patypixie Patricia Pixie

Después de tantos juegos, Mari encontró algo inesperado, que hizo vibrar a su cuerpo de nueva cuenta.


Short Story Not for children under 13.

#deseo #amor #bdsm #femdom #romance #sentimientos #erotico
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Más que deseo

Disciplina

Caminaba con la misma gracia propia de los felinos, y junto con el mismo deseo que ellos miran a la presa que están a punto de devorarse a una deliciosa presa. Aunque seguía siendo la misma chica diminuta de siempre, solamente que enfundada en un conjunto de cuero, con todo y tacones altos a juego, se sentía la reina del mundo al darse cuenta de quién estaba en su lecho.

El hombre más popular de la oficina. El chico, que a pesar de no ser muy brillante, había sabido ganarse el cariño de todos desde que era un simple becario, estaba completamente rendido ante ella, y no en el sentido romántico de la palabra. Literalmente, Marcus se encontraba completamente con sus muñecas sujetas a la base de su cama. Era un hombretón que mínimo, le sacaba diez centímetros de estatura a la mujer que lo tenía doblegado, pero eso no le importaba para someterse. Jamás se hubiera atrevido a desobedecer a su ama. Sabía bien el lugar que le correspondía en esa habitación de hotel.

— ¿Te encantaría comerte todo esto? ¿O por lo menos lamerlas un ratito, verdad, amor? —Le coqueteó descaradamente a Marcus la morena de aspecto frágil, mostrándole un poco de sus bien formados senos que se le asomaban por el estrecho corset de cuero— No eres el único que sueña con ello, ¿pero te lo has ganado, amor?

—No lo sé muy bien… Creo que sí... Pero mejor, dime tú, ¿crees que ya es hora?

—Pues si fuera más blanda te diría que sí, amor, pero francamente, no me convences del todo. No has hecho suficientes méritos. ¡Ni modo! Te toca de nueva cuenta esperar a que yo me dé gusto primero.

Y con una sonrisa que tenía mucho de diabólica, ella hizo un poco a un lado su panty de color negra y se fue colocando lentamente sobre su próxima víctima. No se tomó tiempo de acariciarlo ni de cubrirlo lentamente de besos. Simplemente dejó que la dureza del hombre que se encontraba, la penetrara hasta el sitio más recóndito de su cuerpo. Con una mano, jugó un poco con su clítoris, mientras que con la otra, dibujó líneas carmesíes en el pecho de su amante, utilizando sus largas uñas pintadas de rojo.

La dominante morena, comenzó a bambolear sus caderas, sin sentir pudor alguno. Estrujó sus propios pechos, como queriendo abarcar cada segundo de tan deliciosa sensación. Marcus se moría por dejar escapar un gemido animal que se había formado desde el fondo de su alma. Pero no podía darse el lujo de gemir. Era un simple juguete para satisfacer el apetito de su ama. Tal vez, cualquier otro hombre se habría sentido ofendido al verse reducido a algo así, pero a él, le excitaba. Tanto, que apenas tuvo tiempo de arquear un poco su cuerpo, cuando sintió que la humedad de su compañera empapaba su miembro. En un segundo, todo se volvió borroso para los dos. Habían alcanzado el placer supremo.

— ¿Ya obtuviste lo que querías por hoy? —Le preguntó Marcus a su compañera, con una media sonrisa sobre su rostro, cubierto de pequeñas gotas de sudor.

—Por hoy sí, pero creo que podemos mejorar para la otra—murmuró ella al oído del rubio—Te falta mucho por aprender sobre cómo complacer a tu ama.

Él asintió de buena gana. ¿Qué caso tenía el anteponer algo como el orgullo en la cama?

Lo único en lo que él pensaba era en aprender a entrenar a su cuerpo para satisfacerla a ella. Su gran dolor, y al mismo tiempo, la fuente del más dulce de los placeres de su alma. Tal vez ella era la que traería desgracia a su vida, pero ya era muy tarde para intentar salirse del juego en el que sin querer se había metido. Era adicto a lo que ella le daba, sin importar el precio que tuviera que pagar por ello.

