Le llamaban Jack pies de pluma, porque nunca dejaba una jodida huella sobre la nieve. Quizá, la copiosa nieve que caía aquel invierno en Boad Hill, uno de los más blancos desde los últimos diez años, se había encargado de borrar todas las huellas con sus copos estrellándose contra el suelo, mientras el viento terminaba de alisarlas.
Ellas aparecían todas con las bragas en los tobillos y los ojos abiertos y vidriosos, mostrando el dolor y la crueldad, mirando al cielo oscuro. Los copos de nieve los cubrían hasta formar una escultura brillante mientras el espanto seguía allí.
Era el invierno de 2017 y Peter se había enamorado por vez primera de su amor imposible en aquel frío invierno.
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