simon-acostat Simón Acosta

Una persona recibe una extraña invitación por chat para participar de un juego con una desconocida.


Erotica For over 18 only.

#erotico #cuento #chat
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Un juego nuevo

Yo he conocido los límites de la humanidad. He visto sus extremos, sus miedos, su dolor y de vez en cuando, su felicidad. En mis muchos trabajos, mis clientes me habían enseñado lo mejor y lo peor de almas torturadas y sin esperanza. ¿Pero era suficiente para satisfacerme? Tanto me lo pregunté que llegué a la conclusión de que necesitaba algo más; algo diferente y majestuoso que marcará un nuevo comienzo. Tuve que esperar tanto para encontrar a la persona perfecta, que cuando el momento llegó, estaba todo totalmente listo. Esta es la anécdota de aquel día, por mucho uno de mis mejores.


A él lo conocía suficientemente bien, como todos y todas las que vinieron antes y vendrán después. Pero fue con él con quien decidí experimentar porque me parecía curioso, ni normal ni estrafalario totalmente; del tipo con quien uno se divierte jugando como un conejillo de indias deseoso de satisfacer. Tenía ya 40 años, y todos los días se encontraba una versión parecida en el espejo: un poco más calvo, igual de flaco, quijada fuerte que sostenía una sonrisa delicada, ojos apagados la mayoría del tiempo, alto y encorvado. Desayunaba café negro, se bañaba sin tomarse mucho tiempo, se vestía con ropa normal y salía para llegar temprano a su trabajo. De hecho, en el tiempo que lo había estudiado, no había llegado tarde ni un sólo día y este metodismo rodeaba toda su rutina. Esa era la totalidad que el mundo conocía: Un trabajador arduo, buen compañero, amigo de tragos cada dos semanas, jugador de billar que siempre ganaba pero jamás apostaba, y ente asexual -así le decían sus amigos a sus espaldas porque nunca se le había conocido novia o, en su defecto, novio- que por lo menos era divertido. Era cuando regresaba a su casa que se dejaba salir.


Se quitaba la ropa para quedar en sus boxer y se dirigía al cuarto de la computadora. La prendía mientras agitaba sus manos con impaciencia y sorprendentemente, sus ojos empezaban a brillar; la que fuera una sonrisa tenue en su trabajo rodeado de gente, se volvía feliz y hasta cierto punto, infantil. Sus dedos se movían rápido y ya después de cierto tiempo, estaba en su santuario: El Chat. Ahí dejaba desatar todo eso que se guardaba con sus amigos y con las mujeres que se acercaban en los bares. De sus letras febriles borbotaba una seducción y picardía comparable con los mejores mujeriegos, y era capaz de transformar cualquier respuesta en un piropo, una descripción de pasión o una proposición de indecorosa lujuria. Describía fantasías o como se estaba masturbando pensando en mujeres imposibles; cataba a sus contactos nuevos con experiencia y sabía, mucho antes de poner su cámara, quien era una mujer que se quería mostrar, una que sólo quería ver o un tipejo, cuarentón como él pero marica, que quería engañarlo haciéndose pasar como mujer. De 6 de la tarde, excepto aquellas noches en que salía con sus amigos, hasta las 12 de la noche, escribía y se enseñaba ferozmente, y eso lo había hecho feliz por un tiempo. Pero hace poco, se había empezado a aburrir. Ni las mujeres menores y mayores, o los muchachos que le pedían que les enseñara nuevas cosas, y ni siquiera ese contacto extraño de 4 mujeres que siempre estaban más que dispuestas a concederle sus deseos, lo emocionaba. Y fue ahí cuando entré a escena.


Como les decía, yo siempre he investigado a fondo a las personas con quien pienso trabajar. He conocido otros mecanismos y los he experimentado, pero siempre me ha gustado esa satisfacción de saber la historia detrás de mi trabajo; le da un cierto significado extra al cumplir con una simple labor. Así sabía todo eso de él y sabía también, que hacer. El primer paso fue un día, a las 7 de la noche. Él estaba hablando con una joven, que se declaraba menor de edad y quería saber de cosas prohibidas; aunque en algún momento ese tipo de juego, falso o no, había sido interesante ahora no era más que una rutina. Pero aún así, no teniendo con quién más hablar, le seguía el juego. Me conecté en el mismo chat con un nick curioso, TodoTipodeEmociones. Como me lo esperaba, me mandó un privado casi al instante, preguntando de una forma pícara, que tipo de emociones ofrecía. Sin esperar un segundo, escribí rápidamente sabiendo que él no me respondería de la impresión y me desconecte. Caería sin necesidad de mucho pensamiento.


