ondrealion Ondrea Lion

«Lo amó desde el primer día que lo conoció, y ni el tiempo ni la distancia pudo lograr que lo olvidara».


Romance Erotic For over 18 only.

#romance #relato #cuento #erotico #jovenadulto #historiadeamor #historiaerotica #pasion
Short tale
3
2.6k VIEWS
Completed
reading time
AA Share

RELATO: ÚNICO CAPÍTULO

Estuve enamorada de Ezra desde el día que lo conocí.

Todavía recuerdo la primera vez que lo vi, yo tenía trece años y él dieciséis; llegó a mi casa con mi hermano, jugaban rugby juntos y se habían hecho muy amigos. Ambos tenían golpes y raspones por la práctica de aquella tarde. Pero eso no fue lo que llamó mi atención, debido a que Carlo, mi hermano, jugaba el deporte desde hacía dos años y verlo con manchas de sangre se había vuelto algo cotidiano.

No, sus heridas no causaron ningún impacto en mí, fueron sus ojos marrones y su brillante piel morena la que me atrapó desde el primer momento… y su altura. Yo medía apenas un metro sesenta, por lo que los veinticinco centímetros que Ezra me llevaba por encima hacían una gran diferencia.

Su sonrisa me cautivó de inmediato, y para mi desgracia, fue evidente que me catalogó como una niña pequeña: la hermanita de Carlo.

A pesar de eso, Ezra me adoptó en la escuela, no permitía que nadie me tocara ni me usaran de blanco de burlas. Por una parte, me agradaba sentirme protegida por él, pero por otra, se me hizo imposible tener amigos del sexo masculino, él no permitía que nadie se me acercara.

Dos años después de ese comportamiento, cuando él estaba por graduarse, tuvimos una discusión monstruosa. Yo me había cansado de esperar por él y el chico guapo de mi clase me invitó a salir. No sé cómo Ezra supo a cuál sala de cine iríamos, solo recuerdo que apareció con un grupo de amigos, excluyendo a mi hermano, y se impuso para que no pudiéramos estar solos. Su excusa era que los hombres solo buscaban una cosa y que yo era inocente y manipulable.

Aquel día, cuando quise convencerme de que su comportamiento era motivado por los celos, supe por Carlo que tuvo una hermana que nació el mismo año que yo y que murió de cáncer. Ezra no se interesaba por mí románticamente, realmente me veía como su hermanita y eso era demasiado doloroso para mí.

Así que esa noche le exigí que más nunca me hablara y así fue, las pocas semanas que le quedaban de clases actuamos como si no nos conociéramos, y luego de que se marchara a la universidad, no supe más nada de él.

***

Nunca fui una persona fiestera, durante mi época de estudiante, tanto en la escuela como en la universidad, tuve un par de novios que no me hicieron feliz por lo que convertirme en una ermitaña fue como encontrar mi estado natural. Muchos hablan de la zona de confort como si fuera algo malo o algo que hay que combatir, pero para mí era el estilo de vida perfecto.

Estudié idiomas modernos y me convertí en profesora y traductora trabajando desde mi casa: daba clases en línea y traducía todo tipo de documentos, desde libros hasta actas legales. Mis ingresos me permitieron alquilar una adorable casa que tenía dos habitaciones, un cuarto de baño y un pequeño jardín donde recibía mis dosis diarias de sol cuando me sentaba a leer un rato sobre una tumbona o en la hamaca que instalé; también tenía una pequeña cocina -que cumplía a la vez la función de comedor-, y una sala de estar; esos espacios eran todo lo que necesitaba para ser feliz.

Una de las habitaciones era mi alcoba y la otra era mi estudio. En la última tenía una computadora de última tecnología, una impresora, una estantería que cubría toda una pared con muchos libros de ficción y una elíptica. Ahí pasaba ocho horas del día de manera fija, y procuraba configurar alarmas para no trabajar más de la cuenta, para ejercitarme de una a dos horas al día, y para acordarme de comer.

Contaba con servicios que me hacían las compras y me las llevaban a casa, así como platillos a domicilio, sin embargo, a veces me obligaba a mí misma a salir al cine o a comer en alguno de mis restaurantes favoritos.

