s--i--love S.I. Love

Si te gusta leer, estás en el lugar ideal. Si te gusta la narrativa de alto voltaje erótico, estás en el género correcto. Y si estás dispuesta/o a adentrarte en la vida íntima de Horatio Caine, darás comienzo a un viaje por el amor, el deseo, la lucha por la supervivencia en un mundo complejo y en la maravillosa vocación de los criminalistas de Miami. Espero que sea de tu agrado. Y recuerda, ésta historia es una ficción dentro de otra. Las situaciones y/o personajes, no son verídicos, cualquier parecido con la realidad, son meras coincidencias.


Fanfiction Series/Doramas/Soap Operas For over 21 (adults) only. © Derechos reservados

#fanfic #erotica #policial #drama #258 #csimiami
0
548 VIEWS
Completed
reading time
AA Share

"Fuego amigo"


—¡Oficial herido, oficial herido! ¡Solicito urgente una ambulancia en la intersección de Lombard y Lincoln! —ordenó la joven.

Minutos más tarde, en el Hospital General de San Francisco, en la sala de emergencias y tras asentar la hora de admisión a las 14:32, el doctor preguntó al paramédico:

—¿Qué tenemos? —Previamente, habían ingresado a un agente con un balazo en el abdomen.

—Femenina, herida de bala con entrada y salida en el hombro derecho.

—¿Dónde está mi compañero? ¡Necesito saber cómo está! —gritaba la mujer en la camilla. Quería incorporarse. Las enfermeras a su alrededor, no se lo permitieron—. ¡Lo mío es nada más que un raspón! ¡Cómo está el policía Méndez, por favor, que alguien me responda...! —el eco retumbaba.

—Lo están estabilizando; está en muy buenas manos, oficial —la serenó el médico a cargo. Había leído en su uniforme, el recorrido de la sangre en su brazo y la estampa sanguinolenta de su colega en las rodillas, al intento de asistirle ya tendido en el asfalto. La chapa con su nombre y apellido, Cassandra Fox, se mantenía indemne.

El de guardapolvo blanco, mandó a suministrarle un inductor de sueño en el suero. La habían canalizado, su presión arterial ascendía debido a la ansiedad.

Se adormeció. Tras realizarles una desinfección de la herida, le practicaron Rayos X.

El atardecer californiano, abrió sus ojos sobresaltado. En la ventana que daba a la avenida, se calaba el contorno de su madre, Anna Curtis, que la miró sonriente, feliz de tenerla con vida. Enseguida le adelantó que el camarada, había salido del quirófano y permanecía en Cuidados Intensivos, recuperándose.

A la oficial se le desplegó la secuencia completa de lo sucedido esa siesta. Con la mano de Anna sobre la suya, unas lágrimas se vertieron con disimulo.

No era de llorar. Se había hecho la fama de la “dura” del precinto. Aun así, la madre se mostraba intranquila. Era primeriza en un enfrentamiento, su bautismo de fuego, y en abatir a un malhechor.

Un plomo destinado a su compañero y otro para ella, fueron el estímulo específico para martillar el fulminante. El traficante que iba a rematar a Méndez, no previno que Cassandra dominaba las dos manos. Con la izquierda empuñó su revólver de apoyo y lo defendió.

Varios de sus compañeros, pasaron a conocer el parte de salud de ambos, a los cuales querían y respetaban.

—Antes de que despertaras, vino a verte el capitán. Estuvo enseguida al escuchar en la frecuencia lo ocurrido —De a poco le refrescó lo acaecido después del tiroteo—. Lamentó que no estuvieras consciente, quería darte un abrazo, y ¿sabes qué? ¡Me felicitó por mi valiente hija!

—Buenas tardes, agente Fox —saludó el catedrático al entrar en la habitación. Lo acompañaba un anestesiólogo, para tomarle los parámetros pertinentes. Le efectuarían una cirugía simple, programada para las próximas horas y así extraerle un fragmento del proyectil incrustado en lo alto del húmero.

Aceptó sin queja. El ardor se irradiaba de la zona de impacto al omóplato.