Una máquina estricta

De todo el gran corporativo Glammic, que administraba varias de las principales revistas de estilo de vida capitalino (incluida la revista New Fashion, que se publicaba en cinco países distintos cada mes), había una leyenda, la que muchos decían, había contribuido a expandir la marca en menos de cinco años. Mari Santos. Una publicista de hierro. La creadora de un par de campañas innovadoras que le hicieron ganar a Glammic premios por toda Europa. Toda una fuerza de la naturaleza escondida detrás de un traje de oficina gris, una coleta de caballo y unos anteojos gruesos.

Casi todos sus compañeros admiraban el excelente trabajo de Mari, pero pocos se atrevían a siquiera acercarse a ella en un contexto que no fuera meramente profesional. Y no es que alguien pudiera llegar a considerarla poco atractiva, ¡al contrario! A pesar de apenas llegar el 1.60 de estatura, ella tenía un aire de grandeza que emanaba a cada paso que daba. Era joven, pero desde su primer mes en la empresa, ella había dejado en claro que ella no era la burla de nadie. Si alguien lo dudaba, podía preguntarle a Diego, un chico del norte del país que había entrado a trabajar casi al mismo tiempo que ella. Él había pensado que sería una buena idea el darle una palmadita en el trasero a Mari durante la fiesta de navidad de la oficina. Qué iba a saber que la chica de aspecto frágil le iba a lanzar encima su trago, además de ponerse como fiera.

— ¡Idiota! ¡No te me vuelvas a acercar en lo que te reste de vida!—Bramó ella entre lágrimas al sentir la palmada inesperada

Muchos afirmaron a sus espaldas que ella obviamente había reaccionado de forma exagerada, pero nadie tuvo el valor de decírselo a su cara o de contarle a alguno de sus jefes lo sucedido. Sabían que ellos no se podían permitir perder un talento como el de la señorita Santos por un escándalo tan trivial. Nadie se imaginó que esa situación se iba a resolver de una forma inesperada. Menos de un par de meses de la fiesta, Diego presentó su renuncia voluntaria. El muchacho afirmó que prefería trabajar en un sitio más cercano a su ciudad natal, ya que su abuela estaba muy enferma. Pero otros de sus compañeros dudaron que ese fuera el motivo. Unos afirmaron haberlo visto recoger de su escritorio, algunas notas, aparentemente sin remitente, mismas que seguramente tenían algún contenido escalofriante, por la expresión que él hacía al leerlas. Algunos otros decían que desde hacía un tiempo él había comenzado a recibir mensajes amenazantes en sus redes sociales, y el solo hecho de imaginar que alguna de las cosas que allí le decían pudiera hacerse realidad, le había dado motivos de sobra para salir huyendo de la capital.

Al escuchar esos rumores Mari tenía que hacer un esfuerzo supremo para lucir lo más acongojada posible y no levantar sospecha alguna sobre los verdaderos motivos que habían llevado a su compañero a emprender la huida de la capital sin previo aviso.

— ¡Pobrecito! Espero que su abuelita se recupere, y no creas esos rumores. La gente inventa muchas cosas cuando no tiene qué hacer—replicó Mari sin mostrar emoción alguna ante el cuestionamiento de una de las secretarias del edificio, que sospechaba su involucramiento con las misteriosas amenazas.

Mari no sintió en ningún momento arrepentida. En la oficina, era la ley del más fuerte. Si ella no lo hubiera hecho, a los demás se les habría hecho más y más fácil intentar vulnerarla. Y si había una cosa que ella odiaba con gran pasión, era el sentirse indefensa ante cualquiera. Tanto como en la oficina, la cama o en la calle, ella tenía que ser la que marcaba el minuto. A muchos, eso les podría haber parecido el producto del más puro egoísmo, pero a ella no. La diminuta morena sentía que lo único que hacía, era darse su lugar en un mundo lleno de tiburones.