Mis padres se habían retirado a la costa, vendieron todos sus activos y compraron una cabaña junto al mar. De vez en cuando los iba a visitar, pero nuestras videollamadas eran suficientes para mantenernos conectados. Algo similar ocurría con Carlo, quien se mudó a Londres y ejercía exitosamente su carrera como abogado. A veces, en nuestras llamadas, me insistía que me buscara una vida, y como me había cansado de explicarle que estaba satisfecha con la que tenía, le decía que no dudaba de que mi destino me encontraría.

El único destino que realmente quería para mí era viajar y estaba ahorrando para ello. Afortunadamente mi trabajo me daba suficientes dividendos para vivir cómodamente y guardar dinero. Mi objetivo era alcanzar la suficiente cantidad para tomarme un par de años sabáticos y recorrer el mundo, sobre todo aquellos países donde fueron filmadas algunas de mis películas favoritas, como por ejemplo Nueva Zelanda, porque ahí grabaron El Señor de los Anillos; o Italia, lugar de una de mis cintas cinematográficas favoritas: Bajo el sol de la Toscana.

Después de que hiciera mi recorrido por el planeta no estaba segura de qué haría, pero por lo menos cumpliría mi sueño de pasear por encantadores paisajes con una cámara fotográfica y un mapa como compañía.

Quizás cualquier persona podría pensar que mis rutinas eran aburridas, pero a mí me gustaban, tenía una relación sana con mis estudiantes y clientes y era dueña de mi tiempo. No me hacía falta más nada ni más nadie.

***

—Ayla —llamó Carlo desde la pantalla cuando atendí su llamada esa noche. Había pedido comida china y estaba a punto de sentarme a comer, su presencia virtual no interrumpió mis intenciones.

—Dime, Carlo, ¿en qué puedo servirte? —repliqué bromeando como si estuviera hablando con un cliente, lo cual era absurdo considerando que me llevé una lumpia a la boca mientras le contestaba.

—Necesito un favor, bueno, yo no. Ezra necesita un favor.

Mi espalda se tensó de inmediato, desde que tuvimos nuestra acalorada discusión años atrás procuraba ignorar su existencia, fue difícil no seguirle la pista considerando que mis papás y hermano eran sus fanáticos número uno.

Ezra resultó ser un prodigio del rugby, no terminó la universidad, se mudó a Argentina donde acabó jugando con el San Isidro Club, luego fue «descubierto» en un campeonato invitacional en Europa y reclutado por The Crusaders de Nueva Zelanda. Se convirtió en una celebridad, era patrocinado por grandes marcas mundiales por lo que era común que apareciera en todo tipo de comerciales: de bebidas deportivas, zapatos atléticos, desodorantes corporales, hojillas de afeitadoras… En fin, aunque era difícil, no era imposible aparentar que no existía, solo tenía que redirigir mi mirada, cambiar canales o deslizar mis dedos para que desapareciera de mi campo de visión.

Pero no contaba con que Carlo me pidiera un favor para él. Ezra tenía mucho dinero y podía solventar todo con un chasquido de dedos.

—¿A qué te refieres? —pregunté cuando pude salir de mi asombro.

—Ezra necesita de tu ayuda —contestó mi hermano.

—Sigo sin entender —insistí.

—Me imagino que estás enterada del problema con la herencia de su abuela —asumió Carlo.

—No tengo idea de qué me hablas —admití sin confesarle que intentar desconocer la vida de Ezra era un trabajo a tiempo completo.

—Su abuela murió y sus familiares se están despedazando entre ellos por la herencia. El testamento indica que Ezra debe encargarse de la repartición. Inicialmente quiso que un abogado se ocupara de mediar entre los beneficiarios, pero se ha convertido en una matanza. Han ocurrido robos, golpizas, engaños; un desastre total. No le queda otra opción que viajar a la ciudad a solucionarlo él mismo —explicó Carlo.

—¿Eso qué tiene que ver conmigo?

—Ezra quiere mantener un perfil bajo para resolver las cosas de manera tranquila y silenciosa. Solo se quedará unos pocos días, se verá con el abogado, firmará unos documentos y organizará una reunión a última hora con sus familiares para indicarles qué recibirá cada uno sin derecho a réplica para luego salir de ahí directo al aeropuerto. No cree que sean más de tres o cinco días como mucho —dijo mi hermano.

—¿Qué quieres decir con eso, Carlo? ¿Qué tiene que ver todo lo que dices conmigo? —volví a preguntar.

