La primera vez que conocí a un hombre lobo fue en un tren y luego conocí a un segundo hombre lobo en ese mismo tren...
—Yuki, debemos irnos —dijo Hana—. Ya es la hora del cierre.
Observé a Juwon guardar sus libros y subirse las toscas gafas. Sook guardaba meticulosamente sus lapiceros en el estuche.
—Voy —respondí.
—¿El examen de ingreso a la universidad te pone nerviosa, Yuki? —preguntó Juwon en una voz gangosa.
—Juwon, basta. Aún falta demasiado para eso —respondió Hana en su habitual serenidad—. No nos reunimos a estudiar saliendo de clase para nada... Yuki estará lista.
Era cierto. Era costumbre reunirnos en la biblioteca comunitaria.
Éramos un cuarteto. Me había costado sangre, sudor y lágrimas pertenecer a su élite. Fue cosa del azar. Nos conocimos cuando nos asignaron como equipo. Nos reunimos durante una semana entera y no dormimos nada aquellos últimos días antes de la fecha límite... Fue un trabajo impecable. Aún ahora el profesor Young nos saludaba con entusiasmo cuando nos encontrábamos en los pasillos.
Los cuatro éramos aspirantes a médicos.
Cerré el libro y lo guardé en mi maletín de cuero negro.
Los ojos los tenía resecos y sentía tensión detrás del cuello y los hombros. Vertí un cóctel de pastillas en la palma de mi mano, al igual que ellos. Era como un ritual por parte de todos mientras caminábamos a la salida.
Me di cuenta de que tenía el pastillero vacío en la segunda casilla.
Me había aumentado la dosis, porque ese día debían quedarme aún tres... Sook me tendió dos de las suyas. La miré atónita y luego le asentí agradecida.
—No te sobre-esfuerces, Yuki —dijo Sook sonriendo.
Y le sonreí también, aún si los dedos en mis manos hechas puños se apretaron tanto los unos contra los otros que creí que los quebraría.
—Descansen —dijo Juwon.
—Descansen —dijo Sook yéndose.
—Descansen —dijo Hana.
—Descansen —repetí sabiendo que era una mentira colectiva.
A la lejanía nos agitamos la mano con calidez, y unos metros más lejos los cuatro perdimos la sonrisa.
Sabía que una vez saliéramos del instituto, Juwon, Hana, Sook y yo seríamos completos desconocidos. Y mañana durante el examen seríamos rivales.
Siempre eran las mismas palabras. "¿Estás durmiendo bien?" "No te sobre-esfuerces." "Come bien." "Descansa"... Ninguno de nosotros iba a descansar esta noche. Aquello solo era una mentira colectiva. Ojos casi cerrados y sonrisas casi amables para disimular el hecho de que competíamos entre nosotros. Estábamos enfermos de ambición y envenenados de orgullo. Esta era la verdadera vida estudiantil.
Mientras iba con más libros de los que era capaz de cargar, los altavoces del instituto hicieron la advertencia habitual.
—Probando... Probando... —un pitido tan agudo que consiguió desgarrarnos los oídos a todos—. ¿Se escucha?... Parece que sí... Bueno... Se les recuerda a todos los estudiantes que deben volver acompañados a sus respectivas residencias... Debido a los recientes incidentes, los guardias de seguridad estarán patrullando en cada ala... Por favor, acaten las instrucciones... Las actividades extracurriculares están canceladas. Por favor, no permanezcan más tiempo en el instituto del que sea estrictamente necesario...
Habían ocurrido alrededor de dieciséis incidentes en lo que iba del año. Dieciséis cadáveres encontrados en zonas al azar.
El flujo de estudiantes iba hacia la izquierda y algunos pocos como yo, íbamos a la derecha.
Yo no tenía para pagar una residencia cerca del instituto. Por eso yo iba a casa.
Las farolas parpadeaban inoportunamente. Los árboles hacían sombras extrañas y el viento que jugaba a través de ellos me hacía pensar que me susurraban cosas. Me puse los audífonos con el volumen suficiente para seguir siendo capaz de escuchar los pasos de quienes iban junto a mí.
Mis piernas se entumecían cada vez que escuchaba a una bandada de estudiantes varones acercarse y se relajaban cuando los veía dejarme atrás. Pasos más adelante, una de las linternas de los oficiales de policía me cegó mientras pasaba cerca de una cinta policial amarilla.
«Ha sido sólo un perro que ha tapado el drenaje... Ha sido sólo un perro que ha tapado el drenaje... » traté de convencerme a mí misma.
Aceleré el paso dejando los edificios desvanecerse, pisando cada charco solitario y bajé a toda velocidad las escaleras de la estación en el tren.
Una vez las puertas se cerraron detrás de mí, arranqué los audífonos de mis oídos y me senté en el asiento más próximo.
"Recientes ataques se han confirmado en las orillas de Seúl... Se sospecha de un asesino serial... Han sido múltiples las víctimas... " bloqueé el móvil, ignorando la noticia que se había estado repitiendo durante estos últimos meses, y mejor abrí uno de los libros.
Tercera estación.
Una mujer de unos treinta años subió con su retoño, tirando de él con más rapidez de la que su pequeño cuerpo podía ofrecer.
Una vez se sentó frente a mí, colocó al pequeño en su regazo y lo envolvió en su bufanda rosa.
Las puertas bufaron y el tren reanudó su marcha.
Anochecía y el tren seguía deteniéndose en cada andén.
Cuarta estación.
Más de seis pasajeros abandonaron el tren.
Sexta estación.
—Penúltima parada. Pasajeros que llegan, vayan a la línea correspondiente.
Las puertas se abrieron y cerraron en pequeños intervalos. El tren devolvía a unos y devoraba a otros. Entre ellos, una pandilla que subió olfateando todo, como si estuviesen a punto de marcar territorio y entré en pánico. Los dedos de mis pies se encogieron.
—Aquí bajamos nosotros —la madre se levantó poniendo al retoño en su cadera y tocó mi hombro con amabilidad—. Ve a casa con cuidado... Es una estación peligrosa.
Le asentí agradecida.
Los hombres parecían acercarse cada vez más y más.
Había dos asientos libres a mi lado derecho ahora que los dos asientos iniciales ya no los ocupaban la madre y su retoño, y otro más a cinco pasos de mí en el frente izquierdo. La mayoría de los asientos estaban vacíos... Así que ellos podían elegir cualquiera, podían quizá elegir los que estaban junto a mí.
Mi mirada coincidió en algún punto de mi desesperación en el asiento libre en el extremo izquierdo y también con el único pasajero sentado ahí, del que ellos habían pasado por alguna razón.
Ese que de pronto me sonrió de la forma más adorable e infantil que jamás pudo haber sonreído alguien antes. Me levanté impulsivamente, dando esos cinco pasos y me senté cerca suyo. La escena fue tan repentina que incluso ahora me hacía gracia.
Mis ojos bajaron hacia mis rodillas, donde mis manos apretaban nerviosamente la tela espesa de mi abrigo negro. Miré de reojo sus rodillas separadas y sobre ellas a sus manos. Puse mis botas negras la una sobre la otra. Debió pensar que era una loca.
—Hola, tú —dijo.
—Hola, tú —respondí como un eco.
Me sentí tan avergonzada por imitarlo que no pude evitar encogerme sobre mi asiento.
—Vienes de la preparatoria... ¿No es así? —me preguntó.
Lo miré y entonces noté algo más en su sonrisa... El hecho de que tenía una peculiar geometría cuadrada.
—Mmph... Sí.
—Soy Kim Taehyung. Último año... Quiero aplicar a la Facultad de Arte—sus ojos se volvieron medias lunas a la par que sonreía amablemente.
Me sorprendió la profundidad de su voz que no pude responder de inmediato. Al ver que no decía palabra alguna... Me enseñó su portafolio y su identificación de estudiante... Como si el hecho de que estuviese vestido en su uniforme no fuese ya prueba suficiente. Había salido muy guapo en su foto. Yo preferí compartirle de mis galletas antes que enseñarle la mía.
—Mi nombre es Yuki... Kang Yuki. Nací aquí, pero a mi madre le gustaba más Japón… —me di cuenta de que comenzaba a hablar de más— Por eso me llamó Yuki. Como la nieve.
Ambos éramos estudiantes de preparatoria, aunque asistíamos a diferentes. Mi uniforme y el suyo eran distintos y nunca lo había visto en mi instituto. Así que por eso asumí aquello.
—¿Te gusta esa pintura? Tornasol —señaló sacudiéndose las migajas.
Volví la vista a él cuando me atrapó mirando el mural clandestino a través de la ventanilla del tren.
—No lo describiría así... —rasqué mi mejilla y sonreí desganada mientras hojeaba mi libro de Principios de Farmacología, neutral y vacío a comparación de ese lienzo que destilaba melancolía. Había visto obras mucho más llamativas del artista. De Vante. Era un artista callejero. Siempre pintaba algo distinto en ese muro aunque siempre lo quitaran. Me parecía gracioso que las autoridades se hubieran rendido ante su tenacidad y que mejor decidieran sólo dejar existir a su arte. Si no puedes contra Vante, únetele — Tornasol me causa conflicto... Es un hombre casi desnudo, retorciéndose en una clase de baile... Casi al borde de ser más un contorsionista que un bailarín... Pero me da la impresión de que aún si su cuerpo está apuntando en ángulos casi maestros... Es incapaz de bailar. ¿Sabías que el Tornasol en su estado puro es como un polvo carbonizado? Es oscuro... Mucha gente se pregunta por qué la obra se llama Tornasol si carece de esos colores metálicos casi violáceos. La gente espera encontrar el resplandor, pero lo cierto es que el Tornasol originalmente es oscuridad.
Los labios de Taehyung se abrieron suavemente antes de transformarse en una sonrisa satisfecha.
—¿Sabías que el tornasol se extrae de los hongos? De la Urzela por ejemplo. ¿Sabes qué más se extrae de los hongos? La penicilina... Aunque últimamente todo el mundo se está volviendo resistente a ella... —refunfuñé cambiando de tema, pero muy pronto volví al cauce original de la conversación —. Vante siempre ha tenido un estilo melancólico en su arte... A veces me da la impresión de que algo muy malo debió de haberle pasado para que pueda hacer uso de esos tonos tan tristes...