Unas suelas zapatearon afuera de la habitación, preludiando la marcha marcial de Robert “Bobby” Fox.

—Hola —pronunció con desinterés—. Te dije que esto podía pasar, te lo advertí… La calle es complicada.

—¡Qué tal señor! —devolvió el saludo con la magnitud de un bostezo —. Le suplico me disculpe, por no contestarle con la venia correspondiente; tengo la diestra impedida. Las complicaciones nunca fueron un estorbo, para que cada mañana emprendiera mis rondas, cooperando a reducir la peligrosidad a la que se refiere… —y le recordó con descaro—. ¡Vaya, lo olvidaba, en muchas ocasiones me ordenaron dirigir el tránsito en alguna esquina escolar! —aduciendo la intervención parental en un designio de principiante, pese a que llevaba años en la carrera. Un desfile de obstáculos interpuestos, le vedaba desarrollarla en plenitud.

El hombre se dirigió a su mujer, restándole importancia a las ironías, y la anotició de los cambios, a lo que ella refutó: “¿Justo ahora tiene que ser?”

Movió de nuevo la cara hacia la convaleciente.

—Debo irme Cassandra, tengo un vuelo a las dos mil horas —lanzó mientras zarandeaba el reloj debajo del puño almidonado de la camisa. No acostumbraba a tratarla ni siquiera de compañera de la fuerza policíaca, sino como a una miliciana de bajo rango.

—¿No era dentro de diez días, tu viaje? —se acomodó en la cama, atrincherada en la almohada, dispuesta a un encontronazo verbal—. ¡Mañana me operan, papá!

—¡Te lo buscaste, esto nunca fue para ti! —la frenó en seco y continuó—. Surgió algo… La asamblea de jefes se adelantó y mi disertación, también —vacilaba con el correr de las excusas—. ¡No tengo que darte pelos ni señales de lo que haga! ¡Además, te veo bien, hay quienes están peor que tú!

La hija quedó boquiabierta, aunque para la esposa, esa arrogancia despectiva le era inherente. Él, se fue rezongando.

—¿Y cuál es el importante itinerario del “gran cacique”? —curioseó Cassandra.

—Washington, New York, lo típico… —cansada contestó Anna. Algunas canas de sufrimiento, asomaban de su rubial razonamiento.

Tras un período de seis meses, la oficial decidió dar un golpe de timón a su actividad. El progenitor, daría otro por ella.

Sus recuerdos permanecían intactos, imborrables. Como si fuera ayer cuando arribó a ese pequeño pueblito, perdido en el sur de Kansas. Tan lejano del mundo y tan cerca de caerse del mapa.

“Bobby” Fox, se había esmerado en arruinarle la existencia, al encontrarle un destino muy rebuscado a su vocación en los confines de América.

Cassandra abrazó el deseo que ser policía desde muy niña. El padre le había heredado el sueño del clan y el estricto reglamento policial. Su bisabuelo había sido comisario.

Para colmo de males, era la consentida y él, su héroe. Un guerrero en la lucha diaria con las fuerzas del mal. No concebía otra ocupación.

Su infancia fue perfecta, hasta la entrada a la pubertad, cuando la rebeldía y las hormonas progresan con bríos, él comenzó a tallarla con un período de mortificación ininterrumpido.

Robert hablaba pestes de lo que tanto le había infundido. La contradicción era un gen familiar, al igual que la tenacidad. Además, ella gozaba de un apego natural a la rectitud, responsabilidad, seriedad. Cassandra era un hallazgo y tenía de quien aprender. Por sus venas corría el manantial azulado, donde abrevan los policías de vocación.

Por aquel entonces, el padre asumió el trabajo que nadie quería, el que cualquier uniformado rehusaba: presidir el buró de Asuntos Internos, convirtiéndose en la leyenda que trascendió las fronteras de California. Robert Fox le dio un renovado viso al puesto. También se volvió su peor pesadilla.

Anna, comprensiva como pocas, mediaba y le sugería no educarla con tanto rigor. Su metodología sería contraproducente y la terminaría transformando en una feroz antagonista. El ejemplo estaba plagado de discusiones y portazos, era la original comunicación entre ellos, concluyendo con semanas de aislamiento adoptado en lo de sus tíos, a dos cuadras del hogar.

