Lentamente, casi ceremonial, retiró aquella daga de su pecho. Al principio le costó un poco, pero con unos cuantos movimientos, el objeto cedió. Solo restaba esperar el resultado final, la primera inhalación de esos pulmones regenerados, que estuvieron dormidos por más de ochenta años. El arma más poderosa y mortífera estaba por abrir los ojos.
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