jupiter_,kn Keim

Según todo lo que Elizabeth había leído de Coldwood, ésta no era nada más que una ciudad de Inglaterra, repleta de antigüedades y rodeada de bosques y montañas. Coldwood, para Elizabeth, era la ciudad más pequeña y más calmada en todo el mundo. Según todo lo que Grey había leído de Coldwood, ésta era llamada Ciudad de Cenizas, cada edificio, calle o monumento era creado con la cenizas y huesos de los Nephilim que morían durante la caza. Ciudad de cenizas, para Grey, era la verdadera boca del lobo, un lugar repleto de demonios y criaturas, y mundanos indefensos para alimentarse.


Fantasy Dark Fantasy Not for children under 13.

#hadas #brujas #vampiros #hombres-lobo #328
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Noche de demonios

ɪɴɢʟᴀᴛᴇʀʀᴀ, ᴄᴏʟᴅᴡᴏᴏᴅ
1 ᴅᴇ ᴅɪᴄɪᴇᴍʙʀᴇ, 2014
8:34 ᴘᴍ

  1. Era la noche perfecta para un asesinato, claro está que Grey no pensaba matar a nadie, no completamente, por lo menos.

Las almas -cubiertas de esa piel mundana que usaban de caparazón- se extendían frente suyo, como las llamas de las velas en medio de un camino oscuro y eterno.

La Niebla era espesa esa noche como si supiera de antemano sus intenciones. Las luces de neón en toda la cuadra, y toda aquella neblina acumulada, hacían ver un brillo siniestro y opaco en la calle, como si toda la cuadra contuviera la respiración.

Mejor aún, como si toda Coldwood contuviera la respiración.

El primer mundano salió alrededor de las doce. Grey lo observó fijamente, arrodillado entre un auto y un muro, esperando el momento indicado para acecharlo. Era un adolescente, borracho y perdido. Salió de aquel viejo edificio bañado de una luz espectral. El cartel de neón estaba sobre la entrada (una pequeña puerta de metal negro) y mostraba sólo una palabra en tonos azules y esmeraldas, con una tipografía cursiva y elegante.

𝒞𝓁𝓊𝒷 𝒜𝓅ℴ𝒸𝒶𝓁𝒾𝓅𝓈𝒾𝓈

El mundano se deslizó a trompicones por la acera, tarareando con su voz ronca por el alcohol una versión espantosa del intro de Pokémon.

Entre las capas y capas de piel, Grey vislumbró el alma: una llama de fuego fatuo, dansante en la oscuridad. La farola que iluminaba la cuadra parpadeó, como haciendo una despedida al pobre chico.


Por el rabillo del ojo algo más se movio en la oscuridad, y Grey suspiró resignado. Esa alma no sería suya, lamentablemente.

Antes de que pudiera parpadear, una sombra se cernió sobre el chico con un aullido espantoso. Una figura de pelaje oscuro, con colmillos y garras curtidas. Lo último que vio el chico fue a la bestia rasgar su cuerpo y jalarlo hacia las sombras. Desapareció entre gritos y crujidos.

Grey no se inmutó. Los Perros Malditos siempre se llevaban las primeras presas. Eran impulsivos, y su desgarre del alma era tan brutal que ni siquiera Grey conocía a alguien que pudiera superar eso (y vaya que Grey conocía a varias personas realmente crueles). Habían nacido como perros comunes, callejeros, más que nada, pero en algún momento de sus vidas comieron de los restos o la sangre demoníaca que quedaba después de las matanzas provocadas por los Nephilim y terminaban convirtiéndose en eso.

Tuvo que volver a esperar.

Hizo un rápido registro del terreno y sonrió complacido al notar que estaba limpio. No había ni un demonio fuera de aquel edificio, sin embargo, dentro, no era imposible oír la locura de la fiesta demoníaca. Las voces y la música salían ahogadas por las paredes de cemento, las luces se vislumbraban por debajo de la puerta. Azul, rojo, verde...