—¿Eso te conmueve? Mi pintura—me preguntó.
Me quedé mirando mis manos sosteniendo mi libro más tiempo del que pensaba hacerlo… Debía ser una coincidencia. El pasajero a mi lado no podía ser el artista.
Su dedo largo atravesó sus labios indicando que me mantuviera en silencio.
De todos los pasajeros... No creí que iba a sentarme con el pintor perverso.
—Pero... ¡Si eres tan joven! —grité en un susurro.
—¿Lo soy? —me sonrió de forma casi engreída— ¿Me dirás que tengo talento o algo así? —siseó sarcástico como si estuviese hastiado de palabras aduladoras y lo que yo estaba por decir fuese demasiado predecible.
—Tan joven para haber vivido tanto dolor —respondí.
El rostro endurecido del estudiante se amansó. Era como si estuviera preparado para atacarme tan sólo hacía unos segundos atrás, pero algo en mis palabras lo hizo retractarse.
—Lo siento —volví la vista al frente, avergonzada sin saber ya cómo remendar aquello—. He sido impertinente. No sé nada sobre ti. No debí asumir esa clase de cosas... Aún así, ¿por qué has confesado... —disminuí mi voz y miré disimuladamente a los lados —ser el pintor?
—Oh, no... Mi plan no era revelarlo. Es sólo que... Me emocionó tu interpretación—musitó esto último retorciendo sus dedos y entonces vi que estaba tiernamente sonrojado porque a pesar de que él mismo se había expuesto, su cara denotaba arrepentimiento— ¿Mantendrías esto en secreto? Adoro mi anonimato —pidió.
—Soy muy buena guardando secretos.
Me concentré en sus manos con manchas de pintura irregulares y algunas pobremente borroneadas. Eran las manos de un artista. Estaba abrumada por eso. Y por su belleza. Me obligué a mí misma a apartar la mirada.
Él era alto. Tenía el pelo castaño y desprendía un agradable olor a crema varonil... Tenía las piernas abiertas, acaparaba la mayor parte de su asiento y también del mío, obligándome a mí a ir de alguna manera con las piernas lo más cerradas posibles ante la incomodidad de que nuestras rodillas se tocasen. A primera vista uno pensaría que se trata de un individuo del que sería mejor alejarse, pero su aura tenía algo que te hacía querer permanecer cerca. Algo similar a un tigre que te permite contemplarle.
Mi parada de destino fue anunciada.
Dejé de escuchar las instrucciones en el tren, porque ya me las sabía de memoria. Me levanté del asiento y me sorprendió mirar que Taehyung se había levantado también.
—Te acompaño a casa —dijo.
Mis labios se separaron ligeramente y le sonreí con los ojos.
—¿Qué podría hacer un estudiante como tú? Después de todo...—respondí juguetonamente— Hay monstruos por ahí.
—No hay problema... Yo también soy un monstruo —respondió confiado mientras empezaba a caminar— ¡Me salen colmillos y todo!... —hizo los dientes afilados con los dedos índice, pero los bajó al recordar lo siguiente— Ah... Y a veces me empulgo, pero con vinagre se arregla— y sonrió juguetón.
El chico era raro, tan raro como lo sería un chico de preparatoria. Pero no confiaba en él. Aún no... Sin embargo, le seguí y ambos fuimos engullidos por la oscuridad del andén.
Kim Taehyung cargó con mis libros y yo me abrí un poco. Si iba a matarme, entonces ya se había tardado bastante porque pasamos varios tramos oscuros. Y entonces me reí. Mi risa hizo eco en medio de los ruidos del tráfico nocturno y la caminata cuesta arriba se hizo más amena.
Él no era peligroso.
Una vez llegamos a mi departamento, me detuve a jugar un rato con las llaves. No quería que nuestro fugaz encuentro terminara en esta noche. Quería un poco más de su calidez... Sólo un poco más.
En esos momentos recordé un hecho importante. Eventos violentos... Y mi voz se volvió una de angustia.
—¿En dónde debías bajar? —pregunté.
—En la tercera estación —dijo.
—Oh... Entonces, ¿por qué no bajaste? La dejamos atrás hace mucho tiempo.
—Es que te veías muy asustada. Te encogiste tanto en tu lugar que creí que te harías una bola... Como uno de esos pájaros que parecen bolas de algodón, sí. Como un Baepsae. Así que decidí acompañarte unas cuantas estaciones más —sonrió.
Y luego decidió que eso no era suficiente y que lo mejor sería acompañarme hasta casa...
¿Qué tan patética y temerosa debí de haberme visto como para que él no tuviera de otra más que quedarse conmigo las siguientes estaciones?, me lamenté.
—Deberías quedarte a esperar aquí... Es peligroso volver a esta hora... Incluso para ti... —esta vez hablaba en serio sobre lo de que podría ocurrirle algo—. Por favor... Además, hace frío. Puedes regresar antes de las seis y tomar el primer tren.
—¿Estás segura de esto? —me preguntó ladeando la cabeza. Asentí—. Si lo pones así... No tengo opción.
Mis cejas se elevaron y me apresuré a abrir la puerta. Estaríamos juntos por dos horas... Tenía que ser una buena anfitriona.
—Técnicamente sólo duermo aquí... ¿Quieres una taza de café? —dejé el maletín oscuro en mi única silla.
Taehyung apenas había tomado asiento en el piso cerca de la mesa tradicional, y su rostro ya se había crispado ante la palabra «café».
Me di cuenta de que se limitaba a darle vueltas a ver si este sólo se evaporaba con la mirada.
Volví a reírme.
—Ya veo... No te gusta el café. Qué extraño, como futuro compinche universitario creí que lo amarías tanto como yo —me levanté sacudiéndome la tierra imaginaria de la falda—. Creo que tengo chocolatina para hacer... Déjame ir por otra taza.
El rostro de Kim Taehyung se iluminó ante esa posibilidad.
Abrí las alacenas, notando que no tenía más tazas en las repisas principales, así que supuse que tendría que usar las de arriba, esas que eran para ocasiones especiales. Me extendí de puntitas estirando mis dedos, pero sólo conseguí alejarlas más de mí.
Y de pronto, sentí el cuerpo de Kim Taehyung empujarme lentamente por detrás, notando su brazo extenderse para alcanzar la taza por mí.
—¿Qué edad tienes? —me preguntó, abandonando todo rastro de dulzura en su voz, porque esta fue sustituida por un tono que me pareció de alguna forma abrumador.
Me di la vuelta lentamente, aun estando aprisionada por él, con las mejillas encendidas, divagando en toda clase de malos pensamientos...
—Estoy en penúltimo año —respondí bajito—. Debería ir en el último ya... Tengo diecinueve. Como tú.
—Esos libros que llevas... Incluso alguien como yo puede saber que son demasiado avanzados... ¿Por qué parece que quieres correr tan desesperadamente? Es un horario peligroso para que alguien de tu edad lo tenga —susurró, supuse obligado por la cercanía.
Relamí mis labios un poco insegura de si ir con la verdad o ocultarlo un poco más, pero el hecho de que Kim Taehyung fuese un extraño, hacía las cosas más sencillas. Las probabilidades de volver a encontrarnos eran nulas, así que hablé sin tapujos.
—Perdí mucho tiempo tratando de perseguir algo que siempre estuvo fuera de mi alcance... —miré sus largos dedos y luego volví la mirada a él—. Ahora tengo que correr más rápido que el resto para recuperarlo.
—¿Incluso si tus piernas se rompen?... Como el baepsae —dejó la pregunta en el aire.
Desde ese día, Kim Taehyung me acompañó de regreso a casa.
Y cada vez sabía más cosas de él. Como que casi no entraba a clases y que cuando iba, llegaba tarde para después quedarse dormido en el aula. Que no era un caso perdido, pues se cultivaba visitando museos. No le gustaba leer, pero si los mangas. Y que Kim Taehyung estaba forrado de dinero... Y aun así prefería tomar el tren.
Así que creí que debía decirle algo sobre mí. Le dije aquello que no le había dicho a nadie, el hecho de que mi madre había fallecido en un extraño incidente un año atrás. El rostro de Kim Taehyung se tornó inexpresivo en las estaciones restantes, pero me cogió la mano para reconfortarme y no me la soltó hasta que tuvimos que bajar del tren.
Kim Taehyung era un maestro con el tacto... Encimoso como el demonio. Sin embargo, era algo torpe con sus emociones y lo consumía un silencio glacial cuando algo andaba mal.
Mientras caminábamos en la estación, él detuvo su paso.
Y entonces, repentinamente lo dijo, en medio de toda la bulla, justo cuando el tren pasó a nuestro lado. Mis ojos se abrieron, pero no salí corriendo como él había anticipado.
Kim Taehyung era un hombre lobo.
Me parecía sensato. Coherente. Ancestros en común. Genes que se expresaban y otros que nunca lo hacían.... Y de alguna forma, yo ya lo sabía.
—¿Por qué no estás asustada? —me preguntó.
—Yo ya sospechaba que lo que había matado a mi madre hace tiempo no era humano — respondí.
Kim Taehyung tragó saliva.
—¿Y no lo odias?
—¿Debería odiarte? Esto no tiene nada que ver contigo—le sonreí amablemente antes de golpear su pecho con mis nudillos—. Vamos a casa, Taehyunggie.
Y me dio la sonrisa más triste del mundo. No... La verdad era que Kim Taehyung siempre había tenido una sonrisa triste... Incluso aquella que me había dado cuando me senté a su lado en el vagón lo era y yo no lo había notado.
Ese día también me dijo que era un Alfa. Dijo que ser un Alfa le confería ciertas responsabilidades, pero eso fue todo. Él me dijo que me explicaría más cuando estuviera lista.
Los lobos vivían en manadas, pero a Taehyung nunca lo vi con nadie más.
Un día Kim Taehyung no vino a la estación, pero en su lugar vino un chico menor que yo de casi su misma altura, un poco más amenazante en cuanto a la complexión y ojos casi perdidos. Tenía el uniforme una talla más grande de la que necesitaba, uno que otro arete colgando en su oreja izquierda y el brazo entintado... Pero el rostro tiernamente aniñado.
—¿Tú eres el baepsae? —dijo.
—¿Baepsae? —pregunté un tanto molesta haciendo conjeturas y la única persona que se me vino a la mente fue...
