Desde que tengo memoria, mi abuela siempre fue fanática de las estrellas, por eso mi padre y mi tía llevan los nombres de las estrellas mas brillantes de su constelación favorita; Rigel y Bellatrix de la constelación de Orión.
En mi infancia, mi abuela me contaba cientos de historias, donde sus protagonistas eran las constelaciones que podemos observar a diario en el firmamento nocturno, como la constelación del Cazador, Orión. La constelación del Dragón, Draco. La constelación del Gran Río del Universo, Eridan. Y también de otras constelaciones, como la de Lyra, Ara, Antlia, Caeli, Ceti, Casiopea, Casio y Perseo.
Lo curioso, es que ella no habla de las estrellas como si fueran cuerpos celestes que producen luz y calor viajando en el universo oscuro, sino, ella define a cada grupo de estrellas como una constelación con forma humana; constelaciones con formas de hombres y mujeres. Seres que ella describe como hombres muy apuestos y mujeres muy hermosas físicamente. Pertenecientes a una raza guerrera poderosa del universo llamada Helms. Ubicados en el Sector Oscuro del Universo, en un Planeta llamado Merag.
¡Vaya que tiene una gran imaginación! Me hubiera encantado que escribiera un libro antes de ser diagnosticada con su enfermedad.
En sus capítulos hubiéramos leído como Orión empuñó la Lanza Mística Titán para sellar a un Dios de marcas plateadas en el rostro. O cuando Draco encerró a otro Dios en una prisión dimensional con su Extractor Cósmico. Y la historia de Eridan, aquella donde levantó el Muro de Sombras, para proteger una galaxia del ataque del Dios de Oscuridad.
Como verás, las historias de mi abuela siempre hablan de ellos como los guerreros que en el punto crítico convocaron un gran poder que los llevó a una victoria segura. ¡Caro! No sin antes hacer que el personaje sintiera desesperación, y pensara que su final estaba muy cerca. Aunque hay que admitirlo, los finales de cada una de las historias de mi abuela eran brutales, y cuando ella misma los actuaba, hacía que mi corazón se emocionara sin control.
En sus historias, mi abuela cuenta que todos los Helms siempre tendrán nombres de estrellas, pero aquellos Helms "especiales" serán llamados por el nombre de una constelación; como su amado Orión.
Dentro de toda su narración, ella indica que los Helms son de piel blanca. Con una estatura de mas de dos metros y medio. Con cabellos de color blancos en diferentes largos y estilos. Y su sello particular predomínate son sus ojos, pues según ella, nadie en el universo cuenta con unos ojos igual; ojos de color púrpura brillante.
Por esta afición, en mi familia es común que todos nosotros tengamos nombres de estrellas, sobre todo de aquellas que tengan que ver con la constelación de Orión. Como sus nietos: Mintak, Alnitak y Alnilam, que son las tres estrellas que componen el Cinturón de ésta constelación. Sin embargo en mi caso, según la abuela, la fecha en que nací indicó que mi nombre no era la de una estrella común, sino, el nombre de una Constelación, y por ello me nombraron Andrómeda.
En mi niñez, disfruté mucho estos cuentos narrados por mi abuela, ya que siempre contó uno diferente, y por ello siempre nos mantuve expectantes de que historia nos contaría el del día siguiente; esto hasta que cumplió sus sesenta años.
A esta edad mi abuela empezó a tener problemas de memoria, y le costaba mucho retener nueva información; eran los inicios de algo llamado Demencia Senil. Ella empezó a olvidar como realizar tareas muy simples, como agarrar una cuchara, o ponerse los zapatos, y sufrió de cambios drásticos de humor, donde lloraba sin consuelo alguno, o se ponía triste sin saber por que, pero nunca se comportó violenta.
Recuerdo que en ese tiempo, mi padre al ver su estado, decidió llevarla a casa con nosotros, ya que mi abuela vivió sola en su casa después de que mi tía y mi padre se casaran. Era imposible trasladarnos todos los días a su hogar, ya que teníamos otras actividades. Mi padre tampoco confió en meter a algún extraño para cuidar de la salud de ella, donde nadie pudiera asistirla si esa persona se pasaba de lista. Mi madre entonces la cuidó mientras mi padre trabajaba, y yo asistía al colegio. Aunque en ese tiempo, no pude ayudar en mucho, pues en ese entonces tenía once años y mis limitantes fueron bastantes.
Por seis meses la situación fue bien, mi abuela llevó pasivamente su enfermedad y no dio problemas. Mi madre no tuvo carga de trabajo, e incluso dudó de que en verdad mi abuela estuviera enferma. Sin embargo, un día que mi padre pasó por mí al colegio y llegamos a casa juntos, encontramos a mi madre en la acera de la calle vuelta en llanto. Ella llevaba unos rasguños profundos en su brazo y explicó que mi abuela se salió de control agrediéndola al no reconocerla.
Esta situación puso a mi padre entre la espada y la pared, pues al saber que también yo podría salir agredida, él decidió llevar a mi abuela a un lugar mejor, un lugar con personas capacitadas para tratar con adultos mayores con esa enfermedad, y aunque en su corazón no quiso, por seguridad de todos, la dejó en un asilo.
Sorprendentemente han pasado diez años, y con esto ha avanzado la enfermedad de mi abuela, pero no al ritmo que los médicos aseguraron que se degradaría. Incluso a ellos mismos les sorprende que lleve tantos años así, y no empeore, parece como si algún ser divino aún no quisiera que mi abuela dejara este mundo.
Aunque aquí va lo extraño de todo el asunto. Mi abuela no puede acordarse de nosotros, o las personas a su alrededor, tampoco recuerda nombres, y desconoce algunas veces los lugares en que se encuentra, pero las enfermeras nos dicen que mi abuela cuenta muy a menudo historias sobre estrellas. Que es la única ocasión en que se le ve muy lúcida, pues cuenta a detalle las cosas como si ella hubiera estado ahí presente. Los médicos dicen que es normal, que una persona con un deterioro mental puede distorsionar la realidad y asegurar que es real.
Y esto explica por qué no olvida a mis tres primos, cada vez que los ve, ella seguramente los relaciona con Orión, Draco y Eridán; mi abuela no reconoce que son sus nietos. Además, desde que ella enfermó, no he escuchado que llame a mis primos por su nombre, pero si se dirige a ellos como " mis tres guerreros".
Esto puso a pensar mucho a mi familia, tal vez el tema de las estrellas es tan importante para ella, que esta información puede tener algo de real, solo que distorsionada y hay que averiguar que parte es la real. Es verdad que mi abuela ya casi no reconoce a mi padre y tía. De mí se acuerda, aunque no sabe mi nombre, a mis primos los adora, debido a lo anterior, pero no sabemos en qué imagen los ve, o si sabe que son su familia.
Diez años han pasado desde que recibió su diagnóstico, ha soportado bastante bien su enfermedad por ahora. La enfermedad no mejora, lo cual nos lleva a que de igual manera seamos empáticos y comprensibles con ella.
Mi abuela ahora tiene setenta años. Sufre de Demencia Senil. Tiene muy a menudo episodios violentos. Sin embargo, hay veces en que dice cosas muy raras y hasta escalofriantes; pareciera que trata de darnos a entender algo, algo que no debe ser divulgado a cualquier persona.
Erendi Demonai
