kook03 | ӄɨʍ

El amor puede ser la salvación. El amor puede atrapar. El amor puede ser la perdición. El amor puede ser mortal. ↬ Temática: mitología griega ↫ ↬ One shot ↫


Fanfiction Bands/Singers All public. © Esta historia es completamente mía, no acepto copias ni adaptaciones.

#Mitologiagriega #vmin #fanfic #Taehyung #inkspiredstory #jimin
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Narciso.

Narciso comenzó a caminar por la zona comercial de Esparta, se acomodó el himatión en su hombro y se acercó a la primera tienda que vio, pero antes de que pudiera llegar a la misma, todos comenzaron a mirarlo anonadados, pues él era portador de una asombrosa belleza sin igual nunca antes vista por esos lares. Cuando las personas salieron del asombro de observar su hermosura, comenzaron a rodearlo intentando obsequiarle sus productos a cambio de que él les prestara atención o les regalara una mirada.

Él no les hacía caso, solo miraba hacia adelante con la frente en alto y sin hacer contacto visual con nadie, ya estaba demasiado acostumbrado a este tipo de escenas. A dónde sea que fuera, le ofrecían dracma* o productos a cambio de su compañía, aunque todavía, le costaba en gran medida acostumbrarse a las miradas lascivas que recibía, incluso antes de haber entrado a la adolescencia. Pero lo que más le molestaba era el hecho de que todos esos plebeyos conocían su apariencia. Él sabía que era una persona bellísima por las reacciones de ellos o porque se lo decían frecuentemente, pero realmente no sabía como lucía.

El día de su nacimiento, su madre, Liríope, una ninfa del agua, y su padre, el dios del río, Cefiso, le pidieron al vidente Tiresias que les dijera su profecía. Él les predijo que “su hijo vivirá hasta viejo, si no se contempla a sí mismo”. Su madre preocupada no dejó que creciera a su lado temerosa de que algún día él se viera reflejado en el agua terminando con su vida. Incluso en su casa no poseía ninguna superficie en la que pudiera reflejarse, él era muy cuidadoso al respecto, ni siquiera miraba a las personas a los ojos para no reflejarse en ellos, y si alguien lo miraba, él le fruncía el ceño en desaprobación haciendo que inclinara su cabeza volviéndose sumiso en su presencia. También para protegerlo de esa profecía, que muchos conocían, sobre todo los dioses, su madre le pidió que cambiara su identidad usando otro nombre.

Cuando regresaba a su casa, cansado de rechazar a esos mundanos no una sino cientos de veces, algunas personas simplemente no tenían dignidad, no tenían amor propio como él, se encontró con una situación que conmovió su insensible corazón. Unos guerreros espartanos estaban golpeando a un joven que no parecía ser mayor que él.

―Cinco contra uno, qué valientes ―dijo sarcásticamente al acercarse a ellos.

Si había algo que él aborrecía era la debilidad, pero más odiaba el hecho de que otros abusaran de los débiles.

Los guerreros, olvidándose del joven, pusieron toda su atención en él, y lo rodearon admirando su belleza, pidiéndole que eligiera a uno de ellos, algunos le suplicaban.

―¿Ustedes creen que alguien tan bello como yo podría salir con unos… guerreros como ustedes? ―los miró con desprecio.

Después de algunos ruegos más, los guerreros se fueron desilusionados, ya que Narciso nunca le hacía caso a nadie. Tenía fama de dejar corazones rotos por donde sea que fuera.

Miró de reojo al joven que seguía en el suelo, su cabellera rubia brillaba bajo la luz del sol, parecía que buscara algo. Cuando volteó a mirarlo por completo se dio cuenta, con sorpresa, que era ciego, ya que tanteaba con sus manos sobre la maleza y además tenía los párpados caídos.

―Toma, aquí ―le puso en la mano un palo, que supuso hacía las veces de bastón.

―Gracias señor.

A pesar de tener dieciocho años, le resultaba extraño que le dijeran señor.

―Puedes llamarme Taehyung ―ese era el nombre que usaba con los campesinos, Kim Taehyung.

Para Narciso resultaba extremadamente raro mirar a alguien a la cara y no verse reflejado en sus ojos, se dio cuenta que esa vieja tentación seguía latente.

Toda su vida había vivido con el recordatorio de su madre de no mirar a las personas a los ojos, en realidad se lo recordaban los sirvientes que lo criaron. Pero ahora no estaban aquí para evitarlo.

