Te sientas en el banquillo a esperarlo, la nevada está arreciando y tú has decidido irte ligera solo para que note tu vestido rojo. Siempre le gustó ver tu piel pálida iluminada por el reflejo carmesí. Comienza a temblarte la pierna del frío. Él no ha llegado. Decides esperar unos minutos más. «Él vendrá». Pero no lo hace, el atardecer le da paso a la noche y estás por padecer una hipotermia. Maldices al cielo, pues aunque has usado el vestido rojo, nada puede hacerlo salir de su tumba...

La chica preparaba con esmero el té de hierbas. El aroma que se colaba por sus fosas nasales proveniente del vapor de la taza, le producía un regocijo insondable. Tomó la taza entre sus manos y se dirigió a la poltrona que engalanaba el porche de su casa. Faltaba poco para escuchar el pitido del tren, ese que nunca podía ver, pero cuyo silbato se había vuelto su única compañía. Salvo que aquella noche pudo verlo cruzar el umbral, y tristemente entendió, que ella ya no pertenecía a este mundo.

Él era el único culpable. Ahora, mientras la chica descansaba inconsciente en una desgastada cama de hospital, con la frente perlada de sudor y los labios resquebrajados, deseó no haberla conocido. Nunca haberla condenado a la más humana de las pestes... A través de su camisa podía ver las venas de color púrpura casi negro que sobresalían de su pecho y que bordeaban su corazón. Se arrepintió de haber dicho "te amo", y haber despertado el virus maldito que ahora devoraba su corazón.

La pequeña artista veía su obra hacerse realidad mientras confeccionaba cada detalle de ese vestido con escote palabra de honor y hermosa caída en lentejuelas. Los detalles de la cintura eran realmente sofisticados y eran los que más trabajo le habían producido, sin embargo, mientras admiraba cómo se veía la forma en la modelo, se sintió más que satisfecha. Lástima que tuvo que asesinarla para que dejara de quejarse de los pinchazos de las agujas. Pero el arte tenía un precio...

El agua  del riachuelo era tan dulce como el infierno. La sed se fue, y hasta el calor se desvaneció, pues el terror me heló la sangre. A los lados del pozo, ordenadas de manera meticulosa, había una gran cantidad de lanzas rudimentarias, enormes varas largas con afiladas piedras en la punta. Tomé dos de ellas y corrí en búsqueda de los demás sobrevivientes, si en principio no quería compartir  desgracia con ellos, ahora los necesitaba para enfrentar lo que venía. Porque no estábamos solos...

Al tercer día un buque mercante me salvó, o eso pensé. Al subir fui maniatada y arrojada a una celda. Dijeron que el agua del pozo estaba envenenada, que producía alucinaciones y episodios violentos, que las heridas de mis manos las hice construyendo lanzas y que la sangre en mi cuerpo indicaba que yo había cometido tal acto cruento. Me quieren inculpar. Ellos saben lo que se esconde en la isla, sino ¿Cómo me encontraron? Aproveché el encierro y comí el último dedo que guardaba en el bolsillo.

La noche llegó, todos seguían expuestos en la orilla de la isla.  Decidí subir a las rocas más altas y cubrirme con diversas plantas. Esperaba en la lejanía el ataque que los acabaría. Y no se hizo esperar. Las  lanzas que había visto empezaron a llover de entre las palmeras, atravesando varios cuerpos, los gritos de dolor eran escabrosos. Las  sombras salieron de sus escondites y se hicieron con cada cuerpo, los golpearon, mataron y destazaron. Lloré, sabiendo que también sería mi destino.

El miedo puede llevar al humano a la estupidez.  Es por eso que cuando llegué sin aliento al lado de los sobrevivientes, ninguno prestó atención a mis  palabras, aludieron las  lanzas  a  algún otro naufrago que seguramente había muerto hacía mucho tiempo. Se dedicaron a lamentarse porque los heridos estaban moribundos, y en lugar de prepararse, oraron porque sus almas obtuvieran descanso eterno. Me alejé de ellos indignada y con la concepción de que no moriría, al menos no antes que ellos...

La  isla era un lugar que invocaba la locura, de otra forma no sabría explicar, como un lugar tan pequeño, resultó siendo tan extenso. Había dejado de ser una isla para convertirse en un paraíso perdido. Plantas extrañas, brotando de tierra que debería ser infértil, cocos maduros atiborrados en el suelo, y casi como si estuviera escondido bajo un extenso nido de ramas de palmeras, un pequeño camino de piedras que acababa en un pozo poco profundo. Me lancé a beber sin importar los riesgos.

El sol ardiente hizo que su sombrero se resintiera y el sudor cubrió su rostro, pero su vista estaba fija en su objetivo. El forajido salió de la taberna tambaleándose de borrachera, y aunque era un blanco fácil, su honor le concedió dejarlo desenfundar su pistola. Pocos segundos duró el duelo que acabó con una bala en la frente del asesino de vírgenes. El pueblo celebró el acto heroico y el Sheriff sonrió pagado de sí mismo. Solo tendría que esperar un poco para volver a cazar a sus niñas...

El sol secó nuestras ropas y nos presentó nuestro primer desafío; La sed. Los labios se me resquebrajaban y la consciencia se desvanecía tras las ganas de lanzarme al mar a tomar agua salada.  Entonces decidí ir a desentrañar los misterios de la isla en búsqueda de algo que calmara mi sed y me alejara de los lloriqueos de los demás sobrevivientes. Desde el momento del naufragio, supe que estaba sola, era cuestión de tiempo antes de que los demás se dieran cuenta que todos seríamos enemigos.

El crucero se hundió antes de llegar a la Isla, las balsas de emergencia no funcionaron y algunos no sabían nadar. Tras la tormenta y el hundimiento, solo unos pocos logramos salvarnos. La arena bajo mi cuerpo se sentía como el paraíso, pero luego de pasar la conmoción, fue momento de analizar los daños; quince personas sobrevivimos, tres de ellas se encontraban heridas por el caos en el crucero y no divisaba ayuda inmediata en el basto horizonte. No teníamos provisiones. Estábamos solos.

Nunca fui una persona aventurera, de allí que cuando me informaron que había ganado un boleto para tomar un crucero, me negué a aceptar tal premio, sin embargo la familia puede ser el peor enemigo e inducirte a tomar tus peores decisiones. Es por ello que, cuando la tormenta  imprevista hizo que la nave perdiera el rumbo y nos enfrentáramos a una penosa muerte por ahogamiento, divisar unas palmeras en la distancia a través de la tormenta, parecía un milagro de Dios. Aunque quizá era del diablo.

Santiago manejaba directo al hospital, su hijo ardía en fiebre luego de pasar horas bajo la lluvia rescatando a una tortuga atorada en la cerca. Miró a su chico que temblaba en el asiento del copiloto y se preguntó dónde había quedado el animal. Aceleró, queriendo llegar pronto al hospital, tan ensimismado que no notó el auto que se pasó la luz roja, y cuando intentó frenar, algo le obstaculizó el pedal de freno. «Ya sé dónde está la maldita tortuga», pensó, antes de impactar con el infractor.

Justo cuando me había resignado a una felicidad vacía y a amores sin fantasía, apareció él. Caminaba apesadumbrado con la mirada perdida, deseando callar la voz chillona de la mujer que tomaba su brazo y portaba el anillo de compromiso. Entonces nos vimos, y supimos que éramos almas gemelas, que estábamos frente a frente con un destino que nos había llegado demasiado tarde. No para nosotros, sino tarde para estar juntos... Sin daños a terceros. Sonreí. Había llegado la hora de usar el acónito.

