aleiadaus Aleia Daus

A raíz de la desaparición de un galeón de guerra, el capitán Lego se ve atrapado en una trama que intentará resolver. Cuanto más indaga a cerca de quién pudo permitir que unos piratas secuestraran un Guardacostas, el galeón del Rey, más se enreda y en medio del caos, aparece una mujer de sangre azul que pondrá patas arriba su vida. Jamás creyó posible que una muchacha pudiera volverle loco hasta que se topa con ella.


Adventure For over 18 only. © http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/

#erotico #amor #pasión #piratas #aventura #misterio #suspense
4
368 VIEWS
In progress - New chapter Every 30 days
reading time
AA Share

Capítulo 1


Año 1523

Con un cabo en un puño y los sentidos puestos en poniente, el capitán Lego oteaba el horizonte en busca de un destello que arrojara luz a su búsqueda. El viento pasó silbando entre los mástiles y se oyó un aullido de consternación. El agua se ondeaba con ímpetu y al caer las primeras gotas del cielo el vigía bramó:

—¡A babor!

Allí, en mitad de la boca del océano, apareció el barco de guerra que había desaparecido de las aguas españolas.

Era, ni más ni menos, que el galeón del Rey. Y era lo que Lego había estado esperando encontrar.

Un Guardacostas majestuoso y potente, tal vez el navío más aterrador de todos los tiempos, no podía desaparecer de la noche a la mañana sin que nadie lo hubiera advertido, o permitido. El comodoro de las aguas malagueñas quería que el capitán Lego lo hundiera y el general de la brigada que lo recuperara.

Al capitán le llamó la atención que las órdenes se contradijeran. Fue motivo para que tomara la decisión de ser cauteloso.

Ordenó apagar cualquier luz que su objetivo pudiera percibir.

El primer al mando observaba des del catalejo.

—Piratas —observó con desdén—. Se hunden al paso.

—Cuántos son.

—Pocos —respondió Mamduh—. Dan para una carabela.

Una banda de miserables se había hecho con un galeón en una zona altamente vigilada y controlada por los españoles.

A Lego se le formó una arruga en la frente.

Para reducir a cien hombres de la Armada y sacar el galeón de las aguas españolas, los piratas no podían haber obrado en solitario. Tuvieron que estar en ventaja numérica para reducir a los infantes y a los marineros.

El velo blanco de la lluvia dificultó notar la posición de los hombres en cubierta. Lego llegó a percibir que uno que abandonaba su puesto y gritó:

—¡Juan, en posición!

El hombre, que tenía unos dieciséis años de edad, maldijo por lo bajo que se le cayera la pulsera con la cruz de Cristo. Y la dio por perdida.

—Hermano —Mamduh le pasó el catalejo al capitán—, mira.

Lego lo tomó y se dispuso a observar la cubierta del Guardacostas. Cuarentaisiete cabezas salieron de las escotillas y llevaban una camisa de color blanco. Los piratas llevaban las pelucas, los jubones y el chalequillo de los españoles.

—¿Qué haces con ellos? —Quiso saber Mamduh.

Lego estaba acostumbrado al habla extraña de su primer al mando. En ocasiones, podía ser difícil entenderlo.

Dirigió la vista a través del catalejo al puente del Guardacostas. El líder de la banda luchaba por no perder el equilibrio. Y en una sacudida salió volando la peluca que había llevado sobre la cabeza.

Lego soltó una palabrota que alarmó a Mamduh.

—Qué —inquirió éste.

—No lo has reconocido —observó Lego y torció una sonrisa llena de malicia—. Es Soto.

Mamduh escupió al suelo.

—Hijo de puta —masculló éste.

El otro le devolvió el instrumento.

—Vamos a abordarlos —ordenó éste.

—Bien.

El capitán acarició la frente de su perro entre las orejas. Estaba pensando en el comodoro de Málaga. Éste le había pagado un cuarto de los intereses por anticipado y habían acordado que, al finalizar la misión, le daría la parte restante más un incentivo que doblara la suma en caso de que obrara con rapidez. Mientras oía a Mamduh advertir a la tripulación mantenerse en alerta, Lego se despidió de todo ese oro. Rompía el trato con el comodoro y cumplía con los deseos del General, que le había prometido la supresión del cargo todavía vigente por la sospecha de que había formado parte de una organización de asesinos a sueldo. Lego ya se había labrado una fama entre las gentes nobles del reino. Y no había nada que pudiera sosegar los rumores que lo envolvían. Sin embargo, si cometía un error en el futuro no podrían condenarlo por delitos pasados.