De hecho ya no contaba con la compañía de ellos, los había despedido a casi todos, y no porque hicieran mal su trabajo, sino porque estaba cansado de rechazarlos todo el tiempo, de sus miradas lascivas, de ser espiado cuando se duchaba o incluso que se metieran en su cama mientras dormía. Era agotador, entendía que su belleza divina, heredada de su padre, era irresistible, pero a veces el comportamiento de la gente para con él era insoportable. Esas personas solo admiraban la perfección, y si alguien no lo era, como este joven invidente que estaba a su lado, en el mejor de los casos lo ignoraban, en el peor, lo trataban como a un lastre, como basura y los humillaban o golpeaban públicamente.

―¿Cuál es tu nombre? ―preguntó.

―¿Quieres saber mi nombre? ―dijo el joven sorprendido, como si no esperara que alguien se interesara en él o siquiera le hablara―. Me llaman Aminias.

―Aminias ―repitió, nunca había escuchado un nombre así.

Vio que Aminias hizo un gesto de desagrado, casi avergonzado, como esperando algo más.

―¿Qué ocurre?

―Pensé que dirías Aminias, el engendro. Todos me llaman así ―se encogió de hombros, pero en su voz pudo notar el dolor en sus palabras.

En él surgió la necesidad de hacerlo sentir mejor, aunque no sabía si era porque el joven se veía demasiado miserable o porque él tenía un lado amable que desconocía.

―Aminias es un nombre muy largo ¿podría llamarte Ami o Mini? Ya lo sé, Mimi ―sonrió ante su ocurrencia.

¿Qué estaba sucediéndole? Nunca hablaba de esa manera, ni en demasía con nadie. Pero parecía que Mimi estaba más animado.

―Tu nombre también es largo ―con timidez preguntó― ¿podría llamarte Tae?

―Claro que sí ―le gustaba como él lo llamaba.

Mimi sonrió, y Tae quedó prendado de su sonrisa. Luego, fascinado, levantó la mano para acariciar su mejilla.

―Gracias por ayudarme ―hizo un gesto de dolor al acomodarse su túnica―. Generalmente no me dejan en paz hasta verme sangrar.

Tae frunció el ceño molesto mientras bajaba la mano, Mimi habló con tanta naturalidad, como si fuera normal que lo agredieran. Esos malditos espartanos, eran unos brutos violentos, ¿por qué no se comportaban de forma más pacífica como la gente de su pueblo natal, Atenas?

Mimi comenzó a alejarse de él tanteando el camino con su bastón.

―Espera ―Tae tomó su mano deteniéndolo e inhaló profundamente ante el extraño pero suave contacto. Él no tocaba a nadie, nunca―. ¿Podemos vernos otra vez?

Tragó ¿estaba nervioso por su respuesta? Se dio cuenta que sí. Estar en su presencia lo hacía sentirse… normal por primera vez en mucho tiempo, era refrescante que no estuvieran camelándolo por su compañía.

―Eso me gustaría mucho Tae ―sonrió, inclinando la cabeza hacia abajo para esconder su alegría. Tae se dio cuenta que le gustaría hacerlo sonreír más seguido, solo por el placer de ver esa sonrisa de nuevo―. Nos encontremos mañana aquí a la misma hora.

―Te estaré esperando ―con ansias.

Se quedó mirando a Mimi hasta que desapareció de su vista. Luego se pasó su himatión por la cabeza cubriéndosela y se marchó. Ya había tenido suficiente atención por un día, aun así, se sentía observado, miró a su alrededor, no había nadie más en el prado que él. Aunque por otro lado, ya estaba demasiado acostumbrado a que las personas lo observaran, se encogió de hombros y se puso en marcha.


Dracma*: era el nombre de una antigua moneda (hecha de plata) de las ciudades-estados griegas.

Himatión*: fue una vestimenta de la Antigua Grecia. Era un manto amplio y envolvente, una especie de chal. Se llevaba sobre el propio cuerpo o más habitualmente encima de un quitón.




Narciso era un experto cazador, quizás era el mejor de Esparta, no, seguro era el mejor de toda Grecia. Por esa razón le pudo enseñar tan bien a Mimi a cazar.

Llevaba meses encontrándose con él en el bosque de los ciervos, y no solo para alejarse de la plebe fanática de su belleza y perfección, sino para enseñarle todo lo que sabía sobre la caza.

