Era un frió invierno aquella tarde en la ciudad de Londres Inglaterra, donde la nieve blanca tapaba toda la ciudad, donde los árboles se encontraban sin hojas, y el viento gélido podía cortarte la piel, pero las mujeres siguieron poniéndose vestidos negros hasta los tobillos, y lo hombres su mejor traje. Pocos de ellos con abrigos de pieles, bufandas y guantes, abrigándose lo mas que pudieran para que aquel frío no entrara en sus cuerpos.
Todos querían lucir bien.
Era estúpido verse bien cuando se trataba de un funeral.
Las personas lloraban alrededor de la tumba, donde descansaba el joven cuerpo de un niño de once años, con cabello negro como el carbón, y la piel tan pálida como la nieve que estaba cayendo de afuera. Era estúpido que los muertos vistieran de gala, pero ahí estaba él, con un traje negro, y una rosa blanca entre sus manos sin vida.
"Tan joven", lloraban algunas, la madre de la familia se aferraba con fuerza a algunos de sus parientes mientras con su mano derecha arrugaba el pañuelo blanco. "Tan joven, y se ah ido", "tenía mucho que vivir". Todos lloraban, soltando gemidos mientras lagrimas gruesas caian por su rostro.
El padre de la familia aceptaba las manos que sus colegas estrechaban, hablaba, afligido por todo lo que sucedía. Recibiendo abrazos, fingiendo que se mantiene fuerte, ocultando sus secretos, como oculta sus lágrimas.
Las reuniones en general, tenían algo en común, todos aportaban una mascara. Ahora tocaba la máscara de la tristeza, había algunas personas que si lloraban realmente por la perdida de aquel joven, pero otras personas solamente estaban ahí para contenerlas, ya que realmente no conocían a la persona, ni tenían comunicación con la familia.
Ni se concentraron en los otros dos pequeños niños sentados en la banca, que observaban atentamente el ataúd de color café. El pequeño miraba a su hermana, y la niña solo atina en abrazarlo mientras deja un beso en su coronilla rubia para calmarlo.
Mas tarde, en el cementerio, todos estaban reunidos en el agujero de al menos tres metros, y veían como la caja marrón iba bajando, mientras que el cura daba sus plegarias y todos se ponían a rezar. Y en ese pequeño grupo de personas, se encontraban miles de secretos por descubrirse. Los secretos también era algo que se podía hablar, pues hay muchos tipos, lo que destruyen, los que ocultan cosas terribles, los secretos que es mejor evitar que salga a la luz.
Y, en el fondo del cementerio, oculto entre frondosos árboles, se encontraba alguien, quien era capaz de saber todos esos secretos. Uno de esos secretos, era que sabía quien mato realmente al joven, y no lo sentía. No sentía en absoluto haberlo matado. Y de la forma mas sínica, una sonrisa escapa de sus labios, el tipo de sonrisas que no lamentaba nada.
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¡Bienvenidos a la primera Novela de misterio!, Espero que les haya gustado
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