—Eres la persona ideal para hospedarlo, nadie se imaginará que él se traslada por la ciudad con una chica en un Saab 900 Turbo, ni que pasa las noches en una pequeña casita al sur de la ciudad…

—¡Un momento! —lo interrumpí aturdida— ¿Me estás sugiriendo que lo hospede en mi casa y sea su chófer? ¿Acaso perdiste la cabeza?

—¡Vamos, Ayla! No es para tanto. Es un amigo de la familia y necesita un favor. Es importante para él que nadie sospeche que está en la ciudad, se encuentra en plena temporada de entrenamiento y necesita que todo sea rápido, fluido y sin complicaciones, eres la persona indicada.

—No puedo abandonar mis clases y compromisos por el tiempo que se quede aquí, no puedo convertirme en su empleada temporal, tengo una vida…

—¿Cuál vida, Ayla? —ahora fue Carlo quien me interrumpió—. Estoy seguro de que puedes conseguir alguna suplencia para tus clases y otro traductor para cualquier encargo que tengas. Ezra te necesita, es mi amigo, hazlo por mí si no lo quieres hacer por él; además, está dispuesto a pagar lo mismo que pagaría por un hotel y un chofer con auto, yo supongo que no querrás cobrarle…

—¿Qué te hace suponer eso? —lo corté. El único escenario que me haría considerar ayudarlo es no perder mis ganancias de la semana—. Pero no hace falta que me pague lo que él gastaría, porque estoy segura de que debe ser una fortuna, con que me pague lo que yo debería producir esos días es suficiente.

—¿Entonces le digo que cuenta contigo? —me preguntó Carlo esperanzado.

Quería decirle que no, pero luego de que me pidió que lo hiciera por él no tuve otra opción que aceptar.

***

Había pasado una semana y Ezra estaba por llegar, había alquilado un avión privado y para evitar que cualquier taxista lo reconociera, yo lo fui a buscar. No quise hablar con él en ningún momento previo, Carlo terció entre nosotros todos los detalles incluido el pago, el cual fue motivo de discusión porque a Ezra le parecía que era muy poco. Al final me salí con la mía, sería justo lo que hubiera ganado por mí misma si no lo hospedaba o no había trato.

Durante los días antes de su llegada pensé en que él contaba con los medios para conseguir cualquier alojamiento, pero supuse que no confiaba en nadie, o quizás simplemente aceptó la sugerencia de Carlo porque estaba demasiado dolido para pensar. Eso podría tener sentido, amaba a su abuela como a nadie y era probable que estuviera sufriendo por su muerte.

Me estacioné tal y cómo me habían indicado cerca del hangar donde llegaría, y me bajé del auto para que la brisa de la tarde acariciara mi piel, cerré los ojos y permití que el sol de la tarde me diera de lleno en el rostro para ignorar las mariposas en el estómago. Traté de convencerme a mí misma de que verlo de nuevo no era gran cosa, pero sí lo era, estaba nerviosa y debía controlarme.

—¡Ayla! —la voz de Ezra sonó más a sorpresa que a saludo.

Cuando abrí los ojos casi me atraganté con mi propia saliva, era más hermoso de lo que recordaba: alto y fornido, sus ojos castaños me sonrieron agradados por verme, su piel morena me llamaba pidiéndome que lo tocara. Me contuve y le dediqué una tímida sonrisa.

—Hola, Ezra —saludé como si lo viera todos los días.

Él se acercó a mí y me tomó entre sus brazos alzándome en el aire.

—¡Qué alegría me da verte, estás preciosa!

—Gracias —repliqué yo sintiendo como el mundo daba vueltas, le di un par de palmadas en la espalda para pedirle que me bajara.

—Perdona esta imposición —se disculpó bajándome al suelo—. Tu hermano insistió que era la mejor manera, y la verdad es que desde que la abuela murió…

—No hace falta explicaciones —lo interrumpí—. Sospechaba que era idea de Carlo.

—Gracias por recibirme —dijo con esa sonrisa que me derritió un millón de veces cuando era una adolescente.

—Ni lo menciones, vamos —repliqué señalando mi auto.

Camino a mi casa hablamos como si nuestra amistad nunca hubiera sido interrumpida por el tiempo, reímos y cantamos algunos coros de canciones de la época que compartimos en el pasado, y aunque hubo un pequeño momento de tensión cuando quiso insinuar que debía pagarme más dinero del acordado, yo lo corté de inmediato y seguimos conversado como si nada.

