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cap. 1

– Sube, te acerco a casa.

Apenas vivía a dos calles del pub donde habíamos pasado la tarde. Dos tapas y varias copas de vino más tarde, nos encontrábamos dirección hacia su coche. Continuamos hablando y sin ni siquiera darme cuenta, estábamos en la puerta de mi casa, sentados en su coche y con el motor apagado.

– Me lo he pasado bien, pero el próximo día no traigas el coche y nos pedimos una botella. Eso sí, elegiré yo el vino, nada de experimentos… ¿Te parece?
– ¡Claro! Quedamos un viernes después del trabajo y volvemos al bar de hoy, que tenemos que probar ese Ribera del que hablabas.

Mi boca esbozó una pequeña mueca de sonrisa torcida pero mis ojos sonrieron entrecerrándose y delatándome por completo. Mi cabeza se aventuraba en aquella futura noche disfrutando sin prisas de aquella botella de Ribera y de su interminable sonrisa.

Mis ojos volvieron en sí debido a las luces de un coche que pasaba a nuestro lado. El tráfico era escaso, pero constante. Las luces fugaces hacían brillar sus pequeños ojos. Tímidos a ratos. Fijos en los míos cuando la luz no los golpeaba. Había sido una noche fantástica, nos lo habíamos pasado bien y se notaba. Todo fluía y no quería forzar nada así que me dispuse a darle dos besos para despedirme. El primero en su mejilla derecha, muy cerquita de las arruguitas que se formaban ceca de su boca cuando sonreía. El segundo, en su mejilla izquierda, no llegó tan lejos. De repente, noté sus labios blandos y carnosos rozando con los míos. Suaves y húmedos, casi líquidos. Un beso. Una sonrisa. Se rompió el cristal que nos separaba. Ese cristal que reprimía todos los sentimientos acumulados aquella noche y que contenía nuestras ganas de abalanzarse sobre el otro, de repente, desapareció.

Besos suaves, como si quisiéramos evitar hacernos daño. Miradas fugaces y caricias. Nos buscábamos el uno al otro, intentando explorar nuevos rincones en nuestras bocas. No teníamos prisa. Lo que había fuera de ese coche dejó de existir. Para mí, solo existía ella; y sus labios. Perdido en ellos, quería acariciarlos con los míos y recorrerlos con mi lengua, pero también quería morderlos y hacerlos míos. Ella lo sabía. Ella lo quería. De repente, una gran lengua, húmeda y blanda, cruzó mi boca da lado a lado en un beso tremendamente apasionado y caliente. Ya no podía más y me incorporé en el asiento, deslizando mi mano detrás de su nuca y apretando su cara contra la mía. No había espacio entre nosotros. No lo queríamos. Éramos dos piezas contiguas de puzle, imposibles de separar una vez unidas. Dos bocas que hablaban el mismo lenguaje y se buscaban, cómplices, en aquella noche de miércoles.

Nov. 11, 2017, 1:28 a.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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