scaip Scaip

Año 2020. Luna vive aislada en una islita griega, con su mente puesta en los quehaceres domésticos y su empleo. Sin embargo, el paso de los días acumulados hace patentes otro tipo de necesidades en ella. Necesidades que pronto se vuelven muy fuertes, y hacen que Luna caiga en la tentación y realice un pase mágico... La foto de la portada es El dios del cabo Artemisio, estatua griega datada hacia el 460 a.C. y la tome de la Ancient World Magazine.


Erotica For over 18 only.

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Un Incubo para Ella

Ser una bruja tenía aspectos difíciles de ignorar. Uno implicaba volverse demasiado consciente de las cosas: externas e internas.

En plena cuarentena, Luna tenía más tiempo libre para realizar actividades: meditaciones, practicar habilidades y poner en orden su atelier. También limpió su casa a fondo, ordenó algunos libros y puso todo su empeño en seguir las direcciones que su jefa enviaba por e-mail, mensaje de texto y de voz. A veces, a horas intempestivas. El principio de la cuarentena la encontró con la mente fría y una descarga de adrenalina, pero el avance del tiempo fue logrando que su resolución comenzará a desgastarse.

Era un mal hábito suyo: se aburría rápido de las cosas.

La paz de vivir en una isla griega también ayudaba: su trabajo venía del turismo. Usar magia no aseguraba tener el pan ganado en el mundo real. Era asesora de una conocida aplicación que mediaba transacciones entre turistas y hospedajes, colaboraba en un sitio web medianamente respetado de historias de viajeros y hacía las veces de guía en el yacimiento arqueológico local para los visitantes. Con los ingresos de las tres actividades, se las arreglaba.

La computadora de su escritorio daba a la ventana, por la cual podía apreciar playas de arenas blancas, olas susurrando su canción eterna, rocas y vegetación libre. La isla era un paraíso virgen. El cielo diáfano era una postal de serenidad: celeste claro y sin nubes. Mirando más lejos, veía las formas irregulares de islistas desperdigadas por el Egeo.

Las autoridades locales habían emitido la orden de cerrar los contactos con el exterior hasta nuevo aviso. Lanchas de la Armada Griega controlaban las aguas. En la isla habitaban unas tres decenas de personas, griegos en su mayoría, seguidos de extranjeros; Luna se encontraba en ese último grupo.

Limitar el contacto con el mundo exterior no era una desventaja para ella. Por algo había creado la oportunidad de vivir sola en una isla en medio del Egeo. Pero, con el paso de los días, otras necesidades comenzaban a hacerse presentes en ella.

Necesidades físicas, unidas a relajarse y compartir piel y suspiros ajenos.

Primero se distrajo aumentando la intensidad de su trabajo: creaba borradores nuevos, revisaba borradores viejos, se dedicaba a las exigencias de su jefa y los llamados molestos de los habitantes de la isla: grupos de whatsapp, mensajes de sus vecinas y su única amiga en la isla: Chiara, una adorable brujita italiana, propietaria de la hostería local.

Sin embargo, en las madrugadas la necesidad reprimida se volvía fuerte, lejos del caparazón de distracciones y responsabilidades autoimpuestas.

Había sido su amiga quien le había propuesto, a priori de las circunstancias de la cuarentena, una nueva práctica: invocar un incubo.

Seres que se alimentaban de la líbido y la negatividad de los corazones. A cambio de esto, daban favores sexuales. Con la conclusión del trato, ambas partes se veían satisfechas: el ser demoníaco satisfacía su apetito y el contratista de turno, veía su existencia aligerada de sufrimiento y tensiones… incluyendo las corporales.

‘‘Como las plantas: absorben el dióxido de carbono y devuelven oxígeno’’

Luna nunca se había visto con el interés de sumergirse en la práctica. Sabía de amigos suyos, practicantes de las artes mágicas, que lo hacían. También había visto incubos y sucubos en bares y reuniones, seres que vivían en el mundo humano por libre elección.

Francamente, mientras que vivieran sus vidas y no molestaran, a Luna no le interesaba demasiado lo que hicieran. Pero el intercambio de comida (porque al fin y al cabo, los demonios buscaban eso: comida) por actividades sexuales tenía connotaciones siniestras para ella. Ella sabía que estos no eran humanos, sino, demonios que no vivían por las reglas humanas en muchos casos, por ende, no consideraban esas actividades de la misma manera; sin embargo, no dejaba de ser perturbador para ella. Por no decir el cliché de incubo preferido por la mayoría de sus amigas: alto, melancólico y de pelo oscuro, encarnación del héroe byroniano misterioso que despedía energía sexual y fantasía de todo el mundo.

