joanroseq7 Joan Rose Quim

Catherine Norrington, pertenece a una familia de nobles ingleses. Es una joven dulce y obediente de las costumbres, pero cuando sus padres la comprometen en matrimonio, decide rebelarse sin saber que su decisión provocará un sinfín de malentendidos que pone en riesgo lo que podría ser su felicidad. Stefan Sanders, es parte de la nobleza de mayor estatus en toda Inglaterra. Desde que era un niño sabe que lo comprometieron con Catherine, y a pesar de no conocerla, le guarda el respeto que se merece, sin embargo lo que pensó que sería su felicidad, se convierte en un laberinto de mentiras y desilusión. Ambos deberán convivir en un matrimonio incierto, pero dentro toda la oscuridad que los rodea, el amor florecerá en sus corazones.


#67 in Romance #25 in Young Adult Romance For over 18 only. © Tiene derechos de autor

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CAPÍTULO I

Inglaterra – 1980


“Mi nombre es Catherine Norrington Wesler y soy la esposa del hombre más maravilloso que jamás haya conocido en este mundo; Stefan Sanders Melton.


Somos un matrimonio que lleva dieciocho años juntos.


Aunque debo confesar que antes de casarnos, yo no lo amaba, pero ahora sólo por él es que la vida me parece hermosa, y en honor al gran amor que le tengo, quise escribir nuestra historia”.


Inglaterra – 1960


La familia Norrington pertenece a la nobleza británica, y desde la antigua época se acostumbraba que los nobles eligieran los futuros matrimonios entre las familias del mismo linaje – incluso antes del nacimiento.


Ese fue mi caso… Yo estaba prometida a Stefan.


Mi madre se pasó diecisiete años instruyéndome para el día en que me convirtiera en la señora Sanders.


Lo que más me recomendaba, era mantener mi pureza intacta para ese hombre al que ni siquiera conocía. Sin embargo, yo era rebelde y no estaba dispuesta a obedecerla, así que comencé un noviazgo clandestino con un compañero de mi colegio –¡Dios!, ¡cómo me arrepiento de no haberla escuchado!


Ron era un joven apuesto, hijo de una familia rica; su cabello dorado, sus ojos azules y su mediana altura me llamaban la atención. Pero lo que me parecía interesante de él, eran sus palabras jocosas y desvergonzadas que hacía en referencia al acto sexual –supongo que debí correr en ese momento, pero cuando somos jóvenes, no vemos problema en que un hombre no te respete”.


Durante un tiempo únicamente nos citábamos en el patio del instituto para conversar. Luego íbamos detrás de uno de los edificios a besarnos. Hasta que un día quiso ir a un lugar apartado para lo que, según él, sería nuestra prueba de verdadero amor.


Yo me sentía nerviosa y le pedí regresar, pero Ron me recordó que no faltaba mucho para que cumpliera los dieciocho años y que después, tendría que casarme con ese desconocido que me obligaría a entregarme a él sin amarlo.


Mi mente se puso en blanco con aquella terrible verdad. Ron aprovechó mi desconcierto y lentamente se fue acercando a mí. Sujetó mi mentón y alzó mi rostro para besarme. Al principio era un beso casto, pero fue aumentando de intensidad y con eso aumentaban sus caricias.


Una parte de mi gritaba que no continuara, pero la otra – “la tonta” –decía que no quería tener mi primera experiencia con un hombre que podía resultar ser asqueroso, así que cedí a la lujuria de Ron.


Él gritaba, se movía, transpiraba, y disfrutaba… yo sólo me dejé hacer, pero lo que creí sería hermoso, fue decepcionante.

Cuando Ron terminó de satisfacerse, se levantó y sin decir nada más, me dejó ahí tirada en el pasto con una horrible sensación de suciedad y arrepentimiento.


¡Y lloré!… lloré por primera vez en mi vida”.


Con dificultad me levante, baje mi falda y busqué mi ropa interior –que Ron había arrojado muy lejos de donde estábamos.


Al terminar de medio arreglarme, fui a la dirección a solicitar un permiso para regresar a mi casa, pues no me sentía bien.