La segunda presa saltó fuera dando traspiés y sujetándose de las paredes para sostenerse. Una figura delgadisima con un vestido cortísimo y zapatos de una talla más pequeños, vete a saber porque.

No era del tipo de Grey, pero, ¿qué más daba? Se moría de ansias por consumir su alma. El fuego fatuo se veía danzante en su cuerpo, incitándolo a acercarse. El Perro Maldito que le entorpecía el camino ya tenía a su presa, ahora era su turno de conseguir la suya, y, viendo lo borracha que estaba la muchacha, no iba a resultar nada difícil arrastrarla a, digamos, un callejón o un edificio abandonado de aquella zona.

Así era Coldwood, abandonado y peligroso. Una bestia oculta en la Niebla.

La mundana maldijo y dejó tirados los zapatos mientras avanzaba hacia la calle del otro lado. Grey se deslizó fuera de su escondite y se ocultó cerca de ella, en una pared mugrienta llena de grietas, como todo allí, que era viejo y destartalado.

Había leído antes la historia de aquella ciudad, en un libro viejisimo y bien oculto entre los tomos de un Grimorio común en la biblioteca de la Casa Oscura. Aún le costaba creer que aquellas paredes, aquellas calles y todo lo sólido en Coldwood fuera echo de cenizas. Cenizas y almas de Nephilim que morían y eran enterrados allí. La ciudad parecía ir en retroceso. Cada año veía como los edificios destartalados parecían cada vez más sólidos, con las grietas más cerrada y un nuevo ladrillo formando su estructura. Habían tantos rascacielos, iglesias y mansiones (la mayoría de estas construcciones abandonadas) que lo complacía deducir que era a causa de millones de muertes de Nephilims a lo largo de los años.

Siguió a la muchacha todo el trayecto, ignorando los quejidos y gruñidos proveniente de otros callejones, y a los demonios que habían conseguido su presa mundana y jugaban con ellas en la oscuridad.

La chica apoyó la espalda de una pared y alzó la cara al cielo. El sudor frío de la noche se deslizaba por su nuca. Su pecho subía con cada respiración. No había duda de que había recibido una buena porción de droga en aquel lugar, lo hacían con todos los mundanos que entraban allí; para adormecerlos. Grey sabía que se desmayaria en cualquier momento, lo que le permitió esperar un poco más.

Ya habían dejado muy atrás el Apocalipsis. El callejón se volvía más oscuro adelante, si ella hubiese ido por el otro lado habrían salido en la avenida principal, donde aun podían oírse los autos con sus luces por la carretera.

La mundana se deslizó por la pared hasta quedar sentada en el suelo, con la cabeza colgando como una muñeca y sus piernas desparramadas en la acera. Grey dejó de ocultarse y se acercó con cuidado. Con la punta del pie le movió una pierna. Ella no se inmutó.

La sujetó de los delgados brazos y la arrastró sin nada de cuidado hasta el callejón, la dejó caer en el suelo y se arrodilló a su lado, sacándose los guantes y guardándolos en su bolsillo. Deslizó la mano desnuda por el estómago de la muchacha, sintiendo la calidez humana que la invadía.

Ella meneó la cabeza, murmurando en la inconsciencia, y Grey se inclinó hasta que su nariz tocó su mejilla rosada por el alcohol.

El olor que poseían los humanos era casi siempre el mismo. Ella olía a perfume y sudor. Grey no sabía nada de perfumes, pero no necesitaba ser un experto para oler la mala calidad del producto.

Se acomodó a horcajadas sobre su estómago, sin alejar sus rostros y se inclinó hasta su boca...

Un gruñido, desde el fondo del callejón, lo hizo alzar la vista. Justo en frente de él, a dos o tres metros, había un perro. Desde luego no era un perro común, pero ni siquiera era un Perro Maldito. Sus ojos negros resultaban humanos, aunque igualmente amenazantes. Era del doble de tamaño de un perro común, y doblemente rabioso, también.. Su pelaje ébano estaba erizado, sus patas preparadas para saltar sobre él. El gruñido se hizo más fuerte en su garganta y mostraba los largos dientes como amenaza.