Desde que Mimi le contó que vivía en los establos de los caballos de los guerreros espartanos, y que comía sus sobras, le comenzó a enseñar el arte de cazar. Ahora sería aún más independiente y no pasaría hambre, pero lo más importante era que ya no lo humillarían haciéndolo comer de la basura. Aun ceñía sus manos en puños al recordar cuando Mimi le había contado todo lo que lo hacían sufrir esos bárbaros.

Luego de comer el ciervo asado que Mimi había cazado, pues resultó que era muy bueno para cazar gracias a su agudo sentido auditivo, lo que lo convertía en el mejor de los compañeros de caza, se quedaron sentados alrededor de la fogata. Hacía tiempo que Narciso tenía un tema en específico dándole vueltas por la cabeza.

―Mimi ¿nunca pensaste el marcharte del establo? ―no entendía porque seguía viviendo allí, después de todos los abusos que le había contado que allí padeció, y estaba seguro que aun padecía, aunque Mimi se negaba a confirmárselo.

―Siempre quise marcharme de allí, yo solo… una vez escuché un rumor entre los guerreros de que mi padre también era uno de ellos. Sé que suena estúpido, pero por eso nunca tuve el valor de marcharme, porque siempre esperé que él me buscara y viniera por mí. Pero a veces no puedo evitar pensar que tal vez él ya me vio y se avergonzó de tener un hijo ciego, que por eso no quiso saber nada de mí y se alejó ―lucia tan triste y resignado.

―No digas eso, yo te admiro muchísimo, sobre todo tu independencia. Es fascinante ver la destreza con la que haces tu trabajo en el establo, o como sabes desplazarte en la ciudad sin toparte con nadie ―Mimi comenzó a frotarse sus manos incómodo―. Tú haces más cosas y ves mucho más allá que cualquier persona que se supone normal. Cualquier padre estaría orgulloso de tener un hijo como tú. Yo siempre estoy aprendiendo a ver el mundo de otra forma gracias a ti ―vio que Mimi se ruborizó―. ¿Sabes algo de tu madre? ―dijo para que Mimi volviera a hablar, ya que a él lo avergonzaban los cumplidos.

―Hace muchos años, un guerrero, el único que fue amble conmigo durante mi niñez, me dijo que conoció a mi madre, pero que ella no pudo sobrevivir al parto. Entonces él me dio un regalo, que es el único objeto más valioso que tengo, hizo para mí una pequeña escultura en madera de ella y me la obsequió para que yo supiera como era ―Mimi tenía una sonrisa tan cálida en su rostro, que le hizo sentir celos de ese guerrero. Respiró profundo para calmarse.

―Entonces ¿tú eres como esas personas que ven cuando te tocan el rostro?

―No lo sé, nunca toqué el rostro de Onesíforo.

―¿Por qué tendrías que tocar el rostro de ese guerrero? ¿y quién demonios se llama Onesíforo? ―dijo un poco más alto de lo que pretendía. Tener celos se sentía terrible, hacía que surgieran pensamientos oscuros en su mente.

―Cálmate, él era como un padre para mí, pero ya hace muchos años que falleció de vejez ―dijo tristemente.

―Lo siento ―dijo apretando una de sus manos, se dio cuenta que hacía eso con mucha frecuencia últimamente―. Entonces, ¿te gustaría tocar mi rostro? ―antes de que Mimi contestara, él ya estaba llevando su mano hacía su cara y la dejó descansando allí.

―Sí, quiero intentarlo ―dijo colocando sus dos manos en el rostro de Tae.

―¿Qué sientes? ―preguntó con la respiración un poco acelerada por la cercanía y el contacto de Mimi.

―Puedo sentir tu cejas, tus ojos cerrados, tu nariz, tus mejillas ―dijo mientras deslizaba sus dedos por su rostro― y tus labios... ―se aclaró la garganta ―: ...son tan suaves como los pétalos de las flores ―dijo mojando sus labios con una pasada de su lengua.

―Ahora ―Tae tragó duro―. ¿Puedes saber cómo me veo? —por primera vez en su vida, esperaba que no lo supiera. No quería que su Mimi fuera como esas personas que se acercaban a él solo por su belleza.

―Realmente no puedo formarme una imagen metal de tu apariencia, solo las formas, lo siento ―lo dijo con sus dedos aun apoyados en los labios de Tae.

―Bien ― Tae sonrió.

―Estas sonriendo ―Mimi también comenzó a hacerlo, dejando aparecer esa hermosa sonrisa que lo encandilaba.