Esa noche tenía intenciones de cocinar los tacos de pollo que tanto me gustaban, pero Ezra insistió en ordenar comida a domicilio, y media hora después de su llegada, había tantos platillos de comida mexicana en mi cocina como para alimentar a un ejército.

Pensé que tenerlo en mi casa iba a ser incómodo, que perdería la paciencia de tenerlo en mis espacios. Estaba tan acostumbrada a estar sola que hubiera podido asegurar que al día siguiente buscaría la manera de sacarlo de mi casa, pero no fue así. La química entre nosotros fue increíble, teníamos comunicaciones silentes que hizo de la convivencia una rutina agradable; Ezra era tan maniático de la limpieza y el orden como yo, teníamos un humor similar, nos gustaban los mismos libros, las mismas películas, compartir con él fue tan fácil como respirar.

Las salidas fueron lo más divertido, se inventó varios disfraces que consistían en diferentes pelucas y sombreros. A mí me parecía absurdo que no lo reconocieran, Ezra era una masa gigante de músculos con un caminar muy particular, lo hubiera reconocido en un santiamén si me lo encontraba casualmente. Aunque pensándolo mejor, que yo lo reconociera no quería decir que otros lo harían, porque me conocía su silueta de memoria, la había amado durante años; estaba más grande y fuerte, pero era él. Era mi Ezra.

¿«Tú Ezra», loca de mierda? Ezra no es, ni nunca será tuyo, me repetí una y otra vez.

Intenté que los recuerdos no me acosaran, que no me afectara el darme cuenta de que ese amor de adolescente todavía estaba vivo. Hice todo lo posible por ocultar mis suspiros cuando lo veía, de no fijar mis ojos en sus labios cuando me hablaba. Estaba tan loca por él como lo estuve años atrás.

Quizás otra persona se hubiera aburrido al acompañar a alguien a realizar una gran cantidad de trámites jurídicos y bancarios que no le concernían, pero me vi envuelta en la situación como si sus problemas fueran los míos, sugerí cambios que él aceptó agradecido, nos comportamos como si fuéramos una pareja estable que buscaba y respetaba la opinión del otro.

Aunque todo el escenario debía ser manejado con seriedad, y en parte así fue, cuando nos encontrábamos solos nos reíamos como niños sobre cualquier tontería, nunca hubo un silencio incómodo entre nosotros y los temas para conversar abundaron agradablemente. Jamás me había sentido así con nadie, como si él y yo fuéramos uno, como si nuestras mentes estuvieran unidas por algún poder sobrenatural. Lo que sentía junto a él era magia pura, y supongo que, si lo analizo con profundidad, magia es sinónimo de amor.

Finalmente llegó la última noche, al día siguiente tendría la reunión con sus familiares y cuando terminara lo llevaría directamente al aeropuerto. Nos encontrábamos sentados en el futón de la sala de estar que él estaba usando como cama, porque se negó a tomar mi habitación a pesar de que se la ofrecí ya que era demasiado grande para dormir ahí.

Acabábamos de cenar y cada uno tenía una taza de chocolate caliente en la mano, por primera vez en cuatro días nos quedamos callados. Estuve segura de que fue por mi culpa, la idea de no volverlo a ver me hizo daño y me cohibió, una punzada en el pecho amenazó con cortarme la respiración por lo que me apresuré a hablar; de lo contrario empezaría a llorar:

—¿Confirmaste con todos tus familiares la hora de la reunión de mañana?

—Sí, a las nueve en punto comienzo esté quien esté —respondió.

—¿Crees que serán puntuales?

—Supongo que no, pero eso no afectará el horario. Todo está decidido y firmado, nadie podrá hacer nada para evitar o cambiar mis disposiciones —dijo con la mirada perdida. Estaba raro, supuse que la situación no sería agradable para él, insultos y gritos dominarían el encuentro.

—Gabriela se volverá loca —afirmé al referirme a una de sus primas. Un par de semanas atrás había entrado a casa de la abuela por la ventana con la intención de robar los objetos más valiosos. Los vecinos vieron a la intrusa y llamaron a la policía; el abogado de Ezra tuvo que intervenir y aquello ocasionó un caos que duró varios días.

