Esta mañana al despertar, supe que ya nada era igual. Ahora el clima de la mañana no era relajante, sino agobiador. Las sábanas antes se me pegaban y me invitaban a quedarme, y ahora me rogaban que me fuese.
Hoy no me duché, sino que pasé horas en la bañera. Con el grifo abierto puse la cabeza debajo, y el agua rozando la piel de mi cara, mi pelo, ya no era por solo placer, sino para ocultar mis lágrimas. Tenía muchas cosas que pensar aun.
Por la tarde la tensión seguía aumentando. La música no animaba, las baladas tristes sonaba por todas las habitaciones. No sabía qué hacer en ese entonces, seguía mirando el techo, con la mente en blanco.
Ella hizo las maletas. Caminó para colocarse enfrente de mí y dijo que se iba para no volver. En ese entonces tuve algo en claro por fin. Ella salía por la puerta, le cogí de la mano, le empuje de nuevo al interior y le besé sin preguntarle. La mañana siguiente al despertar el amor estaba acurrucado entre los dos.
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