Estar así tan cerca de Mimi, solo lo hacía desear probar su boca. Comenzó a respirar más rápido con sus labios entreabiertos, no podía quitar sus ojos de su rosada boca. Se hizo un momento de silencio… de expectación.

―¿Tae? ―preguntó con las mejillas encendidas. Estaba seguro que Mimi podía escuchar el rápido latido de su corazón

―Mimi ¿puedo rozar mis labios con los tuyos? ―no quería aprovecharse de él cediendo a sus deseos y besándolo sin su consentimiento.

―Sí, lo anhelo con fervor ―ahora era Tae quien podía escuchar los latidos del corazón de Mimi.

Se acercó a él, acortando la distancia que los separaba hasta rozar sus suaves labios. Sus corazones latían más rápido si era posible. Se sentía tan bien, esto era lo que esperaba sentir, su suavidad, su aroma, su calidez, su bienvenida. Era un nuevo mundo de sensaciones que se abría ante sus ojos.

Cuando Mimi abrió sus labios y sus lenguas se rozaron, todo su cuerpo se estremeció, como si una corriente lo recorriera desde su cabeza hasta sus pies, se dio cuenta que Mimi sintió lo mismo, y lo abrazó acercándolo más a él.

Cuando se separaron, estaban sin aliento, y ambos rieron. Luego se volvieron a besar. Y continuaron haciéndolo hasta que el sol se ocultó detrás de las montañas.

―¿Mimi? ―dijo Tae. Horas más tarde, ambos estaban recostados sobre la hierba, la cabeza de su Mimi descansaba sobre su pecho, nunca se había sentido tan feliz en toda su vida como en este momento.

―¿Sí? ―dijo tocando su pecho con una mano, curioso por saber cómo era el resto de él.

―¿Quieres vivir conmigo? ―esperaba que no se notara el nerviosismo que sentía en su voz, pero ya no quería pasar un día más alejado de él.

―¿Tú quieres vivir conmigo? ―Mimi parecía sorprendido, como si nunca hubiera esperado una propuesta así, pero luego de pensarlo unos segundos sonrió ampliamente―. Por supuesto que sí ―ambos se abrazaron―. Me encantaría pasar todo el tiempo contigo, tu compañía me hace tan feliz, nunca creí que podría sentirme de esta manera, Tae yo… te quiero.

―Yo también te quiero Mimi ―le dio un beso en la frente. Nunca creyó posible que podría querer a alguien más que a él mismo, pero ahora lo hacía, Mimi se había convertido en el centro de su mundo, desplazándolo a él de ese lugar―. Entonces vámonos ahora.




Narciso comenzó a cruzar el bosque de los ciervos de camino hacia su casa, esperaba dejar todo listo para mudarse con Mimi a su hogar en Atenas. Allí las personas lo tratarían con el respeto que se merecía, no como la plebe de Esparta que solo adoraba a los cuerpos esculpidos y a los rostros perfectos. Una vez que estuvieran instalados le confesaría su verdadera identidad, estaba seguro que su Mimi entendería porqué se la había ocultado todo este tiempo. O tal vez cuando Mimi regresara de recoger sus pertenencias se lo diría.

El aire estaba cargado con el aroma de las flores, sonrió dándose cuenta que desde que había empezado a pasar tiempo con Mimi, trataba de percibir el mundo con todos sus sentidos pero de forma más intensa.

Él y Mimi tenían tantas cosas en común pero sobre todo compartían su amor por las flores. La primera vez que le enseñó a cazar, Mimi le agradeció regalándole una cesta llena de flores, fue un gesto tan bonito, pero se dio cuenta que Mimi no conocía el nombre de ninguna de ellas. Tae se ofreció a enseñarle pero Mimi lo sorprendió diciéndole el nombre que le había puesto a cada flor según la sensación que percibía al olerlas. Ese día le prometió que algún día lo llevaría a su casa de Atenas para que le pusiera el nombre a todas las flores de su jardín.

Narciso detuvo su caminata, de nuevo percibió esa sensación de ser observado.

―¿Hay alguien aquí? ―gritó.

―Aquí… aquí… ―fue la respuesta.

―¡Ven! ―insistió sorprendido.

Una joven repitió estas palabras pero inmediatamente después salió de entre los árboles con los brazos abiertos al encuentro de Narciso. Él la detuvo, puso su cara de frialdad, levantó el mentón y con desprecio preguntó.

