En cuanto llegué a mi casa llené con J&B el único vaso limpio que había en la cocina, mientras todavía me temblaban las manos. Apuré el trago en un par de sorbos, dando profundas caladas a un cigarrillo como si fuera el último de mi vida. Después me quité la ropa y puse todo en una bolsa grande de basura. Cuando mi piel entró en contacto con el agua caliente de la ducha, por lo menos conseguí aliviar un poco mi cuerpo. Pero mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo que había pasado y volví a revivir la misma escena una y otra vez. Intenté lavarme con toda la fuerza que me quedaba en los brazos. Sin embargo, por más que frotara mi cuerpo con la esponja, no conseguía quitarme de encima el hedor de mis culpas, ni limpiar mi alma.
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