—Hyung... —se corrigió para que yo conociese el nombre—. Taehyung me dijo que te acompañara a casa esta vez. Mi nombre es Jeon Jungkook. Por favor, cuida de mí —hizo una reverencia corta.
Lo miré incrédula. Cerré la libreta de taquigrafía entre mis dedos, esa donde escribía mis notas de clase más esenciales. Esas que por nada del mundo debía olvidar.
—¿Uh? ¿Qué no te han enviado a ti para cuidar de mí? —pregunté y pude ver su rostro algo fastidiado, o quizá más bien, avergonzado, porque estaba ocultando el rubor en sus mejillas con toda la amplitud de su mano puesta sobre su boca. Supuse que ese comportamiento se debía a que era un chico extremadamente tímido—. Como sea. Está bien, este baepsae cuidará de ti.
Me adelanté a entrar en el tren y Jungkook me siguió igual que un cachorro.
—Olvidé tu nombre... Por eso te llamé así hace un rato... —mencionó al sujetarse del tubo a lado de mi—. Lamento si eso te ofendió. Taehyung sólo se refiere a ti de esa manera.
Yo sabía que Taehyung no decía esa palabra de forma ofensiva, no después de esa primera vez, porque siempre canturreaba con ternura al llamarme baepsae.
—Dime, Jungkook. ¿Eres un chico listo? —pregunté por las gafas.
—Oh. No... Sólo estoy ciego —respondió sincero. No esperaba esa respuesta, por lo que me limité a parpadear—. Era una broma —dijo avergonzado y luego me miró con dificultad— ¿Qué estoy haciendo ahora? Poniéndome tímido... — y de pronto Jungkook se enderezó por completo, y la que se sintió intimidada fui yo—. Tú sí eres una chica lista, ¿no es así?... Taehyung me dijo que sabes un montón de cosas...
Jeon Jungkook absorbió toda mi confianza con ese movimiento y no pude responder al momento. Él ladeó suavemente la cabeza hacia mí, como con paciencia y atento a lo que fuera que estuviera por salir de mis labios. Eso me animó un poco.
—¿Tae...
—¿Sí? —me animó.
—¿Taehyung dijo eso? —me sentí halagada.
Sus labios se apretaron en una mueca que me pareció demasiado seria.
—Sobre ciencias... Dijo que eras aspirante a estudiante de Medicina... —hizo una pausa observando los libros en mi regazo—. ¿Eres una buena persona?... Sería una lástima si no lo fueras. Taehyung confía mucho en ti. Dice que sabes su secreto y que no intentaste pedirle algo a cambio. Todos los que conocen a Taehyung siempre quieren algo de él... Por eso creo que eres una buena persona. Taehyung dice que también sabes su otro secreto. Dime, Noona... ¿Te asustan los lobos?
—Yo... — vacilé un poco antes de elegir las mejores palabras a responder— No les tengo miedo.
—Noona... déjame reformular mi petición... —su voz se tornó aún más seria—. Por favor, cuida de nosotros.
Mis ojos se abrieron mientras hacía un esfuerzo sobrehumano por digerir también aquello. El hecho de que Jeon Jungkook también era un hombre lobo.
No había rastro de maldad alguna. Sólo era una petición sincera. Un tanto infantil quizá, pero algo en sus ojos parecía suplicarme que lo hiciera.
—No es necesario que pidas algo como eso—aparté la mirada—. Jamás haría algo que pudiera lastimarlos. Además... —mi voz disminuyó aún más, mientras miraba de reojo sus gigantes proporciones comparadas con las mías— No es como si pudiera.
Algo blanco comenzó a caer del cielo. Observé los copos de nieve descender... El rostro de Jungkook se iluminó, abandonando esa repentina oscuridad, mientras contemplaba aquella segunda nevada. Dejé de mirar su particular perfil, para volver la vista a la nieve.
—¿Qué ocurre contigo? Es sólo nieve —respondí, y luego abrí mi libro.
El tren dio un latigazo antes de hacer desaparecer los esqueletos de las últimas ciudades que comenzaban a enterrarse en tumbas de nieve.
Jungkook por su parte estiró las piernas de forma relajada y yo aparte las mías con recelo porque no me gustaba ni remotamente la idea de ser pisada por el tamaño de sus pies por accidente.
—Pasajeros que abordan la línea correspondiente, se les informa que el tren presentará paradas cada diez minutos dada la tormenta reportada. Nos disculpamos por el retraso —la voz en la bocina hizo a los pasajeros de vidas atareadas quejarse y soltar maldiciones.
Tal y como habían dicho a través del altavoz, nos detuvimos cada diez minutos. Sin embargo, quedamos atrapados debido a un derrumbe de nieve justo en medio de las vías.
Para ese entonces el cielo ya había oscurecido y lucía congelado. Era tanto el frío que mi aliento comenzaba a condensarse, mis piernas a temblar y los engranes en mis manos a estropearse, y entonces ya no pude pasar de página.
—Hace frío... —me dijo muy cerca, tratando de leer lo que yo estaba leyendo, arrugando los ojos porque le costaba.
Yo me crispé al sentirlo así de cerca.
—Es probable que estemos a bajo cero —respondí volviendo la vista a las páginas.
Sentí el calor de Jungkook abandonarme en cuanto lo vi dirigirse a las puertas del vagón.
—O-Oye... ¡Jungkook! —lo llamé, pero no parecía interesado en detenerse—. Jungkook, para... Regresa aquí...
Él se giró y me sonrió de forma juguetona con las manos en sus bolsillos, pero no dijo ni una sola palabra.
—¿Pero adónde crees que vas, señor-he-venido-a-acompañarte-a-casa? ¿Si algo te pasa qué le diré a Taehyung? —refunfuñé al ver que salía del tren.
A movimientos torpes conseguí pescar mi maletín y evitar que se me cayera el libro.
De pronto todo el bullicio y hervidero de pasajeros desapareció y me absorbió una ventisca infernal en cuanto las puertas se abrieron.
El cabello en mi nuca se agitó con furia y el resto se pegó contra mis mejillas. Aún si yo no miraba nada, avancé ciegamente por las vías hasta refugiarme en la estación a unos cuantos pasos.
—¿Jungkook? ¡Jungkooook! ¿Juuuungkook? ¡Jungkook! —llamé su nombre intercalando interrogaciones y exclamaciones— ¡Jung... —una bola de nieve aterrizó en mi cara y me mandó de un sentón al suelo.
—Oh —dijo avergonzado, haciéndose chiquito como un cachorrito regañado.
—Qué pésima puntería —respondí haciendo una bola con las manos sintiendo que se me entumecían los nervios y se la lancé... Pero esta se quedó a mitad del camino porque me faltó fuerza.
Los dientes de Jungkook asomaron en una risa mientras se inclinaba a recoger más bolas de nieve cerca de las vías de forma apresurada y traviesa.
—¡No estaba provocándote! ¡Espera! —sentí pavor por lo que me incliné también a hacer bolas de nieve sin forma aparente con tal de poder defenderme.
Otra bola de nieve de lleno en mi cara. Y luego risas en un cielo blanco.
Para cuando me di cuenta, Jeon Jungkook y yo habíamos dejado de ser unos adultos y estábamos jugando en la nieve como unos críos.
La conexión que yo tenía con Jeon Jungkook era muy distinta que la que yo tenía con Kim Taehyung, pero ambas eran igual de especiales... Casi tangibles. Como hilos.
Kim Taehyung desprendía un aire algo melancólico igual que el otoño, y Jeon Jungkook era más cálido y revoltoso, como el verano.
Yo en cambio era un invierno eterno.
Así transcurrieron los meses. El invierno se convirtió en primavera, la primavera en verano, el verano en otoño y el otoño una vez más en invierno. El primer año. El segundo año. El tercer año... El cuarto año. Y me volví aún más cercana a ambos.
Sabía que se ausentaban en las lunas llenas y escuchaba aullidos lejanos mientras releía mis libros en casa por décima vez.
—Los perros se agitan mucho estos días —dijo el señor Jung del piso de arriba cuando era el día de reciclaje y nos veíamos en los contenedores.
—Los perros —repetí, dándole la razón.
Comenzaba a mirar la luna más que de costumbre... A veces quería elevar mi voz hacia ella. Pero me sacudía esos pensamientos extraños y seguía haciendo notas de patologías.
Taehyung seguía invadiendo mi espacio personal cada que podía... Y Jungkook, bueno él también comenzó a hacerlo. Y a veces los dos como que se apretujaban en exceso contra mí cuando quedaba en medio de ambos en el asiento del metro. Al principio enrojecía... Éramos más como un sándwich humano que como algo indecoroso en sí. A pesar de las miradas incómodas de los pasajeros, a pesar de hallarme entre por dos cuerpos inhumanos... Terminé por acostumbrarme.
—Hueles a nosotros... El olor es fuerte ahora. Eso es bueno... Estarás a salvo —me dijo una vez Jungkook—. Ningún hombre lobo se atreverá a acercarse... Aunque aún hueles mucho a malvavisco.
Malva... ¿Qué?
—Me preocupa que Taehyung se entusiasme tanto en cuanto a jugar respecta—respondí sin prestarle atención mientras veía a Taehyung erizarse en el pequeño parque a través de la ventana de mi departamento—. Se toma lo de entender al perro muy en serio... Mira —señalé tratando de mantener la calma.
Jungkook se apretó el entrecejo mientras miraba a través de mi ventana a Taehyung jugando con el perro de la señora Kwon en el parque. Taehyung estaba a cuatro patas y el beagle movía el rabo desesperadamente... Y Taehyung... ¿También?
—¡Oh por la Diosa Luna! ¡Se le ve la cola! —exclamó Jungkook y le arrojó un zapato que reconocí como el mío desde la ventana con un tino perfecto.
—¡Aviéntale el tuyo! ¿Por qué el mío? —arrojé uno de los zapatos café de Taehyung que pensé era de Jungkook.
—¡Ihhhh! —gimió Taehyung con angustia mientras corría por su calzado.
Después de eso, Jungkook y yo evitamos que Taehyung jugara con el perro de la señora Kwon durante un tiempo. Aunque él era el mayor de los tres, a veces también era el más idiota.
Taehyung no era muy bueno para cocinar, y yo tampoco, pero era mejor que él. Por lo tanto, la cena en sí dependía de mí. Mientras esperábamos a que Jungkook regresara de la tienda de comestibles, Taehyung lavaba los trastes y yo picaba el cebollín y chile en cubitos.