Al término de la preparatoria, ilusionada e importunando el mandato paterno, se inscribió en la Academia de Policía. Hizo lo imposible en ser aceptada. El resultado siempre era el mismo: el rechazo.

Falta de talento supuso, sin embargo al año siguiente —tras ser admitida— llegó a sus oídos que el capitán Fox, había movido influencias, impidiéndole el acceso. Nadie se le negaba a “Bobby”, todos le temían.

La de impedimentos que hubiera interpuesto, si se enteraba que también pretendía ser criminalista. Especialidad que cobraba furor y que guardó bajo siete llaves. Algún día lo sería.

Con el mismo cuidado, escondió un noviecito de igual edad y ambición, con diecisiete años, en Malibú durante las vacaciones. Un fresco amor de verano. De haberlos descubierto, el chico estaría condenado a trabajos forzados en un calabozo de Alcatraz remozado y ella de monja, fabricando ostias, en un convento de clausura.

El año perdido en la Academia, fue adelantado en la universidad. Ahí los tentáculos de Fox, no la alcanzaron. Se anotó y estudió Antropología, como el tío William, que relataba las peripecias, a modo de tips, de cómo aguantar el talante enrevesado de su hermano.

Lejos de la confusión, Robert lo apodaba “el arqueólogo” o el nerd de los Fox, la cuestión era hostigarlo. No era de hombres el andar con pinceles, desenterrando osamentas y concluir dictando clases en algún secundario marginal en los suburbios.

En cambio el inefable Bobby, se instruía en la Policía y se consideraba el más varonil de los hermanos. No cabían los debiluchos, ni las mujeres en la institución. Argumento que usó en su contra y que Cassandra aprovechó a su favor.

Ella se graduó en ambas carreras. Tras su paso por la Academia, obtuvo los mejores promedios y menciones honoríficas. Se destacó también en atletismo, siendo campeona universitaria de la maratón anual por un lustro, aunque lo único que pretendía era ejercer de policía.

Robert Fox continuó tocando sus resortes con ingentes esfuerzos, movilizando la maquinaria de impedir. Abominable es el fragor del fuego amigo.

A él lo acompañaba una reflexión bastante particular: “Las cosas se hacen por las buenas o a mi manera”, rumiada con cada enfado que alguna idea alocada alumbraba.

El tipo invertía fortunas en regalos de viajes increíbles a lugares inimaginables, alentando a que despuntara la alegría de ser la versión con ovarios de “Indiana Jones”, por más que fuera antropóloga. Cassandra, de inspiración rebelde, se los regalaba a una colega.

La agente Fox propugnaba por su incipiente carrera, controlando la entrada y salida de escolares en el chulísimo Nob Hill, así como se construyen las edificaciones; desde los sótanos. En eso concordaba con el padre. Excepto que los meses trascurrían y la cuesta abajo se empinaba.

Pasado año y medio, pidió ser transferida a Los Ángeles, aunque le apenaba dejar a Anna, soportando al caracúlico y próximo a jubilarse jefe de familia. Después sobrevino la balacera y la toma de decisiones, se precipitó.

El capitán de su escuadra, que funcionaba en tándem con Robert, le anticipó que el traslado se realizaría en breve. Salvo que le asignaría un rumbo nuevo, muy distinto al de su petición: Black Lake City, resonaba. ¿Black Lake City?

No era su proceder con los superiores, empero Cassandra preguntó antes de obedecer y adiós a la verticalidad. Tanto interrogó al capitán, que confirmó su creencia. El cambio sobrevenía por otra intromisión del patriarca.

—Si no fuera porque la tengo con buen concepto, la suspendería por desacato. Aprecio la tozudez, en usted es un atributo —sugirió agregando un reto—. Eso sí, ¡no se extralimite, oficial Fox!

—Disculpe capitán, no fue intención mía faltarle el respeto —Sin otra alternativa, admitió la irreverencia. No debía desobedecer ni a él, ni al Reglamento.