Terrores y Cercanía

Muchas chicas sueñan con tener encuentros dulces, que comiencen con una botella de vino caro y una cama cubierta de pétalos de rosas. Mari no podía comprender el porqué. Para ella, nada se comparaba con el hecho de saber que, sin importar quién fuera su pareja, en la cama como ella era la que mandaba. Por sus manos habían pasado un amplio número de caballeros. De muchos, ya ni siquiera recordaba el rostro, pero a otros, los lleva tatuados en un rincón de su mente. Entre ellos estaba Pete, un americano con la edad suficiente para ser el padre de una veinteañera cómo ella. Se habían conocido gracias a una página de internet dedicada a unir a personas interesadas en hallar con quién experimentar cosas nuevas a la hora de hacer el amor. Bastaron algunos mensajes para que los dos se dieran cuenta de que a pesar de la diferencia de edades, y además de un amor profundo por los juegos de sumisión, los unía un enorme amor por las películas de horror y las baladas cursis de otras décadas. Tal vez otras chicas le habrían mostrado un tipo de trato distinto a alguien como Pete, debido a la edad, pero Mari, se solazó poniéndolo a sus pies.

— ¿Quién te viera? ¡Tan pequeña y eres toda una fiera! — le decía él con voz melosa cada vez que terminaba de amarse.

— ¿Y quién te viera a ti? Me llevas tantos años y en mis manos, te transformas en un niño pequeño— sonreía ella cada vez que él la elogiaba de esa forma.

Mari se sentía feliz, como si después de tanto rodar, finalmente hubiera encontrado unos brazos a los cuales llamar hogar. Pero el día en el que ella menos lo esperaba, Pete hizo algo que ella jamás hubiera esperado ni en sus más locos sueños.

—Mari, ¿te gustaría venir conmigo a recorrer la Costa Este de los Estados Unidos? Y sabes que soy jubilado, así que el dinero no sería problema. ¿Qué dices? —le soltó un día el americano de cabello entrecano.

—G-Gracias por la oferta, amor—tartamudeó ella, visiblemente sorprendida— Suena genial, p-pero me gustaría pensarlo un poco, ¿sí?

— ¿P-Pero por qué amor? Yo creí que te gustaba pasar tiempo conmigo

— ¡Me encanta! Pero... Me gustaría más pensarlo un poco, ¿sí, amor?

Los días pasaron, y al final, su respuesta fue un “no” definitivo. Sí, lo amaba, pero se sintió atemorizada, sin saber muy bien el porqué. Ese fue el primer paso hacia el final de la relación, hecho que sucedió menos de un par de meses después de aquel día.

A momentos, ella todavía se preguntaba cómo habría sido su vida si se hubiera decidido dejar sus habituales ocupaciones para vivir una aventura con un hombre tan parecido, y a l mismo tiempo, tan diferente a ella.

En esos días frenéticos del ayer se encontraba pensando Mari, cuando de repente, sonó su teléfono. Se trataba de Marcus, que le había enviado una foto de su miembro erecto, junto con un breve mensaje que decía: "Mari, ¿cuándo nos volveremos a ver? Cómo ya viste, a mi cuerpo le urge volver a recibir tus lecciones" A pesar de que después de su encuentro con el americano, ella había establecido para sí misma la estricta política de no repetir dos veces con la misma pareja, pero el rubio Marcus la había hecho romper d su propia regla. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, sin dudarlo ella habría ignorado en automático la petición, pero el chico de cabello dorado tenía el extraño poder de hacer que dentro de ella comenzarán a crecer sentimientos un poco diferentes. Sí, le seguía llamando la atención el encontrar víctimas que la ayudarán a satisfacer sus fantasías de dominación, pero con él, había encontrado algo parecido a una estabilidad. Con una sonrisa en el rostro, ella respondió al mensaje: "¡Claro que sí! Tú dime cuándo puedes y nos ponemos de acuerdo" Ni siquiera ella misma podía creer haber escrito algo así. ¿Qué le estaba pasando? ¿Acaso era ese el final de la vampiresa dominante? Sabía que había una pequeña posibilidad de que, al igual que con el americano, cuando su relación se afianzara, sintiera la necesidad imperiosa de salir corriendo. Sin embargo, esta vez su corazón sentía algo muy distinto…

Un soñador discreto

A diferencia de sus otros dos hermanos, siempre enfocados en ser los mejores en los deportes y los más populares en la escuela, Marcus parecía siempre vivir en su universo particular. Incluso antes de dormir, en lugar de leer o escuchar algo de música, él prefería asomarse por la ventana de su cuerpo, para maravillarse ante el cielo nocturno y las estrellas que lo iluminaban.

