Amo esa inmensa oscuridad que rodea tu ser Amo tu eterna agonía que no puedes desvanecer Amo tu mirada indiferente que me hace en tus brazos caer Amo tu aire tan antinatural que me envuelve y congela mi ser Amo tu cuerpo tan helado, esa piel tan  fría que hace perderme entre tus brazos Amo tus palabras que resuenan a mi alrededor, con esa voz seductora que hace que pierda la razón Amo tu corazón, por que a pesar de que ya no late, sabes lo que es amar sin condición.

A veces decido pasar la noche en sitios escabrosos. Una inclinación, insuflada por mi curiosidad, me llevan hacía el horror. La última vez, fue aquella velada. Había velas, una botella de vino y dos copas. Una para mí y otra para mí pálida acompañante. En el camposanto, bajo el claro de luna, estaba repleta de gusanos su inherte cráneo. Reíamos, llorábamos y recordábamos. Y otra noche se escapaba de nuestras manos, entonces la cubría con su mortaja y la enterraba con lágrimas.

Cualquier ortinotólogo es sabedor de los celos de los cuervos. Cuando rozaba la adultez me encontré con un polluelo: Maximiliano. Le corté el frenillo, intenté que aprendiera hablar, pero era imposible, un día me cansé y lo apalée hasta hacerlo marcharse. Años más tarde, ya casado, intenté hacer el mismo proceso con mi recién nacido hijo. Aún no lo había conseguido, y un día en el pasillo creí escucharlo: -¡Papá! La ventana estaba abierta, Maximiliano sobre el ensangrentado cadáver de mi hijo.

Su marmóreo rostro infantil, acentuado por ese rictus nervioso; yace en el suelo, sus manos aún convulsionan en un intento de escapar de su cálida sangre. Qué atrocidad, vil, imperdonable. Pues sus vidrosos ojos no cesan de señalarme. - He tenido que matarte, hijo. Ayer desenterré a tu madre, y con un sutil susurro me pidió que te llevara junto a ella. Y yo, pobre cobarde, siento un terror inefable, por abandonar esta realidad y reunirme con vosotros, rebasando el umbral de la mortalidad.

Eterno pasillo recorre el carcelero, con su candelabro ilumina los lamentos, atravesando las celdas de los enfermos, que han sumido a la locura, mueriendo cuerdos. Le suplico clemencia a la indiferente figura, que me libere de esta prisión tan oscura, Graznidos se deslizan en los vaivenes del aliento nocturno del camposanto. El carcelero camina durante la larga noche sin luz. Mientras, yo, agonizando grito para que me saquen de este ataúd.

Es la hora, sí, esa dichosa hora en la que caminan los demonios atravesando los umbrales de la locura en demasía. Sí, es la hora, en la que tantos consuelos saturan cabezas con tendencias enfermizas. Sí, es la hora, en la que los asesinos susurran en el oído del que dormita agusto. Sí... la hora, la perversidad y la decadencia aunan sus manos para pasear por bares y parques a la luz de la luna. Es hora de dar cuerda a mi reloj. Es hora de fijar otra cuerda a mi cuello y que penda como las penas

En mi alcoba yace un hombre que recuerda, los antiguos caminos, se pierde en una olvidada reminiscencia. Mira sin mirar el presente, recordando su excelsa dicha. Ahora pisa dónde ha llovido, y escucha el alarido del estornino. Pero una tormenta embate en sus delirios, Se oscurecen los rojos lirios, Se marchan los con brío los estorninos. El hombre sonríe al ver su suerte pasar, quedando, solo, incomprendido, en ese erial, muriendo al lado de la ingrata soledad.

Una triste figura, sentada en una silla de estilo isabelino, medita ante un candelabro. Su respiración estentorea, genera ecos de desesperación en la quietud de la penumbrosa habitación. En la madrugada, se ha engalanado porque sabe que va a recibir una visita, quizás sea la visita más importante de su vida. Se va reunir en soledad con ella, en la máxima clandestinidad ante la mirada de las estrellas. Escucha golpes en herrumbrosa aldaba. Pasos por el pasillo. Vislumbra su forma . Cesa su vida.

