nuria_minguez Nuria Mínguez

La Tierra está devastada. Los ángeles, aquellos que se supone debían velar por el bien de la humanidad, parecen haberla abandonado. Diecisiete años después de que se desatara la Tercera Guerra Mundial, un nuevo conflicto se desarrolla en el territorio de los Estados Unidos y Libres de América. Es en este contexto donde despierta Angelica, con la ropa desgarrada y en una urna de cristal. Con dos cicatrices atravesando su espalda y sin un solo lugar a donde ir, se verá obligada a huir de lo que una vez había llegado a considerar su hogar.


Fantasy Epic Not for children under 13.

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Prólogo



25 de julio de 2020. Portland, Oregón

Las horas pasaban con lentitud, con aquella característica agonía que parece pesar siempre sobre el ambiente de las salas de espera. Esta, como muchas otras desde que empezara la guerra, estaba repleta de ancianos y niños. De personas desesperadas que buscaban una suerte de refugio entre aquellas paredes blancas.

Algunos lo miraban de reojo. Otros, lo hacían de una forma mucho más descarada. Pero él no les prestaba atención. Tampoco podía reprochárselo. Era consciente de que un soldado como él en un sitio como aquel debía llamar la atención a la fuerza.

En cuanto le dieron la noticia en el frente, marchó de inmediato al hospital. No se había molestado en cambiarse o en darse una ducha. No tenía tiempo para eso.

Y allí estaba él. Con el uniforme y las botas embarradas. Ni siquiera se había quitado la máscara de protección que ocupaba la mayor parte de su rostro, ofreciéndole un aspecto un tanto siniestro. Al cabo de un rato se la quitó al fin y cerró los ojos, dejándose llevar por el ritmo de su respiración. Tal vez así, la espera se volviese más amena, pensó inocentemente con la frente perlada de sudor.

De fondo, le llegaba el murmullo del televisor que, en vano, trataba de distraer a aquellos que, junto a él, contaban con angustia el paso del tiempo.

-Por el momento, el freno de las tropas norcoreanas y chinas al noroeste de Australia ha sido realizado con éxito tras la operación llevada a cabo sobre las islas, ya bajo control enemigo, de Indonesia, en las que las tropas americanas hicieron uso del gas sarín. El frente ruso, por su parte, continúa estancado, sin ningún avance notable para ambos bandos.

Sus labios se curvaron en una mueca. El frente ruso. Era allí donde le habían dado la noticia. Casi sonrió al recordar las advertencias de sus superiores cuando les dijo que cogería el primer vuelo a los Estados Unidos, estando a punto de ganarse el título de traidor y desertor en el ejército. Pero eso a él no le importó. Nunca le había tenido miedo a volar. Y ninguna guerra iba a impedirle estar presente en el nacimiento de sus hijos, aunque tuviera que esperar horas allí sentado.

Había intentado entrar a la sala junto a su mujer, pero los médicos no se lo permitieron. Tampoco le importó. Estaba allí, a su lado. Aunque fuera en esa estúpida sala.

-Las protestas en las calles a causa de la reelección del presidente Trump, y especialmente, tras su decisión de declarar la guerra a Rusia, continúan en aumento, causando estragos en las calles de Washington DC con numerosos heridos. En Europa, el primer ministro británico, Boris Johnson, se enfrenta también a las protestas de los ciudadanos que se muestran insatisfechos con la paralización de las primeras medidas del Bréxit a causa de la entrada en la guerra de Gran Bretaña. Con igual violencia se han producido las manifestaciones en la capital francesa en contra de la decisión tomada por el presidente, Emmanuel Macron, de bombardear la ciudad china de Guangzhou, causando más de dos millones de muertos y permitiendo a las tropas aliadas israelíes proseguir en su avance hacia el este.

-Guerra, guerra, guerra. No se habla más que de la maldita guerra.-gruñó una voz a su lado.

No contestó. Sus ojos permanecieron cerrados.

-Aunque tú seguro que estarás más harto que cualquiera de nosotros, ¿me equivoco?

No tuvo entonces más remedio que devolverle la mirada a aquel anciano de barbilla prominente y pequeños ojos tristones, que se clavaban en él a la espera de una respuesta que nunca llegó. Tampoco tenía ganas de entablar una conversación. Y mucho menos de hablar de la guerra. Suficiente tenía con tener que ir a luchar en ella. Al anciano pareció no importarle demasiado el hecho de que su interlocutor no se molestara en responderle, y se preocupó de que este último estuviera al tanto de lo que opinaba al respecto, aunque fuera en contra de su voluntad.