— ¿Ese niño se la pasa en la luna o qué?—decía la abuela cada vez que le tocaba cuidarlo, observando al retoño contemplar el infinito con sus ojitos azules.

—No, para mí que él es de algún planeta más lejano—replicaba casi siempre mamá con una risita cómplice.

Aunque algunos de sus profesores le insistieron a sus padres para que él se interesara en actividades más enérgicas como los deportes, para ver si así lograba integrarse al mundo de los mortales, sus progenitores lo dejaron pasar sus horas de ocio dibujando montones de escenas fantásticas, sin saber que esto le facilitaría unos años después seguir el camino del diseño gráfico.

Tan ajenas le resultaban las cosas que atrapaban la atención de la mayoría de los demás chicos de su edad, que su primera novia la tuvo hasta que ingresó a la universidad. Melina. Alta, silenciosa, y al parecer, siempre envuelta dentro de un halo de melancolía que parecía acrecentar la palidez de su piel. El polo opuesto de la energética morena que unos años después, se encargaría de poner su mundo al revés. Incluso a la hora de amar, Melina era una criatura dócil. Pocas veces se atrevió a decirle a Marcus las cosas que le gustaban y las que la molestaban a la hora de hacer el amor.

—U-Una chica decente no anda por allí diciendo esas cosas— replicaba ella cada vez que su novio quería lograr que ella expresara sus deseos de una forma más abierta.

—De acuerdo, mi vida—siempre le respondía Marcus, con una cierta dulzura empapada de melancolía.

Él jamás intentó presionarla para hacer cosas con las que ella no se sintiera cómoda. Y cada vez que estaban juntos, tuvo siempre cuidado de moverse con delicadeza y cubrirla de tiernos besos, todo con tal de hacerla confiar en él. Pero con el paso de los meses, Marcus y Melina decidieron separar sus caminos por mutuo acuerdo. Después se enteraría él, que menos de un año de la ruptura, su exnovia se había comprometido con un niño rico proveniente de una familia rica del sur del país. Y él, determinado a compensar el tiempo perdido, se dedicó a conseguirse una infinidad de amantes ocasionales. Mujeres de todas las edades y complexiones desfilaron por su clama, pero ninguna de ellas le aportó algo realmente interesante a su vida. Probó distintas posiciones, afrodisiacos suficientes para levantar a un muerto y disfraces que rayaban en lo más bizarro. Pero ni así, logró sentir que la sangre corría por sus venas.

Marcus imaginó que su destino sería saltar de cama en cama sin encontrar algo que lo hiciera sentir realmente vivo, hasta que los juegos del destino lo llevaron a trabajar en Glammic. Desde su llegada, comenzó a oír rumores sobre Mari y su alma de hierro, mismos que, en lugar de asustarlo, lo hicieron sentir bastante interesado en esa chica. Él se sintió revivir cuando le avisaron que trabajaría en el mismo departamento que ella.

—Hola, guapo— lo saludó la habitualmente seria morena de gruesos anteojos, sin poder ocultar esa traviesa sonrisa que se le escapaba de su delgado rostro. — Creo que tú y yo nos vamos a llevar muy bien

—Yo también lo creo—respondió Marcus con gran alegría, extrañamente sintiendo que los colores se le subían al rostro en cuestión de segundos, desde que sus ojos se cruzaron los de Mari.

¿Qué iba a saber que unos meses después, esa chica de apariencia tan frágil se iba a divertir con él, haciendo en la cama cosas tales como utilizar toda clase de juguetes en sus más íntimos orificios y recorriendo su pálida piel con sus afiladas uñas? Y no sólo eso. El jamás se habría imaginado que entre esas caricias salpicadas de dolor, iba a encontrar una razón para sentir que, de nueva cuenta, la vida le mostraba su lado más dulce.

