En las lluvias de Mayo, el amanecer llega a entristecer la visión de quien lo contempla, olvidando la máxima de tras la tormenta siempre llega la calma; pese a que se susurran las tempestades entre sí, el deleitado sonido de la vida se hace eco ante aquel silencio de incertidumbre.
¿Cómo algo tan pequeño y frágil, pueda causar tanto mal y daño al acumularse? ¿Es que no se ve que aquellas gotas poseen un hálito de vida nueva para lo que crece en la tierra? Injusto e inmerecido es el que, al empezar a caer, ojos de melancolía, tristeza y molesta sorpresa lancen improperios a uno de los tantos actos de Dios al manifestarse en el todo.
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