yara_zasa Yara Zasa

Elián Dickens es un chico de 17 años que está en la etapa más dura de su vida; acaba de perder a su madre y a su hermano en un accidente automovilístico donde el conductor era él. Se culpa por la muerte de ambos, ha caído en una depresión que parece ser cada vez más honda. Él necesita ayuda, pero no quiere recibirla. Siente que merece todo el dolor posible. En su primer día de clases después de un par de meses sin asistir, le sucede algo extraordinario, una chica de su misma edad se presenta de una manera rara ante él, ella asegura que ha sido creada con el propósito de ayudarlo a salir de su depresión, dice ser una “PDTL”. A partir de ahí, juntos comenzaran un peculiar trayecto en el que las emociones y sentimientos juegan un papel importante que definirá su futuro.


Romance Young Adult Romance All public.

#amor #fantasia #dolor #aventura
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Capítulo 1

Elián escuchaba los alardeos de su padre, “pórtate bien”, “sal y diviértete”, “no te quedes encerrado todos los días”. Se lo repetía minutos antes de irse de viaje por negocios del trabajo junto a su nueva y joven esposa. A Elián no le importaba si se iban por un año y lo dejaban solo, le era indiferente, no esperaba nada de su padre.


Abrió la caja de cereal y se sirvió con una lentitud intencional para exasperar a su padre, ya que a ese señor le irritaba ver a alguien hacer algo con extrema calma y lentitud porque se la pasaba carrereando su vida como si no pudiera detenerse ni un momento a respirar. Pero, en fin, Elián era todo lo contrario a su progenitor.


Mientras su padre le repetía por enésima vez las indicaciones para cuidarse, él lo ignoraba mientras comía su cereal, y asentía cada cierto tiempo para darle a entender que sí lo estaba escuchando cuando lo cierto era que no.


El señor Luis, se despidió de Elián y, de la mano de su joven esposa, abandonó la mansión Dickens, dejando a su hijo con la única compañía de la servidumbre.


Elián terminó su desayuno, y bostezando subió las infinitas escaleras para dirigirse a su habitación y cambiarse el pijama por el uniforme del colegio.


Fue al baño y se ajustó con cuidado la venda que protegía sus costillas, aún tenía hematomas en su abdomen que parecían no querer desaparecer para recordarle todos los días lo que había hecho. Su costilla fracturada estaba casi sana, había tomado todo el reposo necesario, pero aún le dolía con ciertos movimientos, por lo que seguía vendándola sin presionar demasiado. Se lavó la cara con agua helada para despertarse. Y procedió a ponerse el uniforme emblemático del colegio.


Se miró en el espejo, mientras se ajustaba la incómoda corbata que tanto detestaba, sus ojos negros parecían más profundos con esas ojeras que cargaba debajo de ellos y que, destacaban sobre su piel pálida. Estaba cansado. No sólo físicamente, sino también emocionalmente, sin embargo, él ignoraba todo el dolor que lo estaba matando por refundirlo en su interior.


Soltó un suspiro, tomó su mochila y salió con rumbo al colegio. Era su primer día de clases después de dos meses que estuvo ausente, pero ya no podía faltar más tiempo porque su padre lo estaba presionando.


Llegó al instituto y bajó de la camioneta sin despedirse del chofer que lo miraba con preocupación.


Había adolescentes por doquier, los bullicios molestaban a Elián, haciéndole soltar un bufido. Recorrió los pasillos abarrotados de estudiantes, abrió la puerta del salón y de inmediato todos guardaron silencio al verlo, la sorpresa de sus compañeros era más que notoria, otros lo miraban con lastima, Elián pasó de alto todo eso y se sentó en la fila de atrás en silencio, sin hacer contacto con nadie, las miradas indiscretas que le dedicaban los demás lo estaban fastidiando, pero no les dijo nada.


Los murmuros no se hicieron de esperar, pero fueron callados por el maestro que recién entraba.


