Ben siempre veía lo mismo en sueños, un mundo cuyo cielo estaba rojo, la tierra infértil y quemada. A él mismo volando por los aires, ver cómo las estrellas se acercaban cada vez más y luego… la nada. Eran sueños comunes a los que Ben pronto los asoció con pesadillas extrañas, así que, con el paso de los años, le fue restando importancia. Ben ya tenía preocupaciones más reales que las imágenes que su subconsciente le reproducía a la hora de dormir.
Era lunes en un fresco día de septiembre. El primer día de preparatoria en una escuela completamente nueva. Último año. Para Ben, era una mierda tener que cambiar de colegio cuando estabas a un curso de graduarte, sin embargo, después de que todo el mundo tachara a Ben de ser un monstruo desalmado en su antiguo pueblo, sus padres decidieron que debían mudarse inmediatamente. No importaba las veces que Ben les dijo que él sería incapaz de lastimar a alguien; nadie le creyó.
Así que ahora estaba en Canadá, en un pequeño pueblo llamado Dawson City ubicado en el territorio de Yukón. Aquí el clima era bastante frío, aunque eso era algo que no le afectaba mucho en absoluto, era difícil para él sentir mucho calor o mucho frío. Buena genética, decía mamá. Pese a todo, ella le obligó a usar una chamarra cuando abandonó la granja para irse caminando al colegio. El pueblo era tan pequeño que no había necesidad de usar el auto, había dicho su padre. Pero Ben sabía que eso no era del todo cierto. Ir caminando a su nuevo colegio era parte del castigo impuesto por su padre.
Mientras caminaba por las calles del pueblo, cuyas casas de ladrillo rojo le daban la bienvenida de una manera hermosa y cálida, muchos ojos volteaban para mirarlo. Ben era más alto que hace un año y puede que su estatura llegue a llamar la atención de las personas ya que no era común ver a un chico de diecisiete años que mida uno noventa y nueve, ni mucho menos con unas facciones tan extrañas y finas como la suya. Atraía al género opuesto de una manera alarmante, pero eso a Ben nunca le importó. De hecho, mientras más se fijaban en él, hacía que Ben los aborreciera a todos. Lo les deseaba ningún mal, pero el hecho de ver cómo las personas se le quedaban mirando, como si lo desvistieran con la mirada, le producía náuseas.
Esas extrañas miradas no desaparecieron cuando al fin llegó al colegio, sino todo lo contrario, se intensificó. La escuela de Dawson City no era muy diferente a la estructura habitual del resto del pueblo. Era de ladrillo rojo, enorme y con calefacción. En su interior había un gran lote de alumnos que iban y venían, aunque no eran tantos como en su antiguo colegio. Las chicas susurraban al oído de sus amigas cuando lo vieron atravesar las puertas de entrada; muchos le lanzaban miradas coquetas, otros de sorpresa, otros de envidia. A veces, ignorar ese tipo de miradas era el método más sencillo, aunque no era tan fácil. Era enormemente incómodo, le hacía odiarse, como si su cuerpo estuviera maldito, como si esa genética de la que tanto hablaba su madre fuera una maldición en vez de una bendición. Escuchó claramente por su oído derecho como una chica lo comparaba con un dios griego. Sin poder evitarlo, sintió como si algo se revolviera en la boca de su estómago.
—Oh, asumo que eres Ben Sinclair, ¿o me equivoco?
Los ojos de Ben captaron a un hombre de mediana estatura, con pocos cabellos peinados sobre su cabeza y piel morena. Tenía un rostro amable, por lo que Ben respondió con una pequeña sonrisa.
—Lo soy.
—Claro, no es difícil de adivinar. Después de todo, Dawson City es un pueblo muy pequeño, todos nos conocemos entre todos, por lo que se convierte en una gran sorpresa ver un rostro nuevo, como ya habrás notado.
Ben solo se encogió de hombros. Una parte de él quiso creerle, pero había algo en la mirada de las demás personas que siempre le incomodaba. Más en este momento.
—Entiendo.
—Soy el subdirector Myers, por cierto. Estoy aquí para darte la bienvenida, darte esto… —le entregó una carpeta de color amarillo que Ben sujetó con amabilidad— aquí se encuentra tu horario escolar, también el número de tu casillero y el código.
Ben miró la carpeta amarilla y asintió con la cabeza.
—Gracias, señor Myers.
—Sería un placer para mí escoltarlo directamente a su casillero y a su salón de clases de la primera hora, pero me temo que me encuentro muy ocupado por… unos asuntos privados. Eh… ¡Señorita Harrington! ¿Puede venir un momento?