―¿Quién eres? ―realmente no tenía tiempo para esta charla, solo quería pedirle que dejara de seguirlo, pero al parecer sería difícil que ella entendiera con simples palabras, porque en ese momento consiguió abrazarlo y comenzó a frotarse contra él.

―Eres… eres… ―repitió―: ...soy Eco y por fin estaremos juntos mi amor ―Eco era una ninfa de las montañas que una vez tuvo una voz hermosa, pero cometió el error de acostarse con Zeus, por lo que Hera la castigó para que nunca comenzara a hablar pero siempre repitiera las últimas palabras que escuchaba―. Seremos muy felices juntos.

―Suéltame ―ella se aferró más a él―. Además tú nunca podrías darme lo que necesito ―que era el amor de Mimi. Era la verdad, se dio cuenta de que estaba completamente enamorado de él.

―Necesito… necesito… pero podría darte todo lo que desees ―ella deslizó su mano en dirección a su entrepierna pero él la detuvo agarrándola de la muñeca―. O podría darte otras cosas ―sonrió―. Las ninfas sabemos todo lo que ocurre en todos los lugares de la tierra y en el Olimpo porque vivimos en los cuatro elementos, puedo darte toda la información que necesitas.

―¿De qué hablas?

―Hablas… hablas… sobre tu madre.

―¿Qué pasa con mi madre?

―Madre… madre… ¿No lo sabes?

―Dime ―le ordenó.

―Dime… dime… Tu padre tiene encerrada a tu madre.

―¿Qué? Eso no puede ser posible ―casi la mira a los ojos pero se frenó y miró hacia arriba preocupado.

―Posible… posible… escuché ese rumor entre los dioses de que hace muchos años tu padre abusó de tu madre, luego naciste tú y ahora la tiene encerrada en su templo debajo del mar ―ya estaba exasperado de esta charla sin sentido.

―Mis padres viven juntos porque se aman ―eso siempre ponía su madre en las cartas que le mandaba, pero ¿y si Eco decía la verdad? Él no tenía recuerdos de sus padres juntos.

―Aman… aman… ven conmigo amor, puedo demostrarte que estoy diciendo la verdad ―ella tomó su mano―. Comencemos nuestra aventura juntos.

―Escúchame bien ―él consiguió separarla de su cuerpo―. Ya deja de seguirme ―ella inhaló por la boca sorprendida―, y repítete esto, yo nunca podría tener un romance con alguien como tú ―nunca podría tener una relación con una persona superficial que solo estaba enamorada de su apariencia ¿qué pasaría cuando esa belleza se marchitara? lo abandonaría seguramente. Pero la principal razón por la que nunca podría querer a nadie más era que su corazón ya tenía dueño.

―Tú… tú… ―Eco salió corriendo con una mano sobre su corazón, desapareciendo de su vista.

No estaba orgulloso de su comportamiento, pero a veces ser cruel en sus rechazos era la única forma de alejar a sus pretendientes. En el pasado ya había cometido varias veces el error de ser amable cuando trataba de alejarlos, eso solo aumentaba sus esperanzas de tener una relación con él, haciendo que sea casi imposible sacárselos de encima.

Narciso retomó su camino. Cuando llegara a Atenas haría todo lo posible para averiguar sobre su madre, deseaba con todas sus fuerzas que lo que dijo Eco fuera mentira.


(*****)


Eco llegó corriendo a su cueva frente al estanque cristalino de la montaña que la vio nacer. Llevaba meses amando a Narciso en secreto, observándolo desde la distancia, pero no se atrevía a acercarse a él, porque desde que Hera le había quitado su armoniosa voz se había convertido en la más tímida de las ninfas.

¿Por qué cuando finalmente Narciso, su único amor, le pidió que se acerque la rechazó con tanta crueldad?

Gritó de dolor, ella lo sabía, se estaba muriendo por su corazón roto. Cuando el corazón de una ninfa de la montaña se rompía, todo su cuerpo se convertía en roca. Estaba sufriendo una muerte en lenta agonía, pero antes de perder la conciencia por el dolor, le rogó a la diosa de la venganza y la justicia, Némesis, que vengara su muerte y también la de todas sus hermanas ninfas que murieron por el corazón destrozado debido al cruel rechazo de Narciso.

La diosa escuchó sus súplicas y se materializó frente a ella. Le dio un beso en la frente segundos antes de morir, y le prometió que se haría justicia, ni su muerte, ni la de sus hermanas sería en vano.


