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EL POETA PRECOZ


A las doce del día 18 de enero de 1969 nació nuestro hijo.

En ese tiempo, mi esposa, Dolores trabajaba de profesora de escuela y cursaba quinto año de la Facultad de Filosofía y Letras. Yo dibujaba a medio tiempo en una compañía constructora y estaba en cuarto curso de Arquitectura.

Teníamos en la cabeza la idea de cambiar el mundo. De dar el gran salto. De salir del marasmo de una época colonialista conservadora y llevar al país por los caminos esperanzadores del socialismo y la revolución sexual de la mano de Marcuse y Reich.

Como se pueden imaginar, éramos pobres, pero de esa pobreza filosófica que engrandece a quien la practica sin ceder en sus afanes libertarios. Vivíamos con lo necesario. Y nada más.

La falta de bienes materiales la suplíamos con una amplia colección de libros de literatura, muchos de ellos sustraídos de bibliotecas públicas o de amigos despistados.

Jóvenes, vitales, fogosos y con las ideas revolucionarias de mayo del 68 en la cabeza, nos dejamos llevar por las hormonas y terminamos siendo padres de un sietemesino.

Estábamos felices. Era nuestra primera edición. Empastado en blanco y con dos hermosos ojos en la portada.

Ante las insistencias literarias de su madre por la coincidencia de la fecha de nacimiento, el muchacho tuvo que aceptar el nombre de Rubén Darío.

Todo era deslumbramiento. Incredulidad. Orgullo.

Pero después, nuestra vida diaria se transformó: reemplazamos las salidas nocturnas con los amigos por charlas familiares con el recién nacido; cambiamos el vino acostumbrado en las reuniones, por agua de canela con un toque de anisado y reemplazamos los jugosos asados por papillas que compartíamos con el pequeño.

Acostumbrado a nuestra presencia permanente, hizo suyo el léxico cotidiano que utilizábamos ha pedido de su madre opuesta al típico lenguaje infantil.

Emocionada por este fruto de sus entrañas y para cuidar al niño, Dolores decidió tomar su año sabático. Y para no desperdiciar el tiempo y avanzar en la preparación de su tesis de licenciatura se dedicaba a leer en voz alta, durante todo el día, poemas de García Lorca, Machado, Neruda y José Hernández.

Rubén Darío, el nuestro, el nuevo, escuchaba.

Al tercer mes empezó a dar muestras fehacientes de interés en la lectura.

Dos meses después disminuyó sus horas de sueño y aumentó su atención a las lecturas de su madre. Ya era innegable su devoción por las letras.

En la noche cuando el muchacho dormía, nuestros entusiastas comentarios sobre los precoces intereses literarios de Rubén Darío eran el afrodisíaco para unas fogosas relaciones.

A los seis meses ya reconocía los rostros de los poetas: “—arío, ía lorca, chado, nández”— comentaba mientras revisaba una compilación fotográfica que su madre reunía como parte de su tesis.

Una madrugada nos despertó con sus primeras palabras descifrables: “—...piececitos de niño, azulosos de frío”— dijo, pues se había descobijado y no conocía otra manera de avisarnos sino usando los versos de Gabriela Mistral.

Ahí nos percatamos que estábamos criando un poeta.

Lo siguiente ya fue incontenible. Una colección de sorpresas ligadas a la literatura:

Al cumplir un año ya recitaba de corrido extractos del “Martín Fierro”, de las “Rimas” de Bécquer y de las “Incoherencias” de Amado Nervo aprendidos de las lecturas de su madre.

A los dos años ya sabía leer de corrido y empezaba a escribir, pero no tenía buena caligrafía. El mismo consideraba su escritura como “patoja”.

Nosotros, sus padres, éramos un par de embobados admiradores. No teníamos vida sino para el pequeño poeta que no hacía otra cosa que leer y comer.

Disfrutábamos inmensamente de su capacidad intelectual. Pero éramos egoístas al mantenerlo en casa sin darlo a conocer al mundo. Eso iba contra los principios socialistas de libertad e igualdad que pregonábamos puertas afuera.

Y ese fue nuestro error.

A pesar de la dedicación permanente de Dolores que casi no salía de casa y cuando lo hacía era como un pretexto para tomar un poco de aire, llegó el día de la rebelión:

—A partir de mañana yo escogeré mis lecturas— nos comunicó una noche mientras su madre le ponía el pijama.

Esa noche nos desvelamos preocupados por los posibles perjuicios que aquella sentencia nos causaría.

Y al siguiente día empezamos a apreciar los cambios.

Pasó de las lecturas tiernas y románticas de Gustavo Adolfo Bécquer y Jorge Isaacs a lo social, político y subversivo.

Nos dimos cuenta una mañana poco antes de cumplir tres años, cuando gritaba a todo pulmón “La elegía del niño marinero” de Rafael Alberti, mientras estaba sentado en su bacinica.

Completó nuestra turbación cuando una tarde de domingo mientras mirábamos la televisión, nos sorprendió cantando a trío con Víctor Manuel y Ana Belén, toda la letra de “España camisa blanca de mi esperanza”.

Cuando intentamos hacer un comentario sobre su espontánea presentación, frunció el ceño y salió de la habitación tirándonos la puerta en las narices. Eso nos llegó al alma.

Su rebeldía no duró mucho tiempo pues volvió a sus libros con desesperación.

Pero su nuevo interés terminó destrozándonos: cayó en el hermetismo de los poetas malditos.

Y de leer a Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé, pasó a devorar a César Vallejo, Alfonsina Storni y Medardo Ángel Silva.

Un aroma a absenta se había instalado en nuestra casa a pesar de los esfuerzos de Dolores para convencerme de que solo eran ideas mías.

A los cuatro años empezó a sufrir de depresión crónica y no se bañaba ni se cambiaba de ropa.

Dejó de tomar leche y a escondidas bebía agua de canela y escribía consignas extremistas en las paredes: “Lucharemos hasta conseguir una hermana”, “Padres opresores”, “¿Merece la pena vivir la vida?”, “Nos quieren igualar a palos”.

Empezó a usar flores en el pelo y aretes en las orejas y vivía frustrado porque no le crecía la barba.

Una tarde, para curarlo de la depresión, y para alejarlo de cualquier idea suicida, optamos por sacarlo de paseo a un centro comercial.

La impresión fue tan fuerte que perdió el habla.

Al siguiente día aprendió a tejer a crochet y no ha vuelto a abrir un libro.

Nosotros no nos movemos de su lado esperando el milagro de que vuelva a hablar y por primera vez diga “papá y mamá” como cualquier niño norma

Feb. 24, 2018, 10:44 p.m. 3 Report Embed Follow story
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To be continued...

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Ariel Carraro Ariel Carraro
De lo mejor que he leído en esta plataforma.
February 25, 2018, 19:41

  • Luis Ponce Luis Ponce
    Gracias por tu generoso comentario Ariel. February 25, 2018, 21:44
  • Luis Ponce Luis Ponce
    Gracias por tu generoso comentario Ariel. February 25, 2018, 21:44
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