Se suponía que Taehyung lavaría los trastes...
—Transformarte en un lobo no te salvará, holgazán —dije sin apartar la vista del libro de recetas.
Se tiró sobre su espalda y movió las orejas.
"Mírame, soy adorable. Algo tan adorable no puede lavar los trastes... Ni siquiera tengo pulgares funcionales, hehe", sabía que si esa bola de pelos pudiera hablar, diría algo como eso.
—Tae —dije.
Él sabía que iba en serio. Taehyung sabía cuando algo me preocupaba o cuando algo me entristecía. Él decía que podía olerlo. Y decía que no le gustaba cuando mis ojos no sonreían.
Su hocico empujó mi cadera suavemente. Cedí al tercer empujoncito.
—¿Podrías no transformarte en lobo? Mi departamento es pequeño... Ya no te dejaré venir —dije sin un ápice de humor.
Me pareció que el lobo gimió.
—No... No quise decir eso —me sentí culpable cuando me di cuenta de que Taehyung tuvo la sensación de que no me gustaba tenerlo por aquí. Dejé el cuchillo en la tabla y me acerqué a la criatura—. Sólo no te transformes aquí, ¿de acuerdo? Los vecinos nos reportarían...
A veces solía pensar que esto era un sueño. Que los hombres lobo sólo eran un cuento. Pero entonces veía a Jungkook y a Taehyung acurrucados el uno contra el otro y los escuchaba respirar en su estado animal... Y entonces sabía que eso era real.
Acaricié su cabeza.
Su lobo era de un marrón intenso al igual que sus ojos y su cabello. La primera vez que me lo mostró fue cuando volvíamos a casa, antes de que yo conociera a Jungkook. Él se transformó. Recuerdo haber caído de sentón al suelo mientras ese lobo proyectaba su sombra al caminar en la oscuridad. Me costó mucho permitirle acercarse. Mi cabeza tuvo un colapso porque Taehyung había cambiado la posición de todos los huesos que yo había memorizado en los libros... Sólo porque podía. También recuerdo que tuvo que volverse de nuevo humano porque yo no podía dejar de balbucear. Y también recuerdo que apareció desnudo frente a mí y yo desvié la mirada por educación.
A mi miedo de ese entonces lo suplió un rubor intenso cuando vi un esbozo difuminado de lo que había entre sus piernas. No lo vi bien, pero me hice una idea. Tuve que darle mi abrigo porque su ropa se rasgó por completo y él tuvo que quedarse conmigo esa noche porque si la gente en el subterráneo lo veía desnudo sólo con un abrigo probablemente llamaría a la policía. Y es que Taehyung era tan descuidado que no consideró que eso pasaría. Él sólo estaba muy emocionado por mostrarme su lobo.
Aun así estuve mejor preparada cuando Jungkook me mostró el suyo. De hecho esa vez me aseguré de llevar una manta.
Jeon Jungkook comenzó a desnudarse de forma reservada, doblando sus prendas una por una como si fuese lo más natural del mundo. Él era una bestia civilizada. Sin embargo, cuando iba por el botón de los pantalones se detuvo y me miró. No fue necesario que él lo dijera ni que yo respondiera, por lo que sólo opté por darle la espalda.
Taehyung estaba sentado en el césped en su forma de lobo y el tráfico nocturno pasaba haciendo líneas de luz roja en la carretera cercana al río. Estaba oscuro e iban rápido. Si veían algo extraño culparían al estrés y a las escasas horas de sueño.
No había estrellas. En esa ciudad nunca había estrellas, quizá por la contaminación luminosa. Daba igual, porque ya nadie se detenía para mirar el cielo. La vida tan acelerada en Seúl no permitía a otros caminar más lento que el resto. No tenían permitido detenerse... O se quedarían atrás. Pero Taehyung sólo estaba ahí, con el viento en las mejillas peludas y apreciando el cielo. Como si pudiera mirar algo que nosotros los humanos no.
—A diferencia del nudista pervertido de Taehyung, yo soy un chico bastante tímido, así que no mires aún por favor —dijo Jungkook.
—No miraré —prometí desvanecida, tratando de no recordar la forma en la que sus bíceps se doblaron cuando bajó por sus pantalones. Escuché su andar a través de la hierba, pero no me giré. Jungkook en cambio apareció por delante y me derribó. Las garras de sus patas me hirieron ligeramente las clavículas, pero supe que no era intencional. Jungkook era así de bruto y usualmente no medía su fuerza. Su lobo era negro y de alguna forma, sus ojos seguían ahí. Jungkook insistió en mostrarme su forma no humana, porque según él era genial—. Oh —fue lo único que pude decir, porque era cierto, el lobo de Jungkook era la hostia.
El Taehyung actual, el que estaba transformado en lobo para no lavar los trastes ronroneó contra mi caricia.
—Si, Taehyung. Tu lobo también es la hostia —dije recorriendo la suavidad de sus orejas, confirmando lo que quería escuchar.
Descendí a su nariz... Y él sólo estornudó sin control y se frotó la nariz desesperadamente con ambas patas.
—Eww —me quejé cuando su mucosidad quedó en mi mano, pero luego abrí los ojos muy grandes cuando encajé las piezas.
El caos estalló.
Para cuando Jungkook llegó, abrió la boca al ver a Taehyung sentado en el suelo, desnudo y cubriéndose con la manta y yo a su izquierda con un vaso de leche, desviando la mirada de su cuerpo como de costumbre.
—¿Se puede saber por qué Taehyung parece Rodolfo el Reno? —preguntó Jungkook aún en la puerta.
Taehyung estornudó de nuevo.
Jungkook terminó asistiendo a la misma universidad que Taehyung y yo.
Jeon Jungkook había crecido o bueno, se había ensanchado más. Los hombres lobo tenían un extraño ciclo de crecimiento... Como que florecían de la noche a la mañana una vez cumplida cierta cantidad de años. Ya no tenía dieciocho, aun así conservaba su inocencia a pesar de sus ya veintidós años. Sin embargo, Taehyung por alguna razón me seguía pareciendo más imponente. Kim Taehyung tenía veintitrés, y yo también estaba en mis veintitrés... Porque en realidad Taehyung siempre había sido mayor que yo por meses.
Sin embargo, yo había empezado a notar que algo retorcido en mi estaba floreciendo...
Mensaje de Taehyunggie: No podremos acompañarte a casa hoy. Tengo que pintar el mural de aniversario de la facultad y Jungkook me ayudará a trasladar los materiales. Toma el primer tren y avísanos cuando llegues.
Suspiré algo melancólica sabiendo que el viaje de regreso a casa sería aburrido sin ellos.
Era una hora decente. Llegaría a casa aún con el sol en plena puesta. Sin embargo, aún faltaba tiempo para que mi tren saliera. Y yo quería desearle suerte a Taehyung, y mirar de paso a Jungkook, porque últimamente pasaba con la nariz metida en libros estudiando y ya no los veía mucho.
Llevaba mi maletín oscuro colgado en el hombro. Muchos iban hacia la salida, pero yo iba a contracorriente. El toque de queda estaba a minutos de iniciar, pero como los estudiantes de arte requerían pintar el mural, ellos sí tenían permitido quedarse tiempo extra sólo por la ocasión.
Así que terminé desviándome para ir al recinto.
Me detuve en las puertas dobles semiabiertas disponiéndome a cerrar el paraguas que me protegía de la nieve, pero no fue necesario, porque este resbaló de mis dedos y cayó al piso tras mi espalda.
Los labios de Taehyung estaban sobre los de Jungkook y las manos de Jungkook sobre la cintura de Taehyung. Sus cálidos alientos fueron visibles cuando se separaron por segundos. Tenían las mejillas rojas como rosales y los abrigos algo desacomodados, como si no fuese necesario desnudarse para poseerse por completo.
¿Cómo no lo había notado antes? Tonta, tonta, tonta. Su roces cómplices y esas miradas en un idioma que sólo ellos podían entender. Uno que por muchos libros que devorase quizá yo nunca llegaría a comprender.
Jamás en mi vida había visto una escena tan hermosa y tan... dolorosa al mismo tiempo.
El sonido de mis pies retrocediendo entre la nieve los hizo darse cuenta de que yo estaba ahí.
Los había visto. Y ellos sabían que los había visto.
Nuestros ojos se conectaron y justo en ese momento yo huí.
Mis piernas que me llevaron por inercia hasta la estación ya no pudieron seguir soportándome.
Entonces me di cuenta de que mis piernas nunca fueron las culpables de ponerme de rodillas, sino mi pecho; al que sentí desgarrarse y me obligué a apretar al sentir que algo se me rompía dentro... Primero los pulmones como estallando, luego la tráquea torciéndose y finalmente mucha saliva... Nunca antes experimenté un dolor así. Las pocas personas a mi alrededor sólo miraban indiferentes y pasaban de largo susurrando mientras eran absorbidas por su respectivo tren. Yo estaba hecha una bolita y estaba tosiendo muy fuerte. Tanto que terminé escupiendo sangre... Me auto-diagnostiqué... Pero cuando tosí por décima vez hice desaparecer todas mis teorías... Repentinamente lo olvidé todo... Los pilares de libros que me había leído, el vocabulario médico adquirido, las partes del cuerpo que había suturado...
Me cubrí la boca con la mano.
Mis ojos desorbitados al sentir que había escupido las entrañas se exprimieron en lágrimas aterradas e hicieron un esfuerzo abismal por mirarme esa misma mano.
—¿Por... qué? —susurré.
Ese fue el día en el que me aquejó una extraña enfermedad.
Aquel fue el día en el que yo escupí flores por la boca.
Me limpié los labios viscosos por la sangre que escurría de ellos en mi última parada en el baño de la estación. Traté de recuperar aliento y cuando lo conseguí, me enderecé para alejarme del váter, pero unas segundas arcadas me hicieron volver a él.
Me quedaba en el hospital más horas de las necesarias para no encontrarme con Taehyung ni con Jungkook. A veces me escondía, y otras veces sólo les sonreía a lo lejos y los evitaba. Así hasta que la distancia entre nosotros se hizo grande... Y silenciosa. Nuestra comunicación se volvió esporádica. Ellos no tenían nada que decir, y yo por mi parte, nada que preguntar. Era algo que sólo les correspondía a ellos. Y no a mí. Yo tenía asuntos más importantes que atender... Como mi enfermedad.
