A
Anais Bellido


Eva vive sola y es una masturbadora compulsiva, aparte de una gran consumidora de pornografía. Un día, aburrida de la monotonía que le proporciona su dedo índice, decido poner en práctica todas las parafilias sexuales que espía por Internet.


Erotica For over 18 only.

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El despertar

No había nada que hacer. El reloj sonaría en unos minutos y extendería la mano para acallarlo. Podría haberlo hecho hace rato, en el momento en que desperté, pero había algo que me impulsaba a que todo transcurriera tal y como estaba pautado. Cada mañana abría los ojos antes de que la alarma del reloj sonara y siempre dejaba que ejecutara su tarea como si ésta tuviera alguna importancia. A partir de ese momento todo transcurría con una precisión milimétrica.


Entre el despertar y el hecho de levantarme de la cama impulsada por la estridencia del aparato transcurrían unos minutos que malgastaba de forma variada. Si hacía frío me acurrucaba en posición fetal después de comprobar el helor de la habitación. Si hacía calor extendía brazos y piernas para captar el escaso frescor que penetraba por la ventana mientras que otras veces malgastaba tan precioso tiempo en meditar sobre las tareas pendientes que tenía que realizar al llegar a la oficina y que por haberlas dejado de lado, por pura pereza, me mortificaban desde hacía días.


Aquella mañana fue distinto. Me descubrí enredada en un barullo de sábana, colcha y manta y con el pantalón corto del pijama tan bajo que casi descubría mi conejito. Me encantaba utilizar la palabra conejito pero sólo en privado o en mis fantasías. Jamás me hubiera atrevido a emplearla en ninguna conversación real, si bien sospecho que si un amante se hubiera referido a mi sexo de aquella manera me habría abalanzado sobre él o sobre ella dispuesta a dejar hacerme de todo . Aquella mañana, a la mala colocación del calzón se le unía una fuerte humedad que lejos de incomodarme me transportó al recuerdo del sueño que acababa de tener.


El sueño transcurría en una playa, tendida sobre la arena, desnuda. De hecho me descubría desnuda casi con horror, como si hubiera sido llevada allí contra mi voluntad. Lo que más me perturbaba era que mi cuerpo no parecía cumplir las ordenes que el pudor le dictaba, como si padeciera una total ausencia de voluntad propia. Allí permanecía tostándome al sol boca arriba con las piernas tan abiertas que parecía invitar a hacer uso de mi vagina al primero que pasara. Estaba paralizada. Miré a mi alrededor y a lo lejos divisé a una familia – padre, madre y dos niños pequeños – tan desnudos como yo. Eso me tranquilizó. Al menos no estaba protagonizando un desnudo donde no debía.


Al otro lado, algo más cerca, una parejita que había abandonado hacía poco la adolescencia miraban al mar ensimismados. La muchacha, pecosa y con pechos infantiles, mostraba una mata rojiza y frondosa que envidié de inmediato. En cambio yo, abierta de piernas, no podía ofrecer ni siquiera una maraña de pelos que me defendieran de una penetración. Limpia y rasurada, el camino hacia la vagina estaba libre de cualquier obstáculo.


Me reí. Era ridículo pensar que una polla medianamente erecta hubiera encontrado dificultades en atravesar un muro de pelos rizados. Hice un postrer esfuerzo para cerrar las piernas y sólo consiguí que quedaran aún más abiertas. Ahora hasta el rosa del interior debía estar a la vista. Qué horror estar tan expuesta. Consciente de que dormía y aquello era sólo un sueño, cerré los ojos esperando despertar.


En lugar de eso sentí cerca de mi los pasos atenuados sobre la arena ardiente. Abrí los ojos y alzando un poco la cabeza hice visera con la manos. A unos metros de distancia un hombre de unos treinta años y bien parecido bamboleaba de izquierda a derecha una descomunal y depilada polla mientras se dirigía hacia mi. Volví a reposar la cabeza sobre la toalla congratulándome del elaborado sueño. Ya puesta me imaginé chupando el miembro con frenesí hasta ponerla dura y rocosa. Debía estar fresquita y salada, ahora que estaba recién salida del agua. Sonreí cachonda perdida, parapetada en la asepsia de un sueño impúdico.