Como si el sexo siempre tuviera que ser algo oscuro y secreto.

Personajes insoportables, desde el punto de vista de Luna. Las almas complicadas podían volverse a las novelas, o al exorcista. Donde ellas prefieran. Ya había visto más de una amistad llorando de frustración porque su amante demoníaco terminaba siendo retorcido. Tampoco era culpa de ellos: la parte que invocó era consciente de a qué se atenía cuando hacía el llamado.

La magia era algo serio.

Sin embargo, esos pensamientos se flexibilizaron conforme avanzaban los días en soledad.

Y durante las noches, casi desaparecían.

Así, llegó una madrugada de martes particularmente insoportable. Oía el arrullo lejano del mar a lo lejos y el aire tenía gusto salado.

Llevaba un camisón azul oscuro cuando salió al jardín de su casa a respirar hondo. Eso fue peor: la caricia de la brisa la volvió más consciente de su deseo.

Volvió dando zancadas a su atelier, en el sótano. Abrió las ventanas al ras del césped para que entre la luz de la luna y realizó los pases mágicos necesarios.

Estaba absolutamente lúcida y se sentía ligera: movimientos y pensamientos venían rápidamente a su cabeza y se conectaban en orden. Era un relajamiento proveniente de la seguridad en lo que hacía, y con ello, calma.

Con la última palabra fue como la percibió el incubo que se apareció ante ella.

Se había manifestado desde el mándala de invocación que había dibujado con sales marinas.

Había tenido la precaución de ponerse un abrigo ligero a modo de bata antes de ingresar al atelier: sabía de sus amistades que a algunos demonios les gustaba que sus compañeras no fueran tan directas en su presentación, pensamiento que compartía.

Sin embargo, cuando él apareció, supo que no era necesario.

Era un hombre joven, de piel oliva y ojos verdes. Llevaba el cabello marrón oscuro hasta los hombros, y estaba algo enmarañado. Usaba una túnica larga y blanca. Era relajado.

Y eso último fue lo que más le agrado.

Se presentó con voz paciente y tranquila. Heracles era su nombre y era un incubo originario de las islas. Tenía apariencia relajada y bonachona, casi podría pasar por desinterés. Pero definitivamente estaba interesado.

El dirigió una sonrisa luminosa, alegre. Pero sus ojos transmitían una calma somnolienta.

No era la sonrisa densa cargada de significado oscuro que había visto a los compañeros demoníacos de sus amistades. Los íncubos tradicionales exhiben el poder sexual y la soltura; Heracles estaba suelto en su indolencia.

Sus ojos verdes chispearon. Lucía algo cansado, como un gato desperezándose: fue esa indiferencia relajada lo que hizo que Luna sintiera mariposas en su estómago, mariposas que descendieron a su vientre y aún más abajo. No eran mariposas profundas, tampoco eran inocentes.

La certeza de que iba disfrutar el encuentro se adueñó de ella. Y una sonrisa fluyó como chispa a su boca.

-Y bien, ¿Qué te gustaría? - Inquirió con voz somnolienta.

-Tengo una sola pregunta que hacerte antes - aclaro, ¿esta bien para tí hacer esto… para comer? -.

-No lo hago solo por la comida - ronroneo - también lo hago porque me gusta. Se siente bien -.

Fue directo y despreocupado.

‘‘Eso es suficiente para mí’’

Se pusieron de acuerdo: por esa sola noche, él iba a alimentarse de las tensiones y deseos que Luna venía acumulando desde hacía días. A cambio, iba a hacerle pasar una velada inolvidable.

Finalizada la negociación, ella le dió su nombre para sellar el contrato.

Él la miró con sus ojos verdes.

-¿Quieres que lo hagamos aquí? -.

Luna soltó una exclamación.

-Oh, no. - en realidad, ella no había pensado el lugar - vamos arriba -.

Subieron la escalera del sótano y lo llevó a la sala. Hubiera preferido ir al jardín, pero temía que los viera alguien de la Armada en plena cuarentena. Iba a tener que dar muchas explicaciones y hacer conjuros en caso de que eso ocurriera: era mejor evitar las situaciones incómodas.

Sus gatos dormían en el sofá, indiferentes a todo. Le indicó a Heracles que se siente, y fue a buscar copas y una botella a la cocina. Luna realmente no sabía si se seguía algún guion luego de invocar un incubo: todos hablaban de la intensidad de la actividad sexual, no del camino previo. Al final, eligió hacer lo mismo que hacía con sus amantes convencionales cuando iban a su casa: charla, alcohol y que el ritmo del encuentro dicte el resto.