—Escuche con atención el mejor consejo que le darán alguna vez… —y le explicó cómo continuaría, lo que ella consideró, una condena en Kansas.

Le detalló cuando conoció a su padre, al cual admiraba y a quien le debía favores. De allí que le concediera tal remoción. El capitán desconocía el porqué de aquel encargo. Él cumplía con lo arreglado. El traslado también era patrocinado por el alguacil Miller, que custodiaba aquel condado y demandaba más empleados. Con una numeraria bastaría y ella, era la beneficiaria.

Desesperación. Era un gato panza arriba, preservándose de los pinchazos de la leña. Mientras el admirador seguía endiosando a Robert —artífice de sus desgracias— tuvo el honor de verla llorar.

Lo único que moderó esa sangría salina, fue el augurio de una efectiva emancipación:

—La entiendo, oficial… —No podía insuflar ánimo, donde ya escaseaba, hasta enhebrar el sortilegio de una frase impulsora—. ¡Tómelo como una carta de libertad! ¡Es el momento, muchacha! —Y el enseñó con una lapicera, la confluencia de latitud y longitud en el mapamundi que gobernaba el escritorio, arguyendo que no tan retirado de Black Lake City estaba Topeka, la bonita ciudad donde se erigía uno de los mejores institutos de formación criminalística del país.

—¿Cómo lo supo, señor? Jamás hablé de mis predilecciones… ¡Si no se lo he dicho a nadie! —se excusó angustiada.

—Sé que le fascina lo atinente a balística y que conversa con sus compañeros, acerca de homicidios sin solución —enumeró y además sumó—. Usted es inteligente, más que muchos acá. Buena observadora y audaz. ¡Posee pasta para esto! Y si me acepta otro consejo, no demuestre inclinación por algo, sino pretende que se sepa. Y algo más, vaya a terapia sicológica. Me enteré que desestima, desde hace varios meses, la sugerencia de la licenciada del departamento —El jefe estaba intranquilo por las consecuencias del estrés post traumático posterior a matar. Ignoraba que ella ostentaba la quintaesencia fundamental de los killers: el desapego.

No le había afectado en lo más mínimo a su psiquis.

Igualmente, continuó triste. Añoraría a sus amistades y a la cotidianeidad de la gran urbe de la temblorosa Falla de San Andrés.

A los pocos días, se fue sin saludar al padre, al que le retiró la palabra y al que aborreció hasta el infinito.

Abordó el vuelo y después de horas, subió a un autobús, más tarde a otro destartalado que la depositó en un caserío. Y no se equivocó: “Es un pueblecito de porquería, que de "city" no tiene nada”, como se quejó con su madre en un teléfono público, todavía a disco, atado con alambres a un poste de alumbrado.

Peregrinó por las contadas callejuelas, que separaban la terminal de buses de la comisaría. Con ella no descendió nadie. Se encontraba sola en la desventura más absoluta.

Algunos habitantes la campaneaban; era la forastera y era elemental que ahí no se recibían visitas, ni por asomo. Los que se iban, eran los jóvenes detrás del porvenir y los que morían de aburrimiento. Era un páramo paralelo a la realidad, no existía.

El corazón de Cassandra Fox se sumió en una gran depresión. El desarraigo, una cadena incandescente, la estranguló alrededor de tres años.

Al cabo de ese tiempo, la gente resultó simpática y fue aceptada. El alguacil Miller la supo recibir con gusto. Después de tanto, traía consigo una revolución impensada, un pequeño aporte que influiría en su comportamiento y en la de los lugareños. El desquite con su padre, sería el motor propulsor. Repararía su destierro.

Le costó adaptarse al nuevo ciclo. Los camaradas no completaban la media docena. Eran tres, sin contar al alguacil. Uno de ellos, era su hijo. Otro, cercano a gozar de la pensión. Y el tercero, un japonés —Yamamoto— nacionalizado americano. El entusiasta que nunca falta.

Hubieran cabido en la mesa circular del merendero en San Francisco. Sobraban para cuidar ese pueblo chato, donde la mayoría vivía bajo anestesia.