(*****)


Antes de que Narciso saliera del boque, se apareció frente a él una mujer bellísima, alta, cubierta con una túnica casi transparente y rodeada de un aura de poder típico de un Dios. Él no sabía quién era, pero no podía dejar de mirarla, con todas sus fuerzas cerró sus ojos para no verse reflejado en ella.

―Narciso, hijo de Cefiso, vengo a darte lo que te mereces. Sígueme.

Sin decir más ella empezó a adentrase al bosque como si flotara. Contra su voluntad él comenzó a seguirla, ¿quizás ella le daría información sobre su madre? De cualquier manera, no podía hacer más que obedecer su orden, y aunque intentara voltear para ir a su casa donde lo esperaba Mimi, no podía hacerlo, su cuerpo simplemente no obedecía.

Luego de horas de caminata, por fin llegaron a un estanque tan prístino que reflejaba el cielo y las montañas a su alrededor como si de un espejo se tratara. Narciso intentó detenerse, no quería seguir avanzando, pero no podía dejar de acercarse a él.

La diosa se paró a su lado y le dijo sin abrir los labios, con una voz retumbante dentro de su cabeza, “Narciso, pagarás por tus crímenes”. Cuando él quiso preguntar qué estaba ocurriendo se dio cuenta que tampoco podía hablar, estaba a la merced de esta diosa y no podía hacer nada para defenderse. “Pagarás por todas las vidas de las ninfas que se perdieron por tus crueles rechazos”. Un fuerte viento comenzó a batir el cabello de Némesis y sus ojos se pusieron totalmente blancos. “Sufrirás el mismo rechazo que les diste” empezaba a sentir un cambio en su cuerpo, esto era malo, muy malo, “te condeno a que nunca puedas poseer el objeto de tu amor, ni en esta ni en la otra vida”. Sentenció.

Los ojos de Narciso se pusieron completamente negros y como si hubiera sido atraído por el magnetismo, fue arrastrado hacia la orilla del lago y lo miró.




Mimi estaba desesperado, llevaba días sin poder encontrar a Tae. Nunca, desde que se conocieron, pasaron un solo día sin verse. Lo había buscado por todos los lugares que frecuentaban, incluso en el bosque, donde se encontraba ahora mismo, pero no había ni una sola pista de su paradero. Aun así, él no perdía las esperanzas de poder hallarlo. Después de horas de caminata por el bosque, escuchó, gracias a su agudo sentido auditivo, a unas ninfas susurrar “Eco aun continua gritando sus lamentos” dijo una. “Pensé que había muerto” dijo otra, “lo hizo, pero su voz se conservó repitiendo todo lo que escucha”, “hablaba de él” fue la respuesta.

Extrañado por esa charla, comenzó a seguirlas. En ese momento agradecía conocer ese bosque como la palma de su mano, si no hubiera sido así, hace tiempo que les habría perdido la pista a esas ninfas. Antes de llegar al lugar, lo primero que escuchó fueron unos terribles lamentos de pena y agonía. “¿será posible?” pensó. Esa voz… sonaba muy parecida a la de su Tae.

A medida que más se acercaba, más se convencía de que era Tae el que estaba sometido a ese terrible sufrimiento. Cuando escuchó otro grito cargado de dolor su corazón se encogió y abrazó su vientre cuando sintió una sensación de dolor en su estómago a pesar de que llevaba horas o días sin comer, no lo sabía realmente.

Recordó que en este lugar había un lago, pero aun así comenzó a apurar más el paso. Siguiendo el sonido de su llanto se acercó a Tae. ¡Por fin lo había encontrado! Pero ¿qué le estaba sucediendo? Casi se cae al tropezarse con su cuerpo, sin embargo recuperó el equilibrio rápidamente. Se dio cuenta que Tae estaba recostado en el suelo bocabajo y metía las manos en el agua.

―¡Tae! ―Mimi dijo emocionado―. ¿Estás herido? Déjame ayudarte ―se arrodilló a su lado y empezó a palpar su cuerpo pero no pudo sentir ninguna herida ni olor a sangre.

―Nooo ―gritó Tae―. Vuelve por favor ―suplicaba―. No me rechaces ―se escuchaba el sonido del agua al ser batida por los brazos de Tae.

―¿Tae? ―el sonido se detuvo, pero él no le respondió―. Tae, vamos a casa.