—Supongo, pero no me preocupa, algunos de mis primos sí son razonables, ellos se encargarán de lidiar con ella.

—¿A qué hora crees que termine? —ya sabía la respuesta porque estuve presente cuando planificó la cita, pero una tonta esperanza de que hubiera algún cambio que le permitiera quedarse unos días más, me instaba a imaginarme que quizás podría compartir más tiempo con él.

—A las once y media estaré en el aeropuerto le guste a quien le guste. Tendrán que aceptar lo que decidí por las buenas o por las malas. Mi abogado tiene las indicaciones necesarias para dirigir el resto de la reunión si llega mi hora de partir —aseguró Ezra.

Una tristeza me golpeó robándome las fuerzas, bajé la mirada a mi taza y me perdí en el líquido marrón donde flotaba un malvavisco, me dispuse a contar las pequeñas burbujas de la superficie y a sentir cómo la cerámica se estaba enfriando bajo mis dedos.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.

No pude levantar la cabeza, en parte me sentí avergonzada, no me gustaba mentir así que lo mejor que podía hacer era darle las buenas noches e irme a dormir, no podía admitirle que no quería que se fuera, que lo amaba y que lo quería para mí.

—Ayla —me llamó utilizando sus dedos para subir mi mentón con delicadeza—. Dime, por favor, ¿qué pasa?

Cuando nuestras miradas se encontraron las palabras escaparon de mis labios sin poderlo evitar:

—¿Todavía te recuerdo a tu hermana?

La reacción que tuvo a mi pregunta fue como si le hubiera dado una bofetada. Ezra abrió mucho los ojos y movió sus hombros hacia atrás, lejos de mí.

—Nunca me has recordado a mi hermana. Es decir, siempre veo algo de ella en todo el mundo, la extraño, no lo niego, pero nunca te vi en ella. ¿Por qué dices eso? —se mostró notablemente sorprendido.

—Yo… pensé… tú seguro sabías… yo nunca lo supe disimular… es decir… supongo que nunca me viste de esa manera —balbuceé como una idiota.

—No te entiendo, Ayla, por favor, explícame —suplicó él acercando de nuevo su torso hacia mí.

—No hay razón para que me avergüences, sabes muy bien lo que sentía por ti cuando estábamos en la escuela —repliqué molesta, aunque no era mi verdadera intención hablarle de esa manera.

—¿Eso qué tiene que ver con que creías que me recordabas a mi hermana? —preguntó Ezra. Estuve segura de que él sabía la respuesta, pero por alguna razón quería confirmarla.

—Quería estar contigo, nunca lo disimulé, supuse que no pasó nada entre nosotros porque me veías como tu hermanita —expliqué.

—Siempre te vi como la hermanita de Carlo —dijo él. En ese momento fui yo quien sintió sus palabras como una bofetada. Él, al darse cuenta de lo que podía estar pensando se apresuró a agregar—: Siempre me pareciste lo más hermoso creado sobre esta tierra, pero eras la hermanita de mi mejor amigo. No te podía tocar.

—Pero… ¿hubieras querido tocarme? —pregunté con voz temblorosa.

Ezra, manteniendo su postura sentada, deslizó su cuerpo para alejarse de mí.

—Sigues siendo la hermanita de Carlo —replicó. Su tono de voz se profundizó, sus pupilas se oscurecieron.

Yo no pretendía ignorar mi deseo, no esta vez, no después de lo que estaba diciendo; así que me acerqué a él e insistí:

—¿Me tocarías si no fuera hermana de Carlo?

Ezra no respondió, simplemente fijó su mirada en mí, una tensión nos rodeó, sentí como un vapor me calentaba y me indicaba que hiciera algo, que tomara el primer paso, así que lo hice.

Tomé las tazas de sus manos y las mías y las coloqué en la mesa de café sin dejarlo de mirar. Él parecía una estatua, solo sus ojos se movían siguiendo mis movimientos. Posé una de mis manos sobre su pierna, él llevaba puestos unos pantalones cortos y al sentir mis palmas sobre su piel parpadeó lentamente y suspiró.

Entonces guie mis dedos hasta su cadera, luego sobre uno de sus brazos y cuando iba a llegar a su cuello, me alcé, y cruzando su cuerpo con una de mis piernas, me senté a horcajadas sobre él. Todo esto lo hice tan despacio que podría asegurar que pasaron varios minutos, nuestros ojos se mantuvieron conectados, su rostro estaba impasible, pude sentir su lucha interior: me deseaba, pero no quería traicionar a Carlo.

