alexielvidam Alexiel Vidam Ariza

Oliverio escapa del agobio de la ciudad hacia una casa decrépita cerca del puerto. Caminando por la playa, es testigo de una desconcertante aparición.


Short Story Not for children under 13.

#fantasía #misterio #realismo-mágico
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Ultramar

Era uno de aquellos veranos aborrecibles. Oliverio caminaba por la playa antes de que el Sol comenzase a caldear. Siempre se despertaba alrededor de las cinco de la mañana. Dejaba los zapatos listos desde la noche anterior de la manera más meticulosa, y sus ojos se abrían justo antes de que el despertador soltase su primer chillido. Su mente nunca dejaba de trabajar y por eso tenía la intuición de que su cerebro inclusive contaba los segundos mientras dormía.

Era necesario alejarse de la gente, y el calor en la ciudad era todavía más sofocante que en esa playa apartada. El sudor cayendo a borbotones por las frentes de los transeúntes... el humor de las axilas bajo las camisas de esos hombres vestidos de traje con sonrisas dibujadas de fotografía en cabezas de goma... el grito de los conductores de bus, las bocinas... esas cosas de las que pretendía huir, especialmente en verano.

Había pasado ya buen tiempo desde que mamá muriese en el asilo, así que su única rutina consistía en evitar que el edificio se siguiese cayendo por pedazos y cobrar las mensualidades. En realidad, se trataba de un edificio bastante antiguo y venido a menos en la calle "Desamparados", pero, precisamente quienes caían ahí, no tenían mucho que esperar ni que ofrecer, así que no eran demasiado demandantes. Bastaba con deshacerse de las cucarachas de cuando en vez, y listo. Él tampoco era demasiado exigente con las pensiones; sólo aspiraba a lo necesario para el café y escapar de la ciudad durante los días más tórridos. De cuando en cuando, a su vuelta, alguno de los inquilinos había dejado de existir. Encontraba su cadáver tumbado en la silla o bajo la mesa; botella en mano y la lengua afuera, moscas alrededor. Había que matar las cucarachas otra vez.

Pero aquella mañana, caminando por la playa, tenía el ligero presentimiento de que algo distinto iba a suceder. Por alguna extraña razón, había bebido el café con más ansiedad que de costumbre y había leído los titulares del diario rápidamente y sin detenerse en los pies de foto. Para poner el cierre, había tenido el deseo de untar mantequilla en el pan, cosa que nunca sucedía. No pudo hacerlo porque nunca tenía esas cosas en el refri. Aquella casa estaba aún más deteriorada que el edificio, así que nadie más la visitaba ni se encargaba de las provisiones. Él, por su parte, no tenía el mínimo interés en rentarla. Aquel lugar, era su refugio.

Andaba hundido en sus pensamientos acerca de la pesadez veraniega y aquel insólito chispazo de entusiasmo que le pusiera ligeramente histérico aquella mañana, cuando las olas escupieron a aquel ente mitológico.

Tenía el cabello verde y largo hasta las caderas. Los pechos pronunciados y firmes. Las cejas y pestañas pobladas. Párpados cerrados en completo sueño. El cuerpo coloreado por una leve y casi imperceptible capa dorada, completamente cubierta de algas. Por un buen rato fue incapaz de visualizar sus piernas; tuvo que retirar una espesa capa de yuyo que, precisamente en esa zona, no permitía ver un ápice de piel. Cuando por fin logró descubrirla por completo, le pareció observar unas cuantas escamas sobre el cuerpo desnudo, pero se restregó los ojos e inmediatamente se esfumaron. Debía haberse excedido con el café o acaso el pan de la mañana estaba un poco mohoso.

Se quedó contemplando a la mujer durante varios segundos. Por unos instantes se remontó durante varios años hasta su infancia, cuando el calor era menos intenso y su padre lo llevaba a pasear por el muelle luego de cobrar la pensión de las casas vacacionales. Había bastante gente adinerada en aquel entonces y mucho movimiento en el puerto. La pesca iba de viento en popa gracias a la fuerte inversión. Su padre pensaba que él llegaría lejos. "Cuando seas grande, todo esto será tuyo" ─le decía; hasta que esa extraña intoxicación se lo llevó, y nadie más creyó en él de ese modo. Su madre nunca pudo superarlo.

