lotusvowmoon Kimberly García kevinpin Kevin Roberto Pin Baque jessy1999 Jessica Urrea

¿Por qué las mujeres no pueden ir a la guerra? Dhalia vive un mundo donde los hombres reinan en todos los aspectos y, aunque es una princesa esta cansada de ser princesa. Descubre esta historia corta donde Dhalia Haraldsen, les enseña a todos que las mujeres también pueden hacer lo mismo que los hombres y de paso a ver si encuentra su caballero especial. Historia escrita para el reto "El Drama Triple" de la Copa de Autores 2020. Todos los derechos de los tres autores son reservados.


Drama Not for children under 13. © Todos los Derechos Reservados

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Capítulo 1

Dhalia Haraldsen Ragnarsson, en ese tiempo con un solo nombre ¿Para qué necesitaba otro adicional? Se preguntaba ¿por qué debía mantener el recato siempre que los hombres del rey visitaban a su padre?

El padre de Dalia el Lord Pelayo Haraldsen, era un hombre amable, de allí el hecho de que su hija fuera una chica totalmente incontrolable, en tiempos tan trágicos y miserables como la edad media.

Nunca insistía demasiado, tampoco le gritaba y solía ser muy permisivo con ella. Dhalia se acomodó la saya que la hacia sentir incomoda, ella seguía prefiriendo meterse mil veces en la armadura de su padre que en su saya.

Tan estrambóticas, con las mangas largas, y unos colores insípidos y otros demasiado coloridos para su propio gusto. Dhalia a menudo solía suspirar, odiaba el encierro en su casa porque no le gustaba mantenerse esperanzada a que su padre volviera de cada viaje, de cada batalla, de cada guerra, sin siquiera saber si regresaría vivo.

Ella podría decir que lo tenía todo y sin embargo, sentía que no tenía nada, su madre a menudo solía preocuparse cuando Dhalia corría lejos de la casa para irse a jugar con los niños de la calle sin saber que le harían, completamente disfrazada de hombre.

Hasta que creció y junto con eso también sus pechos y sus curvas pronunciadas.

Dhalia tenía un extraño color rojo en su cabello, como si estuviera combinado con castaño y amarillo. A ella no le importaba mucho que ser burlaran de ella, de hecho parecía más como un pequeño marimacho cuando era pequeña, claro que para esos tiempos no había la palabra "marimacho" si no más bien los "raros" o desubicados.

—Quiero entrar a la guardia real.

Su propuesta fue simple, pero esa cosita tan pequeña fue capaz de armar revuelo en toda la cada del Lord Haraldsen. Dalila había escuchado lo que su hija había dicho.

Una petición absurda ciertamente.

Pero Dalila ya sabía de por si, que cuando su hija quería algo no había manera de quitárselo de la cabeza, así que después de un tiempo Dalila solamente se rindió. La hija era igual que el padre y la mujer se lamentaba todos los años por no haberla parido como hombre.

Ella amaba a la mujercita, pero sinceramente aunque Dalila solo había parido una hija, había sido como criar cien niños juntos. Dhalia incluso tenía destrezas usando la espada y de alguna manera siempre conseguía entrar en la armadura de su padre.

—Madre ¿Qué tiene de malo?— su pregunta fue como si realmente no hubiera nada malo alrededor de su idea de entrar como soldado de la Guardia Real. En tiempos tan discriminatorios y tan poco seguros para señoritas de su edad.

A los veinte años ya estaba pensando en ser soldado en vez de enamorarse como cualquier muchacha normal, incluso ella tenía la facilidad de que su padre la amaba tanto que jamás la obligaría a casarse con alguien que no amaba y su madre sencillamente no entendía por qué la muchacha tenía que ser así.

Sin embargo, de todas maneras intentaría razonar con ella, aunque fuera en vano.

—Dhalia querida, entiende que eso no es posible ¿quieres que tu padre y yo estemos mal? ¿sabes la preocupación que tendremos?¿cómo harás para convencer a tu padre?— Ella intentó con la única opción que a ratos hacia que Dhalia fuera capaz de retroceder ante sus deseos, la manipulación. Pero debería haber sabido de antemano que eso no iba a funcionar. Al menos no esta vez.

—Buen intento madre. Pero no esta funcionando, aprecio tu preocupación, y no, no quiero que tu y padre estén mal, se que estarán preocupados los dos si me voy, esperaba que pudieras ayudarme a convencer a papá. Pero, ¿sabes? ¿preferirías que tu hija viviera una vida, que no siente que sea suya a que viva feliz y sin arrepentimientos? — Dhalia agarró los vuelos de su saya (es como un vestido de la época medieval) y corrió descalza tras su madre que se estaba sumergiendo en la cocina. Puso ojos de cachorro y acomodó los chorros rojos escapándose del peinado estrepitoso en su cabeza.

Si de alguien había aprendido el arte de la manipulación Dhalia, era de su madre. Incluso la había superado.