-Lindo perrito -murmuró, obviamente era una mentira lo de lindo, y lo de perrito... ni siquiera se le podía llamar a eso un perro.

Grey se enderezó con lentitud, a medida que aquel perro se acercaba con paso cauteloso. Había una irá genuina en sus ojos.

La mundana se removió, pero Grey no apartó los ojos del perro.

Con todo el cuidado posible, se levantó, con sus manos al frente para apaciguar al animal, aunque dudaba que eso funcionara. Podía reconocer el instinto asesino en cuanto lo miraba, y ese perro era todo un saco de rabia hacia su persona.

Entonces, hizo lo que cualquier demonio cuerdo haría. Se echó a correr.

El perro ladró a sus espaldas de forma estridente, pero Grey tenía controlada la situación. Cruzó el callejón, y se lanzó de lleno contra la pared, sumergiéndose en las sombras.


Demonios, pensó Elizabeth.

El grupo de motorizados pareció olfatear el aire y algunos se volvieron hacia ella, por un momento sus ojos se convirtieron en un rojo brillante. Elizabeth sintió sus piernas temblar y ahogó un grito.

Hasta esa noche, si alguien le hubiese hablado sobre los demonios ella se hubiese reído en su cara. Pero no en ese momento, no cuando estaba viendo con sus propios ojos como a unos tipos le brillaban los ojos.

Ya había sido un día raro, de todos modos. Pero entonces sólo le vino a la cabeza esa posibilidad. Demonios, o, por lo menos, la mayoría de los que había visto eran como demonios.

Había sido su propia culpa acabar así. Había agregado esa tarea a su agenda, y le gustaba seguir su agenda al pie de la letra.

Entonces había agregado esa última linea antes de Ir a dormir mis ocho horas, que era algo como Salir escondida de la habitación para acercarme al club misterioso.

El lugar la había atraído de sobremanera. Con Berkley, habían tomado un atajo después de pasar unas horas en Sophie con sus compañeros de clase y el lugar se veía tan atractivo para ella que la tentaba a entrar, o, por lo menos, husmear por una ventana. No había logrado su objetivo, porque, apenas vio el cartel de Apocalipsis, los motorizados habían llegado y se había quedado mirándola.

Terminó de cruzar la carretera, no pasaban muchos autos, y no se veía ningún taxi cerca a esas horas. Caminó a toda prisa por la calle sin atreverse a volver la cabeza, no llegó muy lejos cuando escuchó los motores de las motocicletas.

Aceleró el paso y cruzó en una esquina, y entonces paró en seco. Fue como si una ráfaga de viento penetrara el espacio frente a ella y sólo vio por el rabillo del ojo el reflejo de algo que pasó zumbando cerca de su oreja, algo largo y negro. Se volvió a tiempo para ver aquella cosa clavarse en el cuello de uno de los motorizados, la moto perdió el control y avanzó en zigzag hasta chocar con una verja metálica a unos metros de ella.

Las otras cuatro motos se detuvieron y los dueños miraron a su compañero echando humo contra la verja rota.

Elizabeth se volvió y vio a un tipo negro avanzando por la calle. Vestía una gabardina negra de cuero y tenía la cabeza rapada. Sus ojos eran negros y crueles, como los ojos de un perro.

El hombre sacó un cuchillo largo de su cinturón y corrió hacia ella. Elizabeth chilló de pánico y corrió a un lado, pero el hombre negro corrió directo hacia los motorizados y clavó el cuchillo en uno de ellos con una fuerza sobrehumana, agarró a otro por detrás y le partió el cuello con sus enormes manos. Uno de los motorizados sacó una cadena de su pantalón y la movió como un látigo sobre el hombre, este sólo alzó el brazo y la cadena se envolvió en el como una serpiente de plástico, jaló de ella, tomó el cuchillo y lo clavó en el cuerpo que se precipitó hacia él.