Permanecía en los cubículos hasta que oscurecía y me veía obligada a usar la lámpara de estudio que brindaba una tenue luz amarilla... Me quedaba a matar el tiempo y a estudiar lo que me estaba matando a mí. Me alternaba entre los cubículos donde devoraba libros y los ordenadores para acceder artículos científicos de PubMed, pero comenzaba a caer en la desesperación... Y como último recurso, recurrí a foros de Internet con dudosa credibilidad.
N16201u: He estado experimentando náuseas intensas. El color es rojo y escuece mi garganta. Al principio creí que eran flemas... Reflujo... pero lo que expulsó son flores. Literalmente... flores. He ido a distintos médicos, (no, en realidad no... Yo soy mi propio médico), pero ninguno me da una respuesta convincente.
HuanXi18: ¿Estás describiendo la trama de un manga? Me parece conocido. Lo siento, no leo cosas de chicas.
273ducci: Creo que no estás entendiendo el propósito de este foro @N16201u. Si no tomas en serio los temas, el moderador tendrá que expulsarte. Este foro es estrictamente sobre cosas paranormales.
h0op172: Mi abuela tuvo algo similar, y digo similar porque nunca descubrieron que era. Quizá era un tumor o no sé... Casi siempre es cáncer. El cáncer te come por dentro. Mi abuela callaba muchas cosas... Y eso terminó matándole. Mi madre dice que mi abuela murió de tristeza. No voy a mentirte, mi abuela tenía costumbres raras. Prefería el té por encima de una aspirina para el dolor de cabeza. Quizá porque ella era de una provincia algo desactualizada... Igual no me hagas mucho caso... Estudio Economía =P
Mis pensamientos se perdieron en la palabra cáncer. No cuadraba con mi diagnóstico, pero tampoco me parecía imposible. Entendía el principio básico del cáncer: la división sin control de las células anómalas. Y puesto en el caso de la abuela de aquel usuario... La inmunodepresión ocasionada por su estado anímico pudo ser un factor clave para que eso terminase por derrumbarle.
Porque estar triste no sólo te destruía la mente... Sino también el cuerpo.
En algunas ocasiones como esa, me quedaba tan absorta en mi propia investigación que no notaba la hora de cierre. Y entonces veía a los pocos usuarios de la biblioteca comenzar a desalojar, entre ellos conserjes y personal que iban apagando las luces conforme iban avanzando.
El guardia de siempre me miraba fijamente como un ente en medio de la oscuridad, apagando y encendiendo su linterna frenéticamente. Sus labios sellados y ceño fruncido decía cosas como: ¿Ya? ¿Ya? ¿Ya?
—Oh, sí. Voy. —dije apagando el ordenador y guardando los libros en mi maletín.
Caminé a pasos lentos hacia la salida. Me costaba respirar... Me agitaba demasiado rápido. Terminé adoptando la costumbre de traer conmigo un pañuelo para cubrirme la boca. Había descartado la neumonía, la tuberculosis, y la bronquitis.
Dejé de comer cosas sólidas y buscaba sólo alimentos tibios. Me escabullía y me sentaba en la parte trasera de la cafetería del campus para poder ir al baño sin llamar la atención.
Traté de soportar el vivir de esa forma... Hasta que un día ya no pude más y sólo desperté sola y desorientada en un hospital.
Recuerdo que olía a desinfectante y estaba ventilado. La tos me hizo doblar y escupir las flores a un lado de la cama. El sabor de mi propia sangre comenzaba a asquearme.
—¿Es ella? — preguntó un hombre hacia el doctor en la puerta.
Este asintió.
—Dígale que voy a interrogarla.
No, no, no, pensé.
—Iré por el formulario —dijo el doctor.
No había dejado de escupir flores. Tampoco había dormido lo suficiente. Había perdido la cuenta de cuantas flores salieron de mi boca. Había perdido la cuenta de cuántas veces intenté pedir ayuda. Y había perdido la cuenta de cuantas veces terminé huyendo de las salas de espera, justo como ahora... Esto no tenía explicación racional. Y temía más que a quien se lo contase, terminara por quebrarlo. Hasta hace poco no creía en apariciones, demonios ni... Hombres lobo. Yo era una persona de ciencia... Pero los hombres lobo existían y yo estaba escupiendo flores por la boca.
Ahogué un gemido cuando puse los pies descalzos en el suelo. Me arranqué la intravenosa brutalmente, haciendo a la cama salpicarse de sangre. Miré nerviosa por la puerta y me puse mi abrigo.
Mis pasos perdieron velocidad al quemarse por la explosión de energía que gasté para levantarme. Me puse de cuclillas al ya no poder sostenerme. Miré hacia atrás en dos ocasiones.
Muévete, sigue moviéndote..., me pedí, reuniendo fuerzas para levantarme y luego escurrirme en la oscuridad de los edificios y callejuelas nocturnas tomando el primer tren que se me atravesó y así abandonar esa aborrecible ciudad.
Mientras tanto, el pensamiento intrusivo seguía ahí.
Casa, casa, casa... Debo ir a casa, debo ponernos a salvo, decía la voz.
¿Ponernos? ¿A quiénes?, volví a divagar... Comenzaba a perderme.
Recuerdo haber subido a cierto tren... Recuerdo haber visto las luces encendidas del corazón de la ciudad desaparecer. Recuerdo que las pocas personas que me encontré en el camino me miraron como si estuviera loca, y que se cambiaron de asiento cuando me vieron caminar en bata de hospital y mi abrigo, el único medio para cubrirme y para enfrentar el inicio de aquel invierno. Recuerdo sentir que algo tiraba de mí hacia una determinada trayectoria. Y eso es lo único que recuerdo, porque me quedé dormida.
Ralenticé mis pasos cuando me hice consciente del lugar en el que había terminado. Era como si estuviera en piloto automático y la dirección programada fuese en realidad... El lugar más alejado de la ciudad.
El aguanieve escurría de mis suelas. La luz de los primeros rayos matutinos me cegó y puse una mano al frente para cubrir mis ojos de ella. El olor de la sal del mar se hizo más intenso y se mezcló con el fresco del bosque cercano a la zona. Era una provincia... pero, ¿cuál? Mis sentidos estaban tan adormecidos como para intentar indagar dónde estaba.
Los lugareños a mi alrededor que dejé atrás conforme avanzaba comenzaron a cuchichear.
—¿Será una loca? ¿Se habrá escapado del sanatorio? —escuché decir — Pero, ¿qué está haciendo ahora mismo quitándose los zapatos?
Caminé hasta el mar dando traspiés, tratando de mantener el equilibrio en una pierna mientras me removía el zapato húmedo del otro. La arena estaba fría y agua salada del mar lo estaba mucho más. Me dejé caer de trasero en la orilla. La tela de la bata clara de paciente de hospital flotaba en las pequeñas olas que me visitaban y luego se alejaban. Y entonces, me solté a llorar.
Me sentía perdida, pequeña y muy cansada.
Inhalé aire... Y luego volví a llorar como un bebé.
Mis labios probablemente estaban azulados a causa del frío. A mis pies había algas que en su momento fueron arrastradas por las olas.
—¿Undaria? —me pregunté tratando de adivinar si esa cosa era el alga que se usaba en la sopa de miso.
—Señorita... Está usted sentada sobre mi red de pesca... —me dijo un señor, a lo que yo levanté la pierna izquierda y me di cuenta de que efectivamente era así, por lo que me arrastré de rodillas para apartarme —. Gracias...
—Ahjussi... —me sorbí la nariz y me tallé los ojos—. ¿Dónde puedo conseguir trabajo por un día? No traigo dinero para regresar a mi ciudad...
El señor, de piel dorada y bigotes casi plateados se recargó contra su caña y suspiró.
—¿Alguna vez has descamado pescado, señorita? —me preguntó.
Así fue como terminé en el otro extremo de la playa con un montón de señoras enguantadas y en botas impermeables amarillas, hecho que agradecía porque mis zapatos seguían secándose en el tibio sol de invierno. Ellas parloteaban sin fin y yo me apuraba a destripar cuantos pescados me fueran posible.
—Así que dinos... ¿Estudias medicina? —me preguntó una de ellas.
Asentí en una sonrisa pequeña que no fui capaz de sostener por mucho más tiempo. Les había enseñado mi carné de estudiante para que accedieran a hacerme un hueco con ellas.
—¿Qué te incentivó a tomar esa decisión? La medicina no es para cualquiera.
Hice una pausa a lo que estaba haciendo.
—El dinero... —susurré avergonzada — Quiero un BMW en unos años.
Las señoras se miraron... Porque esperaban una respuesta más noble. Algo como: "Nací para salvar vidas". Pero no, ese no era mi caso.
—¡Y de Seúl! Dios mío, debes ser realmente una chica lista. Ya quisiera yo que mis nietos estudiaran en la capital —contestó otra alegremente, disipando la tensión del momento— Constantemente nos cortamos descamando o los pescadores se hacen lesiones en las barcas... ¡Que me he rebanado el dedo!
Todas las demás señoras gritaron ante la declaración de esa otra. Ellas retrocedieron asustadas y escandalosas como unas gallinas. Yo ya me hallaba junto a la señora inspeccionando su dedo. Y entonces me reí.
—Ahjumma... No se ha rebanado ningún dedo. Sólo es una cortada escandalosa y se ve así porque se está diluyendo con el agua de sus manos... —dije tranquilamente al ayudarla a sentarse, pero se desmayó en el proceso y las gallinas... Hicieron más caos.
No fue difícil hacerla volver en sus sentidos. Cuando ella despertó yo ya había tratado, desinfectado y vendado su mano antes de que las señoras regresaran con el supuesto médico de ahí. Ellas la habían dejado a mi cuidado, pero yo la había dejado consciente y completa para cuando el médico llegó. No dejé rastro alguno mío. Cobré lo del pescado y desaparecí.
Me encontraba caminando con los pies metidos en las zapatillas médicas aún húmedas porque el avaro sol de esa estación no fue suficientemente generoso como para secarlos del todo. Ahora estaban más grises que blancas.
—Noona...
Esa voz tuvo un efecto anestésico en mí.
