walalaos German Gabriel

Una mujer acude al espíritista Pae Francisco para erradicar las inquietudes que le carcomen. Nunca sospecha del error que va a cometer.


Horror All public.

#terror #tragedia #paranormal #muerte #crimen #magia #295 #asesinato
Short tale
1
294 VIEWS
Completed
reading time
AA Share

Pae Francisco

Al entrar al lugar, un profundo olor a incienso me invadió. Me mantuve en la entrada por un tiempo, sola, intentando observar el lugar donde me encontraba, pero la penumbra dificultaba la tarea. Los contornos de las estatuas, fetiches, calaveras y demás artilugios apenas se podían vislumbrar gracias a la luz de las velas. Cuando mi vista se acostumbró a la oscuridad, alcancé a ver unas figuras que colgaban del techo y se balanceaban lentamente: eran muñecas de porcelana cubiertas con vestidos elegantes. Era justo como me lo habían descrito: el consultorio de Pae Francisco.

Avancé hacia el frente, apartando las muñecas con el brazo y cuidando de no chocarme contra ningún objeto, hasta que me encontré frente a una larga cortina que impedía mi paso. Extendí mi mano y la palpé con mis dedos: era suave y ligera, casi como el aire.

—Deseo hablar con el que prefiere reinar en las tinieblas antes que servir en el paraíso —dije, insegura. Esas eran las palabras que me habían indicado.

Silencio. Pasaron segundos. Minutos. Esperé. Tenía que esperar, ya no se podía retrasar más. Me quería sacar la incertidumbre que me estaba carcomiendo por dentro, pero…no lo sé. Esto parecía una medida demasiado desesperada.

Fue justo en el momento en que iba a regresar por donde había venido, cuando la suave cortina se partió en dos y se deslizó suavemente hacia ambos costados, revelando la silueta del hombre que yo estaba buscando.

Era mayor, completamente calvo y algo corpulento. Llevaba puesta una larga bata blanca que se esparcía a lo ancho del suelo. De sus orejas colgaban unos aros que tintineaban con la luz de las velas y alrededor de su cuello portaba montones de collares repletos de perlas. Sus muñecas también estaban colmadas de joyería; llevaba puestas pulseras de todo tipo. Alrededor de la sala había un montón de artefactos aún más excéntricos que en la anterior. Mientras me mantenía en el umbral, él me miraba fijamente con una dulce sonrisa en su rostro, apoyando sus manos encima del escritorio. Indicó la silla que se encontraba frente a él con un gesto y me senté sin decir palabra.

—Y bien, Carmencita, ¿querés ver por donde anda tu esposo?

Me sobresalté. ¿Cómo sabía mi nombre si él nunca me había visto? Más aun, ¿cómo sabe para qué vine? María le debe de haber dicho que iba a venir. Después de todo, ella no puede contenerse sin chusmear.

—Si, señor…

—Francisco —me interrumpió, con una sonrisa gentil—. Solo Francisco. En mi casa no existen sirvientes ni señores.

—Si, Francisco. Quiero saber por dónde anda mi esposo. Últimamente llega cada vez más tarde del trabajo y cuando está en casa… —me interrumpí. No quería darle muchos detalles.

—Decime, hija mía. Estás en confianza. Yo no estoy para juzgar sino para ayudarte en lo que me sea posible.

—No es lo mismo Francisco, ya no es lo mismo. No me trata de la misma manera. Siempre me habla de malos modales. Casi que no me mira y cuando lo hace, es para criticarme por algo. No le importo. Quiero saber si es porque…

—¿Porque te está siendo infiel? ¿Es eso lo que querés conocer, Carmencita?

Asentí con la cabeza. Me sentía extraña. Nunca me gustaba hablar sobre mi relación con Julián, pero este hombre tenía algo que me producía confianza. Tal vez, su mirada comprensiva, o los gestos que hacía con sus manos al hablar. No lo sé.