El lienzo le parecía interminable, por más que plasmaba los trazos con exactitud le era imposible obtener la pureza, el brillo, y la tenacidad de los ojos de su amado. Comenzó a llorar sintiendo como sus dedos se entumecían sin lograr su cometido. Le había costado tanto hacerlo bajar la guardia, llevarlo a su atelier y hacerlo dormir, pero nada había valido la pena. Sus ojos en el lienzo no eran lo suficientemente azules, aunque estuviera usando su propio humor vítreo para retratarlos...

El cristal que adornaba el reloj de bolsillo crujió bajo los pies del chico. Siempre había deseado destrozar la reliquia que su madre usaba cada minuto para atormentarlo, para recordarle que él había sido el peor error de su vida, que estaba dañado y que no existía un futuro en el que ambos pudieran ser felices. Dejó caer el cuerpo inerte en la alfombra y miró los restos del reloj cubiertos de sangre. Su tic tac no volvería a robarle la paz y su impuntualidad... Ya no sería un problema.

Su nacimiento fue un milagro, pero retenerlo a mi lado ha sido una tortura. Las sábanas se mueven sin permiso alguno, las puertas se abren sin que nadie las toque. El viento que llega hasta su cuna parece arrullar una suave risa otoñal. Pero no hay nadie; al menos nadie que yo pueda ver. Nadie cree los eventos que plasmo, todos piensan que es estrés. Los rezos y el agua bendita no lo ahuyentan. Lloro en mi habitación, esperando la noche en que ese maldito duente decida llevarse a mi bebé.

El bals sonaba en toda la estancia mientras la pareja giraba entre caricias furtivas y risas esplendorosas, parecía no existir más mundo que el que se encontraba en sus miradas conectadas. El único problema es que la chica de cabellos ondulados, mirada risueña y hoyuelos inolvidables, era su prometida, la mujer por la que vivía y moría cada día. Y el hombre que la sostenía como una joya invaluable... Era su hermano. Sacó la pistola de su saco y disparó, rompiendo tres corazones en un solo acto.

Luca se encontraba absorto en el recopilatorio de cuentos que sostenía en sus manos, era el primer ejemplar de su obra impresa y no podía dejar de apreciar la textura de las hojas en la punta de sus dedos. Era perfecto. Tanto, que se sentía mareado. Quizá si no hubiese estado tan obnubilado con su reciente éxito, hubiera notado las franjas blancas en sus uñas o la decoración de su piel. Si tan solo no hubiera matado a sus amigos en aquel libro, ellos no hubieran rociado sus hojas con talio...

Mi boca escupe fuego contra mis enemigos frontales, mi cola suelta veneno a los que me atacan por la espalda, las espadas no logran traspasar mis escamas y el rugido de mis entrañas resuena a través de su desfallecido imperio. El cielo y el infierno convergen para asesinarme, a mí, quien nací para ser Dios entre dioses... y heme aquí destrozando con mis garras a quien debía venerarme. El humano se ha condenado, al considerar que yo soy el monstruo, y ahora, lo pagarán con su sangre.

El día era perfecto, mientras las nubes liberaban el dulce resplandor del sol sobre el lago y la brisa mecía el cabello de la mujer de su vida, él se inclinaba frente al arco de rosas rojas que con anticipación había preparado para que aquella propuesta fuera perfecta. Su corazón latía desbocado, sus ojos solo podían admirar el rostro de sorpresa de su amada al tiempo que ella se inclinaba a su lado y tomaba sus manos con dulzura antes de decir: —No. Y en un latido todo entre ellos... Se rompió.

Y allí estaba él, durmiendo plácidamente sobre las sábanas que durante cinco primaveras le brindaron cobijo al amor constante y desinteresado de la chica que escapaba furtivamente de su habitación. Ella se grabó su rostro en la mente mientras arrancaba la sortija de su dedo y la colocaba sobre la mesa del comedor. Abandonó cobardemente a su amor, pues aunque había mitigado el frío de su cuerpo, nunca logró descongelar su corazón. Y ahora, eran dos almas llorando por un amor no correspondido...

Cerré la puerta, dejando atrás a ese amor prohibido, que nació para ser mío pero nunca para estar conmigo. El cerillo en mi mano rodó por el suelo, generando con su débil llama el resurgir del fuego a través del camino de gasolina que en la habitación había esparcido. Escuché sus gritos de auxilio, sentí sus puños contra la puerta y luego... percibí el olor de su cuerpo siendo consumido. Una lágrima corrió por mi mejilla... Al menos me había asegurado de que nadie más obtuviera su cariño.

Despertó sobre su cama, pero no recordaba siquiera haber ido a descansar la noche anterior, estaba completamente desnudo, sin embargo, no había alguna fémina a su lado que justificara su desnudez. Se levantó y por primera vez en mucho tiempo se sintió fresco y revitalizado, asumió que quizá había tenido una noche loca; llena de diversión y carente de compromisos. Entró a su ducha a bañarse y trató de ignorar el olor a sangre que provenía de su traje usado esparcido bajo el lavamanos...

German deambulaba por las calles de su ciudad a medianoche, sus pies descalzos dejaban pequeños trozos de piel sobre el asfalto, y aunque no recordaba como había terminado en medio de una vía cruzada, presentía que el espíritu de ojos púrpura tenía algo que ver. Miro al cielo y se persignó, sabiendo que sería inutil su plegaria. A la lejanía, el cuerpo malogrado y descompuesto del padre se arrastraba en su dirección. El demonio necesitaba un nuevo cuerpo y él, su creador, era su mejor opción.

El vestido ondeaba sobre su cuerpo como la caricia del viento a las nubes, su sonrisa sonaba como el canto de las aves y mientras la contemplaba caminar, no tuvo la valentía de detenerla, de llevarla consigo y crear un mundo ideal para los dos. La nave que tanto conocía aterrizó frente a ella y en un santiamén la llevó consigo, dejando apenas la sensación de su existencia en el asfalto. Germán suspiró aliviado, al menos cuando la regresaran... Tendría una excusa para entrevistarla y conocerla.

Papá decía que era mi súbdito y yo su Reina. Cada noche me contaba historias de princesas y caballeros de armadura, y Cuando yo cerraba los ojos, él cuidaba mi sueño. Pero las cosas cambiaron, mamá me llevó lejos, dijo que papá tenía un nuevo amor y que ella le quitaría su bien más preciado. Estamos en una casa oscura, llena de gritos y golpes. De pronto hay silencio y no vuelvo a escuchar a mamá. La puerta se abre de golpe. Un señor con máscara me observa mientras agita el cuchillo. —¿Papá?

Martín rebuscó entre la tierra levantada en su patio, su perro, una bestia negra parecida al diablo no había dejado de ladrar hasta que lo vio inclinado examinando la tumba abierta. Al abrirla, esperó ver un brazo en descomposición, pero solo halló un corazón cercenado, negro como la noche, decadente y latiendo sonoramente con la energía de aquella enfermedad que robaba el alma. Martín suspiró aliviado, por suerte su perro no había desenterrado el cadáver de Mario bajo el sembradío de acónito.

Las paredes hablan y dicen que él viene por mí. Lo veo cada noche, entra a las habitaciones y coloca a la gente a dormir. Se viste de blanco pero todos le llaman "Señor gris", pues sus toques y experimentos solo nos hacen sufrir. Señor gris se hace llamar Ángel y en la última semana ha puesto a tres ancianos a dormir, y una vez sus cuerpos se han puesto fríos, los monta y los convierte en su "souvenir". Las paredes se han callado. Ahora son las llaves quienes me gritan que ya él está aquí.