Estaba muy equivocado si pensaba que mi hermano tenía algo que ver en lo que estaba pasando, finalmente tendría la oportunidad de besarlo, y nada ni nadie me detendría. Cuando nuestras entrepiernas se tocaron, el cerró los ojos por un par de instantes y al abrirlos, sus pupilas eran dos lagos oscuros colmados de ambición.

Ahí descubrí una puerta abierta y la crucé, acerqué mi rostro al suyo y delicadamente besé cada una de sus mejillas, su piel estaba caliente y yo estaba temblando. Ezra me abrazó con fuerza, como si quisiera darme calor, ese fue el último empujón que necesité para unir mis labios con los suyos, aquello fue como tocar el cielo, sentí que volaba y que estaba logrando mi más preciado sueño.

Nos quedamos quietos por unos segundos, apreciando las sensaciones que despertaba nuestro contacto, fui consciente de todas mis extremidades y de cómo me cosquilleaba todo el cuerpo: mi espalda cubierta con sus brazos, mis piernas tocando las suyas, nuestras entrepiernas palpitando, mis brazos temblando alrededor de su cuello, y nuestras bocas buscando algo más que un simple roce.

Ezra entreabrió sus labios y yo lo imité, nuestras lenguas se saludaron como si hubieran deseado tocarse desde antes de nacer, y de pronto, como si alguien hubiera accionado un interruptor, la pasión nos consumió, nuestros manos buscaron cubrir la mayor cantidad de terreno posible, nuestras ropas salieron volando por los aires y nuestras bocas besaron todo lo que se encontraron por su paso.

—No tengo condón —dijo de pronto provocando que ambos nos congeláramos en el tiempo.

Yo salí corriendo hacia el cuarto de baño, tenía mucho tiempo que no me acostaba con nadie, pero siempre había sido una mujer prevenida, regresé con una caja de preservativos en la mano, y extrayendo uno, y soltando el resto del empaque sobre una de las sillas me dispuse a ponérselo. Él me ayudó, y cuando lo tuve en mi interior grité con euforia.

De ahí en adelante no sé cuántas horas pasaron, un orgasmo a la vez nos entregamos al momento con intensidad, nos devoramos como si estuviéramos hambrientos de una comida que nunca habíamos comido, y explotamos de placer hasta que nuestros cuerpos no aguantaron más y nos quedamos dormidos abrazados bajo una manta.

El amanecer fue perfecto, me despertó con sus besos y me hizo el amor una vez más, esta vez suave y cuidadoso, mirándome a los ojos, repitiéndome lo hermosa que era y contándome cómo soñó conmigo más de una vez.

Preparamos el desayuno entre risas, y el recorrido hasta la oficina de su abogado estuvo cargado de felicidad hasta que me aparqué. En ese momento todo cambió, me pidió disculpas al tiempo que me pedía que lo acompañara. No me pareció prudente involucrarme en una situación tan delicada, pero él insistió, me suplicó que estuviera a su lado.

Comprendí sus razones en el momento que comenzaron los gritos, yo fue su ancla para que la marea de insultos no se lo llevara hacia el océano de la ira, cruzamos miradas un par de veces y sonreímos sin que nadie se diera cuenta.

Cerca de las diez y media de la mañana, Ezra dio por terminada su participación, chillidos le reprocharon su retirada, pero él solo le lanzó una mirada a su abogado, tomó mi mano con la suya y nos fuimos sin mirar atrás.

El camino al aeropuerto fue extraño, incómodo. Ninguno de los dos habló, nuestros dedos permanecieron entrelazados, la despedida era inminente.

Cuando un tripulante del avión tomó su equipaje, ambos nos miramos sabiendo que sería la última vez que lo haríamos, era obvio que Ezra no sabía qué decir y yo no quería perpetuar la agonía de verlo partir, así que me apresuré a decir:

—Entiendo. Cada uno tiene su vida, la noche de ayer fue la mejor de mi existencia y siempre la recordaré. Ahora vete, sigue avanzando tu carrera, estoy segura de que serás mejor de lo que ya eres y eso me hará muy feliz.

