Me desperté a causa de una molesta respiración acelerada. No quería abrir los ojos para ver de qué se trataba. Me contenía para intentar disfrutar del único momento del día que me causaba placer -- el dormir. Sin embargo, la aceleración del ritmo de inhalaciones y exalaciones, me forzó a cambiar de opinión. Asustado, abrí los ojos.
Ahí lo vi. A ese sujeto de ochenta y ocho centímetros. Ése que me había robado el tiempo libre de mí vida. Ése que había tomado mi lugar en las caricias de mi mujer. Nisiquiera había tenido la decencia de dejarme los pechos, que tantas alegrías me habían dado. Lo miré fijo.
Levanté la vista, y me di cuenta que había pateado mis pantuflas: una estaba bajo el radiador, la otra supuse que bajo la cama, dónde tanto le gustaba dejarla. Ahí donde era imposible llegar sin tener que meterse bajo la cama. Su pequeña bicicleta había sido estacionada sobre mi pantalón, y una mancha de barro adornaba el flamante azul recién comprado hace tres días. Respiré profundo y lo volví a mirar.
Tragué saliva, lo cubrí con una pequeña manta y le di un beso en la mejilla. Me pateó sin siquiera dignarse a despertarse. Me metí bajo la sábana y dejé que el cansancio me devolviera a dónde estaba...
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