Nate vio al vástago del diablo siendo devorado por los rayos del sol y sintió que la pesadilla había llegado a su fin. El sonido de la espada a su espalda lo hizo girar para ver como su amada caía al suelo con el pecho atravesado. —¡No! ¡Jane! La cogió en brazos sin poder entender su proceder, sintiendo como la sangre brotaba del cuerpo de su Jane. Ella le tomó del rostro y le sonrió por última vez antes de decir. —Mi cuerpo era su portal. Desde el inicio, sabíamos que este sería mi unico fin.

Las sábanas fueron testigos de la pasión de un hombre de corazón servil quien en la magia de la noche... hizo al pecado fluir. Una vez consumado el acto y a punto de salir, arreglé mi vestido e inicié mi ardid. —¡Guardias! ¡Este hombre me ha hecho sufrir! Los guardias ingresaron y al ver al sirviente a medio vestir, lo apresaron y llevaron directamente a la hoguera a morir. No pude evitar sonreír. El sirviente murió y yo finalmente, un heredero para mi Rey logré concebir.

Su amada había sido confinada a una cueva custodiada por una criatura impensada. Los hombres ya no creían en leyendas que de dragones hablaban, pero el caballero haría lo imposible por recuperar a su prometida secuestrada. Viajó por ríos y montañas hasta encontrar la cueva y en una batalla de dos días y dos noches logró vencer a la bestia que lo confrontaba. Solo cuando el cuerpo del dragón yació sin vida sobre la tierra mojada, pudo notar que los ojos del dragón... eran los ojos de su amada.

La casa está a escuras pero el olor a sangre que invade cada rincón lo hace sentirse extasiado, por el pasillo el reguero de partes humanas le obliga a caminar saltando para llegar al armario, las luces azules y rojas afuera avisan que la policía ha llegado, no tiene escapatoria en su juego macabro. El autor coloca el punto y decide continuar otro día su relato. Se levanta de la silla y camina hasta su cuarto, pero, en el pasillo tropieza con un brazo... ¿Realmente era solo un relato?

James admiraba el dulce árbol de navidad que había decorado con esmero. Afuera, la nieve había cubierto todo, pero el interior de su cabaña se mantenía cálido. Se dispuso a colocar la estrella en la punta del árbol, malhumorado con la mancha de sangre que arruinaba su esplendor, culpa de su bulliciosa esposa. Recordó su discusión matutina, suspiró y decidió ignorar la beta carmesí mientras escuchaba villancicos. Ya no la volvería a escuchar blasfemando que no existía Santa Claus...

Abuela de mis amores, alegrías y emociones. Nunca podré decirte cuánto añoro tus sermones, no son más que recuerdos convertidos en lecciones. Cada caricia de tus arrugadas manos llena mi corazón de ternura, sin embargo, Imaginar que nuestro tiempo se acabe me llena de sin sabores. Amanezco peinando tu cabello largo convertido en una masa difusa de colores Nunca podré retribuir tu entrega, tus abrazos y tus valores. Aunque un día se separen nuestras manos, siempre serás la abuela de mis amores.

La chica se habia escapado de su habitación en medio de la noche, con pasos sigilosos y el corazón retumbando, no debía despertar a nadie, en sus manos llevaba su Nikon, su mejor amiga para noches estrelladas. Aquella noche sería épica... Salió de casa sin ser descubierta, caminó un poco hasta un pequeño mirador y apuntó su lente deseando capturar la conjunción de Júpiter y Saturno; amaba ver esos anillos... A su lado, una gata de la realeza celebraba el evento astral a su lado meneando la cola.

Ella era hermosa, todos decían que era una criatura que traería destrucción y sequía. ¿Cómo podría un ser tan enigmático ser una amenaza? En cambio, viéndola allí, maniatada, con sus escamas resecas y cantando una dolorosa melodía de cautiverio, era claro quiénes eran la amenaza... Me fue imposible no soltar las cadenas que la mantenian prisionera en mi propio hogar. Pensé que moriría al dejarla ir, pero su alma se unió a la mía y ella se quedó para siempre protegiendo mi amada Varsovia.

Mi cuerpo no ha sido bendecido por Dios, su belleza incomprendida me ha condenado al dolor. Me hieren, pero son ellos quienes sienten miedo. Me atacan en nombre de un ser supremo, y clavan sus espadas en mi piel queriendo acabar mi existencia. No saben quién soy, pero me han llamado monstruo.

Sobre el sofá de piel la chica posaba su rostro, sus ojos cerrados hacían lucir sus espesas pestañas, sus mejillas pálidas y regordetas enmarcando unos esplendorosos labios. Lo tenia obnubilado. El artista suspiró desanimado observando su brazo lesionado, si no fuera por el yeso, ya la hubiera retratado. Se levantó y depositó un beso en su frente, saliendo de la habitación y cerrando con llave. Esperaba que el cuerpo soportara los días que le quedaban de reposo, sin descomponerse...

En una casita desvencijada, una familia susurraba un cumpleaños en medio de rezos a los santos. Las detonaciones se escuchaban lejos, pero hacían resonar los pequeños vasos, que junto a un pastel de pequeño tamaño, eran todo el regalo de un niño de siete años. Cuando las voces callaron, fue el momento de pedir su deseo, el niño que apenas había visto el mundo tras sus cuatro paredes, deseó dormir viendo el cielo. La bomba calló sobre su casa y el niño durmió, sin poder admirar el cielo...

El sudor corría por su frente pese a la altura en la que pilotaba el Enola, little boy no había sido probada; era la respuesta súbita a la cruel emboscada. Era su deber proteger a su patria, y con ello acabar con la amenaza. Cuando la bomba explotó, y la tierra se estremeció en llamas, la vorágine de muerte no distinguió entre inocentes o infames. El fuego consumió carne, hueso y esperanza. Y por primera vez, el soldado pensó que lo actos de paz, quemaban con el mismo fervor que el infierno.

Iba Angélica caminando con su raspado y un patacón, Sin darse cuenta que en el cielo Se avecinaba un ventarrón La calavera nerviosa, Esperaba con ambición, Que un rayo del cielo cayera Y chamuscara su esternón Para así llevarse el raspado y disfrutar del patacón.

La nieve caía sobre el cristal de la ventana, anunciando una navidad desolada, Fátima luchó como todas las noches por arrancar el grillete que la sujetaba a la cama, pero el hambre y el dolor la dejaron desmayada. Cuando despertó, encontró una caja junto a la cama, la abrió con rapidez y la luz del cuchillo la dejó anonadada. La mujer desde la puerta la miraba, firmando un pacto de libertad para ambas. Su regalo: Un alma por un alma. Fátima obtendría su deseo a cambió de asesinar a un canalla.

En memoria de Germán, un escritor de fantasía que en el camino perdimos... Un amigo fiel, quien quiso ser famoso pero no logró ganarle a los fanfics, que tu alma descanse en paz de los coreanos.

La tinta corrió sobre la inocua hoja, mancillando con palabras terroríficas su frágil blancura. Los demonios, los monstruos y demás criaturas al borde la locura se desarrollaban a través de cada frase, edificando un camino de dolor y destrucción. Su estado favorito; el caos. Una voz interrumpió su quimera y le hizo concentrar en el Diván. Le otorgó una mirada sosegada a su paciente y le pidió que continuara su relato. Después de todo, su mayor inspiración brotaba de la compleja mente humana.