Cuando volvió, uno de sus gatos se había subido al regazo del incubo y este lo acariciaba, indiferente.

-Los gatos… son lindas criaturas - comentó.

Otra sonrisa. Las ventanas de la sala eran más amplias que las del sótano, y Luna notó los colmillos del demonio: blancos y delgados como agujas. También observó sus orejas en punta, disimuladas en la maraña de rizos marrones.

-Tienes más, ¿cierto? Puedo sentir su presencia - Su voz era perezosa.

-Si, me encantan -.

-Eso… Está bien.

Su voz era tranquilizadora y despreocupada.

‘‘Un tipo con el que pasar un rato divertido’’

Luna sonrió para sus adentros.

Charlaron del clima, de que la energía de la isla facilitaba las prácticas mágicas, y los gatos.

En algún momento, el gato blanco en el regazo del íncubo se marchó y ellos se sentaron más juntos. La risa de Heracles era dulce y relajada.

En algún momento ella lo beso. Y así, la noche, las copas y el vino quedaron olvidados.

El respondió con lentitud y luego, con energía.

Un buen beso tendría que considerarse entre las necesidades básicas de la humanidad.

Ganas de reír y un sentimiento risueño de apoderaron de Luna.

Primero fue suave, luego, pasaron a besos interrumpidos. Pararon y se miraron.

Volvieron a besarse, él puso una mano en su hombro y la otra desapareció en su cabello. Eran grandes, callosas y cálidas. La hechicera las sintió en ese orden.

Si había algo que Luna amaba, eso eran las manos masculinas con callos. El tacto rugoso contra la propia piel era su debilidad. Y Heracles se lo hizo sentir. Profundizó el beso mientras su mano bajaba con lentitud: curva del hombro, antebrazo, brazo y la piel sensible de la muñeca. Sus dedos morenos tocaron suavemente la superficie, describiendo círculos, hacia la parte interna del codo y volvió a bajar. Era una zona sensible del cuerpo, y un escalofrío atravesó a Luna en pleno beso.

Heracles se colocó sobre ella y se inclinó, tomando equilibrio con la mano que sostenía su cabello. Tenerlo encima provocó otro escalofrío en Luna. Los besos del íncubo bajaron: comisura de la boca, mentón, parte baja de la mandíbula e inicio del cuello. Movía los labios como si tomara bocados de un postre suave.

Por fin llegó a la parte alta del cuello. La mano de Heracles apartó el cabello de su cuello y Luna de pronto fue consciente de que una de las piernas de él estaba entre las suyas, y los pliegues de su túnica caían sobre sus muslos descubiertos.

Sintió su respiración contra la garganta: profunda y calma. Heracles procedió a besar su cuello de arriba hacia abajo y la hechicera sintió un profundo fuego adueñarse de su cuerpo. Los besos del íncubo fueron hacía su clavícula, luego, abrió más la boca y volvió a atacar la piel sensible: los lados de su cuello, detrás de las orejas. Luego, sintió con profundidad su lengua y los dientes mientras la iba mordiendo.

La otra mano de Heracles se metió bajo su camisón, pero esquivó la ropa interior y se posó en la suave piel del vientre. Luna se quedó sin aire en un gemido de sorpresa: era una zona muy sensible y un cosquilleo se adueñó de ella.

Se había vuelto más consciente de su cuerpo: los dedos de sus pies, roces de la túnica del íncubo sobre sus propios muslos, sus caderas y la respiración entrecortada. La mano del íncubo subió por su ombligo, el estómago y finalmente se posó sobre un seno. Ella se estremeció. Quería todo, todo, todo de él: el peso de su cuerpo sobre el de ella, su respiración entrecortada, el roce de su piel oliva contra la suya. Los dedos de Heracles jugaron con la piel blanda del seno, esquivando la tetilla. Entonces, la otra mano lo acompañó en el otro seno y sus labios iban a volver al cuello cuando Luna se quedó quieta.

- Espera, espera - le faltaba el aire - quiero sacarme el camisón -.

Él la miró y emitió una risilla baja. La hechicera se sintió torpe mientras se incorporaba para tomar la tela con los dedos, pero el íncubo fue más rápido: con un movimiento ágil, tomó las puntas de encaje del vestido y con otro fluido, lo pasó por arriba de la cabeza de Luna. Y pronto quedó olvidado en el suelo, porque el íncubo de inmediato descendió a su cuello y ella se dejó caer de vuelta en el sofá. Sintió el golpe sordo de los cojines contra sus omóplatos. El aire la había abandonado y el fuego se había adueñado de su cuerpo.