Al terminar la clase, todos salieron con prisa por ir a su descanso y almorzar. Pero Elián se quedó, sacó un libro y se puso a leer entre la tranquilidad del silencio como única compañía.


Sus pensamientos estaban en todo y a la vez en nada, abrumándolo, no podía concentrarse. Cerró el libro con fuerza, y se llevó la mano a la frente, haciendo una mueca ante el dolor agudo de su cabeza. Llevaba semanas con esa migraña provocándole mareos y palpitaciones.


Soltó una maldición cuando el dolor se intensificó. En ese momento entró el consejero escolar, y se acercó.


—Hola, Elián.


Él alzó la vista recelosamente, y bajó la mano de su frente, mientras su semblante estaba inexpresivo ante el consejero John que había venido a irritar con preguntas personales que Elián no estaba dispuesto a contestar. No quería que nadie la hiciera de su psicólogo, o mostrara pena y lastima por él.

Elián no quería ayuda.


—¿Cómo te encuentras? —le preguntó John, sentándose en el pupitre junto al chico.


—Bien —contestó secamente.


—¿Te está yendo bien hoy? —prosiguió el consejero, mostrándose amable y comprensivo.


—Sí —cortó Elián sin decir más, miraba a John con un recelo intimidante, su semblante duro demostraba que no quería que le siguiera interrogando. Pero el señor John no se rindió, estaba siendo paciente porque sabía que ese chico lo necesitaba, a pesar de su tono gélido y hostil.


—¿Cómo está tu padre?


—Pregúnteselo a él —masculló Elián, dejó de mirar a John y volvió a abrir su libro para ignorarlo, y ver si así se iba de una vez por todas.


—Escucha, Elián, sé que estás pasando una etapa difícil, pero…


—No necesito que me dé terapia o frases motivacionales, ahórreselas, por favor —lo interrumpió, y aunque no alzó la voz ni se mostró alterado, sus palabras habían callado abruptamente al consejero—. Estoy bien —agregó al último.


John analizó por unos largos minutos a Elián, luego asintió.


—Entiendo, quieres estar solo —suspiró, levantándose—. Si necesitas algo, puedes ir a mi oficina en cualquier momento, ahí estaré, ¿de acuerdo?


Elián sólo asintió, sin mirarlo. El hombre salió finalmente del salón, dejándolo nuevamente solo.


Una vez acabado el descanso, volvieron a entrar los estudiantes, y se retomaron las clases, Elián no ponía atención en ninguna, sólo miraba por la ventana como la llovizna colocaba el día gris, sombrío y frío, tornando el ambiente melancólico. De vez en cuando miraba el reloj de su muñeca, detestaba el tiempo, siempre parecía ir en contra de él, reflexionaba como un pequeño sistema controlaba al mundo entero.


Cuando terminó la jornada, esperó a que todos se fueran para que pudiera salir sin percances, guardaba sus cosas lentamente.


En todas esas horas de escuela evitó a todos, y funcionó, a pesar de que murmuraban y le echaban a cada rato miradas de lastima y de curiosidad, logró ignorarlas y no alterarse. Algunos quisieron acercarse a él, pero era suficiente con el semblante serio de Elián para que se retiraran. Antes él no tenía amigos, siempre fue muy reservado, pero sí conversaba de vez en cuando con algunos compañeros, ahora ni eso podía hacer, no tenía ganas ni ánimos, y menos sabiendo que iban a estar de metiches por morbo.


Salió del salón, caminó por los pasillos, y antes de salir llamó al chofer para decirle que no viniera a recogerlo, el señor Barry no muy convencido acató la orden del joven.


La llovizna no había cesado, pero a Elián no le importó mojarse. Caminó tranquilamente por las calles en las que pasaban muy pocas personas corriendo con la intención de no mojarse.


Cargaba su mochila en un solo hombro, traía las manos en los bolsillos de su pantalón negro. Sus cabellos mojados se le pegaban en la frente. No le importaba coger un resfriado.