Cuando salió de su hogar de paredes cubiertas de moho y llanto, un policía la llevó a una jaula que llamó "baño". Una criatura horrible la miraba de frente, parada en un plano distinto al suyo, con ojos saltones asimétricos, la cara llena de tierra y dolor; era una copia de ella. Sacó una hojilla de su bolsillo y empezó a destazar a la criatura hasta que su rostro fue un amasijo de carne sin piel y sangre manchando la cerámica. Rio complacida, la criatura ya no se parecía a ella.

La cuarta botella de vino paseaba entre su mano y sus labios. El tiempo parecía haberse detenido mientras la bruma de la ebriedad se llevaba consigo el dolor y la culpa. En el suelo, apenas y divisaba el cuerpo de su padre, quién convulsionaba sin reparo y cuya boca se llenaba de espuma. Lo había invitado a disfrutar de su primera borrachera en diez años, y entre copa y copa, había envenenado su bebida. Mientras él moría, ella se liberaba del monstruo que le había arrebatado su infancia.

Era una noche de luna llena. El débil quejido de una chica maniatada, perturbaba el sonido del viento al chocar con el Faro. Un hombre jugaba con un cuchillo entre sus manos, viendo como brillaba cual instrumento de plata; su preciado tesoro. La navaja se incrustó en el vientre de la fémina y su captor se embelesó con aquellos ojos que reflejaban agonizantes el brillo de la luna. La sangre brotó de su cuerpo, bañando la superficie fría, de un sitio desolado que solo su asesino conocía.

Era una noche tan oscura que la luna alumbraba más que el faro. Camille tosió padeciendo el inclemente frío del mar frente a ella, estrujó sus manos congeladas y observó la vasija a su lado, el delicado objeto contenía los restos de la mitad de su vida, de su corazón. Él, siempre le pidió que al morir, esparciera sus cenizas en el mar. Ella decidió cumplir su deseo, y esperar junto a aquel faro, que la soledad y la brisa se llevaran las cenizas de su amado y en el camino, su propia alma.

Las hadas observaban con asombro la caída del ángel. Sus alas blancas como la nieve eran capaces de iluminar todo el bosque mágico, los ojos de las hadas ardían con el resplandor. La pequeña ángel apenas y se movía, con su cuerpo tendido en la tierra y sus ojos inundados en lágrimas. Cada pluma de sus alas se desprendía y se perdía en el aire, desvaneciéndose a causa del fuego celestial que las arropaba. Era el precio que el ángel debía pagar por dejarse engañar con el falso amor de un hada.

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La melodía del violín amenizaba su velada, el joven mesonero puso frente a él un filete mignon en salsa de champiñones. Antes de irse, le dedicó una sonrisa a su cliente y el hombre le devolvió el gesto. Tomó sus utensilios y cortó el filete con pericia mientras dedicaba una intensa mirada en la lejanía a su anfitrión predilecto. Su rostro era tan suave y terso, la palidez de su piel lozana y sin cicatrices; le hacía salivar. Estaba ansioso por cortar ese perfecto rostro para su nueva máscara.

Estaba tado de pies y manos, la noche se instaló en sus ojos vendados, pero el calor del lugar le decía que el sol no se había ocultado. La sangre se impreganaba en su piel, como una llama ancestral que consumía todo a su paso. Escuchó la llegada de la bestia y el sonido del cuchillo en sus manos chirriar contra la pared. Venía por él, por su carne. Le quitó la venda, para que admirara su ausencia de rostro. Lo único que detuvo su destino, fue la llegada de un paciente al Diván del escritor.

Viajó kilómetros para encontrarlo, tal y como dictó el oráculo: "Solo el amor verdadero te devolverá a tu amado". Estando en medio de la selva, frente a una pantera negra de brillante pelaje, dudaba si realmente el destino sería capaz de cambiarle. La luz del ocaso se reflejó en el depredador, y Alissa, en su último acto de amor, le tendió los brazos. La criatura saltó y clavo sus feroces colmillos en su cuello. El sol se ocultó y Alissa murió, sin saber que su acto de amor, había funcionado.

Elisa despertó sintiendo que le dolía cada hueso del cuerpo, pero sobre todo, no soportaba el dolor de su cuello. Abrió los ojos con parsimonia, siendo apabullada por el resplandor de la lámpara, se enjugó los ojos con las manos y se desperezó, decidiendo salir en búsqueda de algún calmante. Al bajar los pies de la cama, notó que algo andaba mal; No sintió el suelo. Giró su vista hacia atrás y gritó silenciosamente, mirando sobre una plancha de metal, su cabeza separada de su cuerpo.

Cuando despertó, ya se encontraba dentro de la asfixiante caja de cristal. Sangre ajena cubría el suelo. —Padre, ayúdeme —pidió un hombre moribundo a su lado. Había una nota en su mano: "La llave de la libertad está en su interior" El padre observó en medio de su pánico al hombre herido y pidiendo perdón a Dios, hurgó en su carne hasta que encontró la llave. Corrió hasta la puerta y la introdujo, pero, solo pudo gritar enloquecido al notar que la puerta nunca estuvo cerrada.

El oficial escuchó el grito de auxilio. Había pedido refuerzos apenas había encontrado la guarida del asesino serial y ahora estaba en una lucha contra el reloj para capturarlo. La chica gritaba desde el interior de la casa, el oficial solo tenía que derrumbar la puerta y socorrerla, pero al hacerlo sin una orden perdería la captura en flagrancia. ¿Salvar a la chica o esperar y obtener el arresto? He allí el dilema... Al final, el cuerpo de la chica fue la mejor evidencia para la condena.

Tomó el reloj y observó que marcara las 9:00 pm del 12 de Mayo de 1998. Había vuelto en el tiempo para evitar el nacimiento de un monstruo. Subió las escaleras, escuchando el ruido nítido de los golpes en el rostro de la víctima, sabiendo que tras 10 golpes más, su ojo derecho saldría de su cuenca. Abrió la puerta y disparó dos veces, un disparo acabando con la vida del secuestrador y el otro acabando con la vida del rehén. Morir aquella noche era su mejor final. Había vencido al monstruo.

El otoño se ha ido y me ha dejado bajo un imponente invierno. Las personas divagan por el mundo pero la soledad sobresale y se vuelve fría y punzante. Miro al cielo nublado, suspiro y dejo escapar un silencioso lamento mientras ruego al universo que la temporada pase, que la primavera cubra con su calidez el vacío que dejaste y que el tiempo transcurra velozmente de manera que el otoño me devuelva tu compañía.

Sus ojos contemplaban dudosos los recuadros de cerámica en el suelo, sus manos tanteaban con temor las paredes, como si todo a su alrededor fuera nuevo, extraño, irreconocible. Aunque aquella casita había sido su hogar desde hacía más de 40 años. Habían trabajado de la mano para construirla... y ahora el Alzheimer se llevaba sus esfuerzos. Él la besó y empezó a contarle la historia de cada foto en la pared, tratando de construir un nuevo hogar dentro de su mente; uno en el que nunca lo olvidara.

Él colocaba cada ladrillo de su reciente edificación con el orgullo de cumplir un sueño anhelado. Estaba feliz, tarareando To Build a Home. —Sabes madre, los chibchas edificaban sus hogares sobre cuerpos de vírgenes, para hacerlos más resistentes —mencionó. No obtuvo respuesta de su progenitora, pero eso no impidió que continuara su labor. Al terminar aquella fase del paredón, dio un beso sobre la superficie y susurró: —Y aunque no eras virgen, espero que tu cuerpo me brinde un hogar resistente.