Me di la vuelta para mirarlo bien.
—Jungkook. ¿Qué... estás haciendo aquí? — pregunté.
No me alegraba verlo...
Jungkook me ignoró por completo y acunó mis mejillas tirando de mi rostro hacía el suyo para examinarme desesperadamente. Me tiró tan fuerte que casi creí que me desnucaría.
No me alegraba...
—Tengo que irme o perderé el tren —pedí levantando mis muros.
—No irás a ningún lado. Taehyung no lo permitirá —musitó.
—¿Qué? —respondí con sequedad tratando de soltarme de sus tibias manos.
—¿Creíste que no lo notaríamos?... Hueles a enfermedad desde lejos — hablaba tan golpeadamente—. Taehyung sigue buscándote en Seúl.
—Yo sólo huelo a pescado... ¿Que Taehyung qué? ¿Cómo fue que me hallaste tan rápido? —Jungkook levantó las cejas con obviedad—. Oh... Cierto.
Me acordé entonces de que eran hombres lobo.
—¿Cuándo pensabas decirnos que estabas enferma?—preguntó Jungkook.
Me era extraño escuchar ese tono tan autoritario dirigido hacia mí, tan carente de su habitual dulzura... Ese tono tan grotesco que contrastaba con la forma en la que me seguía acunando las mejillas.
Mis labios se abrieron ligeramente, pero mis piernas se doblaron. Era inevitable, porque después de todo había estado perdiendo mucha más sangre de la que mi cuerpo era capaz de producir. A este paso moriría pronto.
—Estoy bien. Tengo que volver... Tengo que asistir a clase... mañana... He estado preparándome demasiado para hacer servicio universitario en ese hospital...—dije.
—¿Aún si mueres antes de lograrlo? —preguntó tan cortante como un escalpelo.
Sus ojos no me sonreían, no brillaban.
—¿Por qué estás enojado? —cuestioné.
—Porque no viniste a nosotros en primer lugar.
—¿Cómo podía hacerlo? Si... —pero no pude continuar, porque no encontré las palabras adecuadas así que sólo bajé la mirada.
—¿Cómo sabías que aquí estaba la casa de Taehyung? —me interrogó al ver que no podía continuar con la oración anterior.
Levanté los ojos en dirección hacia él.
—No... No lo sabía —dije consternada y entonces miré detrás suyo, a la cabaña que se alzaba en medio del bosque a casi un kilómetro de nosotros. Volví los ojos a Jungkook—. No lo sabía —repetí.
—Entremos. Llamaré a Taehyung y le diré que te he encontrado.
Yo fui en dirección contraria, mientras arrastraba los pies. Mis piernas se entumecían a cada paso que daba... Pero eso no me hizo parar en ningún momento porque yo debía regresar a Seúl.
—¿A dónde vas ahora mismo?
—A Seúl.
—¿Cuándo dejarás de ser tan orgullosa? —me gruñó Jungkook —. Entra al menos a darte un baño, entonces.
Acepté la idea de tomar un baño a regañadientes y limpié en mi cuanto fue posible porque no deseaba incomodar a los pasajeros. Para cuando salí, ya había ropa en la habitación. Era un suéter oscuro y delgado de botones... Y una falda blanca.
Me estaba acomodando el fondo de la falda para cuando Jungkook abrió la puerta.
—Mira eso... Tienes un lindo tatuaje en esa pierna —dijo al cruzarse de brazos mientras se recargaba en el marco de la puerta.
Mis mejillas enrojecieron y me terminé de acomodar la falda, ocultando el extenso dibujo de tinta que recorría mi pierna izquierda. Ese que yo siempre ocultaba usando faldas... Era mi pasado… Y no deseaba desenterrarlo. Esas flores que se derramaban tenían espinas y estaban ahí para ser mi estigma.
Siempre sentí una afición por las flores... Una afición por las cosas hermosas. Por las cosas que no podía poseer en general. Aunque esas cosas terminaran quebrándome.
—Debiste haber tocado.
—Temía que hubieras resbalado y que te hubieras desnucado —respondió encogiéndose de hombros para luego acercarse— He entrado por tu bien.
—¿De dónde sacaste esta ropa? —pregunté.
—La robé de los tendederos de otras personas.
—¿La... robaste? ¡No puedo salir si alguien me ve con su ropa puesta! ¡Me llamarán ladrona! ¡Llamarán a la policía!
—¿Quieres que te la quite? —preguntó haciendo un puchero, dirigiendo sus manos hacia la falda, como si quisiera hacerlo por sí mismo.
Le di un manotazo.
—¿Cuándo te volviste tan descarado? —le pregunté.
Jungkook sonrió de forma inocente. Cerró sus ojos y me recordó a un shibita. Incluso la tensión del momento se había relajado. Ya no me mantenía tan a la defensiva.
—¿Desde cuándo tienes ese tatuaje? —se sentó en la cama, recargando sus manos e inclinándose hacia atrás para mirarme mejor— Hum... Esa ropa parece un poco ajustada.
Yo no era capaz de mirarlo. Retrocedí unos pasos para quedar fuera de su campo de visión, porque en efecto, esa ropa me quedaba ajustada.
—Desde que tenía quince. También tengo perforaciones en las orejas desde esa edad, pero actualmente no uso ninguna —le respondí suavemente mientras sujetaba mi codo y miraba hacia el suelo—. Nunca supe cómo se conocieron Taehyung y tú...— cambié de tema.
—No es una gran historia, ni siquiera trágica, pero... Digamos que yo sólo me le pegué a Taehyung como una garrapata —dijo algo apenado, pero yo lo escuché atentamente, asimilando cada una de sus palabras... Y esperé más. Esperé mucho.
—¿Qué? —me reí.
—¿Qué de qué? —preguntó risueño también. Y es que Jungkook a veces era corto de palabras—. Esa es la historia.
Y sus anécdotas se simplificaban en cosas como esas.
—Me he encariñado fuertemente de él desde ese día. Taehyung es mi hilo —dijo en una voz tranquila.
—¿Hilo? —mi sonrisa se volvió débil y estar ahí con él se volvió doloroso.
—Taehyung heredó el territorio de su padre, pero no está muy orgulloso de ello. Recibió lo que le pertenecía por derecho de nacimiento. Su padre murió y esa última acción fue su forma de manchar su honor sabiendo que los demás no lo reconocerían como Alfa... Y acertó. Los miembros de su manada prefirieron irse antes de aceptar a Taehyung como su Alfa. Era un reinado solitario. Sin embargo, él podía pintar en este bosque... Y al bosque le gustó eso. Porque se volvió frondoso…
Jungkook no parecía responder a mi pregunta. Era como si no pudiera permitirse hacerlo. Porque esa charla no le correspondía a él.
—Me hice fuerte. Tenía que ser lo suficientemente fuerte como para cuidar la espalda de mi Alfa. Para cuidar del hilo —continuó.
—Estás divagando. No me estás respondiendo nada...
Quise seguir objetando, pero entonces... me cubrí la boca sintiendo el tercer ataque continuo de tos, pero contener mi tos sólo hacía que la siguiente estallara con más fuerza. Y entonces, cuando ya no pude mantenerme más tiempo en silencio, la sangre se expulsó sin mi consentimiento más allá del pañuelo, para estamparse contra el piso.
Jungkook sostuvo mi cuerpo en manos amables.
—Enfermarás más… No lo rechaces. No rechaces a mi Alfa… —suplicó… Y yo enfurecí. Pronombres posesivos. Mi. Suyo. Dolía, dolía, dolía porque yo era tan egoísta —. Te traeré un poco de té. Eso debería ayudarte… —prometió con dolor en su voz, frotando la punta de su nariz contra mi mejilla en una embarrada rápida.
Él se levantó y fue por lo que supuse era el té, dejándome sola.
Sentí que la tristeza reclamaba mi cuerpo de nuevo. Caí de rodillas. Vi mis lágrimas caer; y a la sangre también. El carmesí y el cristal se reventaron en el suelo.
Ellos estarían bien... Porque ellos se cuidarían el uno al otro. Yo tenía que irme de ahí. Era mi oportunidad para escapar. Yo no pertenecía ahí.
La brisa fría arrebató mi calor en cuanto puse el primer pie aún descalzo afuera.
A medida que me alejaba… Sentí hilos imaginarios enredarse en mi cuello. Me asusté ante esa nueva sensación y corrí por el bosque de forma torpe y aletargada... Escuché las patas de un algo enterrarse y desenterrarse en la tierra conforme corría. Lo escuché arañar troncos de árboles muertos… Lo escuché gruñir como diciendo: Este bosque es mío y todo dentro de él… ¡¡¡Me pertenece!!!
Entonces empecé a correr cada vez más lento, porque los hilos que me retenían, tiraban de mí hacia atrás y me hacían dar traspiés.
No fue hasta que el lobo salió y me tumbó; encajó las garras contra la hojarasca y salpicó tierra húmeda, formando una jaula para que no me escapara.
Me recargué en mis codos y exhalé con dificultad.
El lobo ya no era más un lobo.
Miré su cuerpo esbelto… Y brutalmente fuerte. La luz del sol naciente traspasaba las copas de los árboles e iluminaba sus hombros en un halo dorado. Me dio la impresión de que el sol de ese amanecer había bajado y se había vuelto humano.
—¡Te encontré! —exclamó cual niño (cachorro) — ¡Te encontré! ¡No puedo creer que te encontré! ¡Déjame olerte! ¡Quiero olerte! ¡Extrañe tanto tu olor! ¡Nieve y malvavisco!— él comenzó a olfatearme de forma enérgica, igual que un cachorro que reconocía al juguete que había perdido.
Mi corazón se estrujó... En señal de lo mucho que había estado anhleando verlo.
—Taehyung... Déjame ir... —susurré rechazando su gesto.
Me di cuenta de que no podía apartarlo. Y también me di cuenta de que Taehyung estaba más intimidante después de que intentara hacerlo... Y que sus colmillos habían salido. Entonces entendí que eso no había sido una petición, sino una orden del Alfa... Y yo la había ignorado. Y eso lo había molestado porque ahora mismo me mostraba las encías y arrugaba la nariz.
—¿Tae.. hyung? —lo llamé... asustada.
Y justo cuando quise decir algo más, Taehyung ya estaba acariciando mi nariz con la suya de un lado a otro, muy suave y muy lento.