Una de las manos de él descendió lentamente por su estómago y se ubicó en su muslo derecho. La otra mano hizo lo mismo y él levantó el rostro para verla. La hechicera tenía el cabello despeinado, las mejillas rojas y los pezones erectos: era la imagen del deseo; podía sentirlo, la libido fuerte fluyendo con la tensión y el calor que se extendían por su cuerpo. Era energía primordial, su alimento. Sus ojos se encontraron y saltaron chispas. Heracles bajó la cabeza y comenzaron a besarse apasionadamente, ella puso las manos alrededor de su cuello, pero pronto comenzó a bajarlas por su espalda, sintiendo su piel morena y la túnica larga que lo cubría. Él seguía deslizando sus dedos por sus muslos, cada vez más cerca de su ropa interior, pero a último momento volvía hacia atrás. Ella bufó con impaciencia y mordió su labio inferior a modo de berrinche. Él soltó una risita suave y se echó para atrás, enganchando los dedos en los lados de la prenda y deslizándola hacia abajo. Y entonces, estuvo desnuda ante él.

Volvieron a besarse y Luna enterró sus dedos en el cabello enmarañado del íncubo. Comenzaron suave, luego se profundizó y sintió los colmillos de él con su lengua. Luna lo quería todo, todo.

Una de las manos de él se deslizó hacia abajo y las yemas de su dedo índice jugó con la delicada piel de su vientre, recorriendola como un colibrí. Y por fin, con lentitud, descendió. Atravesó sus labios con cuidado y ella se estremeció. El demonio tanteo con delicadeza, hasta que encontró una protuberancia y la rozó con mucho cuidado. Ella gimió en respuesta. Heracles se tomó su tiempo para acariciarla y estimularla; bajo la cabeza hasta la altura de su cuello y posó los labios contra la piel. Luna se estremecía de placer. La delicada piel de su cuello reaccionaba a la boca del íncubo, al mismo tiempo que le proporcionaba placer con los dedos.

Entonces, lo notó: el pulgar contra el clítoris y el índice en su interior. Ingreso con suavidad y lentitud, provocando un estremecimiento en Luna. Heracles mordió la piel de su cuello y ella gimió.

Oh, cuánto había echado de menos el placer. Fue consciente de eso en aquellos momentos. Las sensaciones fluían en su interior como corrientes marinas, haciéndola sentir más viva que nunca. El íncubo sonrió contra su clavícula y comenzó a mover su dedo, imitando forma de gancho y empujándolo hacia arriba, añadiendo velocidad de a poco. La cabeza de la hechicera yacía contra el almohadón del sofá, inerte. Su interior estaba siendo reavivado y explorado, era una fuente de calor expandiéndose a todo su cuerpo y haciéndole perder el control. Heracles se posicionó de nuevo junto al cuello, y ella pudo sentir su respiración y sus colmillos contra la piel. El dedo siguió moviéndose, mientras el íncubo la besaba y mordisqueaba con suavidad. Era el placer absoluto. Pronto siguió otro dedo y Luna sintió que se derretía en espirales de placer. Se concentró en el ritmo y comenzó a mover sus caderas en consonancia a los dedos del íncubo.

- Esto te gusta, ¿no? -.

¿Para qué aclarar lo obvio? La hechicera echó la cabeza para atrás y embistió sus caderas contra los dedos de Heracles. Cerró sus ojos y gimió con deseo: ella quería más, más y más. El íncubo sonrió en su beso contra la clavícula de Luna y entonces mordió con un poco más de fuerza. Ella volvió a gemir.

Estaba totalmente mojada y seguía agitando sus caderas contra la mano de él. Heracles usó su mano libre para acariciar y jugar con su seno: lo blando que era, lo erecto del pezón. Luna echó la cabeza hacia atrás, descontrolada. Él alternaba entre besos y mordidas en su cuello, cubriendo la piel con manchas marrones y rosas. Descendió a la clavícula y pecho y siguió besándola, embebida en el deseo, el sudor y el aroma del cuerpo de la hechicera. La libido de la vida era su alimento; Heracles se sentía fortalecido y libre a medida que despertaba los deseos de su invocadora: era una entrada para una cena de varios pasos, que iba a tener a su disposición durante toda la noche. Solo tenía que oír sus deseos.

