lughlandrus Lugh Landrus

Tomamos la costumbre de salir los viernes a conversar bajo el amparo de un café. Pronto el hábito derivó inexorablemente en encuentros íntimos... Siempre con el mismo juego inicial.


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El juego inicial

Micaela, Mila, como le gustaba que la llamaran, provenía de una pequeña ciudad del interior. En la oficina solíamos conversar con frecuencia, lo hacíamos con soltura y franqueza, incluso sobre temas de sexo, pero su atrevimiento solapaba cierta timidez, aun así, y a veces, nos hundíamos sin pudor en nuestras confidencias más secretas o nos deslizábamos, por diversión, en las más «perversas» fantasías.


Tomamos la costumbre de salir los viernes a despejarnos bajo el amparo de un larga taza de café. Pronto el hábito derivó inexorablemente en encuentros íntimos.


Una vez en la habitación del hotel de costumbre, se apoyaba en algún mueble o gavetero, y desde allí, comenzaba a desnudarse, sin prisa, sin mirarme, concentrada en su juego fino de provocación. Cada vez que liberaba alguna pieza, la doblaba con esmero; así, hasta quedar completamente desnuda. Luego se acostaba boca arriba con las piernas estiradas y entreabiertas. Entonces me miraba y sonreía, insinuaba así su disposición pasiva al vuelo rasante de mis manos en toda su piel. Su cuerpo, menudo y a la vez relleno, gozaba de un color de piel moreno rojizo, tan precioso que era capaz de embelesar la atención de cualquier amante.


Todo ese discurso y manera suya de desnudarse tenía la intención suficiente de excitarme, lo lograba; ponía a prueba mi mayor voluntad, y yo hacía esfuerzos para no sucumbir, para no apresurarme, para poder contemplar serenamente su particular belleza. Entonces recorría con las puntas de mis dedos las líneas de sus brazos, luego su pecho hasta llegar a su sexo.


Sus senos, ni grandes ni pequeños, terminaban siempre atrapados en mis manos. Mis manos, a veces temblorosas, denotaban la emoción que inducía su cálida piel. Con diligencia abordaba sus pezones ya erguidos que emergían desde sendas areolas de un ámbar satén, delineadas y perfectas. Mis manos migraban hasta sus piernas firmes y delgadas; iban y venían desde las caderas a las rodillas para luego acercarse lentamente a su pubis.


Su pubis, tan particular, tenía pocos vellos, muy dispersos y no más largos de un centímetro. Con mis dedos lacios rozaba levemente los labios carnosos y ella respondía arqueando la espalda empinando su montículo lampiño que sobresalía con altanería entre sus caderas. Entonces me adentraba con uno de mis dedos sobre el borde de sus ninfas, sin apremio por encontrar su clítoris brotado… Siempre, después de un rato, aparecía un fluido blanquecino que surgía desde la juntura de sus labios, surcando como una torrentera la entrada brillante y lisa de su vagina. Algunas veces una gota huidiza se escapaba resbalando entre sus ninfas hasta perderse más abajo, disolviéndose rápidamente en la zona más oculta y oscura de sus glúteos... Ese era el final del principio.


Luego vendría el acoplamiento vigoroso de nuestros cuerpos, repitiendo sensaciones, reiterando el gozo hasta agotar los deseos encendidos que siempre renovábamos con gusto cada viernes; pero, nunca variamos aquel juego inicial.


Fin

July 9, 2020, 5:55 a.m. 0 Report Embed Follow story
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To be continued...

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