Al llegar, mi madre notó mi semblante avergonzado, aunque no me dijo nada a pesar de que sospechaba el motivo –ella parecía saber de mi noviazgo con Ron.


Los días fueron pasando. Yo no me presenté en el instituto desde esa vez y mi pretexto era que me estaba preparando para conocer a mi futuro esposo. Tampoco supe nada de Ron y al volver a mis clases, me enteré de que pidió ser transferido a otra escuela.


Por extraño que pareciera me sentí aliviada de no verlo más –y eso que supuestamente lo amaba.


Una tarde mientras comíamos en familia, al pasar bocado sentí mucho asco y me levanté para dirigirme al cuarto de baño. Inmediatamente empecé a volver el estómago. Mi madre entró detrás de mí y observó lo que me sucedía. Al salir, mi madre me sujetó del brazo para conducirme hasta un sofá y casi me aventó en él –su mirada era de dolor y coraje.


Caminó hacia mí y me abofeteo. Me gritó que era peor que una cortesana y que la había decepcionado. Mi padre entró al escuchar el grito; iba a defenderme, pero mi madre le dijo la razón de su enojo y su respuesta fue otra bofetada –más fuerte que la de mi madre. Después los dos salieron y yo me puse a llorar sin entender lo que pasaba.


Estuve encerrada en mi cuarto toda la semana y tampoco salí la noche en que se llevaría a cabo mi fiesta de compromiso. Supe por Magda –una empleada del servicio –que los Sanders habían llegado –Stefan con sus padres –pero mi madre nunca fue por mí, y me tenía bajo llave para que no saliera.


Horas después mis padres entraron.


Mi madre dijo que el matrimonio fue pospuesto un tiempo. Yo pregunté “¿cuánto tiempo?” y mi padre respondió que sería hasta que Stefan regresara de estudiar en Francia. Luego me dieron la espalda y salieron de la habitación.


Aliviada por no tener que casarme por el momento, me dispuse a dormir con un sentimiento de felicidad que no había tenido en varias semanas.


Tres meses pasaron rápidamente. Mi vientre empezaba a crecer, a la par que mi miedo.


Sé que me escucharé como la peor de las mujeres, pero no estaba feliz, y lloraba a diario lamentando mi desgracia.


Un hijo debería ser una bendición y tal vez sí la situación fuera diferente, lo anhelaría. Sin embargo, el hombre que me dejó en cinta no había sido bueno, ni mi mejor recuerdo.


¡Lo odiaba y me odiaba!… ¿qué diferencia habría si hubiera esperado a entregarme a mi prometido?... ¡ninguna!, ¡lo sé!, pero al menos mi prometido respondería por “el ser” que venía en camino.


Estaba pensando lo que tenía que hacer, cuando mis padres entraron y me sujetaron de los brazos.


Me subieron al coche y me llevaron a una zona alejada de la ciudad, donde se encontraba una casa maltrecha y sombría de la que salió una mujer de avanzada edad.


Mis padres me obligaron a bajar y entramos a la casa que era aún más horrible que la fachada. En el fondo había un petate y algunos utensilios de cocina. La anciana me dijo que me acostara. Yo me negué, pero mi padre me jaló del cabello y me tiro sobre ese duro almohadón. La anciana se puso de rodillas y me tomó fuerte de los tobillos. Me quitó mi ropa interior y me abrió las piernas, y lo que hizo después es algo que permanecerá en mi mente por el resto de mi vida.


Con unas pinzas y un espejo, liberó a mi familia del problema que estuve cargando por meses.


¡Lloraba de nuevo!, pero no sé por qué lo hacía, y me daba terror pensar en que la razón fuera de “alivio”.


Una vez que terminó de sacar los restos de masa de mi matriz, fue con mis padres a recibir el pago por su servicio. Ninguno quiso esperar a que se me quitara el dolor. Mi padre me levantó sin una gota de delicadeza y me arrastró hasta el coche.


En el camino no dejaba de quejarme, pero ellos no se compadecieron de su hija.


Al llegar a la casa, subí por mis propios medios a mi habitación. Me dejé caer en la cama apretando mi vientre, aunque nada ayudaba a mitigar el enorme dolor que sentía.