La respiración de la hechicera se volvió irregular y agitó sus caderas fuera de ritmo. Pronto iba a alcanzar el clímax. Heracles mantuvo sus dedos firmes a medida que ella se estiraba y agitaba su cuerpo, gimiendo con fuerza. Mordió su cuello y Luna lanzó un pequeño grito de placer, mientras conducía su orgasmo hasta el final. Respiración encontrada, estremecimientos y transpiración para ella; excitación y energía nueva a disposición de él.

Cuando terminó, el íncubo retiró sus dedos y ella cerró sus ojos, respirando agitadamente. Heracles lamió sus dedos y los sintió ácidos. Se estremeció.

- ¿Te gusto? -.

Ella no respondió, en su ensoñación. La respuesta fue un gemido. Él repitió la pregunta y ella se sorprendió. Pero respondió afirmativamente.

Solo era una forma de asegurarse de que ambos estaban en la misma página: el lenguaje físico de la hechicera dejaba perfectamente claro que lo había disfrutado.

Heracles rió y la dejó reponerse. Aún había un montón de cosas por hacerle esa noche. Y más alimento para él.

La joven lo miró: seguía con la túnica puesta, pero adivinaba un bulto que sobresalía entre los pliegues: él estaba excitado. La piel morena del íncubo era acariciada por la luz de la luna, los ojos verdes chispearon con travesura y algo parecido a la ternura. Sonrió y Luna vio uno de sus colmillos asomándose.

Tuvo un estremecimiento al recordar que ya los había sentido en su cuello, con el tacto.

- ¿Pasa algo? - Ronroneo divertido.

‘‘Sabes muy bien qué es lo que pasa’’

Luna se incorporó en el sofá, desnuda y sintiéndose torpe. Su pelo era una maraña en su cabeza.

- Nada - respondió.

La sonrisa de Heracles se hizo más grande. Sus ojos tenían un aire somnoliento y eso lo hacía ver lindo.

Ella relajó sus hombros. No se le ocurría de qué hablar.

Él se le acercó, sonriente, y Luna lo golpeó con suavidad en el hombro.

- Cierra la boca -.

- Pero si yo no estoy hablando -.

-Ya sabes, deja… -.

-¿Dejar de qué? - Le pregunto, divertido -

-De jugar conmigo -.

Los ojos de Heracles brillaron y perdieron algo de inocencia.

- Pero me gusta jugar.

¿No te lo dije antes? Esto me gusta. Se siente bien -.

Una idea anido en el pecho de Luna, y esta vez fue ella la que sonrió.

Entonces, se echó a reír: una carcajada feliz. Otro tipo de tensión abandonó su cuerpo, y él también rio.

‘‘Parece salido de un sueño’’

Entonces se dio la vuelta y recordó que las copas seguían ahí.

- ¿Quieres más? -.

- No, gracias. Prefiero otra cosa -.

Entonces la empujó de vuelta contra el sofá. Ella lo miró con seriedad y él se retiró en seguida. Luna se incorporó, para dejarse caer apoyada en los codos, con indolencia. Entonces, sonrió con reserva y algo brilló en los ojos de Heracles. En la vida, hay que saber tomar la iniciativa. Apoyó su pie contra el pecho de Heracles, sintió la suavidad y los pliegues de la túnica que lo cubría; deslizó la planta del pie con lentitud por su estómago, su vientre y mientras lo hacía entonces la hechicera sonrió de manera lobuna. Se detuvo justo sobre la entrepierna, donde adivinaba un bulto.

El íncubo estaba allí para cumplir sus fantasías y deseos sexuales. El demonio la observó, expectante. Una sensación oscura y aterciopelada se apoderó de la habitación, era la promesa de un deseo denso y profundo. Ahora, era el turno de Luna para dominar la situación.

Sin decir nada, se incorporó desnuda y le indico mediante señas que se ubique delante de ella, indiferente a su falta de prendas. Heracles le obedeció, callado.

- Amigo… no olvides que esta noche estás para cumplir mis deseos -.

Le dirigió una breve sonrisa, limitada.

-Ponte de rodillas -.

La voz de Luna emitía excitación, mientras hablaba. También tenía tintes de misterio: aún no habían llegado a la conclusión de la noche.

Heracles la obedeció, relajado. Portaba una sonrisa tonta.

- Perfecto - murmuró - Ahora… -.

Tomó la mano del demonio: era morena, grande y callosa. Sintió dedos, nudillos y músculos. Entonces la colocó sobre su seno y él comprendió de inmediato: comenzó a deslizar sus dedos sobre la piel y el pezón, mientras que con la otra mano la atraía a sí mismo para besarse. Chispas fluyeron en el interior de Luna, quien disfruto un poco más los besos y las caricias, hasta que apartó la mano y el rostro del demonio. Este la miro confundido, y ella no pudo evitar una sonrisa mientras le decía:

- Recuéstate -.