-¡Todo es culpa de esos malditos rusos, eso es lo que digo! ¡Si no hubieran lanzado aquel misil contra el Pentágono, nada esto habría pasado, sí señor!

Se llevó una mano a las sienes, donde la sangre comenzaba a acumularse. El hombre seguía hablando, y con ello, no hacía más que aumentar su rabia y su dolor de cabeza. Cerró el puño de la otra mano con fuerza. Tanto, que los nudillos se pusieron blancos y se clavó las uñas.

-Mamá.-estiró un niño de forma inocente de la falda de su madre, que estaba enfrascada en los acontecimientos que la locutora narraba-¿Se va a acabar el mundo?

-¡Vamos camino al apocalipsis, se lo digo yo!-continuaba vociferando el anciano a su lado.

De pronto, se puso en pie, sobresaltando a los que allí estaban. Su paciencia estaba llegando a un límite. Necesitaba alejarse de todo. Y especialmente, de todos. Sin mediar palabra, se dirigió al enorme ventanal, no sin antes dirigirle una mirada asesina al hombre que, sin duda alguna, no sería capaz de volver a abrir la boca en lo que le quedaba de vida.

Con las manos a la espalda, sus ojos rojos contemplaron el paisaje. Desde allí podía ver el paso del río Columbia, que bajo el radiante sol de julio, se mostraba ajeno al caos que azotaba en ese momento al mundo.

-Señor.-lo llamó una voz ahogada a su espalda, acompañada de una mano temblorosa en el hombro.

Se giró y encontró junto a él a una enfermera de grandes ojos marrones y corto pelo negro. Alrededor del cuello de esta, colgaba un collar con una pequeña cruz de madera y junto a ella, había un párroco que, sudoroso, sujetaba una Biblia entre las manos. El doctor no iba con ellos y sospechó que algo iba mal. Tremendamente mal.

-Ya ha terminado el parto, señor.-anunció.

Toda ella eran temblores y tics nerviosos.

-¿Y mi mujer? ¿Y los niños? ¿Cómo están?-presa de la impaciencia, cogió a la chica por los hombros.

El rostro de ella estaba tan desencajado a causa del terror que temió lo peor.

-Lo siento mucho, señor.-se apresuró a decir la enfermera-Su mujer...

-¡¿Qué?! ¡¿Dónde está?!-exigió, zarandeándola-¡Necesito verla! ¡¿Dónde está?!

-Su esposa ha muerto, señor.-cortó el cura por lo sano-Y sus hijos... Me temo que sus hijos son la causa de este fatal desenlace.

-¡¿A qué se refiere con eso?!-reclamó furioso, dirigiendo su atención al hombre de la Biblia.

-¡Esos niños son el diablo! ¡No pueden seguir en este mundo!

-¡¿Qué?! ¡¿Qué les han hecho a mis hijos?! ¡¿Dónde están?!

Fue en esta ocasión la enfermera la que tuvo que sujetarlo a él para impedir que se lanzara sobre el párroco, víctima de una furia inusitada que parecía alimentada por el propio diablo.

-¡La semilla de Satanás está dentro de ellos! ¡Deben morir!-lo amenazó él con el libro santo.

Él forcejeó. Morir. Ja. Él mismo podría matarlos a ambos antes de que siquiera fuesen capaces de asimilarlo. Podría matar a todos los presentes en esa sala, de hecho. Podía sentirla. La rabia apoderándose de sus entrañas. Las ganas de tener un arma a mano lo superaron.

Y entonces, todos quedaron cegados por la intensidad de una luz dorada que parecía provenir del mismo cielo. Al principio, muchos pensaron que se trataba de otra bomba, que los rusos habían cumplido su amenaza de lanzar la bomba del Tsar sobre Washington. Pero eso no ocurriría hasta cinco días más tarde. La luz que inundó medio mundo aquel día, era de un origen muy distinto. Pero lo que ninguno de ellos pudo negar, y mucho menos explicar, fue la extraña paz que esta parecía haberles proporcionado. Más de uno aseguró que, por unos instantes, hasta el mismo tiempo parecía haberse detenido.

June 12, 2020, 3:04 p.m. 0 Report Embed Follow story
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