Agarró el brazo de Mamduh y lo acercó hacia sí para que lo oyera.

—Despejada la cubierta pon rumbo al oeste. Hacia las islas —puntualizó consciente de que él sabía a cuáles se refería—. Si no me ves al cabo de dos días, desembarca y espérame.

—Bien —asintió Mamduh comprendiendo lo atrevido del plan—. Si no regresas, proclamo yo el Rey de la Martinica.

Lego sonrió mostrando los dientes.

—Incluso muerto te clavaré un palo en el culo como eso sea verdad.

Mamduh soltó una carcajada. Lego le dio una palmada sonora en el hombro con afecto.

—Ocúpate del timón y yo de la infantería.

Mamduh lo vio alejarse.

—¿Y Liber? —preguntó alzando la voz por encima del silbido del viento.

Lego pareció acordarse de él y se giró para encararlo.

—Liber, fuera de aquí —ordenó haciendo un gesto brusco.

El perro bajó las orejas y se dispuso a esconderse en el interior del barco.

El viento se llevó el sonido de la campanilla de alarma del Guardacostas al divisar la figura de La Clandestina. Pudieron usar el cargamento pesado, pero los piratas lo obviaron a falta de manos. Durante el abordaje Soto gritó que rompieran los cabos que unían los barcos y empujaran al agua al enemigo. Su táctica fracasó. Los hombres de Lego limpiaron la cubierta con una facilidad aplastante y dejaron con vida a los infantes españoles.

Cuando Soto y Lego cruzaron la vista, el primero soltó un chillido y se zambulló en el interior del galeón. El segundo anduvo en su busca.

Soto se internó en un camarote apoyando una silla contra la puerta. Sabía que iba a retener al enemigo un par de segundos antes de que éste hiciera estrellar el hombro.

Su predicción dio en el clavo.

Lego hizo volar la silla por los aires. Sus pupilas brillaron un instante mientras barría el camarote con la mirada y localizó al pirata.

El miserable de Soto estaba en el balcón. Y sujetaba a una mujer.

Lego tuvo que mirar dos veces para estar seguro de lo que veía. Ella era real. Y si estaba allí que tenía que ser una mujer de compañía. La inspeccionó de arriba abajo y se percató de que sus ropajes eran caros. Llevaba un vestido de gala oscuro que la cubría hasta el cuello y joyas que brillaban a juego con los relámpagos. No, no parecía una ramera. Más bien, iba ataviada con un vestido que le iba como un guante. La melena revoloteaba a su alrededor por la ventisca. Tenía el rostro amoratado, el labio partido y estaba maniatada. Lejos de parecer que su vida corría peligro, ella miraba hacia abajo como si le abrumara la idea de caer al agua.

—¡Ahora qué vas a hacer! —rugió éste apuntándole con el cuchillo.

Lego no se había esperado aquel contratiempo y de no ser por ella, Soto no habría podido pronunciar una palabra más.

La muchacha seguía evaluando la distancia de caída y no les prestaba la menor atención. Él todavía estaba procesando el hecho de que una dama pudiera estar a bordo de un Guardacostas bajo el imperio de un pirata. La situación cada vez le resultaba más insólita. Se obligó a desviar la vista hacia su enemigo:

—Cuánto te pagó el comodoro.

Soto hizo una mueca.

—¡A ti qué más te da!

Lego lo ignoró y dijo:

—Apuesto a que una miseria.

Soto soltó una risotada.

—Ciento cincuenta ducados —respondió mostrando los dientes corroídos.

—Y el galeón —repuso el otro—, ¿o no?

Soto bajó poco a poco el cuchillo.

—Te lo puedes quedar si lo ansías.

Lego había llegado a la conclusión de que ella no era una casualidad.

—Me ha pedido que lo hunda por ocho mil ducados —informó Lego en un tono alegre.

