alejandro-fernandez1605485730 Alejandro Fernández

En esta clase de música, la nota final será un poco más estridente de lo esperado...


Horror For over 18 only.

#horror #cuento
Short tale
0
1.4k VIEWS
In progress
reading time
AA Share

Clase de música

Luego de una larga licencia, Alfonso iba a volver a su trabajo. Ese día coincidía también con el inicio escolar de su hijo en otra ciudad. Desde la muerte de su esposa, ambos habían quedado como dos nómadas que no se decidían a echar raíces en ningún lado. Nicolás se aburría de todo y su padre se cansaba. Ambos siempre estuvieron de acuerdo que cambiar de lugar era el remedio necesario. Afuera el viento de invierno esperaba a los pobres diablos que creían que todo tipo de abrigo podía protegerlos. Dicen que el loco ha vuelto a asesinar a otro niño —comentó Nicolás mientras leía el periódico sentado en el sillón frente al televisor prendido—. Con el mismo tipo de bala y la misma arma, según los peritos. Alfonso se estaba abotonando su saco a cuadrillé mientras meneaba la cabeza de un lado a otro. Es una vergüenza que no lo puedan atrapar después de cinco muertes en lugares más o menos similares. Eso demuestra, hijo, cómo trabaja nuestra justicia. Todo el sistema es una mierda. Una risa empezó en Nicolás y enseguida contagió a su padre. Nicolás siempre reía cuando su padre usaba palabras soeces y a Alfonso le divertía decirlas de vez en cuando.


El timbre sonó. Era mediodía, el momento en que las personas se sentaban a comer o se preparaban como él para ir a trabajar o llevar a sus hijos al colegio. Alfonso abrió y una mujer regordeta con el pelo abultado y recogido como en los años sesenta sonreía de oreja a oreja del otro lado. Alfonso pensó que había quedado paralizada. Buenos días, señor Alfonso, lo prometido cumplido. Y le extendió a Alfonso una bolsa repleta de higos. Ayer había venido saludar como buena vecina y como regalo de bienvenida le había prometido una bolsa de jugosos y frescos higos como no encontrará otros. Alfonso sólo le había dicho gracias y ahora asentía mirando la bolsa. ¿Quién es papá?, gritó Nicolás. Alfonso miró a su vecina, le dio las gracias y cerró la puerta en sus narices. Exactamente del modo en que se había despedido ayer. Pensó que no había sabido captar la indirecta. Sólo la vieja de ayer, con sus deliciosos higos… respondió Alfonso.


¡Tortas, pan, bizcochoooos…! Al momento de oír el anuncio del vendedor, Alfonso salió al exterior para llamarlo. El vendedor se acercó con su bicicleta, y descubriendo la gran canasta para que el cliente viera la mercadería, saludó con una inclinación de cabeza. «¡Nico!» —gritó. «¿Qué pasa?» —preguntó su hijo cómodamente desde el sillón. «¿No quieres una torta rusa?». «Sólo si tiene crema debajo del azúcar». «Por supuesto— Alfonso miró al vendedor—, sólo si tiene crema debajo del azúcar». Y sí tenía. El vendedor agradeció el cambio y se despidió con un hasta luego que tenía el peso de una promesa.