No supe cuánto tiempo estuve en ese estado, sólo recuerdo que cuando Magda entró, tocó mi frente y gritó con desesperación pidiendo ayuda, mientras yo perdía el conocimiento.


Cuando por fin abrí los ojos, supe por ella que había estado inconsciente por más de tres días. Mi madre entró y exigió que nos dejara solas. Magda salió y mi madre se sentó al pie de mi cama con la mirada en el piso. Los segundos pasaban y no se atrevía a hablar. Le pedí perdón y le juré que el día que mi prometido regresara, me esforzaría por ser la esposa que ellos siempre quisieron que fuera. Mi madre comenzó a llorar y me incorporé para consolarla, pero al hacerlo sentí un fuerte dolor en mi vientre y me dejé caer de nuevo en la cama. Mi madre tomó una de mis manos y las apretó suavemente. Con voz quebrada me suplicó que la perdonara. No entendía a qué se debía su cambio de actitud y menos su suplica. Ella vio mi confusión y colocando una mano en mi vientre me dijo que mi útero quedó muy lastimado y que lo más seguro era que no pudiera retener a ningún bebé, y eso me convertía en una mujer incapaz de darle hijos a mi futuro esposo, así que decidieron que lo mejor sería romper el compromiso para enclaustrarme en un convento. Yo le pedí que no lo hiciera, le prometí que haría todo lo que quisieran, pero que no me quitara mi libertad, sin embargo, ella contestó que no tenían otra opción. Su única hija había deshonrado el honor de los Norrington y que si ya de por sí, iba a ser complicado que mi prometido no me repudiara al saberme una cualquiera, se le sumaba el hecho de que no le daría un heredero y eso para un noble varón era inconcebible. Yo le dije que me arrastraría a los pies de Stefan Sanders con tal de que perdonara mi falta y que al menos me diera la oportunidad de intentar darle un hijo, pero mi madre se levantó y con voz enérgica me recordó que esto yo lo provoqué y que aceptara el castigo que merecía –después salió de la habitación.


Como ya era costumbre lloré mucho aquella tarde, y me maldije por haber querido oponerme a mi destino. Si hubiera obedecido a mi madre todo sería distinto.


Con mucho trabajo me levanté y me dirigí a donde estaba una imagen de nuestra señora de Walsingham, (virgen de Inglaterra).Me hinqué y le supliqué que conmoviera el corazón de mi prometido para que no cancelara el compromiso, y como pago, ofrecí obediencia eterna para con él.


A partir de ese momento oraba a diario y mi llanto se volvió una constante.


Tres años pasaron y mi prometido no regresaba a Inglaterra. Mis padres aún no querían recluirme en el convento hasta no hablar primero con él. No sabía que le dirían, pero yo tenía planeado contarle la verdad, esperando que se conmoviera de mi desgracia y me desposara como estaba convenido –sabiendo en mi interior, que eso nunca pasaría.


Un día que estaba hincada cortando flores en el jardín, la voz gruesa de un hombre interrumpió mi labor. Al levantar la vista me encontré con un joven de hermosos ojos verdes que me miraban dulcemente. Su rostro era muy varonil, piel trigueña, cabello de color castaño claro, cejas medianamente pobladas, párpados grandes, nariz recta, labios gruesos y surcados por una agradable sonrisa.


Lentamente me fui incorporando y mientras lo hacía lo recorrí por completo; sus piernas eran largas y musculosas al igual que sus brazos, espalda ancha, cintura angosta, –“¡Dios!, ¡ese traje realmente le quedaba perfecto!”–pero lo que me quitó el aliento fue que al estar de pie, noté que me rebasa por mucho en altura.


En pocas palabras, era “el sueño de toda mujer” –por lo menos de mí sueño, sí.


Como yo me encontrada perdida en su mirada, no le dije nada. Él amplió su sonrisa, me saludo amablemente y me pidió de favor que lo llevara con los señores Norrington.


Al oír a quiénes buscaba, le pregunté su nombre y cuando lo dijo casi me desmayo de la impresión.


“¡Ese joven que me había hecho contener varios suspiros, era mi prometido!”.


Mi cuerpo entero se quedó de piedra; de mi boca no salía ningún sonido y seguramente me puse pálida porque de inmediato me sujetó de los brazos. Cuando fui consciente de su cercanía, me aparté bruscamente por miedo a lo que pudiera ser capaz de decirle.


