La tradición católica en Palmira indica que, si las campanas de la iglesia son dobladas fuera de los horarios habituales significa que la muerte ha visitado al pueblo para llevarse el alma de alguno de los habitantes, ese fue el caso de aquella tarde del 24 mayo de cuyo año no quiero acordarme, cuando la tranquilidad pueblerina fue interrumpida por el estruendoso sonido de las campanas ubicadas en la torre principal de la iglesia San Agatón.
Las campanadas repicaron exactamente a las 4:45 pm, pero por un breve instante pareció que el tiempo se detuvo, recuerdo estar en el comedor de mi casa tomando café con queso en compañía de mi abuela Ana, cuando escuchamos el ruido, una extraña sensación invadió mi cuerpo, no se como describirlo, era como un miedo profundo que crecía desde mi pecho y afloraba en mi cabeza, tuve la sensación de no tener la necesidad de respirar, con mis ojos completamente abiertos vi a mi abuela, ella estaba exactamente igual que yo, intente hablarle pero no pude.
—Acaba de morir un hombre— dijo mi abuela.
Ella sabia distinguir las pausas de las campanadas para saber si el muerto era una mujer, un hombre o un niño. Para el día de hoy aun no aprendo esa habilidad, para mi todas las campanadas suenan iguales. Luego de un largo minuto las campanas dejaron de sonar, mi abuela termino su café y rápidamente comento:
—Mijo quédese aquí, voy para donde la vecina, ella de seguro debe saber quien fue el que murió.
Yo como todo niño obediente asentí con la cabeza, luego del miedo que sentí lo menos que quería era salir a la calle, además Doña Isabella, la vecina, no me caía del todo bien, era una de estas señoras camanduleras que se la pasaba todos los días en la iglesia rezando pero en realidad era el diablo en persona, estoy casi seguro que Doña Isabella era el navegador de internet de la época, porque se sabia la vida de todos los palmireños, debe ser por eso que mi abuela la fue a visitar esa tarde.
Mientras que mi abuela hacía su búsqueda de información, yo termine mi café, pero esa extraña sensación de las campanadas no se me iba, tenía un mal presentimiento, me fui para la amplia sala y pude escuchar como en la cocina movían la ollas, por un momento me asuste más, luego recordé que mi abuela no estaba y ella cuando salía dejaba la casa bajo la protección de las Benditas Animas, sustos que dan gustos, al menos sabía que no estaba solo.
Luego de una hora mi abuela regreso a la casa, vaya que el internet si era lento en aquellos años...
—A que no adivina quien fue el que se murió.
Dijo mi abuela con la esperanza que acertara a la primera, Palmira era un pueblo lleno de ancianos, era imposible saber a cual le había tocado el turno, así que respondí:
—De seguro fue Oscar, el señor de la ferretería.
—Frío.
Respondió mi abuela intentando jugar, le pregunte directamente:
—Entonces ¿Quién es el nuevo inquilino de San Pedro?
—Adrián, no comience con sus cosas, respete que el difunto es Germán.
Mi abuela al fin aclaro una duda para dejarme otra, y comencé a interrogarla.
—¿Y eso como murió? ese señor aún aguantaba otro matrimonio.
—Pues justamente el matrimonio fue lo que lo mato— sentencio mi abuela.
Quede sorprendido, No podía creer que la señora Tania fuera capaz de matar a su esposo, ella era mi maestra en la escuela, me dio mucha curiosidad en saber los detalles.
—¿Cómo lo mato?
—La hija de Germán lo encontró degollado en la cama y Tania no aparece por ningún lado, eso fue lo que me dijo Doña Isabella— finalizo mi abuela.
En Palmira no había ni un solo policía, por lo que dudaba mucho que lograran detener a Tania, pero algo que tenía los palmireños es que cuando se presentaba un problema todos colaboraban.
Mi abuela y yo como buenos chismosos nos sentamos en unas sillas de mimbre en frente de la casa, ahí podíamos ver lo que sucedía en el pueblo, las personas hablaban de lo sucedido entre los dientes, como para que nadie se enterara, me daba risa porque en todo pueblo pequeño existe un infierno grande.
Entre tantos chismes se corrió la voz que a las 8:00 pm tendrían el cuerpo del difunto listo para velarlo en la única funeraria del pueblo, la rapidez con la que esta gente trabajaba era sorprendente, pero era entendible, la funeraria Santa Rosalía recibía si acaso un muerto al mes, así que debían ser eficientes cada vez que tenían la oportunidad.
—Vaya y se cambia, en un rato nos vamos para el velorio— me dijo mi abuela con algo de entusiasmo.
—Pero ya es de noche abuela, no quiero tener pesadillas hoy— conteste suplicando.
—Téngale miedo a los vivos no a los muerto, vaya y arréglese que se nos hace tarde— finalizó mi abuela.