O tal vez, al alcanzar mi altura, el adonis ya estaría con la verga tiesa e inclinándose sobre mi para suavemente deslizarse en mi interior hasta arrancar de mi un suave gemido, mezcla de placer y sorpresa. Una polla bien dura, con las venas marcadas y un largo pellejo cubriéndole el prepucio que al penetrarme se retiraría hacia atrás mostrándome un glande violeta violentamente inflamado. Llegado a ese punto una descarga de flujo empapó las bragas y el sueño se desvaneció en un instante. “Necesitas polla, Eva”, me dije compasiva mientras plantaba los pies en el suelo.


Me llevé la mano hacia el sexo y noté que las bragas estaban completamente húmedas, como si me hubiera orinado encima. No era como las poluciones nocturnas de los adolescentes varones que les dejan satisfechos, sino una lubricación en preparación para algo que nunca había llegado. Y seguía por supuesto igual de hambrienta. Levanté las caderas para quitarme de forma rápida el pantalón y las braguitas. Pensé en secarme con la ropa retirada pero en lugar de eso decidí aprovechar el flujo. Suavemente deslicé la mano hacia la vulva comenzando a frotarla mientras revivía aquella gloriosa visión de una suculenta polla. Pero por mucho que trataba de concentrarme en el bamboleo del miembro, la imaginación se desviaba hacia la muchacha con el felpudo rojizo. Eso era algo que me confundía, pues no me consideraba lesbiana. Ni siquiera bisexual. Por alguna razón mis sueños y fantasías conscientes se orientaban hacia las mujeres a las que había probado como quien ama el solomillo pero prueba la gastronomía exótica cuando no hay nada más que echarse a la boca. Era algo que ya había asimilado como inevitable. Así que en lugar de seguir el supuesto recto proceder de mi sexo me imaginé seduciendo a la muchacha para correrme justo en el momento en que esta cedía abriendo sus piernas para dejarme explorar su vulva virginal. Y entonces sonó la alarma.


En el atestado metro seguí fantaseando. Casi había olvidado el sueño de la playa pero el gentío me permitía pequeños juegos que sabía parar justo a tiempo para no sentir una molesta humedad que de haberse producido me habría incomodado durante todo el trayecto al trabajo.


En el fondo del vagón un tipo gordo estaba tan cerca de una chica que casi refregaba con su paquete el culo de la misma. No parecía haber maldad en su acción puesto que permanecía indiferente a la turgente redondez de la falda. Había oído que en algunos ciudades – siempre lejanas – había desconocidos que quedaban por Internet para frotarse mutuamente a placer en los vagones del metro. El penúltimo vagón estaba destinado a los encuentros heterosexuales y el último a los encuentro gay. Hubiera sido interesante que aquel gordo y la sugerente morena estuvieran jugando aquellos juegos. Él restregaría su polla por el culo de la mujer que se arquearía para facilitar el contacto mientras el resto de los ocupantes del tren se solazaban actuando de mirones.


A mi lado dos hombres jóvenes sostenían una conversación inaudible pero por la suavidad de sus voces no tuve duda en que se trataba de dos homosexuales. Eso me excitaba. Si algún día llegaba a estar en la cama con dos hombres me gustaría que jugaran entre ellos. No era la primera vez que fisgaba a dos gays follando. En los portales pornográficos que visitaba a menudo y que por supuesto negaría con rotundidad visitar a cualquiera que me acusara, siempre buscaba a dos hombres follando. Me gustaba especialmente ver a un hombre a cuatro patas mientras el otro le taladraba brutalmente el culo. Pero sobretodo me encantaba ver la polla y las pelotas del sujeto pasivo de la acción cayendo de forma flácida entre sus piernas. Me preguntaba si no estaba excitado o si por el hecho de tener una tranca metida por el culo la polla no podía ponerse erecta, asumiendo cierta condición femenina.