Duró media hora así, la lluvia ya se había detenido, las calles estaban mojadas, y había charcos por doquier, el helado viento zumbaba revoloteando las hojas de los árboles.


Miró el panorama, ya estaba muy alejado de su zona, no quería tomar un autobús, así que tomó emprendida de regreso, él quería seguir alejándose, pero había un hilo que lo halaba de regreso porque no se puede huir de la soledad y penumbra que le esperaba en casa.


Con la mirada gacha, continuó su paso a casa, pero, cuando divisó por el rabillo del ojo que alguien lo acompañaba al mismo ritmo de su caminata, se detuvo abruptamente.


Giró la cabeza y encontró a una chica con sonrisa maniática justo a su lado, muy cerca invadiendo su espacio personal.


“Parece sacada de un manicomio”, pensó, confundido por su terrible aspecto.


Enarcó una ceja y miró a la chiquilla que parecía de su edad, la examinó, su cabello color castaño estaba alborotado, parecía un nido de pájaros, sus mejillas estaban llenas de tierra, no era muy alta, por decir nada, sus ojos eran de un color algo extraño para él, eran una mezcla de verde y café, pero también con un toque dorado, bastante raros. Y tenía una sonrisa de oreja a oreja plantada en el rostro, en ese estado daba desconfianza. Su atuendo era aún peor, Elián notó que iba descalza, y lo único que traía puesto era un vestido blanco mugriento y roto que le llegaba más abajo de las rodillas.


Él mostró genuino recelo a aquella chica que parecía haberse escapado de un loquero. Esperó a que dijera algo, pero la chica no emitió sonido alguno. Tan sólo le sonreía con júbilo. Al no recibir palabra, el adolescente decidió continuar con su camino y trató de ignorar a esa chiquilla rara. Pero ella le siguió, haciéndole volver a detener.


Hastiado y desconfiado, Elián se volvió a ella y la miró con molestia.


—¿Por qué me sigues? —soltó, claramente enfadado con aquella chica que lo seguía cual acosadora.


Ella sólo lo miró como si fuese la persona más extraordinaria que hubiese visto en su vida.


Elián tronó sus dedos en la cara de la chica, hasta que esta pareció reaccionar y miró su mano con curiosidad, luego hizo algo que dejó aún más extrañado al chico.


Ella extendió su mano a la cara de él y antes de que este pudiera retroceder, la chica repitió la misma acción que Elián había hecho minutos atrás: tronó sus dedos.


Elián frunció el ceño, y apartó su mano.


—¿Cómo te llamas? —vociferó hacia ella—. ¿Por qué estás en ese estado? —Señaló su vestimenta.


La chica, sin dejar de sonreír, inesperadamente le extendió un papel pequeño cortado. Él dudó en si tomarlo o no, ni siquiera vio en un inicio ese papel en su mano izquierda.


Se decidió por tomarlo, miró a la chica extraña y posteriormente se puso a leer el pedazo de papel que decía apenas entendible:


Para activar a tu PDTL, diga en voz alta: Voíthisé me.


—¿PDTL? —soltó en voz alta Elián, sin entender qué significaba esa palabra y qué quería decir ese mensaje absurdo—. ¿Voíthisé me? ¿Qué diablos es eso?


En ese instante, el trozo de papel que tenía Elián en la mano, fue desapareciendo como si el papel se estuviera autodestruyendo con fuego y dejando tan sólo cenizas.


Elián miró pasmado su mano en la que quedaban apenas boronas de lo que alguna vez fue un mensaje.


—Qué mier…


—¡Al fin!


Aún atónito, él subió lentamente la mirada ante una voz aguda que provenía de esa chica.


—¡Hola, Elián! —gritó ella, a pesar de que se encontraban frente a frente—. ¡Soy tu PDTL designada!

Nov. 19, 2020, 7:26 p.m. 0 Report Embed Follow story
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