Me alcé de puntillas y lo besé acaloradamente, fue largo y tendido y estiré el momento más de la cuenta, necesité absorber su olor para recordarlo cuando estuviera de vuelta en mi casa llorando por él.

Ezra no dijo nada, así que corrí hasta mi auto y conduje lejos de ahí.

Acostada en mi cama estuve consciente de que el dolor que me consumía era mi responsabilidad y de más nadie, yo propicié el encuentro, yo lo besé. Éramos amigos y todo pudo quedarse ahí en el mundo de las fantasías donde nadie saldría herido, pero tuve que arruinarlo, quise más y quedé con menos.

Sin lugar a duda me hubiera ido con él si me lo pedía, pero sabía que eso no era lo que él quería. Ezra tenía su vida hecha, probablemente tenía alguna novia actriz o modelo de cuerpo perfecto y gran estatus social, yo sería un estorbo, alguien encerrado en casa traduciendo documentos e impartiendo clases, limitando sus rutinas y sus viajes.

Imaginarme junto a él era un absurdo, no podía pretender que perdiera el tiempo con alguien tan aburrido como yo. Nuestras situaciones eran demasiado opuestas, eso era algo en lo que debía haber pensando antes de meterle la lengua en la boca.

Lo que estaba sintiendo era mi culpa, el dolor que amenazaba con partirme en dos no parecía que iba a desaparecer pronto, y la única oportunidad viable de superarlo era perdonándome a mi misma por haberlo seducido la noche anterior, agradecer que tuve la oportunidad de estar con él, aunque solo fuera esa única ocasión, y dejarlo atrás como un recuerdo bonito.

No. No lo lamentaría, no me arrepentiría por haber experimentado el mejor momento de mi vida, no me regodearía en la miseria. No estuvo en mi vida por muchos años, ¿por qué habría de lamentarme por no tenerlo muchos más? Nos gustamos y aprovechamos la oportunidad, jugamos un juego de dos y ambos ganamos, ¿no? ¿Entonces por qué me sentía como si lo hubiera perdido todo?

“Porque las reglas de los juegos de parejas son desconocidas por todos”, me respondí a mí misma.

Lloré ese día, lloré al día siguiente cuando me escribió un mensaje por WhatsApp y le pedí que no lo hiciera más porque no valía la pena comunicarnos teniendo vidas tan lejos el uno del otro, y lloré por una semana más hasta que decidí que suficiente era suficiente, que debía enmendar mi corazón hecho pedazos y continuar con mi vida. No fue fácil, pero unos meses después sentí que podía respirar de nuevo.

***

Adquirí una rutina nueva en las mañanas, mientras preparaba el desayuno prendía el televisor donde ESPN2 transmitía las noticias del mundo de rugby. Aunque sabía que era masoquista de mi parte estar al tanto de las andanzas de Ezra, no podía evitarlo, necesitaba saber algo de él, lo que fuera.

Tengo meses diciéndolo, Steven; decía un comentarista al otro. Ezra Egea ha estado distraído últimamente, no parece estar concentrado en el juego.

Dicen que la muerte de su abuela le afectó, ¡y vaya que lo hizo! La caída de ayer pudo haber sido fatal si no hubiera sido por la rapidez de sus compañeros; comentó su compañero.

Los médicos dicen que fue una simple lesión en un hombro, replicó el primero. Con un par de semanas de reposo estará como nuevo, en el set se encuentre el Doctor Jones para compartir sus impresiones

No escuché una palabra más, salí corriendo a mi estudio para tomar mi móvil, por unos segundos abracé el impulso de hablar con él para saber si estaba bien. Pero me contuve, no conseguí el coraje de escribirle, ¿para qué? ¿Para retroceder lo poco que había avanzado? No podía regresar a esas noches de llanto y dolor. No tenía un futuro junto a él y debía aceptarlo.

Perdí el resto del día navegando las redes buscando noticias sobre su condición, todas repetían lo mismo: Ezra se había lesionado un hombro y tomaría dos semanas de descanso fuera de la cancha.

A mitad de tarde me quedé dormida en el futón, aquel mueble se había convertido en mi mejor compañía los últimos meses: ahí leía, veía televisión, dormía y suspiraba. De alguna manera me hacía sentir cerca de él, me daba una falsa sensación de proximidad.