Tic-Tac Tic-Tac. El tiempo se va agotando y las cartas caerán; el castillo se ha debilitado y pronto el estruendo se oirá. La brisa ha levantado el rostro final de tu maldad; la víctima eterna se ha cansado de tan solo suplicar piedad. Tu hora ha llegado y de tu emporio solo quedará; un amasijo de naipes y la vergüenza de tu verdad. El miedo te ha paralizado y tus latidos cederán, tras las sombras de tu alcoba solo un aviso recordarás; el canto del reloj susurrando un débil Tic-tac, Tic-Tac.

Las cartas eran barajeadas por unas manos hermosas, acompañadas de un cuerpo de sirena y rostro angelical; era imposible que esa sonrisa no le brindara suerte. Solo necesitaba que la carta echada boca abajo en su mesa fuera un As de diamantes y celebraría en grande su Escalera Real. Tenía que ganar. Después de haber perdido toda la noche, era su momento de brillar. El cuerpo mutilado del anterior ganador dentro del baño de caballeros tenía que funcionar como su amuleto de buena suerte.

Él preparaba el sutil detalle con esmero, sabiendo cuánto ella lo amaría. Sería una forma de mantenerse para siempre juntos. La figura de yeso le había costado muchos días de perfeccionamiento, había añadido a la mezcla su saliva, sudor, sangre e incluso el residuo de aquellas noches de clímax en que la adoraba de lejos. Rufus había quedado perfecto. Entregó el obsequio a su adorada, y ella aún de luto por su mascota lo recibió encantada. Él sonrió, Había sido buena idea asesinar al perro.

—¿Estarás siempre a mi lado? —preguntó la chica. —Lo prometo —afirmó mi dueño rebosante de emoción. Dentro de su pecho me resquebrajé un poco, por ser incapaz de permitirle cumplir esa promesa. Una falla congénita desconocida por él, me haría detenerme en minutos. A pesar de las alegrías que vivimos juntos y la poca vida que habíamos disfrutado, él no había entendido mis señales, y ahora, solo podía despedirme con una súplica de perdón y el dolor apremiante de una despedida inminente.

El habano se consumió mientras los gritos taladraban su cabeza. 3 días habían pasado desde la captura de aquella niña piel de porcelana, cabello dorado y ojos hambrientos. Por un momento, antes de romper el primer hueso, pensó que era la indicada, pero su equivocación lo llevó al desasosiego. Resignado recogió el mazo de la mesa y de un solo golpe hundió el arma contra su piel hasta que los gritos cesaron y una lágrima rodó por su mejilla. Nunca podría replicar la belleza de su primera muñeca.

Mi alma clama tu nombre Tu ausencia ensombrece mis días Tu voz se pierde en las noches Y aumenta mi agonía. Mis piernas no saben cubrir El tramo de distancia enemiga Que aquel destino perenne Marcó para tu vida y la mía. La Luna no brilla de noche El sol no resplandece de día La idea de acabar el tormento Se vuelve mi única amiga. Cierro los ojos con fuerza Y te dedico mis melodías Susurro tu nombre a la muerte Y me uno a su compañía. Espero que un día recuerdes Soy quien más te quería.

Las corbatas nunca habían sido tan excitantes como en aquel momento en el que sujetaban las muñecas de su jefe a cada extremo de la cama. Sus ojos dilatados, su respiración agitada y su piel erizada eran una invitación al pecado. Tomó una última corbata y con ella cubrió sus ojos mientras lo besaba con intensidad, degustando su aliento. El hombre haló la tela con anticipación y una media sonrisa en su rostro. Ella se alejó y buscó las tijeras en su bolso. Aquella noche sería inolvidable.

—¡Dr.! ¡Tiene que creerme! Ella siempre viene por mí, lo hace desde niño, el brillo de su nave iluminaba toda mi habitación, me escondía bajo la cama pero con sus largos dedos me arrancaba de mi refugio, entonces, sus inmensos ojos negros se fijaban en mi cuerpo con ímpetu y comenzaba la exploración. ¡No estoy loco! ¡Ellos vendrán de nuevo por mí! El Dr. Observó a su paciente con pena, sabiendo que los aliens eran solo el escape de su mente para obviar que su madre sufría el síndrome de Yocasta.

Los espejos te rodean, pero ninguno es capaz de reflejar tu verdadero rostro. Tu voz hipnotiza a los incautos porque ninguno logra divisar a primera vista el largo de tu lengua ni lo venenoso de la misma. Y aquí estoy yo, que ya he sufrido los embates de tu hipocresía, sentado frente a ti y devolviéndote la falsa sonrisa. Porque ya te he visto sin necesidad de espejos, ya te conozco sin necesidad de anteojos y te haré pagar sin necesitar el fuego. Desde hoy, ambos podemos jugar este juego.

Ella lloraba desconsolada en los brazos de su amigo. Las lágrimas humedecían su camisa mientras ella se acurrucaba en su pecho dejando salir todo su dolor y desolación. Su corazón había sido destrozado. Él la tranquilizaba con pequeños arrullos y caricias suaves sobre su cabello, sus brazos servían de consuelo para el frío que la embargaba al sentirse engañada. Y mientras él apaciguaba el corazón malherido de su compañera, su propio corazón se resquebrajaba al saber que ella nunca le amaría.

El quirófano improvisado se llenó con la alegría de su silbido. En la mesa de cirugía el cuerpo de una joven se encontraba desnudo, mancillado, su esternón abierto a plenitud. El hombre frente a ella observó embelesado el latir de su corazón. Era hermoso; sus venas repletas de sangre, sus movimientos cónsonos y su radiante color rojo. Tan Lleno de vida. A diferencia del corazón débil de su perro. Sonrió mientras tomaba el bisturí. Finalmente había dado con la donante perfecta para su mascota.

La alacena es mi refugio y mi infierno. Las demás especias conocen mi destino y me miran con lástima. Solo puedo sentir pavor y remordimiento, porque hoy es mi día especial. Los gritos provenientes del sótano y la vibración de la sierra retumban en las paredes anunciando el acto cruel... Cuando todo queda en total silencio es porque él ha acabado su labor. Sus pasos resuenan, abre la alacena y me toma entre sus manos para preparar su infusión favorita. Frutos rojos y un poco de sangre inocente.

Mamá ha dejado entrar a un hombre que no conozco y se han encerrado en su habitación a jugar. Las risas de mamá se confunden a veces con débiles sonidos, no sé por qué se queja ¿Estará llorando? No puedo saberlo, porque no puedo abrir aquella puerta. Papá ha llegado antes de tiempo y me ha susurrado que no haga ruido, que me esconda y no abra la puerta de aquella habitación a la que él también entra a jugar. Siento miedo y a pesar de los gritos de auxilio de mamá, sé que no debo abrir la puerta.

La vida se aferraba a él, pero él había perdido las ganas de vivirla. Todas sus vivencias lo abandonaban, algunos días sabía quien era, otros golpeaba al extraño que se asomaba al espejo. Aquel día la lucidez había perdido la batalla, y con la soledad como compañera, se tiró al suelo y lloró por lo que había olvidado. Una cajita apareció de la nada, como si fuera la señal que debía encontrar, y su contenido le sacó una sonrisa melancólica a una mente vacía y un corazón lleno de recuerdos.

El detective removió la cinta amarilla para ingresar a la escena. La sala de estar de un hogar humilde cubierto de cortinas, manteles baratos y peluches. En medio de todo, el cuerpo sin vida de una mujer en un charco de sangre le dio la bienvenida. —Homicidio por arma blanca, al menos 14 heridas —informó el forense. El oficial escuchó un débil ruido, corrió a la cocina y por instinto abrió la alacena. —¿Ya puedo salir a buscar a mi mami? —preguntó la niña inocente jugando a las escondidas.