Pese a ello, existían quienes permanecían despiertos, expectantes. La reserva moral que no se sometía al letargo. Pasaban cosas y las percibían, aunque no las viesen los demás. Como la rana que se resiste a ser hervida, mientras otra se guisa con lentitud.

De los lúcidos, forjó amigos entrañables. Terry, madre dedicada de cinco nacidos en Black Lake, la ex reina de belleza con pretensiones de pasarela, de prometedora abogada y con expectativas por el camino, desechadas entre la de tantos.

Siempre le recitaba la desesperante letanía: “¡Huye cuando puedas! No es sano para nadie este pueblo con capacidad de aniquilar ilusiones”. Cassandra representaba lo que ella no podía ser: independiente y decidida.

El desánimo extinguió la alegría de Fox, junto con la llamarada sagrada de la investigación que la carcomía cuando vivía en la ciudad.

Se traicionaba a sí misma en la peor de las deslealtades. Y su inseparable amiga acabaría teniendo razón. Sería un vegetal bonito, un ornamento, como la otra se consideraba, que ni a su marido ya seducía, un mariscal de campo del liceo en ruinas. Los populares venidos a menos, desvirtuados a paquetes acostumbrados a ocupar un espacio destinado. El ímpetu del noviazgo, había sido arruinado también por ese pueblo fantasma.

Él, hastiado y desabrido, atendía con abulia el único bar con parroquianos de igual semblante, acodalados en la barra, y de algún advenedizo casual que se tropezaba con esa atmósfera espantosa. El entretenimiento más excitante, era mirar parvas de alfalfa, deambulando con el soplido del viento norte.

La vez que la taberna cobró notoriedad y zafó del tedio, fue un ocaso en que Cassandra se quedó sin provisiones. Era el último negocio abierto en ese horario. Los demás cerraban al ocultarse el sol. Ni un vampiro se hubiera avecinado a saciar sus caprichos en aquella pocilga.

Saludó al esposo de Terry con cortesía, quien contestó con la curvatura de una de sus cejas. Usar las dos, le hubiera producido una hernia. Era así, un constipado congénito, a la hospitalidad la ofrecía de casualidad.

Con pereza reptó por encima del mostrador y obtuvo la corta lista.

En tanto aguardaba que le acondicionara la compra, con la prontitud de una tortuga renga, un roñoso la abordó, pillándola por la nuca en un amague de beso impuesto. Apestaba a escocés barato. Se había tragado más de tres cuartos de la botella. Sus bigotes destilaban una baba inmunda.

—¡Ven con papi, muñeca! —gruñó y se magreó la bragueta, manchada de vaya a saber qué sustancia.

Se lo quitó de encima, pero el ebrio reincidió, afirmando las pretensiones. Su acecho estaba inyectado con demasiado alcohol y sinrazón.

Con la tolerancia en baja, ya sin miramientos, Cassandra le asestó un bruto mamporro de lleno en la nariz. Él trastabilló dos trancos y se tumbó. Los clientes absortos, no dijeron ni mu.

—¡No soy tu muñeca, me escuchas! ¡Y agradece que estoy de civil, que si no te vuelo lo que te manoseas y de lo que tanto te enorgulleces, renacuajo! —le zumbó.

Sin remate alguno, el sucio se mantuvo tendido sobre las tablas sin barrer y con termitas, encariñadas con sus piojos.

Cassandra pagó y se fue refunfuñando. Una que observaba por la ventana, entró y se dirigió al borracho y le dijo satisfecha:

—¡Acá estabas, me lo figuré! ¡Era hora que te frenaran el carro! ¡Ponte de pie que nos vamos a casa! —Y lo ayudó a levantarse. Su actitud y facilidad para sostenerlo, sugería un hábito.

Lo metió en una van y se aliaron con la niebla.

Cuando la muchacha Fox se rindió al pesimismo abrumador por vivir donde odiaba; Jim, el primogénito de Miller, se postuló de galán. No lo lograría por sus mañas de rústico conquistador —mujeriego crónico le decían—, sino porque le consentiría el galanteo. Tan mal no estaba y era un bonachón. Excepto por mañas que se corregirían con cierta dosis de cariño.