El timbre de la puerta me despertó, me sentí sobresaltada, no esperaba nada ni a nadie, no había hecho ninguna compra ni había pedido comida a domicilio. ¿Quién podía ser?

Despeinada vistiendo un ligero vestido y sin calzado abrí la puerta.

Casi sufro un infarto al verlo en el umbral, con una sonrisa y un inmenso ramo de flores de diferentes tipos: margaritas, rosas, lirios, girasoles…

—Hola —saludó Ezra con una timidez que no conocía en él.

No respondí, estaba en estado de shock, me pregunté si estaba soñando.

—No sabía cuál era tu flor favorita, así que compré una combinación de varias.

—Están preciosas —balbuceé tomando el ramo, supe que no era el momento de decirle que mis preferidas eran las orquídeas.

—¿Puedo pasar?

Asentí como una boba, pero me mantuve inmóvil. Él esperó pacientemente a que reaccionara y me quitara del medio, lo cual hice eventualmente. Ambos sonreímos.

—¿Quieres algo? ¿Agua, café? —pregunté buscando un jarrón para meter las flores.

—No, gracias —respondió. Parecía nervioso, y yo todavía no procesaba lo que significaba su presencia en mi casa.

—No estoy durmiendo bien —dijo de pronto.

Pensé en su abuela, en el duelo que todavía debía estar afectándolo. No pude decir nada, con un gesto lo invité el futón para que nos sentáramos, y sus palabras salieron de su boca con una gran velocidad:

—Todos los días pienso en ti, en tu piel. Siento que estoy desangrándome por dentro, mi cabeza da vueltas y ya me estoy cansando de sentirme así. Lamento no verte, lamento no tenerte cerca.

No podía creer lo que escuchaba, ¿estaba alucinando?

—No sé cómo explicarlo —continuó hablando—. Siento como si estuviera muriendo, no se me está haciendo fácil vivir lejos de ti, tu recuerdo es una presencia constante, en cada lugar, en cada momento. Me despierto preguntándome qué estarás haciendo, si estarás pensando en mí como yo lo hago.

—Sí, pienso en ti todo el tiempo —susurré. Mi voz fue tan suave que estuve segura de que no me escuchó.

—Cada amanecer y cada anochecer te lo dedico —admitió tomando mis manos—. Paso horas contemplando el cielo como si con eso tuviera la posibilidad de verte en la distancia. Sin ti voy a enloquecer, sin ti mis días son una agonía, pasan demasiado lento, llegué a pensar que iba a explotar si no te veía. Mis noches son una tortura, imaginando qué estás haciendo, si conociste a alguien, si te perdí…

—Eso es imposible —dije finalmente con voz clara.

—¿Qué es imposible? —preguntó suplicante.

—Perderme. Soy tuya —admití.

—¿Lo eres? —estrechó con más fuerza mis manos.

—Sí, para siempre si quieres.

—Sí quiero —replicó con una sonrisa. Soltó mis manos para rodearme con sus fuertes brazos y besarme, como nunca, como si aquello fuera una experiencia nueva.

—Sé que es mucho pedir, pero, ¿podrías considerar mudarte a Nueva Zelanda? —preguntó con temor al detener el beso.

—Trabajo desde casa, mientras tenga acceso a Internet podría vivir en cualquier parte —contesté sin dudarlo.

—¿De verdad? ¿Es algo que podrías hacer sin arrepentimientos? No quiero que hagas nada que te haga infeliz.

—Estar contigo me haría feliz —admití con firmeza.

Su cuerpo me cubrió por completo, y confesándonos nuestro amor mientras nos quitábamos la ropa, supimos que habíamos encontrado nuestro «felices por siempre».

Aug. 12, 2021, 1:15 p.m. 0 Report Embed Follow story
2
The End

Meet the author

Ondrea Lion "Las palabras viajan de mi imaginación a mis dedos..." 𝘈𝘭𝘵𝘦𝘳 𝘦𝘨𝘰. Escritora de Romance. Me encanta la lluvia y el café junto a un buen libro, y la música es mi mejor compañía cuando escribo, puedo, literalmente, imaginarme historias detrás de una canción. Me gusta mucho leer los comentarios de los lectores en mis obras, es como si tuvieramos una complicidad junto con la historia. Muchas, muchas, muchas gracias por leerme, siempre alegran mi día :D Instagram: @ondrealion

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~