“Tú, qué eres la chica del inmenso firmamento, la estrella más brillante que nadie nunca había podido visualizar; y, aun así, sigues entregándome la perfección de tu brillo, la esencia de todo lo que representas. Tú, que, sin quererlo, te convertiste en la estrella que me guía en el sendero de mi propia oscuridad.”
Nunca fui una de esas personas que escribe en un papel para arrancarse todo el dolor de cuajo, pero tú me obligaste a hacerlo. El dolor que originaste en mi ser fue mucho más profundo y amargo que cualquier otro, y si no escribía en papel, acabaría escribiendo poesía en la piel.
Fuiste una de las personas más preciadas en mi vida, conseguiste librar más de mil batallas, venciste en más de la cuenta. Sin ni siquiera quererlo, conseguiste atravesar el muro y vislumbrar mis cicatrices, derrotaste al peor de mis demonios; o eso me hiciste creer.
No hubo batallas ganadas, las pérdidas dejaron a cero el contador. Mis demonios se alzaron contra mis pensamientos, los reforzaste a conciencia. No me querías en tu vida, pero quisiste lastimar a un corazón roto. Originaste más cicatrices en mi piel, la poesía ya no descifraba mis pensamientos. Convertiste a tu reina en un mísero peón, me abandonaste en el arcén y con un "lo siento" brotando de mis labios. Bebiste de mi sangre, pincelaste nuevas cicatrices.
Fuiste, eras y serás mi eterna cicatriz.
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