El abrió los ojos como platos, pero le hizo caso.

A los pies de Luna, un íncubo con túnica yacía al lado del sofá. Ella se colocó sobre él, disfrutando del tacto de las prendas: el himation llevaba brocados sencillos y podía sentir la diferencia de los hilos contra la piel. Lo beso una, dos, tres veces, saboreando el tacto de sus labios y la humedad de su boca, sin dejar que él tome el control. Lo observo e iba a empezar a hablar, pero él pareció adivinar sus intenciones:

- Quítala -.

Ella acarició la tela, buscando los nudos, y él se incorporó para ayudarla a deshacerlos. Se encontró sentada a horcajadas, sus muslos sintiendo el tacto de la prenda y los movimientos de las piernas de él mientras se movía. Lamento tener que incorporarse para permitirle quitarle el resto de la túnica, luego le indico que siguiera con el quillón, prenda interior usada debajo del himatlón.

Era un adonis: alto, moreno y risueño. Luna decidió que parte de su encanto residía en aquella pereza casi indiferente, porque realmente era como si a Heracles no conociera su atractivo: relajado y desenvuelto, sin problemas. Un hombre atractivo es consciente de que lo es y lo usa a su ventaja, pero Heracles era la imagen viva de la relajación, cómodo en su propia piel.

- ¿Y bien? - Indago, curioso.

Su miembro se encontraba algo erecto, esperando que lo estimulen.

Luna no pudo disimular más su deseo. Porque no era a él a quien iban a estimular. Era una leona acechante, de día no se reconocería a sí misma.

Pero el día, la cuarentena, los deberes y su jefa estaban profundamente enterrados en la noche.

- Recuéstate - ordeno de vuelta.

Y comenzó a inclinarse sobre él. Entonces, gateo sobre su cuerpo, disfrutando la fricción de sus piernas, sus muslos, sus senos y todo su cuerpo contra el del demonio. Lo besó de nuevo, y entonces se sentó sobre su pecho. Heracles sintió humedad contra sus pectorales, ella irguió la espalda como cada vez que lo hacía cuando se sentía particularmente audaz.

- Me gustaría sentarme… - su voz tembló y tuvo que inspirar hondo - sobre tí.

Ahora, era el turno del demonio para exhibir una sonrisa lobuna. Una sensación de relajación se extendió por los hombros de la hechicera, no hacían falta las palabras.-

- Adelante -.

Parecía un niño al que le prometieron un pastel.

Luna fue cuidadosa mientras se ubicaba sobre la cabeza del demonio. El tomo sus caderas para ayudarla a orientarse y elevo el rostro para besar y luego, mordisquear la piel de los muslos. Luna disfrutó de las sensaciones, agitando su cuerpo en equilibrio, hasta que fue demasiado. Quería más, más, más y más, y Heracles podía sentir el aroma de su excitación.

- Por favor - gimió.

‘‘Él está aquí para cumplir mis deseos´´

Entonces, descendió sobre su boca; las manos de él nunca le soltaron las caderas.

El demonio comenzó con delicadeza: lamiendo suavemente los labios inferiores de la muchacha y luego, el botón que sobresalía de estos. Eran lamidas sutiles, para hacerla temblar y entrar en sensaciones más profundas. Ella respondió tensando y relajando su abdomen, mientras temblaba un poco. La piel de los mulos de la hechicera lo rodeaban y sentía su calor.

Heracles profundizó el trayecto de su lengua, apreciando la vista de los senos de la hechicera sobre él, y los ojos que ella le clavaba. El movió sus labios, complaciendola más y más. Podía percibir su excitación aumentando mientras le daba placer, que ella disfrutaba lentamente, primero suspirando, luego, con fuerza. Siguieron los gemidos suaves, mientras movía las caderas sobre su rostro, en una danza de fuego. El demonio movió un brazo y alcanzó un pezón que comenzó a masajear, mientras un estremecimiento bajaba por la espalda de Luna.

Las sensaciones que le provocaba eran alimento para él, el placer de la joven fluyendo por su cuerpo y espíritu, que él absorbía con avaricia. Iba a darle todo esa noche, todo. Su propio pene comenzaba a ponerse más erecto y tenso, mientras la hechicera gemía de placer sobre su rostro. Ahora, la otra mano en el otro pezón, rozando, acariciando, masajeando y apretando sus senos mientras Luna hacía equilibrio sobre su cara, cabalgando con egoísmo, balanceando las caderas contra la boca del demonio, sintiendo placer y cosquilleo a partes iguales.