Mientras abandonaba el metro volví a murmurar, espero que no demasiado alto, que necesitaba polla y además urgentemente. No tenía problemas en hacerme pajas e incluso mis mayores orgasmos habían llegado gracias al dedo índice pero desde luego no era lo mismo. Los encuentros conmigo misma se alimentaba de los recuerdos que generaban los esporádicos encuentros sexuales y cuando estos se distanciaban las pajas se convertían en asuntos monótonos que se despachaban con demasiada rapidez, un frotar cansado y repetitivo. Al igual que había ocurrido aquella mañana gracias al inesperado bonus del sueño.


Necesitaba recrear los abrazos, los besos, aquella caricia que me había puesto la piel de gallina. Las pollas, las tetas, las vaginas y los orificios anales eran fáciles de encontrar en Internet pero hasta que un ordenador no fuera capaz de acariciarme con suavidad la espalda mientras me murmuraba guarradas al oído, nada sería comparable a tener un tío entre la piernas o una vagina en mi boca.


Un tío. Ese era el gran problema. Los había tenido: novios de corta y larga duración, follamigos y otros especímenes que o bien parecían meros apéndices de su propia polla o bien me colocaban en un pedestal donde el sexo parecía ser lo de menos y yo pasaba a ser la novia, la cocinera, la compañera de viaje...Por favor, qué agobio. Yo solo quería ser follada. Bien follada.


Sentada en mi puesto de trabajo empecé a evaluar las posibilidades de que alguien me follara en un breve plazo de tiempo. Había llegado ese momento ineludible en que las hormonas gritaban auxilio desesperadamente y el cerebro no podía desconectarme del asunto. Necesitaba un francotirador de esperma, un animal que me taladrara sin siquiera bajarme las bragas. Una bestia que no tuviera miramientos con ninguno de mis orificios. Un tipo con cero actividad intelectual pero con erecciones interminables.


Miré furtivamente a mi alrededor. Estaba Marcos, un tipo que seguramente me habría puesto a cuatro patas a la más mínima insinuación. Pero estaba casado y su aspecto físico dejaba mucho que desear. No me atraía lo más mínimo : un saco de arpillera cargado de testosterona. Carlos no estaba mal del todo pero parecía muy enamorado de su novia que además trabajaba en el mismo despacho. Eso hubiera tenido morbo pero la novia era celosa y de esas que cuando odiaban lo hacían con despechado rencor. Respecto al resto todos tenían más contras que pros. Así que encendí el ordenador y aprovechando que nadie podía ver lo que mostraba la pantalla me dediqué a recorrer páginas de contactos eróticos donde gente de todo tipo explicaba sus fantasías más particulares esperando que otro ser, tal vez de otra galaxia, coincidiera en gustos con los suyos y se aviniera a intercambiar fluidos.


Pasé tanto rato frente al ordenador viendo anuncios subidos de tono en una web de contactos que mis bragas sufrieron continuas mareas hasta quedar como la orilla de una playa que no acaba de secarse al sol, ola va y ola viene. Molesta por la humedad corrí al baño. Desplegué la mini-compresa que ocultaba en la palma de la mano y estuve a punto de ponérmela. En lugar de eso sonreí maliciosamente al retirar la ropa interior mojada, guardarla en el bolso, y quedarme bajo la vaporosa falda tal y como me trajeron al mundo. Y así pasé el día, sin bragas por primera vez en el trabajo, deseando y temiendo ser descubierta.


Cuando regresé al apartamento me lancé a la cama y empecé a recordar la sensación de la tela rozándome el conejito, el vendaval del metro que a punto estuvo de mostrar a los pasajeros mi más preciado tesoro y todos aquellos detalles, que por nimios que parecieran, fueron llevando la mano a la entrepierna para frotar y restregar con una pasión que la intensa humedad convertía en un resbalón continuo el sobeo de mi mano sobre el sexo.


Satisfecha pero no saciada dije en voz alta y plenamente consciente que necesitaba polla, como si esperara que uno de esos aparatos de complicado funcionamiento pero adheridos a la simpleza de un simio fuera a aparecer desde el interior del armario y en dos saltos penetrarme con la dureza que mi voz sugería

Oct. 9, 2021, 11:14 a.m. 0 Report Embed Follow story
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