Soto arrugó el rostro en una expresión de consternación.

—Todos son unos traidores.

—¿Y la ramera? ¿Qué pinta aquí?

Soto la agarró de la coronilla y tiró hacia atrás para descubrir su cuello. Ella no se quejó, sin embargo, su mirada delató que el tirón le había hecho daño. Y, por vez primera, cruzó la vista con Lego. Pareció sorprenderse como si no se hubiera percatado antes de su presencia.

—Es preciosa —musitó cerca del rostro de ella—. Muy codiciada, por cierto.

Lego observó cómo el rostro de la muchacha pasaba de la sorpresa a uno de repugna.

—Y vos un miserable a quien no le depara otra cosa que vivir en el Infierno —replicó ella en un tono mordaz.

A Soto no le gustó la réplica y la empujó contra la barandilla.

—Cállate, zorra —masculló.

—Quién más está contigo —exigió saber Lego ignorando la escena.

Soto volvió su atención hacia él.

—No te lo diré —masculló—. Que mi muerte te pese como el cadáver de Phill.

—Cierra el pico —replicó el otro.

—Te gustará saber que murió rápido. Se desangró a navajazos. —Soto sonrió de una forma espeluznante— ¡Y tú dejaste que sucediera!

Lego se encogió de hombros con desgana. Phill había sido su capitán antes de que fuera víctima de un motín. Fue un tipo complicado y al que Lego le guardó estima. Y lo que sucedió fue causa de la negligencia del propio Phill.

—Se lo tuvo merecido —respondió y volvió al tema de interés—: ¿Quién está contigo?

Soto deshizo la sonrisa.

—Tú y yo sabemos que ninguno de los dos sobrevivirá —repuso acercando el filo de la navaja a la garganta de la joven.

Lego observó que una ola de cuatro metros estaba a punto de impactar contra el casco. Ninguno de los dos que estaba al balcón tenía posibilidad de sobrevivir. Olvidó lo que pretendió decir y desvió la mirada hacia la dama. Se encontró directamente con unos ojos grandes y expresivos, que lo miraron con duda y curiosidad sin saber lo cerca que estaba de decirle adiós al mundo. No, ella no sabía que su tiempo también se había agotado.

Se puso tenso y murmuró algo que ella no oyó a causa del rugido del mar, pero pudo leerle los labios. Y lo miró con confusión una última vez. Él intentó llegar hasta ella, pero la inclinación del barco lo llevó a retroceder. Y Soto a advertir que detrás de sí había una enorme pared azul que lo ensordeció. El rugido de la ola ahogó la exclamación del pirata y, finalmente, golpeó el balcón y llenó el camarote de agua. Lego rodó por el suelo hasta que su espalda chocó contra el lado de un mueble. Sacudió la cabeza, escupió el agua y recuperó el aire. Cuando miró, el balcón estaba vacío. Se acercó para ver que Soto flotaba alzando los brazos.

La siguiente ola lo hizo desaparecer. Y con él se hundió el misterio de lo que estaba sucediendo. Soto tuvo que saberlo todo. Tal vez los soldados supervivientes supieran lo que demonios estaba ocurriendo. La dama era, incluso, una pieza más valiosa, porque su mera presencia le hizo pensar que la desaparición del Guardacostas iba más allá de la temeridad de unos cuantos vándalos.

Buscó con la mirada en cada pliegue de las olas y se descubrió a sí mismo pensando que desafiaría las corrientes marinas si ella había sobrevivido. Pasó un tiempo hasta que comprendió que no había sido así. Ella pudo haberle dado respuestas. Se separó de la barandilla con sensación amarga y se reunió con el resto en cubierta.

El barco se hundía bajo una fina capa de agua y emergía a la superficie de nuevo. Los hombres se agarraban a los cabos y Lego hizo rodar la rueda de comando a estribor para encarar las olas.

—¡Rumbo abierto a babor! —ordenó.

June 27, 2021, 12:25 p.m. 0 Report Embed Follow story
1
Read next chapter Capítulo 2

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~

Are you enjoying the reading?

Hey! There are still 1 chapters left on this story.
To continue reading, please sign up or log in. For free!