Los días sin comer habían doblegado mi voluntad y sembrado el terror en mis entrañas. El sol era solo un recuerdo y la luna apenas iluminaba a los muertos que me rodeaban. La esperanza era una ilusión perdida. Él se acercó lanzando un plato de comida al suelo, y sin pensarlo dos veces, devoré todo su contenido, degustando mi última cena. Me observó complacido antes de estallar en risas y abrir la puerta. Del otro lado se encontraba el origen de mi comida. Un hombre moribundo sin brazos.

Aquella cajita apareció de la nada, como si fuera la señal que debía encontrar, Jean tuvo el fuerte deseo de arrojarla nuevamente al fondo del palacio, en donde terminaban todos los objetos valiosos. Su bastón resonando en el mármol y su cuerpo haciendo el torpe intento de inclinarse para tomarla entre sus manos, fallando estrepitosamente, cayendo al suelo. Con el golpe, la caja se abrió y la llave en su interior le recordó que había perdido la libertad de abandonar el palacio hace mucho tiempo.

Ella no debía estar allí. El bosque no era su hogar, mucho menos en luna llena. Él era su amor humano y su verdugo animal...y ella había amado esa dualidad. Por eso, el grito desgarrado que salió desde las entrañas de la bestia iba cargado de pena y dolor, sus garras mantenían entre sus brazos el cuerpo lánguido de su única destinada. Su víctima. Dejó su cuerpo en la tierra, se acurrucó a su lado y lloró, esperando que el dolor causara la muerte de su animal herido clamando por su alma gemela.

Mis zapatitos repiquetean, papá está por llegar. Finalmente obtendré el regalo prometido, ya tengo 7 años y la responsabilidad de tener una mascota. Un lindo perro ¿Sería pequeño o grande? ¿Niño o niña? El auto entra al garaje y corro impaciente para recibirlo. Papá baja, y arrastra un bulto consigo. La alegría me embarga; mi mascota lleva un bozal, ojos azules y cabello rubio. Se parece mucho a mí. Papá dice que es un perro, papá no dice mentiras. Estoy ansiosa por domesticar a mi mascota.

Microrrelatos de mi corazón ¿Qué han hecho con su formulación? Las personas parecen olvidar que el fin de la microficción es crear historias cortas llenas de emoción. Y no frases sueltas sin ninguna función. Tampoco saludos, ni chistes malos que causan aflicción. Sueño con el día en que los escritores te pongan atención. Y tus lineas se llenen de verdadera microficción. De verdaderas historias y de verdadera creación. Olvidando aquellas frases que solo llenan espacios...y matan tu pasión.

Solo al perderme en aquel mar pude encontrar mi voz. Me sentía ahogada. Tan perdida y agobiada se encontraba mi alma en el bullicio de la gente y la debacle de la humanidad, que decidí abandonar una vida que no me pertenecía. Mis lágrimas se fundieron con su sal, la arena cubrió la amargura y las olas arrastraron con mi agonía, hasta que solo pude sentir paz. Si alguna vez encuentras un mensaje en una botella, consérvalo; sera la prueba de que pensé en ti, incluso cuando no sabía quién era yo.

Siempre he amado la lluvia. Gotas de dolor que caen del cielo y adormecen los pesares de las almas desorientadas que caminan por el asfalto queriendo escapar del frío que acompaña el impacto de las gotas en las densas ropas de los afortunados y en los tristes harapos de los sin hogar. La lluvia trae consigo el más insólito contraste entre la alegría y el dolor, capaz de hacerte disfrutar la calidez de un hogar o enfriar un corazón abandonado.

Ayer luego de dos años te recordé. Mientras tomaba el autobús del trabajo a casa, la breve lluvia había invocado a la humedad y el calor se hacía insoportable en aquella caja de metal llena de cuerpos sudorosos. Logré conseguir un asiento junto a la ventana y un chico de tu contextura se sentó a mi lado, pese al sudor su perfume sobresalía y de vez en cuando su brazo rozaba el mío debido a los embates del transporte. Aquella caricia se sintió como tú y por un momento, olvidé cuánto te odiaba.

Su rostro compungido aumentaba el fulgor de mi ambrosía, sus lágrimas desbordadas empañando el perfecto delineado de sus ojos y generando grietas negras sobre la nívea piel de sus mejillas, su boca roja y provocativa que me incitaba a destrozarla poco a poco, sus labios agrietados y pálidos se movían con frenesí. Tal vez intentando expresar lo que su boca no podía desde que había cercenado su lengua. Estaba maravillosamente rota, y aun así, no me sentía satisfecho. Era simplemente carente.

Dulce niña que caminas sin mirar, tus ojos y tu alma le temen a la vida por imaginarte débil. Tu voz es un simple susurro destinado a no ser escuchado. Entre los crueles viviste y tu única forma de protegerte fue tras el endeble escudo de la sumisión insondable. Los pecados de otros se convirtieron en los tuyos por omisión. A causa de tus silencios, el silencio será cómplice del marchitar de tu alma.

Su bondad era simplemente aterradora. Al mirar sus ojos, nadie sería capaz de descubrir lo que se escondía bajo su piel. Sus dulces palabras apaciguaban miedos, sus sonrisas abrigaban corazones, su mirada capturaba para siempre el alma de jovencitas descuidadas. Un callejón sombrío era la dulce morada, en la cual miraba sus ojos y suavemente clavaba la daga, cortando la tierna piel y arrebatando la esperanza. Brotando la sangre y la vida de una confianza traicionada.

No sabemos qué tan cegados estamos hasta que la ceguera nos lastima de forma irreparable. Cada quien decide lo que quiere ver, y que mentira amar, decide que quiere ver y lo que se obliga a olvidar, las sonrisas falsas, las mentiras obvias, el desinterés, la traición... Al final, solo es cuestión de aceptar aquello que duele, para que nuestros ojos vean el mundo tal cual es.

Corro con todas mis fuerzas a través de un horizonte insondable para alejarme de ti, sin embargo, cada paso desbocado me acerca trágicamente a tu presencia. Cierro los ojos para no observar tu figura, pero tus manos rosan mi piel y el reconocimiento me fractura. Inhalo tu aroma pero solo siento el recuerdo de lo que fuiste una vez y nunca más serás. No estás allí, no puedes estarlo, es solo mi mente torturada rememorando aquellos días en que tu existencia me pertenecía. Si tuviera otro día.

Pocas cosas eran tan fascinantes como el día de San Valentín. Cada año mi mente se llenaba de posibilidades de lo que depararía aquel día, especialmente al anochecer. Era la noche perfecta para cazar. Sus ajustados vestidos, sus delicados peinados, sus atrayentes aromas, sus exagerados tacones, sus labios brillantes y seductores, sus ojos desbordados de sombras y colores. Tan sublimes, tan excelsas, tan débiles, tan ingenuas. Sin poder correr, sin poder huir. Mi mejor regalo de San Valentín.

Las personas son más felices si les mientes. ¿Cuánta verdad podría existir en una frase tan desalentadora? Aprendí aquel día, que la mentira causaba mayor empatía que las verdades que había pronunciado sin cesar, aquella frase llena de falacias había hecho brillar tus ojos y había evocado una sonrisa primorosa de tu boca. Confiaste en mí. La verdad de aquel día había destruido mi paz, pero la mentira había evitado tu juzgamiento. Mentí una y otra vez. Curiosamente, nunca antes fuiste tan feliz.