El profesor Myers había hablado a alguien que se encontraba a espaldas de Ben. Cuando el chico miró por encima del hombro, vio que una chica se estaba acercando. Apenas le llegaba la coronilla de su cabeza al hombro de Ben, tenía una sonrisa demasiado exagerada en unos labios tan rojos como el de una cereza, como si la estuviera fingiendo. Su cabello era rubio, peinado en coletas, y su ropa parecía ser un poco inadecuada para el colegio. Pese a todo, sus ojos tenían un aire ensoñador que, en cierta forma, eran atractivos.
—¿Sí, profesor Myers?
—¿Sería tan amable de acompañar al señor Sinclair a su primera clase? Es el chico nuevo. Por lo que sé, comparten la clase de biología en el primer módulo.
Entonces, cuando Harrington se viró hacia Ben, esa sonrisa que estuvo manteniendo para el subdirector cambió de inmediato. Flaqueó un poco, y fue como si un atisbo de nerviosismo atravesara por completo el cuerpo de la muchacha. Ben estaba consciente de que esa es la típica reacción que tenían las personas por su presencia. Siempre le hacía sentir verdaderamente mal.
—Será un gusto, subdirector Myers. —Cuando el subdirector se fue, la chica meneó las coletas y esbozó una amplia sonrisa—. Llámame Monique, por favor. ¿Cuál es tu nombre?
—Ben.
—¿Es por Benjamin?
—Solo Ben.
La chica ladeó un poco la cabeza, pero su sonrisa no flaqueó en ningún momento.
—De acuerdo… sé caballeroso, Ben, y deja que me sujete de tu brazo —sin siquiera pedir permiso, Monique tomó del brazo a Ben y comenzó a caminar—. Es un placer tenerte en el prestigioso colegio de Dawson City. Como notarás, hay una amplia gama de personas que se dividen entre la plebe y los que son verdaderamente importantes. Estoy segura que querrás una explicación detallada del asunto, porque a juzgar por tu físico y esos perfectos ojos grises, eres el candidato perfecto para pertenecer al grupo donde residen las personas importantes. Como yo, por supuesto. Entiendo que no debe ser fácil cambiar de colegio en el último año, pero yo puedo ayudarte a que sea mucho más fácil tu integración solo si aceptas mi consejo, que estoy dispuesta a ofrecerte pues mi alma caritativa y llena de cristiana virtud está en su buen apogeo hoy en día…
Para este punto, Ben dejó de prestarle atención a la chica. La escuela no parecía ser muy diferente a su antiguo colegio. Él siempre pensó en cómo era posible que los grupos sociales en la escuela siempre fueran los mismos, en donde los populares predominan por encima de las personas que no tienen la misma habilidad para relacionarse con otras personas. Ben nunca se consideró popular, ni mucho menos. En su antiguo colegio fue popular, nunca se sintió como tal y eso siempre le trajo problemas muy grandes…
El casillero que le tocó se encontraba justo en frente del salón de clases donde tomaría biología, así que verificó el código, abrió la puerta y guardó los libros que no usaría para dejar en su bulto los necesarios para la clase próxima. En todo este tiempo, Monique Harrington siguió hablando sobre la manera en que los Dioses predominan sobre el físico humano para dividir a las personas destinadas a la grandeza de las personas destinadas al fracaso. Siguiendo la lógica de esta chica, los guapos eran populares solo por el simple hecho de ser guapos y los que no, eran los que se servían únicamente para ser aplastados porque no contaban con la gracia de la belleza física. Después de que ella afirmó esa cuestión, Ben cerró con fuerza su casillero y dijo de manera cortante:
—Con esto fue suficiente, gracias por acompañarme.
Y, sin esperar a que ella le respondiera, caminó a grandes zancadas hacia el salón de clases.
Tal y como se lo había esperado, todos en el salón se quedaron en silencio cuando Ben irrumpió lentamente entre los alumnos. Cada mirada, cada par de ojos, estaban únicamente puestos en él. Pese a que algunos murmuraban en el oído de otros, Ben era perfectamente capaz de escuchar claramente lo que decían, y pese a tratar de ignorarlo, nunca podía. A veces escuchaba fragmentos de oraciones horribles sobre las cosas asquerosamente pervertidas que quisieran hacerle o simplemente sus ansias de verlo completamente desnudo. En este momento, solo escuchaba cosas como: “¿ese es el nuevo?” “Dios, Jesús se está esmerando mucho últimamente”. Sin embargo, había una sola persona en todo este salón que no se le había quedado viendo de la misma manera que lo hacía el resto. Era un chico sentado en un pupitre doble junto a la ventana; su cabello era corto, negro como el de Ben, y ligeramente revuelto. Su piel estaba ligeramente morena, a diferencia de la suya que era blanca; de cuerpo pequeño, de manos frágiles y finas, como los tallos de una rosa sin espinas. Se acercó lentamente, notando que las uñas del chico estaban pintadas de negro, como si se tratara de un chico emo, y miró de soslayo la silla vacía que estaba a su lado. Estaba claro que se sentía consternado de que todo el mundo no le quitara los ojos de encima y que él ni siquiera se hubiera molestado en verlo más que unos cuantos segundos y pasar de largo con suma facilidad.