El cuerpo, al igual que los otros, explotó en una nube de cenizas.

El último motorizado fue más inteligente y salió corriendo con un grito de horror, el hombre lo alcanzó, lo jaló de la capucha del chaleco y lo golpeó en el estómago con su fuerza demoníaca. El cuerpo del motorizado se arqueó con un grito ahogado y cayó al suelo.

El hombre negro tomó el cuchillo que colgaba del cinturón de este y se lo clavó en la espalda.

Y los motorizados se volvieron polvo, como si fuesen meros sacos de boxeo hechos pedazos.

Él se volvió hacia Elizabeth, y sonrió con un brillo maligno en los ojos.

-Señorita Elizabeth -su voz recordó a Elizabeth a los gruñidos de un perro rabioso-. Perdone la demora. Si me disculpa, ahora es su turno -y, sonriendo, añadió-: ¿Cuello o brazos?


Elizabeth resbaló, una buena forma de lograr que la mataran.

Su pecho, cara y brazos extendidos chocaron contra el frío suelo de piedra. Un olor a podrido llenó sus fosas nasales. Alzó la vista y se encontró en un callejón entre una carnicería y un restaurante de comida rápida, los basureros de ambos lugares estaban atestados, un trozo de carne podrida estaba cerca de ella, con las moscas zumbaban a su alrededor.

Una rata del tamaño de un chihuahua corrió a esconderse.

Detrás de los cestos y las bolsas de basura había una verja oxidada, detrás estaba la calle, y podía ver las luces de los autos y escuchar el barullo de la gente en la oscuridad. Si lograba meterse entre la gente el hombre negro la perdería.

Intentó no oler aquel lugar y respiró por la boca. Las moscas rodeando todo el callejón le recordaba a un fragmento de un libro que su padre le había leído hace años y que sólo en esos momentos logró recordar que existía.

El territorio del manchado estaba cubierto con cuerpos carcomidos por los gusanos.

El Señor de las Moscas, aquel que era tan venerado por los falsos principes, perdió en su reino de miseria la única alma que podía devorar sin ser devorado.

Intentó no pensar en el Señor de las Moscas más de lo que podía pensar en el hombre que la seguía. Se levantó y miró atrás. Lo había perdido.

Avanzó a trompicones hasta la montaña de basura y soltó un juramento, aquel hedor era terrible, pero si no salía del callejón podría ser encontrada por aquel hombre.

La verja media unos tres metros de altura. Se sujetó de ella y se ayudó a subir a uno de los cestos de basura para estar más en alto. Escaló hasta la cima, escuchando el sonido metálico de la verja chocando contra los cestos. Una vez en la cima, saltó al otro lado. Gracias a las excursiones en el bosque con su padre había sido muy ágil toda su vida, pero eso no evitó que cayera sobre su hombro al resbalarse en grasa de animal.

Ahogó un gemido de dolor y se revolvió en el suelo sujetando su hombro. Su mejilla estaba apoyada en el asfalto pegajoso y quizo vomitar de repulsión. Habían latas y conchas de fruta regadas por el suelo entre las moscas y las ratas. Apoyó una mano en el suelo y se levantó.

Un perro gruñó a sus espaldas, un sonido grutural terrorífico, como si el animal midiera metros de altura.

Miró al otro lado del callejón y se le cayó el alma a los pies. Al otro lado de la reja estaba el perro más terrorífico que había visto en toda su vida. Medía casi un metro cincuenta y todo su pelaje espeso y oscuro estaba de puntas hacia atras, como miles de dagas negras. Su hocico lleno de saliva mostraba colmillos del tamaño de los pies de un bebé. Sus ojos negros estaban fijos en ella con tanta furia que quizo echarse a llorar.

No solía sentir empatía, pero sabía que esa cosa quería despedazarla.