El iba a hacerle alcanzar el final, una pequeña cesación de existencia terrenal luego de alcanzar el más fuerte de los placeres. Heracles comenzó a lamer incluyendo labios, la boca, explorando la cavidad de la bruja, alimentándose de su aroma y la electricidad que expedía de su cuerpo. Apretó los senos de Luna casi con sadismo mientras profundizaba sus lamidas, devorandola. Ella cerró los ojos, abrió la boca y echó la cabeza hacia atrás, en un maullido desesperado mientras arremetía con más fuerza contra el rostro del incubo que debajo de ella: el aire la había abandonado en una pequeña fracción.

Quería más, más, y más: arrancarle todo el disfrute posible mientras lo hacía trabajar debajo de ella. Era egoísmo, deseo y pasión: todo lo que el íncubo usaba para alimentarse, usando las sensaciones de la joven como condimento para saborear su libido. El propio miembro del incubo se volvía mas y mas erecto, yaciendo ignorado detrás de la hechicera que gemía de placer; su cabello colgaba de la cabeza inclinada hacía atrás, sostenida por la espalda curvada y piernas que temblaban para sostener unas caderas que no paraban de balancearse, buscando fricción con desesperación y avaricia.

Heracles movía la boca y las mandíbulas con codicia y gula, saboreando el placer y la humedad de la bruja, llenándose de líbido, deseo e impulso para vivir. Una de sus manos bajo para apretar sus caderas y sentir el hueso y los músculos del cuerpo de la muchacha, su calor y sus energías. Ella apreció la atención y comenzó a mover sus caderas con irregularidad, cerca del clímax. Era salvaje y enfocada al mismo tiempo, mientras cabalgaba su rostro con desesperación.

El íncubo movió su lengua y labios diestramente, incluso usó sus dientes para mordisquear sutilmente el clítoris de la bruja, que gimió con desesperación ante el contacto. Pronto, sus caderas comenzaron a temblar, y las sensaciones se extendieron hacia los muslos: Luna ardía de placer sobre la cara del íncubo, temblando y emitiendo gemidos ahogados, desesperada por más contacto. Heracles prestó atención a los movimientos de la joven, a su respiración y la danza que mantenía sobre él: instintivamente, movió los labios para ayudarla a recorrer todo el orgasmo como una montaña rusa, hasta que este perdió intensidad.

Entonces, procedió a besar la vagina de la bruja, besitos suaves que fueron suavizandose a medida que Luna volvía a sí misma desde plano al que el demonio la había enviado. Ella paró en seco, sudada, despeinada, pero sintiéndose más viva que nunca. Se movió y él soltó sus caderas.

Luna movió su cuerpo desnudo hacía atrás, y se dejó caer sobre el cuerpo del demonio, cansada e intentando recuperar la respiración. Heracles acarició su cabello, hasta que la respiración de la muchacha se normalizó.

Levantó la cabeza con lentitud, vio al demonio debajo de ella y le sonrió con timidez. El se la devolvió y uno de sus colmillos brillaron bajo la luz de la luna. La bruja se incorporó con dificultad y se sintió torpe. Herakles la miró desde el suelo, divertido.

De pronto, Luna se sintió muy banal. Pero las palabras salieron de su boca antes de que se diera cuenta:

- Necesito ir al baño, ya vuelvo - hizo un gesto a la mesa delante del sofá - ahí hay más vino-.

Y mientras giraba, vio que él se incorporaba. Camino apurada al baño. Era inevitable tener que ir después del sexo. También era lo sano. Cuando terminó, se lavó con rapidez, pero terminó distrayéndose frente al espejo.

Sus ojos la miraron vidriosos. El pelo parecía un plumero, estaba pálida y desnuda. Lo que la tenía atrapada como un imán eran las manchas que tenía sobre la piel pálida: cuello, clavícula, hombros y torso. Iba a tener que taparse cuidadosamente cuando saliera a hacer compras: no quería tener que ser delatada por las marcas de su piel, en la isla se conocían todos y Luna había experimentado lo suficiente acerca de rumores como para querer evitar situaciones incómodas.

Se sintió estúpida mientras tomaba un peine y ponía su melena desordenada en orden. No era necesario, más si un íncubo la esperaba en su living, pero sintió que debía hacerlo. Más calma (y limpia) volvió al living.

Llegó a la habitación y Heracles la esperaba sentado contra los pies del sofá, las piernas desnudas sobre el suelo. Sus gatos se movían alrededor de él, curiosos. Tenía una copa que dejó en la mesa apenas llegó Luna. Sus ojos verdes emitían un resplandor extraño, casi agresivo. La bruja se estremeció un poco. Los felinos se movían, indiferentes a todo. Dos se incorporaron y desaparecieron del corredor.