No era una estrella de cine, pero cumplía con sus requerimientos. Desposarse con él, quebrantando lo inculcado por su padre, se ajustaba perfecto al plan.

“Jamás complicarse con un camarada”, “Placer y trabajo combinados, no eran buenos consejeros”, otro de los mandamientos rimbombantes de Robert Fox. Era la oportunidad de fastidiarlos y hacerse su agosto.

Mantuvieron un noviazgo corto. A él se lo notaba entusiasmado. Machacaba con una celebración a toda orquesta, pasándose las siestas con una organizadora de eventos que contrató. Y ella se alimentaba —sin descanso— de la “Ley del Talión”: ojo por ojo.

Los preparativos también interferían con sus estudios. Una vez más la casualidad se interponía con la meta soñada: ser una analista de crímenes. Esta vez, no se la iban a fregar, por eso se trepó cada tarde a un Cadillac grisáceo en dirección a Topeka a la Escuela de Criminología.

Los prometidos se desposaron en una fiesta inolvidable para todo el pueblo. El padre asistió, con el cual limaron asperezas. Y con su madre, a quien extrañaba horrores, pasaron horas charlando, ya sin el olvido como intermediario. También estuvieron los suegros y la famosa wedding planner que arregló la unión.

El matrimonio duró poco más de lo esperado. Mucho, demasiado. Entre desdichas y reyertas, la esposa tuvo el desengaño definitivo con Jim. Los velos sucumbieron ante la demostración de que —en la convivencia— era un patán, agravándose cuando empezó de alguacil, luego que Miller padre muriese. Se tornó tan insufrible como Robert, su otro estigma.

Un sinnúmero de argumentos desencadenó el divorcio, conflictivo por demás. Él no quería. Ella no lo soportaba más, nunca lo amó y su impronta detectivesca, exteriorizó una sucesión de oscuridades que le causaron repulsión. Jimmy solapaba negocios sucios.

Escasas situaciones le producirían felicidad a Cassandra Fox. Una fue el titularse de Criminóloga y Criminalista. Solamente le quedaba practicar, fue allí cuando ingresó a su vida, el doctor Rufus Dreyfus, versado forense y legista.

Radicado en Black Lake City, en busca de la tranquilidad pueblerina, procedía de la turbulenta Chicago donde desarrolló su sensacional veteranía.

Cinco décadas efectuando autopsias y formando generaciones de tanatólogos de renombre. Consulta ineludible del periodismo especializado y escritor emérito de enciclopedias, que aún son faro de los CSIs en la actualidad. Sus preceptos de cabecera: “Los cuerpos hablan” y “La escena del hecho es un templo”.

A poco de establecerse, desempolvó su delantal ante una muerte de etiología dudosa, relacionada con el entorno de Jim Miller. El anciano quedó fascinado con el desempeño policíaco de Cassandra, por lo tanto le planteó acompañarlo.

La intervención de Dreyfus, a quien consideró su mentor, la afianzó en las cualidades de meticulosidad, denuedo y en la capacidad asombrosa para establecer los medios que un imputado había usado para tapar un asesinato.

Junto al doctor fundaron un modesto laboratorio, que consiguió la licencia para desenmascarar al asesino agazapado detrás de cada lóbrego suceso. Con Dreyfus y un grupito de incipientes policías, iluminaron las cavernas de la maldad encarnada. Eran reclutas con pinzas, látex y luminol en pos de la comunidad.

En la cerrazón de una noche, de las tantas tediosas que abundaban en el poblado, la oficial impidió un asalto, en uno de los rondines que nunca abandonó pese a estar dedicada de pleno al mundillo de las disecciones.

Por lo general, la acompañaba alguno de los oficiales recién egresados, pero con la calma retornada a Black Lake City, decidió hacerlo por su cuenta. Cassandra tenía el don de percibir el peligro inminente, favoreciéndola ante cualquier contingencia.

Un repelús la despidió de la patrulla antes de escuchar el alarido. Extrajo su reglamentaria, quitó el seguro y se posicionó para la ofensiva, mientras redobló su cercanía de donde procedía el sonido.

