la magia tiene tantas capas que no todos pueden encontrarse del otro lado. Read more about Velo.