A menudo imaginó mi cuerpo aferrado al tuyo. Bailamos al compás de una canción que solo yo puedo escuchar. ¿Puedes sentir el calor de mi cuerpo? A través de esta pantomima expreso mi deseo por ti, en el que nuestros cuerpos no son más que lienzos en los que nuestras manos de pincel dibujan siluetas de lujuria. Somos los dueños del momento, dioses falsos y bastardos en busca de redención. Pero al final no somos más que marionetas esperando a que corten nuestros hilos.

En qué piensa un hombre frustrado, sin talento, en su último hálito es para nosotros ignoto. Tanto sufrimiento que ha arrastrado por pedregosas sendas sin compañía. No ha podido cumplir su mayor anhelo. Ha muerto, ha muerto sin talento. En una bañera fría, anegado entre lágrimas de lamentación. Soy yo, una rara ave que busca un cielo en el que expresarse con su batir de alas, soy yo quien se desangra en la tibia agua. Son los recuerdos que corrían por mi sangre, que nadan dibujando mi historia.

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Azul Como el cielo cuando deslumbra el sol, como los príncipes de los cuentos. Azul, Como el indomable mar. Azul Que se difumina en primavera, que abraza la enredadera, que no me quiere soltar. Primavera que se oscurece, cuando mi tristeza crece por no poderte olvidar. Olvido en mis sentidos, en mi corazón malherido. Olvido que se queda cuando te vuelvo a recordar. ¿Donde se perdieron aquellos besos que no te dí? Besos sepultados por la pesada losa del tiempo, que no me quiere llevar.

Quisiera un valls contigo, y en su: un, dos, tres; contarte una historia a cada paso. Elevarnos a cada giro como un flamígero torbellino entre la blancura del salón. No hay vino que me cause este rubor, sólo tu mirada puede enseñar a amar un corazón. Un haz de luz, enfoca nuestros pasos, mientras el tiempo se detiene. Los murmullos y el sonido de los brindis de copas repletas de alcohol se sumen al mutis. El tiempo se detiene, somos sus dos únicos juguetes, entregados al delirio del amor.

Las paredes y relojes os sumís en el sopor del silencio. Las luces de las velas rielan en mi habitación. Sombras que entran y salen, con pañuelos humedecidos por las lágrimas. Me observan consternados, mientras me encuentro arrebujado bajo un manto de suma tranquilidad. Toda ha una vida ha pasado, ha pasado sin yo haber pasado por ella. Cuan arrepentido estoy, no me dejan descansar las sombras que atormentan mi lecho con sus tensos rictus. Pero se acerca una luz -Llévame, ya me toca descansar.

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- Vuelves a rondar mis ensoñaciones, vil criatura del averno. - Soy el regidor de infortunios, el azote del que lleva vida licenciosa, la sombra que cubre la luna. Soy el que tu alma desnuda y me encierro en ti para que sientas el dolor de la más profunda enfermedad. - Ya te he dicho que no te quiero volver a encontrar. Aléjate, o quemaré está habitación, que nos servirá a ambos de sepultura. -Pobre escritorzuelo, que vendiste tu alma a la perversidad, y ahora atormentado temes a la oscuridad...

Tras escapar de la inminente lluvia refugiándose en el interior, observó asombrado los altos techos, las curvas góticas de la elegante mansión. Era un edificio elegante por fuera que transmitía gran calidez al entrar. El problema era que, una vez te adentrabas en él y recorrías sus estancias, esa apariencia desaparecía dando paso a oscuros aposentos donde la ansiedad y la agonía se hacían patentes. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquella no era una mansión normal, sino que era él mismo.

