«La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje».
Federico García Lorca
Ella era una mujer muy poco común, de las que solo tienes la oportunidad de conocer una vez en tu vida. Tan inusual y extraordinaria, como una criatura mágica bailando a su propio ritmo, tomándote por sorpresa, como un rayo de luz en medio de una tormenta, transformando todo lo que hasta el momento conocías. Una luz pura, que brillaba a través de la lluvia, convirtiendo en arcoíris, cada lágrima a su alrededor e iluminando con su fuego toda la oscuridad. Su nombre era Elinor.
Incomprendida por muchos y marginada por tantos otros, quienes confundían su encanto casi infantil, con inmadurez. Algunos se desconcertaban ante su libertad e independencia, tachándola de casquivana e irresponsable. Su dulce rebeldía provocaba la obcecación y el recelo de algunos que habían hecho de los prejuicios una forma de vida. Era el blanco de la monotonía de los convencionalismos recelosos, que veían en ella, la representación de la imperfección. Bohemia y alegre la mayor parte del tiempo, profunda y sabia bajo la superficie de su coqueta sonrisa, que disimulaba un dejo de tristeza en sus inmensos ojos y que sólo aquellos, que realmente se atrevieron a conocerla, lograron notar. Inalcanzable debido a su inconquistable corazón gitano, etérea y grácil pero terrenal y cálida al mismo tiempo. Arrebato vehemente, delicada tranquilidad. Sosiego y tempestad, exuberancia y sutileza. Sensualidad e inocencia, frenesí e ingenuidad. Inmensidad y abismo. Estruendo rodeado de silencios, sigilo formado de ecos y esplendor. Temerosa y valiente, solitaria y afable. Compleja y contradictoria ecuación de peculiaridades que la hacían irreal y única. Su alma era un enigma, formado por brumosas y secretas sombras, que refugiaban la fragilidad oculta tras su fortaleza inquebrantable, teñida de optimismo y euforia.
Su presencia no pasaba desapercibida, alterando la realidad inesperadamente, inadvertidamente. Su aparición conmocionaba la monotonía y la costumbre, perturbando con su resplandor, el tiempo y el espacio. Aniquilando atrevidamente paradigmas y nostalgias. Exiliando con su risa, pesadumbres y desconsuelos. Liberando con su roce, las ataduras de la amargura. Transformando con su estrépito, la quietud de la congoja. Cuestionando con su flama, el contorno de la indiferencia. Sepultando con su locura las heridas del pasado. Ella ignoraba, hasta qué punto era capaz de cambiar el mundo de las personas, nada permanecía inalterable una vez que llegaba a la vida de alguien. No era consciente del impacto que causaba en sus vidas. Había un antes y un después, al conocerla. Para bien o para mal, su huella quedaba marcada como un estigma que quebrantaba inexorable la existencia, perpetuándose en la memoria y haciendo imposible, huir de su recuerdo.
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