Y entonces el animal actuó como menos lo esperaba. Sus patas hicieron presión en el suelo, se impulsó hacia abajo y luego saltó como un resorte.

Elizabeth escuchó su propio chillido de pánico cuando la bestia la propinó contra el suelo, sus hombros, espalda y cabeza golpearon la fría superficie y sintió las garras de las patas delanteras clavadas contra la piel de los hombros.

Los colmillos se lanzaron hacia su cara y usó las manos para detenerlo por las fauces. La saliva quemó sus palmas como ácido y lucho a presión contra la fuerza con que el animal intentaba morderla.

Sintió saliva en su mejilla y soltó un grito cuando la quemó, apartó la cara cuando más saliva descendió del hocico. Sintió las lágrimas en sus mejillas y sintió también como su cuerpo temblaba lleno de pánico. El dolor le nublaba los sentidos.

En un intento desesperado por huir, subió las piernas al vientre de la bestia, pero no pudo moverla de su lugar, las garras rasgaron más profundo en sus hombros y un gruñido salió de la garganta del animal.

Elizabeth sollozó intentando alejarlo, intentando liberarse del agarre de sus hombros. Escuchó vagamente a la gente, empezaba a perder mucha sangre y las fuerzas le amainaban los brazos, pronto iba a ceder.

Abrió un poco los ojos y vio cerca un pedazo de latón, no, era la placa amarilla de algún auto, doblada y chamuscada. Su vista empezaba a nublarse y sus brazos temblaron cuando el hocico hizo presión, cada vez más cerca de su cara. Podía sentir el asqueroso aliento contra su mejilla: carne podrida y el olor metálico de la sangre.

Recordó a su padre insistiendo en que fuera con Berkley por unos días. Recordó cuando volvió a casa en el auto de Rick y su padre no abría la puerta. Apretó los ojos al recordar cuando Rick forzó la puerta, y cuando vieron el cuerpo sin vida sobre un charco de sangre.

Ella no quería acabar de ese modo: despedazada como su padre por algún animal extraño.

Apretó los dientes y ahogó un chillido de dolor. Con todas las fuerzas que le quedaban en las piernas, empujó el vientre de la bestia, ésta retrocedió unos instantes. Estiró el brazo, tomó la placa y, cuando los dientes volvieron a atacarla, clavó con furia el objeto dentro de su garganta.

La bestia arrancó las garras de sus hombros y se desplomó hacia atrás con el objeto en su garganta como un tapón. Cayó sobre su costado y luchó por sacar la placa con furiosos gruñidos y sacudidas, pero estaba atorada entre sus dientes y las paredes interiores del hocico.

Elizabeth lo observó mientras se revolcaba en una lucha desesperada por sacarla, su cuerpo se crispo en la lucha y sangre negra le salía del hocico y chorreaba el suelo en grandes gotas que parecían ácido. Eso dejaría una marca.

Intentó incorporarse, pero sus hombros estaban a carne viva, toda su camisa estaba manchada de sangre. No sabía cómo podía resistir tanto dolor, pero logró no desmayarse. Cayó de bruces sobre su propia sangre y gimió de dolor.


Intentó incorporarse, pero sus hombros estaban a carne viva, toda su camisa estaba manchada de sangre. No sabía cómo podía resistir tanto dolor, pero logró no desmayarse. Cayó de bruces sobre su propia sangre y gimió de dolor.
yuda... la voz no le salía-. ¡Ayúdenme!

Escuchó un auto e intentó mirar más allá del callejón, pero su vista se nubló y vio manchas rojas y negras cubriendo su visión.

Vio figuras correr hacia ella y deliró con ángeles que la sujetaron de los brazos y le hablaron. No escuchó nada. Vio los labios moviéndose diciendo algo, pero se oía tan lejos y vago que juró que era su imaginación.

onciencia.

Nov. 4, 2020, 6 a.m. 0 Report Embed Follow story
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