Aquí estoy, una vez más con los nervios en la garganta y el corazón desbocado. Descubriendo un nuevo mundo, nuevas personas, nuevos colores. Sintiendo temor, aplacando los nervios y desatando la alegría, cometiendo errores, logrando aciertos, siempre con tu imagen en mi mente. Aquí estoy una vez más relatándote mis travesías mientras tu lápida me observa impávida y sombría, limpio las hojas sobre ella y te dejo un clavel, prometiendo volver a ti con una nueva historia, una que vivo por ti.

A veces temo lo que siento, por temor a sentir demasiado. Tal vez la incertidumbre no parte del sentimiento, sino del apego que crea en mí el hecho, el acto o la persona en sí. Quiero sentir sin medidas, sin razones, sin recato, pero mi cuerpo reacciona y mis entrañas se contraen mientras mi mente susurra aquello que temo. No soy capaz de soltar aquello que amo. Por eso prefiero no amar, no permitir la entrada en mi corazón de aquel animal con garras que lo destrozará todo a su paso al partir.

Cada vez que oigo tu risa mi corazón se acelera y me siento menos sola en mi mundo de sombras. Es medianoche, mamá abre la puerta, y tu risa se detiene, la luz se enciende y me encuentro sola. Su mirada nerviosa examina toda la habitación sin encontrar la risa perturbadora. Solo estoy yo, fingiendo dormir. La puerta se cierra, vuelves a mi lado y sonríes sin parar. Muero por mirar tus ojos, y así lo suplico, pero me prometes que no falta mucho para que veamos el mundo a través de los míos.

¿En qué momento la costumbre de pensar en ti deja de ser epifanía y se convierte en locura? Tal vez si carne y hueso rodearan tu esencia sería más fácil de comprender para la sociedad, que para mí eres uno más. Que vives en mis pensamientos cada noche y cada día, que tu causa se cimienta en mis sueños y tu risa se plasma en las cientos de palabras que grabo en papel. Me piden que no te ame, pero eres una parte de mí, aquella que he callado tantas veces y solo grito al escribir.

Mc. Callum tocó con fuerza el timbre que abriría aquellas rejas infinitas capaces de cubrir con acero y concreto una ciudad entera. Para él, aquello parecía más una prisión de máxima seguridad para personas adineradas, que una academia de estudios, pero el sofisticado nombre grabado en medio de las rejas con un símbolo enrevesado no mentía, acababa de llegar a la "Academia Haven" Mc. Callum sonrió amargamente cuando vio las puertas del "paraíso" abrirse. Era hora de resolver un homicidio.

Las rejas se abrieron y el chirrido del metal le hizo preguntarse ¿Una academia como aquella con las puertas oxidadas? —No es por falta de recursos Oficial, las rejas de Haven no son frecuentemente abiertas —musitó una dulce voz, leyendo sus pensamientos. No había notado la compañía. Utilizaba un uniforme blanco en su totalidad, tan pulcro como el de un marino y con la misma formalidad; aquella chica no debía tener más de 16 años. —¿Y tú eres? La chica sonrió débilmente—. Annelisse Kavanaugh.

Aquello era demasiado extraño, la pasividad en el ambiente, la afabilidad de mi guía. No era lo que se esperaba del lugar en el que habían asesinado a un chico. —Cuéntame Annelise, ¿este lugar es realmente el paraíso, o el infierno? —Depende de la perspectiva de cada quien, oficial —respondió. —¿Lo es para ti? La chica detuvo su caminar—. Es mi hogar —aseveró— Cada hogar tiene un poco de cielo o de infierno. ¿Qué tan al extremo está su hogar, Oficial? Una pregunta capciosa que no pude responder.

El cambio de sensaciones de un momento a otro se siente anticlimático. ¿Cómo puedo sentirme en las nubes con tu toque? Aun así, no eres mía. Estás cerca, puedo tocarte y hacerte reír, pero corro lejos de ti en busca de alguien más que despierte los mismos sentimientos, o que al menos apacigüe los que tengo hacia mi mejor amiga. Sé que me quieres y sé cuánto te quiero, pero en el momento en que la palabra amor sea dicha todo cambiará. Perdóname, soy un cobarde. No puedo arriesgarme a perderte.

Lo que yo sé de ti, es lo que muestra tu reflejo ante el espejo: que tus ojos azules destellan con gracia en la búsqueda implacable de opacar el cielo, que tus labios carmín susurran despacio palabras carentes de sentimientos y maquilladas de amor. Lo que yo sé de ti, es que no sé nada. Puedo verte, y puedo tocarte hasta dónde el dinero lo pague, pero pensar en conocerte o poseerte es algo que nadie tendrá, porque tu ambición no conoce límites y tu corazón es un lujo que nadie podrá comprar.

Hoy he decidido tu muerte. Será callada, rápida y sin remordimientos. La sangre manchará la alfombra, pero es un costo razonable por librar al mundo de tus atrocidades. El disparo resonará en la habitación, pero nadie vendrá a socorrerte, porque cada día y cada noche todos rezan por el día en que desfallezcas. El olor de la carne quemada ahuyentará al gato, pero no maullará, no lo mereces. Coloco la pistola en su cabeza y disparo, finalmente tendré paz. Tristemente no podré limpiar la alfombra.

Allí se encontraba ella, llena de gozo y con una sonrisa tan resplandeciente que parecía iluminar toda la estancia. Incluso ahora, que todo era penumbra, ella podía vislumbrar los desorbitados ojos del hombre maniatado a sus pies. Una desgracia que hubiera manchado sus zapatos. Hubiera preferido no ensuciarse, pero en un mundo lleno de injusticia, solo tenía una alternativa. —Piedad —suplicó él. Ella rió—. Coloco tu misericordia en las manos de Dios, pues en las mías solo encontrarás la muerte.

La sangre que manchó la alfombra provenía de sus intentos de recuperar el aire luego de los golpes recibidos. —¡Les dije que no puedo ayudarlos! Lo empujaron al interior de la habitación y cerraron la puerta, sumiéndolo en una oscuridad en la que sus ojos parecían cegados. Los objetos que puyaban contra sus rodillas, parecían fragmentos de huesos, quizá de fósil. —No soy paleontólogo! Se escuchó una risa desde afuera. —Sin duda, un paleontólogo sabría que los huesos en el piso, no son de fósil.

El crujido de la puerta vaticina su llegada. Lo esperas arrodillada, es el amigo de papá; el de la brújula dorada. Te lleva a tu cuarto sujeta por tu hombro. Saca su brújula y la coloca en la mesa de té; sabe que te gusta. Mientras, él juega a las muñecas con tu cuerpo. No sientes nada, solo miras la brújula brillar y esperas a que sus manos se detengan y se duerma complacido. Sacas de tu almohada el cuchillo ensangrentado que ya has usado en papá... El señor de la brújula no volverá a jugar.

Finalmente afronto mi destino. La sensación de adrenalina que recorre mi cuerpo hace que mis alas desaparezcan en el vuelo, siendo imperceptibles y acercándome rápidamente a mi objetivo. La abeja reina. Es el último día, los demás zánganos han hecho su trabajo y sus generaciones conviven dentro de ella. Solo falto yo. La atrapo, nuestros cuerpos se unen por un instante que nos volverá infinitos. Mi destino. Sus ojos se convierten en mi horizonte antes de desprenderme de su abrazo y morir.

Aquel plato era tan especial que parecía un sacrilegio romper la estética a la vista. El hambre arreciaba, y su dedicación merecía degustar tal manjar. Aquel bistec a término medio bañado en especias se sintió como un pedazo de cielo en su lengua; la textura rugosa, la sangre jugosa al punto de chorrear por su labio y el sabor. Gimió. Aquel sabor tan exquisito era casi un pecado. Esperaba que su esposo llegara pronto. Se moría de ganas por confesarle que compartía el "gusto" por su secretaria.