—Lo siento. Te asusté —gimió.
Suspiré mansa. Me encontré apretando los músculos en sus brazos queriendo que no parara... Yo repentinamente estaba perfectamente adiestrada.
—¿Por qué rompiste nuestro hilo? —me preguntó Taehyung... afligido.
Lo miré aún desde abajo y froté mi cuello buscando consuelo.
—Jungkook es tu hilo —respondí y removí su mano débilmente.
—Nosotros los Alfa podemos hacer muchos hilos si conectamos con fuerza... Estos hilos son los que nos unen a quienes consideramos de nuestra manada.
—Yo soy humana.
Y como si fuera poco recordatorio de que a diferencia de mí, él sí era animal, Taehyung se sentó sobre sus talones así desnudo. La tierra ensució su piel. No miré más abajo de él.
—Una vez me enamoré de un humano. De un bailarín —dijo.
—Un bailarín... El bailarín en la pintura... Tornasol. ¿Él era tu musa? —pregunté con cuidado.
—Siempre me ha gustado lo lista que eres —me sonrió de forma cariñosa—. Park Jimin y yo nos conocimos en el colegio. Yo le hablé primero porque no sabía cómo llegar a clase. Era la primera vez que interactuaba con humanos después de haber vivido siete años enteros rodeado de lobos. Mi padre dijo que aunque no debíamos involucrarnos con ellos, los necesitábamos para relaciones de negocios. Recuerdo que mi padre me apaleó cuando me atrapó abrazando a Park Jimin. Mi padre decía que no podía ser así de afectuoso con quien no fuese de la manada... Sobre todo con quien no era un lobo. Sobre todo con quien era un hombre. Porque era anti-natural cuando el propósito del Alfa era engendrar. Recuerdo escaparme muchas noches para ir a la habitación de Jimin y escabullirme en sus cobijas, aún si mi padre encontraba su olor en mí cuando yo regresara a casa. Él decía que yo debía casarme con Juna, la hija de la manada del sur. ¿Por qué no podía ser con Jimin, el hijo de la señora que hacía deliciosos pasteles de arroz, humano de Busan? Yo sólo tenía nueve años, pero ya sabía qué me atraía Juna... Y también Park Jimin. Los hilos son muchos... Pero el lazo es sólo uno, y hay uno para cada Alfa. Mi alma gemela. Mi mejor amigo. Park Jimin era mi lazo. Él entendía mi pasión por la pintura a un nivel difícil de explicar en palabras. En cambio, me gustaba escuchar su corazón agitado cuando él bailaba. Era como si nuestras almas estuvieran sintonizadas en una misma frecuencia... Y por eso escapamos juntos. Alquilamos el estudio más barato que encontramos. Después de todo ninguno de los dos tenía dinero porque éramos estudiantes... y yo había renunciado a mi manada. Y con el negocio de los pasteles de arroz de la madre de Jimin yéndose a la mierda... Park Jimin al ser el único hombre de su casa tenía que arreglárselas para cargar consigo mismo y con su madre. Jimin comenzaba a exigirse demasiado —las espesas pestañas de Taehyung bajaron —. Jimin se estaba muriendo de sobre-esfuerzo. Podía olerlo. Le dije que debía parar. No quería que se rindiera, no. Sólo quería que descansara un poco...
—¿Temías que se rompiera? —cuestioné.
—Sí. Jimin era delicado. Así que quería protegerlo. De todo y de mí. Él una vez me dijo que yo brillaba como el Sol y que él era casi tan oscuro como Plutón. Así que había estado guardando mi propia oscuridad con tal de poder seguir brillando para él... Mi padre me hirió más veces de las que Park Jimin llegó a enterarse. Nunca le mentí sobre mis heridas, pero nunca le conté sobre las que habían sanado esa misma mañana. No deseaba que Park Jimin se entristeciera innecesariamente. No tenía que cargar conmigo también. Mi padre decía que yo era un Alfa muy despistado... Y castigaba mis manos con palos. No las piernas ni la espalda... Lo hacía en las manos para ver si así dejaba de pintar. Mi madre sólo observaba y aguantaba las lágrimas. Ella nunca evitó que alguno de esos castigos sucediera. Después de todo... Yo era un hombre lobo. Y sobre todo... Estaba destinado a ser un Alfa. Un líder. Yo sanaría. Yo podía soportar ese dolor. Yo sería un Alfa... Pero Park Jimin me veía sólo como Taehyung. No era humano ni lobo... Sólo TaeTae. Y él era sólo Chimchim. Me gustaban los humanos, pero no era consciente de que ellos eran mucho más frágiles que un lobo. Tuvimos una pelea ese día y yo sólo desaparecí —Kim Taehyung ya comenzaba a lagrimear—. El tiempo humano es muy diferente al de los lobos… Me quedé tanto tiempo transformado en un lobo que una semana se convirtió en un mes… Y ese mes en una estación entera… Y no pude volver con Jimin a tiempo. No pude volver con Jimin… Lo sentí abandonarme. Jimin ensayó hasta la muerte buscando la perfección… y yo no estuve ahí. Su muerte rompió nuestro lazo. Y esa misma noche… En ese preciso instante aullé hacia la luna mi declaración de amor —su voz terminó de romperse.
—¿Jimin sabía que él era tu lazo? —pregunté.
—Sí.
—Sabes que no es eso lo que estoy preguntando —traté de mirar en sus profundidades— ¿Jimin sabía… que estabas enamorado de él? ¿Sabía él lo que el lazo significaba realmente?
Sus ojos se abrieron ante mi pregunta. Él encogió los hombros suavemente, ligeramente avergonzado. Un titilante rubor se instaló en sus mejillas.
—No…
—Pero ibas a volver. No ibas a dejarlo. Sólo… Tenías que asimilar tu dolor.
—¡Yo iba a volver! ¡No iba a dejarlo! —repitió desesperado y aliviado también de que yo sólo confirmara que él iba a hacerlo, y después su voz se apagó —. Sólo que me tomó más tiempo de lo esperado… Entender a mi lazo humano. Me crié como lobo, así que no comprendía por completo las emociones humanas de Jimin… Me enseñaron a seguir moviéndome aún si yo estaba herido. Yo no tenía derecho a detenerme. Creí que si Jimin era mi lazo, entonces él podría seguirme el paso. Yo lo rompí cuando me fui... Si tan sólo lo hubieran reconocido antes, él seguiría conmigo. Yo no era talentoso. Yo sólo me esforzaba demasiado en mis pinturas... Porque si no me satisface, entonces no me sirve. Pero Park Jimin… Joder… Él había nacido con un don y nadie lo notó. ¡El mundo debía ver a Park Jimin bailar!...—se tapó el rostro húmedo y rojo por el llanto— Dime, Yuki… ¿Por qué nadie más pudo ver lo hermoso que era Plutón?
Entendí su conflicto con la pérdida y la herida que le dejó el que su manada lo rechazara dos veces... El haber perdido a su Lazo. Él era un ser extremadamente social. Como lobo y como intento de humano. Quise acariciar su rostro, secar sus lágrimas, besar sus manos... Qué príncipe lobo tan trágico.
En cambio, dije:
—Eras sólo un niño... No puedes culparte por eso. Aún si eres un hombre lobo... Llevabas sólo nueve años en este mundo. Incluso a los diecinueve... Hiciste lo que podías con lo que sabías, Taehyunggie.
—No voy a perderte a ti también —sentenció, ignorando mi consuelo—. No dejaré que te rompas tú también… —gruñó en una voz cavernosa.
Mis labios se entreabrieron y apreté mis rodillas con fuerza.
—¿Puedes vestirte? —sugerí… o más bien, supliqué— Todo este sentimentalismo es extraño si estás en pelotas.
Sus labios se extendieron en una línea recta y asintió. Él se adentró en el bosque volviéndose lobo y regresó vestido siendo humano. Esta vez sí había anticipado lo de la ropa.
—Ahora… ¿En qué me quedé? Ah, sí… —se recordó a si mismo quitándole solemnidad al momento, reanudando su guion como si nada— Mi línea… Eh…
—"No dejaré que te rompas tu también" —le recordé.
—Si, sí. Eso —dijo entusiasmado. Pero ese entusiasmo duró muy poco, porque le siguió un ensombrecimiento extraño —Podría ir tras de ti cuantas veces intentes escapar. Sabes que te alcanzaré —advirtió.
Que Taehyung tenía la crueldad de un niño y él no lo sabía.
Sonreí sin fuerza.
—He llegado demasiado lejos... No quiero parar ahora... O me quedaré atrás otra vez —dije.
Y entonces le hablé sobre mi madre por segunda vez.
"—¡Tú, punk! —recuerdo a mi madre golpearme con una de sus viejas pantuflas—. ¿Cómo que sigues sin entrar a clase? Has perdido el año.
—¡Ya! ¡Ya deja de pegarme, mamá! —grité extendiendo las manos— ¡Da igual si entro o no! ¡De cualquier manera no entiendo nada! No soy capaz de concentrarme... Lo único que quiero es ver danzas...
—¿D-Danzas? —preguntó sin saber cuál de sus dos cejas mover, por lo que terminó arrugando las dos en su interrogación.
—Battements dégagés. Battements fondus y Ronds de jambe à terre... Nunca en mi vida he bailado, pero... No puedo dejar de imaginar la posibilidad... De moverme así —mencioné algunos ejercicios de barra de ballet y disminuí la fuerza de mi voz— Desearía no pensar en esas cosas todo el tiempo. Es tarde para mí querer intentar ser una bailarina, ¿no es así? Debí iniciar a los cinco o seis años... Sólo sigo perdiendo el tiempo divagando en cosas como esas. Lamento haberme descubierto tan tarde. Incluso ahora... Me he quedado atrás. No puedo bailar…—ella bajó la pantufla a la par que abría sus ojos— Me acostaré con algún compañero y me ayudará. No tienes que preocuparte más…
Sentí una bofetada por parte de mi madre. Me volví hacia ella con los ojos llorosos, aún sin poder asimilarlo. Me vi en ella. Las dos teníamos una piel pálida y el cabello oscuro como la brea. Yo era bonita como ella. Supuse que por eso le gustaba a los chicos.