Sin más remedio entré a la casa para cambiarme la ropa, pero tenía dos opciones en ese momento, irme con mi abuela al funeral o quedarme con las Animas en la casa, las cuales de noche hacían más cosas.
Más o menos a las 8:15 pm mi abuela y yo salimos de la casa para irnos hasta la funeraria, esa noche habían muchas personas en la calle, parecía como si estaban haciendo una procesión hasta la funeraria. Cuando llegamos a nuestro destino un mar de personas rodeaban el lugar, en ese momento me di cuenta que Palmira era un pueblo pequeño pero tenía muchos habitantes.
Mi abuela busco a su grupo de amigas camanduleras para comenzar a rezar por el alma del señor Germán, juntas esas señoras hacían mas o menos un siglo si sumaban todas sus edades. Me senté junto a ellas adentro de la funeraria, me pareció curioso que no hayan querido ver el cadáver antes de comenzar a rezar.
Una vez comenzó el primer rosario sin darme cuenta me uní en coro al grupo de las señoras camanduleras, esas mujeres rezaban como locomotoras, parecía que no respiraban, incluso llegue a imaginar que si rezar fuese un deporte ellas de seguro hubiesen sido las campeonas olímpicas.
La noche avanzó y el rezó continúo, ya para media noche la funeraria estaba quedando vacía y solo quedaban los hijos de Germán, sus amigos más cercano y el grupo de señoras.
—Aprovechemos que la gente se fue y miremos a Don Germán— propuso mi abuela.
Las señoras no esperaron dos pedidos y en fila se dispusieron a ir a ver el difunto, yo las seguí aunque a mí realmente no me gustaba ver a las personas muertas, me quedaba con esa imagen y no podía sacarla de mi cabeza durante días.
—Ay mírenlo, quedó igualito como en sus años mozos— dijo Isabella.
—La verdad que ni se nota lo que le hicieron, venga Adrián para que lo vea—ordeno mi abuela.
Sin escapatoria tuve que ver el cuerpo sin vida de Don Germán, admito que me dio poco de risa cuando lo ví, se sabía que él era un señor machista y totalmente conservador, pero en vida todo eso no le sirvió porque ese día lo maquillaron más que cuando mi abuela iba a una fiesta.
El momento incómodo paso y yo salí rápidamente de la sala de velación, me senté en la acera frente a la funeraria, pude admirar la tranquilidad de las calles empedradas de la antigua Palmira, sus faroles amarillos, el olor a humedad y sonidos de los animales nocturnos. Pero mi meditación fue interrumpida cuando paso una mujer a mi lado.
—¡Señora Tania!—exclame al reconocer a la mujer.
Pero Tania no escucho mis palabras, entró a la sala de velación y detrás de ella me fui yo, todos en la sala de velación quedaron sorprendidos, los hijos de Germán saltaron de sus asientos furiosos para tratar de golpear a la viuda.
—Ni se atrevan a tocarme malnacidos—asevero Tania mientras sacaba un puñal de su cintura.
—De verdad tienes el valor para venir al funeral del hombre que mataste— contesto Luis, el hijo mayor de Germán.
—Usted habla de valor pero no tiene los huevos bien puestos para decir la verdad— respondió Tania llena de odio.
—No la escuchen ¡esta mujer está loca!
—¿Loca? lo suficientemente loca para enamorarme de ti, dejarme convencer para matar a tu padre y huir juntos— Concluyó Tania.
En ese momento sentía que estaba formando parte de una de las telenovelas que mi abuela acostumbraba ver.
—No sabes lo que dices mujer, dame ese puñal y dejaré que te vayas— dijo Luis mientras se acercaba a Tania.
Tania sin mediar palabras apuñaló directamente a Luis en el pecho, ella de inmediato saco el puñal del cuerpo que comenzaba a caer al suelo.
—El siguiente que se me acerque le pasará lo mismo— dijo Tania.
—Piense un momento lo que está haciendo mamita, deje ese cuchillo en el suelo y si quiere se va, pero no queremos otro muerto— suplico mi abuela.
—No será necesario porque me iré al infierno juntos a estos desgraciados— Gritó mientras comenzaba a pasar el filo del puñal por su cuello.
Ni la mejor telenovela me hubiese ofrecido el mismo entretenimiento que tuve esa noche. No evite en pensar que la funeraria tendría más ingresos durante ese mes, porque en menos de un día hubieron 3 muertos en el pueblo, una cifra récord.
—Ahora no sabremos que fue lo que pasó realmente en ese trío amoroso— dijo Isabella con preocupación.
Doña Isabella no se equivocó, al sol de hoy no sabe que fue lo que sucedió en realidad, yo mientras tanto seguiré trabajando en el cementerio cuidando de los muertos, o bueno, lo que queda de ellos.
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