Francisco se levantó y, sin decir nada, fue hasta el otro extremo de la habitación. Luego, trajo un cuenco redondeado de madera junto con una botella de vidrio que contenía un líquido oscuro. Apoyó ambos en el escritorio y se volvió a sentar.

—¿Estás lista hija? Tienes que estar segura de tus intensiones. Una vez que comencemos, no habrá marcha atrás.

Volví a asentir en silencio. Estaba nerviosa. Había escuchado sobre los rituales de Francisco y sus resultados infalibles. En una ocasión, él había ayudado a encontrar el cuerpo de una joven desaparecida. Los policías la habían buscado por meses sin resultado alguno. Un día, un oficial fue a su consultorio y, avergonzado, solicitó su ayuda. Los ojos de Francisco se pusieron blancos, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a regurgitar palabras en una lengua incomprensible. Luego, había sentenciado: está enterrada en el patio de su padrino; él la asesinó. El cuerpo fue encontrado en el mismo lugar instantes después y el padrino fue probado culpable. Algunos vecinos se habían escandalizado por el asunto, ya que decían haber visto a la joven consultar a Francisco un tiempo antes de ser asesinada. Pero eran puros rumores: lo importante era que sus habilidades espirituales de verdad funcionaban.

Francisco vertió el líquido en el cuenco, cerró los ojos y comenzó a susurrar, mientras se balanceaba de lado a lado y agitaba sus manos en el aire.

—¿Trajiste una parte de tu esposo? —me preguntó.

Si, la traje. María ya me había avisado. Un mechón que me había confiado su peluquera. Lo saqué de mi cartera y lo coloqué en la mesa.

—Muy bien, eso servirá. Sácale la gomita que los sostiene y tíralo en la mezcla —dijo, con sus ojos aun cerrados.

Hice lo que me pidió y vi como los mechones se hundían lentamente en el caldo espeso. Mi cuerpo temblaba. No sabía que esperar. Pronto, Francisco empezó a murmurar cada vez más fuerte. Podía reconocer algunas de las palabras: se trataba de portugués brasilero. Pero lo recitaba tan rápido que la mayoría me resultaba incomprensible. Luego, las velas comenzaron a parpadear y el caldo, antes tranquilo, comenzó a burbujear como si estuviera hirviendo.

—Ahh, lo veo, lo veo… —me dijo Francisco, haciendo un esfuerzo visible—. Veo a tu esposo, está…

Estaba asustada. Una fría gota de sudor discurrió desde mis axilas a través de mi torso. Sabía lo que Francisco iba a decir sobre mi esposo. Lo sabía desde antes de venir a este lugar, pero, aun así, quería escucharlo. Quería obtener una confirmación.

—Carmencita, recita conmigo. Cierra los ojos y concéntrate. Repetí lo que te voy a decir y vas a poder visualizar junto a mí la vida de tu esposo.

Cerré los ojos y me concentré. El humo del incienso me había llenado por completo. Estaba lista.

—Padre nuestro

—Padre nuestro…

—El que se encuentra por la noche y no por el día.

—El que ayuda a los miserables y no los castiga

—Ven a mí, infúndeme tu sabiduría

—Sin importar las consecuencias de tu visita

—Y permíteme saber lo que antes desconocía.

De repente, mi mente se nubló. Una pantalla de oscuridad se impuso, apartando todos mis pensamientos. Luego, se abrió como un telón. Y lo vi. Una mujer me guiñó el ojo en la parada de ómnibus. Era rubia y muy flaca. Vestía una chaqueta azul y unos tacones muy elegantes. Yo sabía quién era. Luego, hablé con ella en un café. Sonrisas. Alcohol. Charla. Otro escenario: un dormitorio con una cama de dos plazas. Ella se desvistió y se tiró encima. Me espera. Yo voy con ella. Basta, no necesito ver más. Basta, basta…

—¡Basta! —Grité, golpeando el escritorio y abriendo por fin los ojos.

Francisco me miraba serio. El caldo volvía a yacer inerte y las velas ya no tintineaban. Todo volvía a ser normal.