¡Todos estos años pensando la manera en que me dirigiría hacia él para suplicarle que no me repudiara!, que ahora que lo tenía frente a mí, no sabía ni cómo comportarme, y me sentía la mujer más tonta del mundo –y es que, en verdad, ¡era una reverenda tonta!


Magda salió a buscarme y al verme nerviosa le habló tan duramente, que creí se comportaría como todos los nobles lo hacen con la servidumbre –arrogante y altanero –sin embargo, él hizo una reverencia y se disculpó con ella y conmigo.


Dándome una última mirada, se encaminó hacia Magda y le pidió lo mismo que me pidiera a mí, antes de hacer mi patética actuación de niña asustada. Mi doncella aún lo miraba con desdén, pero cuando él le dio su nombre, rápidamente se disculpó y lo guio dentro de la casa para llevarlo a la sala donde estaban mis padres tomando un té –yo mantuve mi vista sobre él hasta que entró.


Poco a poco fui recuperándome de la impresión, y mis constantes maldiciones hacia mi persona nuevamente se hicieron presentes.


“¡Cómo pude ser tan tonta, como para no haber preguntado!, ¿cómo era físicamente el hombre con quién iban a casarme?”


Esa y cientos de preguntas más no dejaron de torturarme en todo el tiempo que estuvo hablando con mis padres.


Mi llanto volvió cuando supuse que ellos estarían contándole que me revolqué con otro y que por eso nuestro compromiso estaba cancelado.


La vergüenza con la que vivía desde hace años se acrecentó porque ese joven sabría que me entregué a otro hombre a pesar del acuerdo que teníamos y entonces su dulce mirada se transformaría en una de asco.


Pensar en eso oprimía mi corazón y no entendía el motivo, puesto que, “¿acaso no era yo la que deseaba humillarlo cuando se diera cuenta de que no sería el primero en conocerme?”.


Mis cavilaciones fueron interrumpidas debido a los nervios al momento que salió de la casa, pero me tranquilizó ver en su mirada la misma dulzura con la que llegó.


Al estar frente a mí, se inclinó en señal de reverencia y me dijo con voz suave, que esperaba ansioso conocerme más a partir de ahora. Antes de irse me sonrío, pero la vergüenza de saberme indigna de él, y los nervios, me impidieron corresponder a sus atenciones.


Cuando se fue, mi madre me ordenó entrar porque me pondrían al tanto de la decisión de mi prometido, sin embargo, yo no dejaba de mirar hacia la salida, “¡deseaba verlo hasta que ya no lo distinguiera!”, y el patio era extenso, pero mi madre no tenía el ánimo de esperar a que cumpliera mi inexplicable necesidad, así que me llevó jalando del brazo hasta la sala.


Mi padre fue cruel y contundente; “Stefan te acepta con todo y tu desafortunado accidente”.


Yo no entendí a qué se refería y finalmente respondió; “Le inventamos que pediste la virginidad cuando te caíste en el baño –se río –¿o es un hombre estúpido, o muy caritativo?, ¡la verdad no me importa!, lo que me interesa es que haga el ridículo sacando de blanco a la cortesana de mi hija”.


Mi madre completó; “agradece que no te repudie… otro hombre no aceptaría el matrimonio, aunque hubiese sido testigo del supuesto accidente... todos desean quitarle la virginidad a la mujer para vanagloriase de que son los primeros y los únicos, sobre todo cuando el matrimonio se concertó desde que nacieron y es de suponer que la prometida sería intachable”.


Dicho eso, mis padres se retiraron a su habitación. Yo me quedé parada en la sala con la mirada clavada en el suelo.


Me sentía tan mal por las palabras de mis padres, que comencé a pensar que merecía ese trato, y que, si mi prometido deseaba humillarme de igual manera, estaría en su pleno derecho. Después de todo, mis ruegos fueron escuchados.

Sería la esposa de Stefan Sanders, y mi obediencia hacia él también sería eterna, aunque no hubiera amor de por medio.

June 30, 2023, 10:22 p.m. 0 Report Embed Follow story
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