Te propongo un juego. Pero has de seguir las ordenes que te voy a decir. En caso contrario, todo terminará. Primera Orden, debes de estar en la capital, al frente de la fuente, hoy a las 8 y 45 de la noche.


Sabía que era el lapso preciso para que él dudara, se decidiera, tomará algún que otro abrigo y saliera corriendo a la parada de bus. Yo, como siempre, no necesitaba tiempo ni para prepararme ni para llegar al lugar, pero podía sentir sólo cerrando los ojos, la emoción que recorría su cuerpo, o los latidos de su corazón que por primera vez, latían fuertes llenos de una anticipación y nerviosismo incontrolables; era lo que había buscado desde siempre. Y yo se lo iba a dar, sin reservarme nada. Después de todo, aquello que había empezado como un simple juego de experimentar, se había vuelto en algo más; al frío razonamiento lo suplanta un estremecimiento extraño y delicioso de saber sin saber realmente que iba a pasar después. Lo vi llegar, apresurado, y colocarse dándole la espalda a la fuente quedándose inmóvil; siempre me han gustado obedientes.


Cuando llegues, has de darle la espalda a la fuente y quedarte inmóvil. Una vez que veas que has obedecido, te tocaré ligeramente el hombro derecho. Acto seguido, has de empezar a caminar mientras sientes mi respiración en tu nuca, pero sin ver para atrás; aunque sea un atisbo, mirarme serás castigado con el fin de la aventura. Seguirás caminando. Un toque en la espalda, doblas a la derecha; dos, a la izquierda. Y tres, te detienes y entras al edificio al frente tuyo.


Se los vuelvo a decir, nunca había hecho algo parecido. Mi trabajo siempre había sido simple, al punto; precisamente uno de mis mayores orgullos siempre había sido lo directo y al punto que eran mis trabajos. Pero aquello, el de conducirlo dando vueltas por la ciudad, retardando el destino final, me excitaba. Sí, a mí, la que había dejado de sentir emociones y deseos lo que parecían miles de años, el jugar con él hacía que el calor recorriera todo mi cuerpo, y me hiciera morder los labios mientras seguía respirando por detrás. Con cada toque en su espalda, lo sentía crispar y respirar cada vez más agitado, igual que yo. Éramos una sola esencia de ansiedad y placer retardado, embriagados por un juego que queríamos y no queríamos al mismo terminar. Pero por fin me decidí por seguir a la siguiente etapa y conduciéndolo, llegamos por fin al frente de un edificio antiguo, sacado del tiempo, con las puertas abiertas y candelas encendidas en el interior. Tres toques en la espalda en su espalda sudorosa y sin demorarse, entró.


Adentro, la única fuente de luz que habrá serán candelas. Sigue su camino y subirás unas escaleras y finalmente, llegarás a un cuarto con una cama con cuatro pilares grandes en sus cuatro esquinas. En la cama, habrá también una especie de capucha con cuerdas, que te pondrás en la cara. Esta tendrá agujeros para tu nariz, y tu boca, pero no dejará que veas nada. La amarraras fuertemente contra tu cara con las cuerdas y te acostarás boca arriba luego de desnudarte totalmente, con cada extremidad señalando a uno de los cuatro pilares. Te quedarás ahí y esperaras.