Mi madre era realmente hermosa... Pero tontita. Una vez intentó comprar un bolso que estaba en descuento. Le costaba hacer las cuentas. Y de cualquier forma no le alcanzaba el dinero. Recuerdo a la cajera cambiar el trato de forma sutil hacia ella cada vez que venía a preguntar por otros bolsos. Y es que mi madre sólo miraba, nunca compraba. Mi madre era soltera. Nunca conocí al bastardo de mi padre.
Sabía que mi madre ya lo sospechaba. Que me acostaba con chicos… A cambio de cosas. De uno de ellos saqué el dinero para perforarme las orejas… Sólo porque creí que se me verían lindas.
Todo el mundo avanzó, pero yo me quedé estancada. Mientras ellos iban a cursos extracurriculares, yo iba por un helado. En ese entonces yo era inmadura y quería las cosas pasajeras y vanas que mi madre no podía darme, porque ni siquiera ella podía permitírselas. Sin embargo, todos mis escasos placeres eran cortos. Muy pronto comencé a hartarme de ellos. El sexo, los postres, dormir hasta tarde…
—Perdóname… Por no correr tan rápido como los demás —pedí jugando con mis pies sintiendo vergüenza y mirando hacia el suelo.
—Mocosa tonta —dijo mamá al envolverme en sus brazos— ¿Por qué estás pidiendo perdón por ser quien eres? Levanta esa cabeza. Que tú no le debes nada a nadie.
Mamá me amaba. Aún si ella esperaba una hija universitaria en Seúl para presumir a sus amigas de la provincia… Aún si hubo esa desilusión en sus ojos que me rompió en ese momento... Ella nunca dejó de hablar sobre mí con amor cuando le preguntaban. Cada pequeña cosa que yo hacía, ella comenzó a festejarla.
Aún si estaba eligiendo algo vago por sobre algo asegurado como lo era un título universitario. Aún si mis probabilidades de lograrlo eran nulas.
Mi madre pidió un préstamo para que yo pudiera bailar en un estudio económico mientras seguía estudiando. Ella dijo que sólo debía terminar la preparatoria y entonces podría bailar para siempre si eso era lo que mi corazón quería.
Y me esforcé. Realmente lo hice. Me levantaba temprano para ayudar a mamá en su pequeño restaurante, y me quedaba hasta tarde leyendo, escribiendo, resolviendo... Mis notas subieron. Y sobre todo... Yo podía bailar.
Un día, mamá salió a comprar para hacer una cena especial para mí, porque me estaba esforzando demasiado y ella quería recompensarme. Mamá no regresó esa noche y al día siguiente yo tuve que ir a reconocer lo que quedaba de su cuerpo.
Nunca encajé del todo con Hana, Sook y Juwon... De alguna manera podía sentir su rechazo. Ellos nunca fueron mi manada. Mi madre era mi manada. Y nunca pudo tener un buen bolso.
Cuando volvía a casa recuerdo que miré a un joven bailar. Mirarlo dolía. El sonido de los violines se derretía y él bailaba en medio de cuerdas. Sus piernas fuertes se turnaban en piruetas... Su baile me desollaba viva. Y aún así no podía dejar de mirarlo. Admiración, deseo y envidia. Sentí todo eso al mismo tiempo. Ese día fue como ver a un cisne bailar. El cisne... se llamaba Park Jimin. Era tu Park Jimin. Plutón... era putamente hermoso.
Y entonces lo supe, que mis piernas jamás podrían alcanzarlo. Que se romperían antes de siquiera poder imitarlo. Que yo no había nacido para ser un cisne.
Estudié mucho más después de aquello. Aplicaría entonces a un trabajo como todos los demás... Tendría sueños como todos los demás... Con eso y un poco de suerte, podría comprar un bolso a mamá.
Que aspiración tan vacía, ¿no es así? Al final... Terminé siendo como el montón. No era tan especial como creía."
Taehyung permanecía en silencio. Supuse que él no podía entenderlo… Y yo no esperaba que lo hiciera. Porque sabía que era un lobo de emociones torpes. Elevé los ojos a los suyos, y entonces me di cuenta de que Taehyung era lo más humano que había visto nunca… Porque esos ojos llenos de compasión no podían pertenecerle a un animal.
—Debiste haberte sentido muy sola... —se lamentó Taehyung.
Mi labio inferior tembló.
—Sí... He estado caminando sola por mucho, mucho, mucho tiempo... Estoy tan cansada... Yo sólo quiero un lugar dónde pertenecer. Un lugar al que volver —dije tallando mis ojos con fuerza, apartando las lágrimas que comenzaba a derramar.
—Perteneces aquí. Con nosotros —dijo Jungkook quien había estado parado ahí más tiempo del que me hubiese gustado.
—Nosotros somos tu manada ahora —intervino Taehyung.
—No lo entienden... —me levanté. Y tragué saliva. Nunca me gustaron las confesiones... ¿Qué sentido tenía confesarse? ¿Cuál era la obsesión de confesarse a otros... sabiendo que no tenías oportunidad? ¿Qué clase de masoquismo era ese? Pero necesitaba hacerlo, porque ellos merecían una respuesta al porqué iba a dejarlos para siempre—. Te quiero, Taehyung... Pero también quiero a Jungkook... Los quiero de la misma forma en la que ustedes dos se quieren... Sigo siendo tan repugnante como antes, ¿no es así? —oculté mis mejillas y boca con mi mano como formando una estrella de cinco picos.
Sentí a mi cabeza convertirse en olla exprés. Me había confesado. Ya no había vuelta atrás. Ya no me mirarían como antes... Ya no...
—Lo sabemos, Yuki —respondió Taehyung frente a mí, sujetando la estrella en mi mano para restregársela contra la mejilla—. ¿Creíste que no sabría qué era lo que estaba ocurriendo con mi manada? Soy tu Alfa. Soy suyo. Y ustedes dos son míos. Un Alfa sabe cuando algo está mal con los suyos... Los hilos se vuelven delgados... Y si el hilo se rompe a veces los lobos mueren... El lobo enferma porque se siente abandonado. En ti el dolor se manifestó de esta forma.
—Soy humana... ¿Cómo es eso posible? —pregunté.
—Puesto en términos biológicos, tu cuerpo me aceptó. Cuando una hembra humana está embarazada y tiene cambios de humor... ¿Por qué su macho humano experimenta estos cambios también? Porque la hembra libera... sustancias. Es lo que ustedes conocen como el síndrome de Couvade. Mi olor tiene un efecto similar en ti, pero mucho más fuerte. Siento lo que tú sientes... Sienten lo que yo siento. Ambos... Por eso un Alfa es un Alfa. Porque siente y piensa por su manada. Además de cargar con sus emociones propias carga también con las de los otros.
—Es como un efecto espejo —susurré entendiendo todo.
Entendiendo ese supuesto deseo de volver a ellos en mi cabeza... Entendiendo que Taehyung me había atado a él con un hilo, y al mismo tiempo también a Jungkook. Y que mi hilo corrompido, los habían condenado a su vez a ambos. Yo los estaba enfermando.
—Y la única forma de revertirlo es aceptarnos. Así que deja de rechazarnos... —dijo Taehyung —. Porque tú....
Sentí a Jungkook apretujar todo su cuerpo contra mi espalda, envolviéndose en mi cintura y recargando su mandíbula en la curvatura de mi cuello.
—Tú puedes tenernos a ambos —gruñó Jungkook.
¿Qué?
—Si esto es una broma... —pedí sintiendo que mentían— ¡Paren ya con esto!
—Ha sido difícil, ¿no es así? —dijo Jungkook en una compasión aterradora— Sentirte caliente todo el tiempo cerca de nosotros. Estás sufriendo... Quieres aliviarte. Quieres que te aliviemos...
—Puedo olerlo… Puedo oler las ganas que tienes de que me hunda en ti —dijo Taehyung en una... tierna sonrisa cuadrada y lobuna— Yo también quiero hundirme con fuerza en ti. Y Jungkook también lo quiere… Sólo escúchalo ronronear. Él también quiere enterrarse en ti.
Tal y como él lo dijo, la voz de Jungkook vibró contra mí.
—Hyung está suavizando todo —se rió Jungkook de forma densa— Quiere follarte la boca. Atragantarte… Hasta que sólo seas saliva y lágrimas… Es un maldito pervertido, te lo mencioné antes, ¿no? Puedo escucharlo y eso me está matando. Sus pensamientos no se callan… Maldito infierno, siléncialo, por favor, siléncialo… —respiró con desespero aire caliente.
—No... —dije apenas con fuerza, porque está me abandonaba a cada segundo que permanecía oculta entre sus cuerpos adornados de tendones que sobresalían, músculos duros y huesos que cambiaban de posición— No sería... correcto.
El interior de mis piernas se humedecía. Sus olores se entremezclaban en la habitación... La lavanda, el bosque... Era como estar respirando el efecto de una amapola. Un anestésico y un afrodisíaco... La amapola del lobo. El sol de Taehyung comenzaba a eclipsar mi humanidad. Estaba abrazando mi propia animalidad. No era ningún jardín de Edén... Porque este en realidad era de pecadores. Este era el jardín de los enfermos.
—¿Crees que eso me importa?... —dijo Taehyung—. Me importa mi manada. No me importa nada más.
—¿Aún si ustedes tienen la fuerza para detener a aquellos lobos que están ocasionando los incidentes en la ciudad? — insistí.
—He de cuidarlos sólo a ustedes —reafirmó a Taehyung acercando sus caderas a mi vientre—. Quien quiera que piense en arrebatarme algo será hecho pedazos. Sólo entonces haría algo al respecto.
—¿Qué hay de los demás humanos? —gemí.
—Me importan una puta mierda los demás humanos —susurró Taehyung.
Ese gesto egoísta me causó cierta satisfacción... Cierta protección. El mundo nos dio la espalda mientras moríamos de a poco y nosotros que nos terminamos encontrando decidimos que entonces se la daríamos a este también. Esta historia no tenía moraleja. Nosotros sólo estábamos por tomar lo que se nos había arrebatado... No, en realidad no... Porque cosas como la felicidad, los sueños y el amor nunca se nos fueron otorgadas.
—Te cuidaremos —prometió Jungkook contra mi pelo—. Y tú cuidarás de nosotros.
—Y entonces cuando llegue el momento...—dijo Taehyung al morder suavemente mi dedo y después dirigirme una mirada feroz—. Te devoraremos.
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