Dalila suspiró rendida, ella sabía que no podría ganar ninguna batalla contra su hija, se dedicaba a ganarle batallas a su esposo y es por eso que Dhalia había aprovechado para pedirle el pequeño favor.

La chica más joven se lamentó cuando antes de poder escuchar una respuesta por parte de su madre, se escucho un martilleo constante en el suelo; más parecido al sonido del trotar de los cabellos sobre la tierra.

Su padre había llegado y fue la primera en correr, sin importar si estaba descalza o que su peinado se descompusiera, las criadas de la casa corrían tras de ella con decoro y su madre también con preocupación.

Cipriano Haraldsen bajó de su caballo sin apresurarse, ni bien lo dejó ir sintió su cuello ser ahorcado y una fragancia a flores silvestres incomparables. Su hija, la extraña Dhalia Harldsen.

—Papá — La señorita recobró la compostura tras ver la cara seria de su padre mirarla con severidad, esperando un castigo tras su comportamiento. Su padre la miró de pies a cabeza, a pesar de tener las sayas más finas puestas y tener otras más finas en su armario Dhalia se veía desaliñada, su cabello estaba alborotado y su padre también alcanzó a ver las medias agujereadas que adornaban sus talones.

Él solo le dio una sonrisa cómplice a su hija y no le importó que los guardias y las sirvientas los vieran siendo cariñosos, Dhalia saltó a los brazos del fornido y apuesto hombre y miró la cicatriz en su rostro.

—Padre ¿qué te ha sucedido? — Dhalia lo miró preocupada aún en los brazos del hombre que aunque no pasaba mucho tiempo en casa la hacia sentirse protegida.

—Nada de lo que tengas que preocuparte querida, una pequeña herida de guerra — Dalila apareció en la escena tirando la franela con la que anteriormente había estado agarrando las ollas calientes a un lado.

—¿Otra vez? — susurró contra los labios de su esposo cuando se había acercado a recibir a su esposo y había visto la cicatriz.

—Es pequeña cariño. Nada de que preocuparse. — Cipriano sonrió un tanto asustado de la furia de su esposa y todo el mundo se preguntaba como en tiempos tan caóticos Cipriano era un hombre bastante sumiso con su familia.

—Sabes bien que no me refería a eso, ¿otra vez están en guerra? — Dalila al igual que su hija no era capaz de callar sobre nada, ni si quiera sobre eso al respecto, Cipriano había dado total libertad sobre esos temas en la casa y más con sus dos mujeres favoritas.

—Se llaman cruzadas amorcito. Ustedes dos, ¿ya están empezando con el interrogatorio tan temprano? ¿No tengo ni si quiera permitido pasar a descansar un rato? — Las dos mujeres se miraron y se arrepintieron de ser tan impulsivas, cada una se colgó de un brazo del hombre y escucharon los relatos que el hombre tenía para contarles.

Las cruzadas que se estaban llevando a cabo, cada vez eran más intensas, los territorios estaban siendo disputados, una guerra de poder estaba puesta en acción. Las mujeres habían visto el costado del torso de Cipriano, sangrante y agonizante, como si hubiera ocurrido recientemente.

Y por obvias razones ellas no preguntaron, así como también por obvias razones Cipriano no emitió comentarios al respecto.

Llegada la noche y el tiempo de cena en familia Dalila se había olvidado por completo de la petición egoísta y extasiante de Dhalia y su intromisión saltó de repente sobre la mesa y con precisión sobre su padre recayeron las palabras.

—Padre, quiero entrar a la guardia real.

El hombre se atragantó con el filete de carne que había tocado anteriormente en su tenedor y tuvo que correr al algún lugar de la casa donde podría botar el fluido asquiento de su boca que estaba dispuesto a pasar por garganta y aterrizar en el suelo con intenciones de no regresar a su estomagó.

Dalila miró con reproche a su hija que se mantenía con los mangos de los cubiertos apoyados en la mesa intentando mantener la seriedad sobre el asunto que le convenía.

Cipriano regresó a la mesa y Dhalia pudo observar su frente arrugada, claramente ahora sí estaba serio.

—No. Esa es mi última palabra.

Cipriano muchas de las veces anteriores, habría dejado que su hija explicara las razones vinculadas a su decisión por la que estaba queriendo algo como eso. Cipriano sentía que tenía el derecho, pues él le había dado muchas cosas en su vida y no le había negado casi nada.

Tenía derecho a negarse de manera inadvertida e inoportuna. Cipriano raras veces se enojaba y raras veces decía que no.

—¿Por qué? — Comenzó Dhalia a sabiendas que cuando su padre se enojaba, no podría ganar ni obtener lo que quisiera.

— Ni lo intentas Dhalia, no esta a discusión.

Su padre no emitió un grito, pero ya se encontraba al borde de los limites establecidos.

— Pero padre.


Nov. 17, 2020, 2:54 a.m. 0 Report Embed Follow story
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