Algo iba muy mal aquí, algo extraño se sentía en el aire, Tae nunca, jamás lo ignoraría. Pero ¿qué le sucedía? Su voz sonaba rasposa, seguramente por haber gritado tanto… por los dioses… sus gritos hacían que se le partiera el corazón.

―¡No me dejes, te lo ruego! —volvió a gritar en agonía, como si le hubieran arrancado una extremidad.

―Tae, cielo ¿qué te sucede? ―Mimi comenzó a frotar su espalda tratando de confortarlo.

―Regresa por favor ―Tae comenzó a llorar desconsoladamente.

Mimi también empezó a llorar porque no sabía cómo ayudar a Tae. Nunca en su vida había lamentado tanto como ahora ser ciego porque no podía ver que le estaba sucediendo a su amor.

―Tae soy yo, Mimi, por favor vámonos de aquí ―Tae seguía sin reconocerlo.

―Vuelve, vuelve, vuelve ―Tae gritaba golpeándose el pecho.

―¡Ay Tae! ―entre lágrimas intentó moverlo de allí, pero era como si estuviera pegado al lugar―.¡Por favor que alguien me ayude! ―gritó, pero nadie se acercó a hacerlo.

Mimi perdió la cuenta de cuantas veces intentó sacar a Tae de ese lugar. Su corazón casi se detiene cuando se percató de que la voz de Tae empezaba a perder vigor y su llanto también era más débil, se estaba quedando sin tiempo. Por primera vez en su vida comenzó a rezarle a los dioses, le suplicaba ayuda a cualquier dios que quisiera escucharlo. “Por favor”, susurró mientras se secaba las lágrimas del rostro “haría cualquier sacrificio por salvarlo”.

―¿Cualquier sacrificio?

―¿Quién dijo eso? ―preguntó sin poder identificar de dónde provenía la voz.

De pronto no pudo escuchar nada, ni sentir a Tae a su lado.

―¿Qué está pasando? ¿Dónde está Tae? ― preguntó tanteando el suelo frenéticamente pero no pudo sentir nada en absoluto, ni con el tacto, ni con su oído.

―Tranquilo Aminias ―dijo una dulce voz de mujer.

―¡Por favor ayúdame! ―dijo en un ruego a quien sea que estuviera a su lado.

―Vine a ayudarte, soy la diosa de amor, Afrodita. Ahora estamos dentro de una burbuja de silencio, completamente aislados del exterior, para que no nos escuche Némesis. Aquí el tiempo no corre.

―Diosa, por favor ayúdeme, no sé qué le sucede a mi amado.

―La diosa Némesis lo castigó por romperle el corazón a una ninfa.

―¿Qué? Pero si mi Tae es bondadoso ―no podía imaginárselo haciendo algo así.

―Némesis solo juzga las acciones. Ella lo condenó a sufrir el mismo rechazo que le provocó a las ninfas ―hizo una pausa―. Ma diosa hizo que se enamorara de su reflejo para ser rechazado por el mismo eternamente.

―Dime lo que tengo que hacer para salvar a mi amado por favor, se está muriendo ―se le escapó un sollozo.

―Aminias, mi niño, él está condenado a morir, nadie puede revertir eso.

―Por favor, cambia su vida por la mía, te lo ruego.

―No puedo hacer eso.

―¿Qué puedo hacer? ¿Para qué viniste entonces? ―se sentía tan impotente.

―El castigo que le dio Némesis es un castigo eterno, si él muere ahora, éste continuará en el inframundo, mirando a su reflejo en el río Estigio y siendo rechazado por él mismo por toda la eternidad.

―Pero debe haber algo que se pueda hacer ―su voz se fue apagando.

―Si lo hay ―sintió que ella tomó sus manos―. Lo tienes que matar.

―¿¡Qué!?

―Lo tienes que hacer para que pueda descansar en paz y tenga la oportunidad de reencarnar.

―No puedo matarlo, yo lo amo.

―Por esa razón tienes que ser tú ―ella le puso una espada en la mano―. Hazlo, ya no le queda mucho tiempo.

―¿Por qué Némesis hizo esto? ―dijo apretando con fuerza la empuñadura.

―Porque la justicia es ciega.

―Yo también lo soy.

―No lo eres, tú puedes ver con el corazón.

En ese momento sintió de nuevo el sonido proveniente del exterior, y apenas el percibía el sollozo de Tae. Se encontró en el mismo lugar en que estaba antes pero con la espada que le dio Afrodita en la mano.