El camino hasta el cuarto, fue una tortura al igual que el inicio de un placer que ni él ni yo habíamos conocido. Alejados del tumulto de gente de las calles y aceras que habíamos recorrido, pudimos dar rienda suelta a nuestros sonidos y nuestra desesperación. Lo escuchaba respirar duro y hasta intercalar gemidos pequeños que sonaban como invitaciones demasiado tentadoras para ser resistidas. Yo, iba despojándose de mi ropa y por cada prenda que caía, gemía con un sonido que no podría ser jamás ni de hombre ni mujer; era el deseo en su forma más pura. Así llegamos por fin al cuarto y quedándome en el marco de la puerta, observé como él tembloroso se quitaba la ropa -ignoré que no había seguido exactamente el orden de mis reglas-, y se ponía la capucha. Lo vi sujetarse con más fuerza de la necesaria las cuerdas y acostarse boca arriba.


Esta es la última orden y la más importante. Después de acostarte, no has de hacer nada que no sea disfrutar. Puedes gemir, gritar. Pero no puedes intentar besar, morder o lamer. La desobediencia, será castigada con que el juego termine antes de tiempo. Porque el juego, terminará tarde o temprano. Sabes cual es el final, porque es inevitable. Lo único que puede cambiar es el camino.


No me tomé mucha prisa, viéndolo agitarse levemente en la cama. Sujeté cada una de sus extremidades con cuerdas gruesas a cada uno de los pilares, dejándolo totalmente abierto y vulnerable contra mí. Suavemente, pasé la yema de mis dedos por sus piernas y lo vi mordiendo sus labios, tratando de evitar hacer ruido; mis dedos seguían explorando su cuerpo, ignorando aquellas partes que más le darían placer. Cuando lo volví a ver, sus labios sangraban y su cara debajo de la capucha estaba desfigurada del placer. Pero fue mi lengua la que mató su resistencia, la que al jugar por todas partes, logró que empezara a gemir. Cada toque diferente provocaba de él un gemido más largo, más fuerte, y más apasionado; cada nueva caricia de mis ahora ágiles dedos lo hacía moverse más rápido. Unas veces lo acariciaba con la sutileza y timidez de una joven virgen explorando un mundo desconocido; otras, lo tomaba con la fuerza de un hombre salvaje que buscaba su placer con una violencia primordial; o besaba su cuerpo con la delicadeza de una madre que busca dormir a su niño.


Mientras yo igual caía presa del vaho de erotismo que rodeaba la cama de los pilares, cambiaba constantemente para él, por el juego, por la emoción: alteraba mis manos, besos, gemidos y técnicas, llevándonos a ambos a una sensación que hacía vibrar la cama, y nos convertía en una especie de locos hedonistas. Debajo de la capucha, sabía que él lloraba, reía, se mordía y que dentro de su cuerpo desnudo y caliente, la sangre giraba borracha. Él, dentro de mí, revolvía el alma embistiendola y yo se lo devolvía, sometiéndolo cada vez más. Sabiendo que inevitablemente, estaba a punto de llegar al final, supe que el juego había acabado ya. Justo cuando empezaba ya a convulsionar su cuerpo entero, que había esperado ese momento por las horas -o días- que estuvimos ahí, le quité su capucha sin mucha dificultad y dejé que por ese segundo en que su cuerpo entero se volcaba afuera en la forma de satisfacción, me viera directamente a los ojos. No sé qué ve la gente cuando me mira a mis ojos y me lo he dejado de preguntar después de tanto tiempo. Pero en los de él, pude ver combinados la sorpresa, el miedo y el placer.


Días después, encontraron el cuerpo de un hombre de aproximadamente 40 años, desnudo y atado, en un hostal de mala muerte en la capital. Nadie supo cómo llegó ahí, ni desde cuando. Las pruebas y la autopsia habían revelado que el hombre había muerto por causas naturales, pero eso no alivió las mentes de aquellos que vieron su rostro antes de que fuera enterrado. Esa cara retorcida que expresaba tanto no podría ser olvidada fácilmente.


Eso, para cualquiera que pregunte, fue arte. No es arrogancia, ni méritos injustificados. Realmente, con él fui todo lo original que en mi trabajo se puede llegar a ser. Y seguirán muchos y muchas más. Más juegos, más intriga, más misterio, más placer. Seguiré perfeccionando, inventando cada vez cosas nuevas. Después de todo, cuando uno es la Muerte realmente hay más tiempo que vida.

Sept. 17, 2020, 6:38 p.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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