—¿Conseguiste lo que deseabas, corazón?

—Si Francisco, lo conseguí. Ya sé que tengo que hacer.


***


Las visiones fueron la confirmación de lo que ya sabía. Estaba destrozada. Julián, mi esposo. Era jovencita cuando nos conocimos por primera vez. Lo quise tanto y pasamos tantas cosas juntos, pero al final me traicionó. Y me había engañado con María, mi amiga. La misma que me recomendó hablar con Francisco. Esa miserable las iba a pagar.

Fui hasta la casa de María y llamé a su puerta. Me atendió con la misma sonrisa artificial que tenía impresa en la cara constantemente. Decidí encararla sin rodeos.

—Ayer fui a ver a Francisco, como me recomendaste —le dije, una vez estuvimos sentadas en un sillón verde, dentro de su casa—. El encuentro fue muy esclarecedor.

—¡Yo te dije que te iba a ayudar! Es muy habilidoso. ¿Qué te dijo al respecto?

—Que eras vos, flaca engreída, la que andabas con mi compañero.

—¡¿Q-que?!

—¡No te hagas la que no sabes, porque vos sos muy inteligente! ¡Eras vos la que andabas con mi esposo cuando salía del trabajo!

—¿Te dijo eso? No, no…debe de estar equivocado, yo no…

—No me lo dijo; lo vi yo misma, mugrienta. ¡Vi como te encontrabas con él en el café y como después te lo llevabas a la cama!

—¿En el café? Ay no, Carmen, ese…

Ya estaba harta de sus mentiras. Agarré una tijera que se encontraba encima de la mesita de luz y se la hundí en la garganta. Sus ojos celestes me miraron abiertos de par en par, sorprendidos, y luego se fueron oscureciendo poco a poco hasta apagarse por completo. Segundos después, su cuerpo quedó tendido encima del sillón, tiñéndolo todo de un tono rojizo. Ya no iba a mentir más.

Luego de limpiar el lugar, arrastré el cuerpo hacia la valija de mi auto y lo llevé hacia un descampado. Pasé el día entero enterrándolo. No sentía remordimiento. Siempre había sospechado de ella. La forma en que le sonreía a Julián cada vez que se encontraban juntos, sus largas conversaciones a solas cuando iban a trabajar y, claro, la historia que ambos compartían. Todo estaba relacionado con la falta de cariño de Julián.

Cuando volví a mi casa, puse toda mi ropa a lavar y me arrojé a la cama. Suspiré. Estaba satisfecha.

Luego de un rato, sentí la puerta de la sala de estar abrirse. Era Julián. Me vestí y salí a recibirlo.

—¡Mi amor! —le dije, antes de saltar a darle un beso en la mejilla—. Por fin llegaste. Te estaba esperando.

—Si, al fin llegué. Hoy tuve un día de trabajo complicado y me muero por acostarme.

Julián se sacó el abrigo y subió por las escaleras directo a la habitación. Mientras subíamos noté algo extraño en su apariencia. No pude percatarme de qué se trataba exactamente hasta que nos acostamos juntos.

—¿Te volviste a cortar el pelo?

—Si. Ya me llegaba hasta los ojos y me molestaba mucho.

—Me gusta. Te queda lindo.

—Gracias. Ah, casi me olvido —dijo, mientras se inclinaba hacia el costado de la cama y retiraba algo de su mochila—. La peluquera me pidió que te entregara este mechón de mi pelo. Me contó que tu fuiste hace unos meses a buscarlo. Por error, ella te dio uno del novio de Mariana. Me pidió disculpas de todas las formas posibles, diciendo que nuestros tonos son muy similares. De todas formas, ¿Para qué querías mi cabello?

May 16, 2021, 7:15 p.m. 0 Report Embed Follow story
0
The End

Meet the author

German Gabriel Me gusta mucho leer y en mis tiempos libres intento escribir alguna que otra historia. Los invito a ponerse cómodos y a disfrutar de mis relatos 👊

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~