Dicen que un corazón muerto no puede sentir, sin embargo ¿por que aquellos inmortales necesitan a otros mortales  para sobrevivir? Tal vez sólo sea que el corazón ya no siente y no tenga un palpitar, pero en la memoria de cada uno de ellos aún existe ese sentimiento que no comprenden ya. El archivo esta guardado en su memoria inmortal, de ahí que busquen eso que les llene el vacío que en el interior existe y no pueden sacar.

нαяαкιяι 𝔇𝔦𝔪𝔢 𝔡𝔬𝔫𝔡𝔢 𝔢𝔰𝔱𝔞 𝔩𝔞 𝔡𝔲𝔩𝔠𝔢 𝔠𝔞𝔩𝔪𝔞 𝔮𝔲𝔢 𝔥𝔞𝔠𝔢 𝔱𝔦𝔢𝔪𝔭𝔬 𝔪𝔢 𝔭𝔯𝔬𝔪𝔢𝔱𝔦𝔰𝔱𝔢.. 𝔇𝔦𝔪𝔢 𝔡𝔬́𝔫𝔡𝔢 𝔢𝔰𝔱𝔞́ 𝔞𝔮𝔲𝔢𝔩 𝔰𝔦𝔩𝔢𝔫𝔠𝔦𝔬 𝔮𝔲𝔢 𝔰𝔢 𝔣𝔬𝔯𝔪𝔞 𝔠𝔬𝔫 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔦𝔡𝔢𝔷 𝔡𝔢𝔩 𝔞𝔪𝔬𝔯.. 𝔄𝔫𝔠𝔢𝔰𝔱𝔯𝔬𝔰 𝔢𝔰𝔠𝔲𝔠𝔥𝔢𝔫𝔪𝔢... 𝔈𝔰𝔠𝔲𝔠𝔥𝔢𝔫 𝔪𝔦 𝔠𝔯𝔲𝔡𝔞 𝔭𝔢𝔱𝔦𝔠𝔦𝔬́𝔫, 𝔞𝔫𝔠𝔢𝔰𝔱𝔯𝔬𝔰 𝔡𝔢𝔰𝔢𝔬 𝔪𝔬𝔯𝔦𝔯, 𝔟𝔢𝔟𝔢𝔯 𝔢𝔩 𝔠𝔞𝔩𝔦𝔷 𝔶 𝔳𝔬𝔩𝔳𝔢𝔯𝔪𝔢 𝔱𝔞𝔫 𝔱𝔯𝔞𝔰𝔭𝔞𝔯𝔢𝔫𝔱𝔢 𝔠𝔬𝔪𝔬 𝔢𝔩 𝔡𝔬𝔩𝔬𝔯...

ρσɾƈҽʅαιɳ ԃσʅʅ 𝑳𝒂 𝒑𝒆𝒒𝒖𝒆𝒏̃𝒂 𝒎𝒖𝒏̃𝒆𝒄𝒂 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒃𝒓𝒐̀.. 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒃𝒓𝒐́... 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒃𝒓𝒐̀.. 𝑫𝒆 𝒎𝒊 𝒕𝒂𝒄𝒕𝒐 𝒔𝒆 𝒅𝒆𝒔𝒗𝒂𝒏𝒆𝒄𝒊𝒐̀, 𝑬𝒏𝒔𝒖𝒄𝒊𝒐̀ 𝒔𝒖 𝒇𝒓𝒂̀𝒈𝒊𝒍 𝒔𝒐𝒏𝒓𝒊𝒔𝒂..𝒔𝒖 𝒕𝒆𝒓𝒔𝒂 𝒑𝒐𝒓𝒄𝒆𝒍𝒂𝒏𝒂 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒃𝒓𝒐̀... 𝑳𝒂 𝒑𝒆𝒒𝒖𝒆𝒏̃𝒂 𝒑𝒐𝒓𝒄𝒆𝒍𝒂𝒏𝒂 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒃𝒓𝒐̀.. 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒃𝒓𝒐̀...