La primera herida

A muchos de sus múltiples amantes, Mari les contaba historias maravillosas, acerca de cómo ella siempre había sido la dominante desde su primera relación de mayor duración. Y nadie de ellos cuestionaba lo que ella les decía ¿Quién se iba a atrever a siquiera pensar que una mujer tan recia alguna vez había sido víctima de sus propias inseguridades? Pero toda historia tiene un principio, y Mari Santos, se tuvo que hacer fuerte a punta de desilusiones. A diferencia de lo se muestra en las típicas películas de adolescentes norteamericanos, no tuvo que someterse a un cambio radical de imagen para comenzar a transformarse en una nueva persona. No fue exactamente su primer novio, pero sí la primera relación que ella se tomaba más en serio. Francisco, pero todo mundo le llamaba Frank. Unos 5 años mayor que ella, alto, mal encarado y del tipo fornido. De esos hombres que no te gustarían encontrarte a solas en un callejón. Se habían conocido casi por accidente en la biblioteca de la universidad. Mari se encontraba preparando un trabajo de fin de semestre, y Frank, según le contó, estaba allí para buscar algunos libros para apoyar a su padre, que era maestro en una preparatoria del sur de la capital. Casi de inmediato surgieron entre los dos las chispas que lo mismo anuncian una relación electrizante, que un incendio capaz de destruirlo todo.

Él la trataba bien, le compraba de cuando en cuando lindos obsequios y ambos se divertían cuando pasaban algo de tiempo juntos. Pero siempre había una sombra que lo acompañaba. Una sombra de cabello rojizo que salía en muchas de sus fotos antiguas de redes sociales. Una sombra que siempre le enviaba mensajes que hacían a Frank ir a otra habitación para contestarlos.

—Ya te dije que es sólo una amiga, le respondía el hombretón cada vez que ella lo cuestionaba sobre su relación con esa mujer— ¿A poco tanto te afectó lo de tu padre?

Mari guardaba silencio ante tales señalamientos, que se repetían cada vez con mayor frecuencia. Y en un momento, de tanto escucharlo, incluso llegó a sentir que tal vez, él tenía razón. Quizás estaba proyectando sobre su relación los traumas de ver a temprana edad cómo el matrimonio de sus padres se desmoronaba. Aun así, su corazón le decía que en su relación había algo que en definitiva, no estaba bien.

Más pronto de lo que ella lo esperaba, descubrió la verdad. Y todo gracias a Ariana, una amiga de la universidad que la invitó a su fiesta de cumpleaños. Ella lo dudó un poco, porque su amado Frank le había mandado un mensaje diciendo que se sentía un poco enfermo, y que mejor se quedaría en casa.

Menuda sorpresa se llevó la morena al verlo perfectamente sano en la fiesta. Y no sólo eso, además estaba comiéndose a besos a la misma mujer de las fotos. A la pelirroja pecosa.

— ¿F-Frank? ¿Q-Qué haces con ella? — tartamudeó Mari, sintiendo que le temblaban las piernas ante tal escena.

— ¿Disculpa, te conozco? — Replicó él con una frialdad absoluta— Creo que me estás confundiendo con alguien más, niña.

— ¿Quién es ella, mi vida? —intervino la de cabello rojo, mordisqueando de forma sugestiva la oreja de Frank

—Oh, nadie importante, sólo una chica con algunos problemas mentales a la que le estaba dando asesorías de matemáticas ¡pobrecita! Está tan sola que cree que soy su novio

De haber sido en ese entonces la mujer fuerte que era ahora, Mari seguramente no habría dejado con vida a ninguno de los dos. Pero como en ese entonces, todavía se dejaba dominar por la suavidad de su corazón, se limitó a salir del lugar a toda prisa.

Con lágrimas interminables corriendo por sus mejillas y sintiendo que la sangre le hervía, Mari se hizo un juramento a sí misma.

—Nunca, nadie me va a volver a intentar hacer sentir de esta forma— sollozó la chica de piel morena con voz entrecortada.

Ese día, sin que el mundo lo supiera, un corazón de cristal comenzó a endurecerse poco a poco. La vampiresa comenzaba a nacer.