Parecía un collage.

- ¿Quieres que los envíe lejos? -.

La verdad era que a la bruja nunca le había gustado hacer nada sexual delante de los felinos.

- Por favor -.

Él realizó un gesto extraño con la mano derecha. Los gatos se dispersaron de inmediato.

Luna no pudo evitar reprimir una risita que se volvió una carcajada sin darse cuenta. El panorama se veía disparatado. Heracles pestañeó sorprendido y luego se unió a las risas, pero la suya salió ronca y algo sardónica. Fueron ese sonido y la visión de su pene curvo agitándose los que ahogaron la risa de Luna.

Él la deseaba y ella volvió a estremecerse. La velada aún no terminaba. Se le acercó impulsada por una fuerza misteriosa y se sentó a su lado. El aire alrededor de ellos se sentía denso y aterciopelado, era la promesa de algo más profundo colgando del ambiente.

Heracles no se ahorró el tiempo. Puso su mano bajo el mentón de Luna y la atrajo hacía sí mismo, besándola con suavidad. Casi con ternura. El tiempo se alargó, indefinido, y el beso se profundizó con pasión y rapidez.

Luna se subió sobre él, pudo sentir su miembro curvo y duro contra el estómago y un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Las manos de Heracles bajaron por su cuello, hombros y espalda, otra desapareció en su cabello.

Los labios del incubo desaparecieron en su cuello y la hechicera se dejó arrastrar por la libido y el tacto, en una noche que jamás olvidaría.


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Es la primera vez que subo esta historia en una página. La tengo guardada desde invierno del 2020 y bueno, en algún momento iba a tener que salir.

Díganme que les parece ;) Esta cuenta es nueva, pero las estadísticas ya me muestran sus visitas.



Actualizando info (Septiembre de 2021): Si les gustó esta historia, estan a invitados leer cómo siguen las aventuras y (des)venturas de Luna en ''Las Pieles del Egeo''. Va a tener mas capítulos, así que pueden seguirla y comentarla.

April 29, 2021, 11:11 p.m. 2 Report Embed Follow story
3
The End

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Scaip College student, hobbyist barista and part-time writer.

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Bruno Dzib Bruno Dzib
Lo siento pero me pareció algo suave y tardado para ser erótico; puede que sea mi mentalidad masculina acostumbrada a historias mas gráficas, y es que debo disculparme por que hubo párrafos enteros que me salté. Entiendo la importancia de un preámbulo pero describiste a detalle la isla y algunos aspectos del universo, como la situación política o que las invocaciones son completas, pero justo cuando la "acción desenfrenada" iba a comenzar... ya eran los últimos dos párrafos. Es mi opinión y espero te ayude para un público mas perverso (sobre todo si hablarás de demonios), creo que puedes hacer dos cosas: La primera, ser más gráfica y soez, ya sea con partes menos románticas, o agregando pinceladas de pensamientos o aventuras desde el inicio. O dos (por que te juro que llegué a pensar que sería el plot twist): hacer al incubo tan poderoso que va consumiendo la mente y el cuerpo de la mujer, lo pensé cuando fue al baño a peinarse, me imaginé que ella estaría demacrada y hasta mutilada sin darse cuenta por la energía con que se alimenta el ente, y es que eso justifica el hecho de que a él no le interese siguiera p_netrarla, sin embargo eso no pasa y queda como un muñeco de pilas que hace todo perfecto, no hay intentos de él por dominarla, o consumirla mentalmente, ni hambre desesperada (recordemos que estaba dormido sin haber comido quien sabe cuanto tiempo), por lo que al parecer no hay consecuencias negativas por contratarle, un poco raro para mi gusto siendo que escogiste un ser demoníaco. Creo que ya me extendí un poco, disculpa; fuera de eso me pareció muy bien contada y escrita, hay detalles pero la verdad es que tú escribes mejor que yo y me cuesta encontrarlos. Debo confesar que me agrada esa mitología, yo estoy preparando la historia de una súcubo no tan maligna, igual que Heracles, y tu historia es inspiradora sin duda. Buen día.
July 06, 2021, 01:24

  • Scaip Scaip
    Bruno, mira... la idea es que la historia sea erótica, no de terror. De todas maneras, gracias por el comentario. Si te interesa, hay una segunda parte que se llama ''Las Pieles del Egeo'' y continua las andadas de Luna September 22, 2021, 19:30
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