En aquellos días aún luminosos, Oliverio tomaba la mano de su padre y se acercaba a recibir a los viajeros recién llegados. Había también muchos botes pesqueros que desprendían su incesante aroma a podredumbre; un aroma que, en aquel entonces, se relacionaba con la bonanza y algarabía.

Entre los marineros que bajaban de aquellos botes, corrían múltiples historias de tierras lejanas. Él las escuchaba con atención; con una atención que había quedado enterrada con los años, a medida que perdiese progresivamente el entusiasmo por el discurso de los hombres. Entre aquellas historias, se corrían relatos de mujeres sobrenaturales, lúbricas, de voz hechicera, capaz de perder la cabeza de los más sobrios.

Por algún motivo inexplicable, aquella mujer le recordó a aquellos relatos. Había dejado la mirada fija sobre sus párpados cerrados, cuando le pareció escuchar una suerte de cántico susurrante. Una brisa repentina agitó ligeramente sus ropas y el pecho de la fémina empezó a palpitar. Sus pestañas comenzaron a estremecerse y, poco a poco, se fueron separando, revelando unos ojos enormes color esmeralda.

"¿Quién eres?"—se atrevió a preguntarle, pero ella no respondió con palabras. La suave melodía permaneció incesante penetrando sus oídos y envolviéndolo en una especie de ensoñación. Simplemente se tomaron de las manos y se elevaron levemente del suelo.


***


Antes de caer en la locura, su madre le contaba historias de personajes fantásticos antes de irse a dormir. Tenía un enorme libro de cuentos de seres sobrenaturales que habían heredado del abuelo. Estaba forrado por una gruesa tapa de cuero, que era lo único que permanecía casi intacto con paso de los años. Sus páginas eran amarillas y ya se encontraban algo carcomidas.

Entre todos los relatos, el que más le gustaba era el de Derceto, la diosa siria de los mares, maldecida por la furia de la diosa Venus. "Derceto" —decía la leyenda— "había mandado a matar a su esposo, el pastor Caístro, y había abandonado a su hija Semirámis, quien luego se convertiría en reina de Babilonia. Poco después, se arrojó al mar buscando la muerte, pero los dioses no le permitieron morir. A cambio, la castigaron con una vida eterna y miserable en lo más oscuro de las profundidades de mar, y sellaron su culpa arrancándole las piernas, intercambiándolas por una cola de pez".

Encontró el viejo libro en la repisa. Había estado ahí todos esos años y, sin embargo, no lo había reconocido hasta entonces. Tampoco era que ojease a menudo el estantero, y eso se notaba en la cantidad de mugre que llevaba encima. Pero las cosas empezaron a cambiar desde que Nerea llegó.

Seguía levantándose temprano, pero ahora se aseaba pronto y se iba a pescar. Tuvo que conseguir una red previamente, pues la que estuviese guardada en el desván por años, había sido carcomida por los hongos. Su padre era el único aficionado a la pesca.

Cuando llegó al muelle preguntando por la red, los pocos comerciantes que permanecían ahí se rieron a sus anchas. La mayoría eran viejos demasiado cansados como para moverse. Mantenían sus puestos destartalados de hacía medio siglo y conseguían a diario unas pocas monedas para comprar unas cuantas sobras en el mercado del pueblo vecino. "Éste mar está tan muerto como el resto de la zona, señor" —se animó a responderle uno de los ancianos—. "Vivimos en un pueblo fantasma".

Aun así, con mucho esfuerzo pudo hacerse de unas cuantas sogas y fabricar una red él mismo. Chapó el primer bote que encontró abandonado, y se hizo a la mar. El resultado fue una red tan llena que estuvo a punto de romperse. Cuando lo vieron desembarcar, los viejos del muelle se quedaron petrificados del susto.


***


Nunca antes había permanecido por tanto tiempo en aquel poblado pesquero. Cuando la poca comida que llevaba encima se acababa, terminaba arrastrándose nuevamente a la ciudad; al aburrimiento de su vida de arrendador, sin otra cosa que hacer que observar la vida pasar por la ventana. Lo peor de todo, era su extrema consciencia del paso de los días, minutos y horas.