Lecciones

Mientras que algunas otras chicas, amantes de los juegos de sumisión, se solazaban con infligir verdadero dolor al sexo opuesto, Mari sentía que algo dentro de ella, había comenzado a cambiar lentamente. Todavía le gustaba sentirse al mando, pero eso de infligir dolor a sus compañeros sexuales, se le hacía cada día menos atractivo. Su alma sentía un vacío que no se lograba llenar ni poniendo a un chico en el potro de hierro. Irónicamente, lo único que la hacía sentir viva, era aquello que había jurado no repetir: El pasar tiempo con la misma persona. Simplemente el hecho de dejarse amar. El rubio quizás no era el espécimen más brillante de toda la galaxia. Pero ¿por qué no podía dejar de verlo? ¿Por qué en sus sueños húmedos siempre se reflejaban las caderas afiladas del rubio? Ella ya no sabía si se trataba de algo relacionado con la edad o con el hecho de que tal vez, él la estaba haciendo descubrir sensaciones nuevas.

— ¿Qué, Mari?—Sonrió Marcus como un diablillo al notarla distraída—No me vayas a decir que ya se acabaron mis lecciones.

—N-No es eso—Respondió ella—Lo que te quiero decir, es que ahora eres tú el que me vas a dar lecciones.

— ¿De dominación o algo así? Belleza, la verdad, no creo que las necesites. Ya dominas el látigo como una maestra…

— ¡No, bobito!—Se carcajeó la morena— Quiero aprender… No sé cómo decirlo... a ser un poco más más dulce

— ¿No me digas que ahora te vas a empezar a vestir de color rosa y a predicar la palabra de Dios?— dijo Marcus con picardía— ¿Estás segura que te sientes bien?

—Me siento mejor que nunca. Y entiendo tu sorpresa. Pero velo de esta manera. Todavía ni llego a los 40 años y ya he hecho de todo ¿No crees que lo que me faltaría es algo de amor un poco más tradicional?

— ¿Y crees que de verdad te llenaría algo tradicional? Mari, te conozco, y sé que eso de las reglas nunca ha sido tu fuerte.

La diminuta morena se quedó viendo fijamente a Marcus. En cualquier otra circunstancia y si se tratara de cualquier otra persona, ella se hubiera limitado a decirle algo como “¿Quién te dijo que me hablaras de esa forma? ¡Vas a pagar muy caro esto!” Pero esta vez, esa familiaridad la hizo sentir algo muy tibio en el alma. Casi como si la fortuna le hubiera sonreído al permitirle tener a ese hombre desnudo en su cama, tan vulnerable, y al mismo tiempo, tan cercano a su corazón.

—Ya sé que eso de las reglas nunca ha sido lo mío. ¿Pero no crees que todos tenemos derecho a experimentar algo nuevo?

—Ok. Todo eso suena muy bien, pero ¿por qué crees que yo sería el adecuado para enseñarte esas cosas? Digo, tú me encantas, pero sé que soy solo uno más en tu lista, ¿o me equivoco?

—Mmm... Sí, tengo a varios pretendientes por allí, pero creo que tú eres el que más me ha aguantado. Y eso, de cierta manera, te da un lugar especial. Pero no te vayas a creer mucho por lo que te dije, ¿eh?

El rubio no le contestó. Simplemente le dio unos suaves mordisquitos en el cuello, tomándose el tiempo de lamer con gula sus bien formados pechos. Los dos se quedaron tomados de la mano por unos minutos. ¿Era acaso esto el fin o quizás el principio de algo nuevo? ¡Qué importaba! Estaban juntos.

Cuando Marcus se fue, Mari se quedó viendo a los corsets, látigos y demás juguetes que estaban en su armario. ¿Era ya acaso momento de tirarlos? No, todavía no. Y quizás no habría necesidad de hacerlo. Pero tampoco habría necesidad de usarlos siempre para sentir algo. Después de todo, el amor ofrece un abanico infinito de colores, que van más allá de los juegos de dominación y la sumisión. Pero un poco de diversión extra, tampoco le hace mal a nadie.

Feb. 12, 2021, 3:34 a.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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Patricia Pixie Poesía y microrrelatos son mis pequeños grandes placeres a la hora de escribir.

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