―¿Tae, puedes escucharme? ―lo intentó por última vez, pero tristemente no obtuvo respuesta―. Lo siento tanto Amor, créeme cuando te digo que esto me dolerá más a mí que a ti.

Tomó una respiración profunda para armarse de valor. Empuñó la espada con las dos manos, y como si ésta guiara sus movimientos, la enterró profundo en el cuerpo de Tae.

Escuchó que Tae inhaló aire profundamente, saliendo de su trance. Mimi sacó la espada de su cuerpo dejándola a un lado y lo ayudó a girarse, esta vez sin dificultad.

Lo siento mucho Tae ―dijo apenado.

―Yo quería llegar a ti Mimi, pero tu viniste por mí ―tomó una de sus manos pero su agarre era débi―. Gracias.

―Lo siento tanto ―no podía dejar de sentirse culpable, las lágrimas comenzaron a correr por su rostro―. Yo no quería herirte pero la diosa Afrodita.

―Lo sé, ella también me lo dijo ―su voz sonaba tan diferente, rasposa, apenas perceptible― .Tú me salvaste, eres mi héroe ―dijo en un susurro.

―Tae, yo te amo ―no quería que se… fuera sin decírselo.

―Yo también te amo Mimi ―luego de una pausa dijo―. Gracias por enseñarme que es el verdadero amor.

―Gracias a ti también, yo conocí el amor cuando entraste en mi vida ―y ahora lo iba a perder para siempre, no quería esto, todo era muy injusto.

―Tengo… frío ―su cuerpo estaba helado.

―Toma esto ―Mimi se quitó el himatión bordado que Tae le había regalado y se lo colocó encima.

―Lo… siento Mimi ―sentía que estaba hablando con lo último de sus fuerzas― pero… no voy a poder… acompañarte… a conocer la flores en mi jardín… como te prometí ―su húmedo pecho apenas subía y bajaba.

―Siento que ya lo hice cuando me las describiste ―“por favor no te mueras, por favor…” suplicaba en su mente.

―Yo quería ―tosió varias veces― hacer… una flor… para ti.

―La hubiera amado tanto como a ti.

―Te amo Mimi… por… siempre… ―se aflojó el agarre de su mano.

―Te amo Tae ―Mimi se acercó para dejarle un último beso en los labios, luego lo abrazó y rompió a llorar.

Lloró sobre su cuerpo hasta que se le secaron las lágrimas. ¿Qué haría ahora? No podía imaginarse una vida sin su Tae. ¿Por qué tenía que pasarles esto?, ¿por qué esa diosa le hizo esto a Tae? Nunca podría entenderlo. Justo ahora que estaban por empezar su vida juntos…

Cuando Tae entró a su vida conoció por primera vez el cariño, el respeto, el compañerismo, el amor, Tae lo era todo para él. No quería seguir viviendo en un mundo sin él. La vida no valía la pena sin Tae a su lado. No quería volver a su vida miserable y llena de humillaciones, antes podía soportarlo, pero ahora sin Tae, no podría, sentía que ya no tenía fuerzas para seguir.

Quería estar con él.

Estaría con él. En la eternidad.

Tomó la espada, que parecía estar esperando que él la recogiera, respiró profundamente y se la clavó en su abdomen. Fue extraño no percibir ningún dolor, pero si sintió que sus fuerzas empezaban a disminuir debido a la pérdida de sangre. Se arrancó la espada de su cuerpo y se recostó sobre Tae, abrazándolo como si fueran a dormir juntos por última vez.

La sangre que brotaba del cuerpo de Mimi empezó a correr al lado del camino que dejó la sangre de Tae desembocando en el estanque. El agua, antes cristalina, se tiñó de rojo. Del lugar del lago donde cayó la sangre de Tae surgió una flor blanca, que parecía tan pura como lo fue una vez el amor que sentía por Mimi. A los pocos segundos del agua salió volando una mariposa del mismo color que la sangre de Mimi.

La mariposa batió sus alas un par de veces hasta posarse sobre la corona de la flor y abrió sus alas para protegerla por toda la eternidad.


















Aug. 11, 2021, 6:13 a.m. 1 Report Embed Follow story
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The End

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| ӄɨʍ Je mérite mieux que toi, tu sais Mais n'importe ce que tu fais je te veux Et je me ne comprend pas, vraiment pas...

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nose o nose o
Me encantooooo :,,,3
August 23, 2021, 17:38
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