¿Estás listo?, le preguntó a su hijo mientras se echaba al hombro la correa de su estuche de guitarra y tomaba luego su maletín. Sí, ésta es la última vez que nos mudamos, papá, aseguró Nicolás. Sólo si vos lo decís, Nico. Los dos subieron al auto que rápidamente enfiló hacia la escuela. Su hijo iría al mismo curso en el que enseñaría su padre. Alfonso le enseñaba variados ritmos del mundo a chicos que sólo conocían algo de pop, rap y otras variantes de ritmos latinos, populares entre los niños de su edad. Podía ver que desde el comienzo todo iba a fracasar. Lo leía en sus miradas desprovistas de interés, en sus bostezos constantes, en sus conversaciones ajenas a todo, en su inmersión en la pantalla del celular. Pero no había pasado mucho desde que había cambiado su método. Había encontrado algo que los iba a mantener atentos como si lo único que existiese en el mundo fuese esa melodía, esa armonía de sonidos particularmente seleccionados por él para arrebatarlos de la mediocridad. Y hoy la iba a utilizar en una nueva escuela. Nicolás ya había visto trabajar a su padre, así que ya sabía que se traía entre manos. Incluso tenía pensado colaborar con él, como en ocasiones anteriores. Después de este día, toda la escuela hablará de ti, otra vez, dijo Nicolás mientras miraba por la ventana el humo y el encogimiento de las cabezas de las personas dentro de sus bufandas o camperas. No lo hago por la fama, todo sea para darle una lección digna a tus nuevos compañeros. El estéreo del auto anunciaba probables lluvias por la noche y en las noticias, el testimonio de uno de los compañeros del último adolescente asesinado por el loco reveló que Damián le había contado minutos antes de morir, que conocía la voz de quien le había quitado la vida, pero… Alfonso cambió de emisora. Ahora sonaba, I don’t care anymore de Phil Collins. ¿Crees que lo atrapen?, la pregunta de Nico fue casual, como si manifestarla sólo fuese una exhalación más de sus pulmones. Creo que sí, a la larga casi siempre es así. Alfonso se rascó la mejilla detrás de la tupida barba. Últimamente le incomodaba y cuando veía su rasuradora, estaba tentado de arrasar con todo el bosque pero se decía que todavía no. Iba a ser su look de invierno.


El salón de clases estaba repleto de chicos y chicas gritando, empujándose, burlándose y todo el consabido repertorio de expresiones que un docente podía prever sin inmutarse. Cuando Alfonso entró, precedido de Nicolás, sólo la mitad del curso tomó asiento. Para el resto nada había cambiado. Nicolás caminó entre los bancos de sus nuevos compañeros. No había bancos libres, así que se quedó parado en medio de los últimos pupitres de dos bancos. Alfonso esperó a que los más alborotadores se percataran de su presencia y ocuparan sus lugares. Alfonso dio las buenas tardes. El curso le correspondió el saludo. Luego pasó la lista que sacó de su maletín. Cuando llegó a Perazzo, Gonzalo, Alfonso se detuvo. Llevó la mirada al final del salón y vio que su hijo caminó hasta detenerse junto al niño que había dicho presente. Era el segundo de la fila a la izquierda de Nicolás. Alfonso dejó su lista sobre el escritorio. La clase alternaba su mirada desde donde estaban Perazzo y Nicolás hacia Alfonso. Éste deslizó el cierre de su estuche de guitarra. Muy bien —asintió mientras miraba el interior de su estuche— la clase de hoy será corta chicos. ¿Quién de ustedes puede decirme a qué tipo de instrumentos corresponde este sonido? Lo que sacó de su estuche no fue una guitarra. La respiración se cortó en el cuerpo de todos. El silencio dominó cuando Alfonso sacó una metralleta, se acercó a Perazzo, Gustavo y descargo todo el cartucho en su menudo cuerpo hasta que éste quedó hecho un salpicón de carne amorfo en el salón de clases.


El loco se suicidó sólo después de su último asesinato. Esta vez la víctima fue un chico de trece años que murió salvajemente acribillado frente a sus compañeros de curso. El asesino usó un AK-47… El nombre del criminal era Alfonso Nolte, profesor de música que había quedado viudo hacía tres años, y padre del difunto Nicolás Nolte, encontrado muerto en un arroyo, brutalmente golpeado por un grupo de adolescentes desconocidos hace un año y medio. (La Nueva Actualidad, 2014 p. 2).

Nov. 20, 2020, 2:08 a.m. 0 Report Embed Follow story
0
To be continued...

Meet the author

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~