мє qυιєяσ мαтαя, мє qυιєяσ мσяιя 𝔐𝔢 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔯𝔬 𝔪𝔞𝔱𝔞𝔯, 𝔪𝔢 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔯𝔬 𝔪𝔬𝔯𝔦𝔯, 𝔣𝔯𝔞𝔤𝔪𝔢𝔫𝔱𝔞𝔡𝔬 𝔢𝔫 𝔲𝔫 𝔰𝔲𝔰𝔭𝔦𝔯𝔬..𝔞𝔮𝔲𝔢𝔩 𝔠𝔞𝔯𝔪𝔦𝔫 𝔞𝔲𝔫 𝔰𝔢 𝔡𝔢𝔰𝔩𝔦𝔷𝔞 𝔭𝔬𝔯 𝔩𝔬 𝔭𝔬𝔡𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔡𝔢 𝔪𝔦 𝔟𝔯𝔞𝔷𝔬. 𝔐𝔢 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔯𝔬 𝔪𝔞𝔱𝔞𝔯, 𝔪𝔢 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔯𝔬 𝔪𝔬𝔯𝔦𝔯, ℭ𝔬𝔪𝔬 𝔲𝔫 𝔥𝔢𝔠𝔥𝔦𝔷𝔬́, 𝔪𝔢 𝔰𝔢𝔡𝔲𝔧𝔬 𝔩𝔞 𝔣𝔦𝔫𝔞 𝔥𝔦𝔩𝔢𝔯𝔞 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔳𝔦𝔡𝔞 𝔶 𝔩𝔞 𝔪𝔲𝔢𝔯𝔱𝔢...𝔫𝔬 𝔢𝔰 𝔪𝔞́𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔲𝔫𝔞 𝔰𝔦𝔪𝔭𝔩𝔢..

¿Que me queda? Esa maldita pregunta que me vuelve a despertar de madrugada. Que me queda cuando ya no queda nada. Cuando la cadaverica luna Vestida de plata, me mira de reojo al pasar. Cuando las golondrinas me anuncian que se van. ¿Que me queda cuando la muerte me venga a buscar? Tan solo silencio, silencio nada más

𝔄 𝔪𝔦 𝔮𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔭𝔬𝔩𝔦𝔠𝔥𝔦𝔫𝔢𝔩𝔩𝔢,𝔳𝔦𝔢𝔧𝔬 𝔪𝔲𝔫̃𝔢𝔠𝔬 𝔡𝔢 𝔳𝔢𝔫𝔱𝔯𝔦́𝔩𝔬𝔠𝔲𝔬, 𝔰𝔢 𝔱𝔯𝔞𝔰𝔣𝔬𝔯𝔪𝔞 𝔢𝔫 𝔭𝔬𝔯𝔠𝔢𝔩𝔞𝔫𝔞, 𝔠𝔲𝔟𝔦𝔢𝔯𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔢𝔫𝔠𝔞𝔧𝔢 𝔰𝔲 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔡𝔞. ℭ𝔬𝔫 𝔠𝔯𝔦𝔰𝔱𝔞𝔩𝔢𝔰 𝔰𝔲 𝔦𝔯𝔦𝔰 𝔰𝔢 𝔰𝔲𝔢𝔩𝔢 𝔟𝔞𝔫̃𝔞𝔯, 𝔢𝔫 𝔢𝔩 𝔲𝔪𝔟𝔯𝔞𝔩 𝔰𝔲 𝔱𝔯𝔞𝔤𝔢𝔡𝔦𝔞 𝔢𝔰𝔱𝔞́, 𝔰𝔲𝔰 𝔡𝔢𝔩𝔤𝔞𝔡𝔞𝔰 𝔪𝔞𝔫𝔬𝔰 𝔰𝔢 𝔢𝔫𝔠𝔲𝔢𝔫𝔱𝔯𝔞 𝔭𝔯𝔢𝔰𝔞𝔰 𝔱𝔯𝔞𝔰 𝔢𝔩 𝔥𝔦𝔩𝔞𝔯.