Entre la fronda de un arbusto, divisó a una pareja boca abajo en la calle. Apenas descendieron de su auto, un pistolero les demandó las llaves.

Se identificó dando la voz de aviso, empero el agreste bandido gatilló. Ella, sin dejar de apuntarle, se arrojó a la grava.

El proyectil del indeseable no salió, producto de la Providencia y de la falta de mantenimiento, quien pretendió huir a pie, revoleándole el inservible revólver que integraría después el catálogo de un museo. Corrió un tramo, Cassandra fue más veloz.

Esposado y con sus derechos leídos, lo jaló a la comisaría con los damnificados.

Después que el sheriff Yamamoto, interino tras el arresto de Miller, les tomara declaración, la dupla le agradeció. El hombre, que la admiraba, se expresó afectuoso:

—Es la segunda oportunidad que me salva, agente Fox.

—Disculpe caballero, no lo recuerdo… —Le dolía su carencia de memoria.

—Es difícil que se acuerde, fue hace mucho y me veía muy diferente entonces… —refrescó—. Soy el renacuajo que quiso seducirla en la taberna…

Fox no acreditaba. Era lo opuesto a aquella tarde, tan tarde.

—Fue la mejor lección que he tenido. Posterior a ello, ingresé a Alcohólicos Anónimos —y continuó con entusiasmo—. ¡Recobré mi empleo, soy de nuevo el juez de paz! Por cierto, me llamo Claude Rineau —presentándose con una tarjeta laminada—. Y lo más trascendental, ¡reconstruí mi matrimonio! —apoyado en la sonriente que lo tomaba del brazo zurdo —. ¡Estamos tan agradecidos, querida! Alguna vez te devolveré las atenciones otorgadas.

Sus dichos, la enterneció. La abrazaron y la invitaron, a partir del día siguiente, a merendar siempre con ellos.

Terminaba sus obligaciones e iba al bufete del juez. La esposa y secretaria, les servía té francés con scones.

En una de las meriendas, Claude le contó:

—Ayer en la noche, conversé con un amigo que vive en Miami, el teniente Horatio Caine, y me comentó que le interesaría ampliar su equipo de criminalistas. Desde luego, pensé en ti, así que te recomendé.

Después de mucho, Cassandra sonreía. La noticia la contentó por sobremanera. No lo pensó dos veces y aceptó aquel voto de confianza. Eran tiempos de salir de ese pueblo al cual se entregó con abnegación diez años.

—¡Mi gratitud eterna, Claude! —contestó.

El descendiente de galos, retrocedió en su silla y buscó detrás de sí, la foto enmarcada en dorado, una de las que exhibía ufano de su doble estancia por la armada norteamericana. Era un veterano de Vietnam, restituido 1986 para unas incursiones en Medio Oriente, al mando de un pelotón al cual pertenecía Caine, el que en ese instante destacaba, mezclado entre quince soldados.

La imagen carecía de nitidez. La agente Fox no podía distinguirle mucho el rostro, por más que se enfocara. Se disimulaba bajo una espesa capa de camuflaje y un gorro coincidente con su ropaje de fajina.

Monsieur Rineau le anticipó que el teniente, también Boina Verde, había sido condecorado con medallas a la Valentía y Honorabilidad.

—Te espera el próximo lunes a las 8. Te doy su celular por si acaso. ¡Tienes cinco días para prepararte, Cassandra! Te gustará trabajar con Horatio —y le advirtió—. Que no te intimide su seriedad, es una gran persona, ya verás…

—También soy seria —refutó, escondiendo la sonrisa que no se le borraba.

—Por eso, ustedes se van a caer muy bien.

Le adelantó que era viudo y que a su esposa la había matado una pandilla, la Mala Noche. También le explicó que era muy exigente con el cuidado de las armas. Había sufrido la pérdida de uno de los suyos —Tim Speedle— en cumplimiento del deber, por un encasquillado que resultó fatídico.