Al parecer, el chico estaba escribiendo algo en su cuaderno.
—¿La silla a tu lado está disponible? —preguntó Ben, sintiéndose extrañamente confiado de que al fin alguien no osara mirarlo de una manera tan descarada.
El chico dejó de escribir abruptamente. Alzó la cabeza con lentitud y sus ojos claros como el de una hoja muerta en otoño le estudiaron el rostro con lentitud. Ben logró captar una cicatriz que atravesaba casi medio rostro.
—Es tuya, si eso quieres. —Y, sin más, regresó a lo suyo.
Ben se sintió consternado, ansioso y, después de mucho tiempo, confiado. Se descolgó la mochila del hombro, dejándola caer a un costado mientras echaba para atrás el asiento, muy consciente de que todas las miradas estaban puestas en él.
“¿Es en serio?” dijo alguien en un susurro.
“La mala hierba se atrae entre sí, ¿no?”
“No seas tonto, McCartney, ni siquiera ha de conocer la historia de Mojón”.
Ben colocó las manos sobre la mesa, y cerró un poco los puños. Detestaba su capacidad para escuchar los susurros de las personas, a veces era imposible desconectarse de tu capacidad auditiva para hacer desaparecer los sonidos que disgustan. Ben, a veces, se sentía perdido.
En ese momento, Ben recordó la frase que le había dicho su ex novio cuando dejó su pueblo natal:
“A veces las mejores personas vienen en carcasas maltratadas. Tú tienes la suerte de estar en una hermosa”.
Miró entonces al chico a su lado, que escribía frenéticamente sobre una hoja de su cuaderno ligeramente maltratado. Ya todos habían dejado de prestarle atención a Ben, por lo que estuvo a punto de abrir la boca para preguntarle su nombre, pero entonces, una señora arribó al salón con mucha rapidez.
—Buenos días, jóvenes, lamento el retraso. Sé que están todos ansiosos por la pronosticada lluvia de estrellas que habrá en unos días, pero eso es tema para la clase de geografía a última hora. Hoy hablaremos de la anatomía humana. Y será mejor que todos presten atención porque de aquí saldrán varias preguntas del examen… oh… —en ese momento, la profesora enfocó su mirada en Ben—. Había olvidado que hoy tenemos un nuevo compañero. ¿Gustarías pasar al frente a hablarnos un poco sobre ti, o…?
—La verdad es que no —dijo Ben—. Soy Ben, eso es todo lo que deberían saber.
—Yo quisiera saber tu número de teléfono —preguntó una chica al fondo del aula, varios alumnos rieron un poco.
—Silencio, señorita Clearwater. Este es un salón de clases, no su cuenta de Tinder.
Hubo más risas.
—Siéntete bienvenido, señor Sinclair —continuó la profesora—. Como iba diciendo, presten mucha atención, pues no quiero tener nuevamente reprobados en este salón. Y sí, estoy hablando directamente contigo, señor Bolton.
—Confíe en mí, profesora Binn.
—Lo haré, señor Bolton. Para un mejor entendimiento sobre el tema que hoy nos concierne, les dejaré un proyecto que se realizará en parejas. Y no, señorita Harrington, ustedes no escogerán a sus parejas. Yo lo haré.
Hubo quejas, pero al final, la profesora los calló y la clase dio inicio. No había nada en la clase que Ben no hubiera conocido antes, así que, al igual que su compañero de asiento, se la pasó haciendo garabatos extraños en su cuaderno hasta que la hora de formar parejas llegó. La profesora comenzó con Ben y al final lo emparejó con un tal Theo. Ben echó una mirada alrededor del salón tratando de encontrar a su compañero de trabajo, pero en ese momento, el chico que estaba sentado a su lado levantó la mano.
—¿Sí, señor Bas? —dijo la profesora.
—Siempre me toca trabajar solo. Y quisiera que en esta ocasión siga así.
Algunos se rieron.
—Silencio. El programa establecido indica que los proyectos sean realizados en pareja. Y dado a que fuimos un grupo cuyo número era impar podíamos permitirnos que usted trabajara solo. Sin embargo, con la llegada del señor Sinclair, ahora nos pone en un terreno más equitativo.
Bas miró de soslayo a Ben, y pudo detectar algo en su mirada. Miedo.
En ese momento, sonó el timbre.
—¡Nunca da tiempo de nada! —bramó la profesora—. Bien, trabajarán con su compañero de asiento. Eso es todo. Pueden salir.
Antes de que Ben pudiera decir algo, Bas se puso de pie con mucha rapidez y salió casi corriendo del salón. Ben quiso seguirlo, era con el único por el cual sentía la confianza suficiente para hablar, pero cuando terminó de guardar sus cosas para salir del salón, no lo encontró por ninguna parte.
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