Sin embargo, esa mañana despertó sin saber qué día era. Por primera vez, sin saber la hora exacta, con los primeros rayos de Sol colándose por la ventana, y aquella mujer quimérica recostada a su lado, desprovista de ropas desde el día en que la encontrase en la arena.

El calendario se había caído de la pared de la cocina sin dejar rastro, y pronto olvidó también salir por el periódico. El congelador se hallaba repleto de pescado. Se quedó en casa y decidió permanecer desnudo igual que su acompañante. Sirvió dos vasos con agua, que era lo único que ella consumía aparte de las ofrendas del mar, y luego buscó nuevamente su viejo libro de relatos. Específicamente, era una compilación de leyendas sobre deidades marinas. Se puso a ojear aquellas hojas envejecidas y pudo reconocer entre las ilustraciones a algunos de los personajes de los que hablaban los marineros de su infancia. Tomó el libro entre sus manos y caminó hacia la habitación, donde Nerea se hallaba sentada sobre el piso de madera.

Tenía la expresión serena y los ojos enigmáticos clavados sobre el jarrón que permanecía sobre el ropero. Lo curioso es que se había percatado de él hacía unos días. No lo recordaba previamente en aquel lugar. Tampoco le prestó importancia. Seguro sería alguna de aquellas antigüedades que habían estado siempre en su entorno sin conseguir despertar su entusiasmo.

Él se sentó de piernas cruzadas y empezó a leer en voz alta. "Olokun, diosa del océano, gobierna sobre el mundo esotérico. Guía a sus seguidores entre el mundo de los vivos y de los muertos, permitiendo, además, que los recuerdos prevalezcan más allá de la muerte. Su hija, Yemayá, fue deseada por su propio hijo Oggún, quien decidió tomarla para él..."

En ese momento, su relato se vio interrumpido por el sonido chirriante del jarrón haciéndose pedazos. Los pequeños trozos de barro pintado de azul caían desperdigados sobre el suelo. Entonces ella habló por primera vez. Habló con vocablos humanos, pero con una voz salida de ultratumba. Era de un tono casi indescriptible, que entremezclaba sonidos entre melódicos y guturales.

—Por fin me has despertado, hijo de Dagón.

Él permaneció inmóvil, desconcertado, mientras un relámpago abrupto azotaba su memoria. Mientras tanto, la fémina continuó su letanía.

—Entre todas las culturas de la humanidad, ha primado la presencia suprema de las deidades marítimas. Me llaman Anfitrite, Salacia, Sedna, Tiamat, Neith, Asherah, Derceto, Yemayá...

Un recién nacido arrastrado hacia la orilla se dibujó en su mente. El llanto del infante atrae a los pescadores. Un hombre de unos cuarenta años y su esposa lo recogen.

—... Y en todas las tradiciones, el varón ha hecho sucumbir o se ha impuesto sobre la imagen de la diosa.

Rápidamente, las piernas de Nerea se unieron en una sola carne, que inmediatamente se forró de escamas. Oliverio seguía presa de las imágenes del pasado, donde la pareja recogía al niño y lo nombraba "Oliverio".

—Pero la mano de los hijos del hombre altera la corriente marítima... y por eso, la espuma marina obliga a Tritón a escupir un vástago cíclicamente.

La deidad comenzó a elevarse en medio de un hálito celeste. Oliverio recordó la muerte de su padre, al mismo tiempo en que Nerea extendía los brazos.

—Pero yo no te deseo el mal, amado mío... —sonrió con un gesto intrigante. Se acercó flotando hacia él para estrecharlo como hiciese durante cada noche de aroma salado. Él recordó la locura de su madre, el asilo, su pronta desconexión con la humanidad.

—Eres Caístro, mi amado, al que perdí por mi propio orgullo.

En la profundidad de su ser, Oliverio comprendió lo que siempre había sabido...

—Y ahora vengo a recuperarte.

Que el sinsentido de su vida correspondía con su falta de hallazgo... en aquel lugar llamado tierra.

Ella mostró sus fauces descomunales. Soltó su lengua de anguila, y se lo llevó dentro de ella, hacia el mar.


FIN

March 1, 2021, 12:45 a.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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