Cassandra le telefoneó a su madre, para anticiparle la noticia, pero en el momento que Anna supo dónde iba a trabajar, pronunció complacida y sin disimulo la ciudad destinada. También sin disimulo, Robert le arrebató el tubo y a grito limpio, le preguntó:

—¿A Miami ? ¿Te has vuelto loca? ¡Te lo prohíbo!

—¡No está en posición de impedirme nada, capitán retirado!

—¿Cómo qué no? ¡Todavía soy tu padre! —vociferó ofuscado.

Anna le suplicaba que no le empañara la dicha.

—¡Dejaste de ser mi padre, el día que vendiste tu alma y compraste la de Jim Miller, tu soplón, para que me desposara sabiendo que era un proxeneta y regenteaba un deshuesadero de autos robados, aparte de hacerme cornuda con la wedding planner. ¡Si… esa… la del vestido apretado como arrollado de pollo, la que manoteo el ramo de orquídeas y el tocado al término de mi primorosa boda!

—¡Lo ignoraba, me enteré cuando lo denunciaste! ¡Y lo que hice, lo hice por tu bienestar! —y duplicó—.Si te casaste con Jim en represalia porque fui el que ordenó tu traslado… ¡Para qué te explico, si eres una cerrada, no entiendes nada porque no tienes hijos!

—¡Ah, con que esas tenemos, te sinceraste finalmente! —y preguntó—. ¿Los hijos que vendrían gracias a tu semental a control remoto, dices? ¡Fuiste capaz de pagarle con tal que me engendrara uno, para tenerme atada, descubrí los sms que se intercambiaban ustedes! ¡Gracias a Dios nunca me interesó la maternidad, siempre lo he remarcado, porque para mí la vocación es lo primero! ¿Supiste que el desgraciado me quiso abofetear cuando halló mis píldoras? Pero era tan cobarde, que se ensuciaba los calzones cuando teníamos nuestros altercados...

—Si conoceré tus enojos de antología…

—¡Me hiciste a tu semejanza, soy tu obra maestra, ex capitán! ¡Y mejor que no parí a tus nietos, les evité la desgracia de conocer a un abuelo corrupto, que se valió de un cargo de mierda para hostigarme hasta hoy! ¡Pero eso se terminó, basta! ¡Adiós! —Y cortó la comunicación abruptamente.

El interino Yamamoto tramitó el pase a la MDPD, luego del severo examen para ascenderla al grado de sargento. Mientras, le dispusieron una despedida con los compañeros de la seccional, con Terry oficiando de anfitriona, que ingresó a la Escuela de Leyes en Kansas. Su esposo, muy cambiado, había puesto las barbas a remojar. Claude y señora, próximos a ser abuelos de la hija menor residente en Canadá, formaron parte del festejo. Y por supuesto, el doctor Dreyfus que le obsequió siete pen drives con la totalidad de sus necropsias. Tesoros forenses, los cuales conocía al dedillo a lo fan de miniserie.

Quedaba menos para la fecha prevista para ir a Miami. Ese sábado, la ex agente de Black Lake City, digitó en su móvil y del otro lado de la línea:

—Caine, ¿quién habla? —sondeo con firmeza.

—Buenos tardes, soy la sargento Fox Cassandra, señor —se anunció asustada.

—¿En qué puedo serle útil, sargento? —consultó él, atenuando la crudeza con la que preguntó.

—Quería informarle, que no podré asistir éste lunes a la entrevista. Mi padre sufrió un infarto, acaba de fallecer…

—¡Lamento su pérdida…! —y adjuntó a las condolencias, la promesa de los resilientes—.Tómese el tiempo que necesite, sargento Fox, la esperaré.

—El martes sin falta estaré allí, teniente Caine.

Su garganta la estremeció con ese brevísimo intercambio. Los acordes no concordaban con los de alguien común, del montón, según la vaga apreciación al ver aquella foto. La calidez de su voz, era la de un hombre incomparable.

Continúa…

(S. I. Love)

Oct. 5, 2021, 5:46 p.m. 0 Report Embed Follow story
0
Read next chapter "Amor a segunda vista"

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~

Are you enjoying the reading?

Hey! There are still 6 chapters left on this story.
To continue reading, please sign up or log in. For free!