Si el agua bendecía, el fuego era el arma de Dios para limpiar los pecados. Eso pensaba mientras sostenía el cerillo en mi mano, rozándolo contra la caja y encendiéndolo. El infierno debía arder en esas tonalidades de rojo. El caos inició, consumiendo cada recoveco de la casa, haciendo tronar las maderas, derrumbando los recuerdos, elevando las llamas hasta el cielo, quemando los pecados de la carne. Era tan hermoso. Suspiré con pesar, tal vez debí sacar a mamá antes de iniciar el fuego.

Ella le temía a la penumbra. Porque solo en la penumbra se sentía viva, y eso era terrorífico. Nadie podía evitar que su corazón bombeara con tal intensidad que la sangre golpeara sus oídos, ensordeciendo la voz de la esperanza que la visitaba en las noches. Nadie podía evitar que la repulsión por su propia piel la condujera a crear un festín de sangre con sus muñecas y unas hojillas. El amanecer llegaba y ella moría. Y solo podía esperar temerosa que cayera la noche para volver a sentirse viva.

Camile miró a la persona que más necesitaba en el mundo alejarse lentamente hasta la puerta de embarque. Él la miraba con todo el amor del mundo y la promesa silenciosa de que nunca dejaría de amarla. Si tan solo ella lo necesitara... —Hasta pronto, mi cinderella —susurró besando su frente. Camille mordió sus labios para no llamar a esa espalda ancha que la abandonaba, callando las palabras de su corazón y permitiendo que el orgullo se encargara de mantenerla viva. Porque aquello era un adiós.

Él moría frente a sus ojos sin poder evitarlo, la sangre brotando de sus heridas, el color huyendo de sus mejillas, la luz abandonando sus ojos. Ella tenía que elegir. «Una vida por otra vida» había dicho la bruja que reía expectante frente a ellos. No podía perderlo, no después de buscarlo por siglos. Buscó a tientas el cuchillo y al conseguirlo lo clavó en su vientre, acabando con la vida que se gestaba en su interior. Lloró enloquecida; el sacrificio estaba hecho. Una vida por otra vida.

Juliet observaba anonadada como el Dios frente a ella jugaba con las flores en la fuente, cambiando sus colores a voluntad, tan ensimismado que parecía no notar su presencia. Pero lo hacía. Su mano abandonó las flores y se movió en el aire, provocando el hermoso milagro del nacimiento de una mariposa. —Debe ser genial la inmortalidad —susurró maravillada. El Dios la miró y le dijo risueño. —Dar vida y verla crecer. Lo único interesante de la inmortalidad, es provocar la muerte. La mariposa cayó.

Él masajeó el anillo en su dedo anular, aquel anillo de plata que con tanta ilusión había comprado hace 15 años. Aún recordaba la sonrisa profunda de su chica cuando había aceptado unirse a él en matrimonio y compartir toda una vida de ilusiones. Sonrió nostálgico, lamentando que aquel anillo solo pudiera atarlos en vida, pero no en muerte. Besó sus dedos y los dirigió a la lápida, depositando su gesto de amor en el frío concreto, como todos los años. Esperando el día de volver a encontrarla.

Clavó la espada en el pecho de su amado, observando como la sangre brotaba lentamente llevándose su vida, y en el trayecto, su propio corazón. Él la miró consternado y dolido, incapaz de entender como aquella criatura le robaba el aliento a traición luego de confesarle su amor. —¿Por qué? —inquirió con su último aliento, aferrado a sus brazos. Ella lo observó morir con lágrimas en los ojos y con un beso en su frente susurró. —Porque era nuestro destino amarnos, pero nunca estar juntos.

La existencia no tenía sentido para mí, sumida en la oscuridad como me encontraba, hasta aquel día en que me trajiste al mundo y por primera vez vi la luz. Llegaron a mí los sonidos, los roces y cada mota de polvo de la superficie, pero nada se comparaba con la mirada en tus ojos cuando finalmente me tuviste en tus brazos. No sabía y no conocía las palabras en aquel entonces. Ahora sé que ese día tuve la dicha de convertirme en tu familia.

Tu voz calma todos mis demonios, el brillo de tus ojos irrumpe en las sombras y llena de luz cada espacio, sonríes mientras acaricio tu cabello y todo parece perfecto. Su tono de llamada resuena en las cuatro paredes de mi habitación y te levantas de mi regazo apurado a contestar. Es la chica que te gusta. Me miras apenado, sé que lo sabes, ambos lo sabemos. Me das un beso en la mejilla y te marchas a su encuentro. Mi garganta se cierra y mi pecho duele con el deseo imposible de llamarte amor.

Te he dicho una mentira. Mentí al decir que soy capaz de olvidarlo todo. No puedo olvidar como decidiste un día que no podías soportar más esta vida, como omitiste tan fácilmente cada esfuerzo por mantenerte a mi lado y la manera en que una noche, la única noche que el cansancio me impidió desearte buenas noches, llevaste a cabo el acto que te alejaría de mí. Sigues en este mundo, pero yo jamás podré olvidar que aquella noche a través de una carta, te despediste de ella...y no de mí.

Su recuerdo sigue siendo la peor atadura. Sin importar que tan lejos esté o cuanto intente desviar nuestros caminos, ella vuelve, lo desordena y arruina todo para luego escabullirse victoriosa. La impotencia me sobrecoge sin importar lo que haga y me niego a vivir en un mundo en el que veneren su podrido corazón pero recurran al mío cuando ella se marcha. Me niego a vivir en su sombra, aunque eso signifique perderlos. Prefiero no tener nada a mendigar sus sobras. Quizá finalmente vea la luz.

Voló tan alto como nunca, voló como un ave sin cadenas y sin límites. El cielo nunca había sido tan azul, ni las nubes tan suaves. El sol jamás había brillado hasta cegarla ni el viento había borrado sus pesares. Cuando se cansó de volar, notó que había olvidado quien era, en ese infinito viaje. Giró su vista atrás y entonces recordó que alguna vez existió un lugar al que había llamado hogar. Volvió sobre sus pasos, sabiendo que no era la misma, esperando que su hogar no fuera el mismo.

Querido dolor que te cubres de maravilla y te instalas en mi alma con el atrevimiento de un mal visitante. Hoy te digo adiós aunque no quiera, aunque sienta vagamente que entre tanto dolor me brindadas felicidad. Te arranco de raíz y olvido tu nombre sabiendo que el desasosiego que me invade es momentáneo y con el pasar de los días el anhelo se convertirá en hastío y tu huella en nada más un recuerdo lejano. Querido dolor, después de todo decidí que no te quería tanto.

Ethan miraba extasiado a la morena que con emoción perseguía la figura del rubio que iluminaba el pasillo. —¿Te gusta? —inquirió. —Sí —respondió la chica. —¿Te confesarás? Ella lo miró extrañada—. ¿Por qué lo haría? —Los enamorados suelen confesarse —comentó Ethan tratando de ocultar sus celos. Ella respondió—. No confundas gusto con amor. Me gusta verlo, pero no podría amar lo que él es. —¿A quién podrías amar? —inquirió esperanzado. Ella sonrió avergonzada—. Quizá un día te diga.

Duele al punto de ser insoportable. No son espinas lo que destroza mi corazón, es más bien hierro ardiente al rojo vivo el que se encarga de quemarlo y acabar con cada latido hasta volverlo cenizas. Tan puro como fue tu amor, tal fácil surgió tu hastío. Quise aferrarme a ti, tratando de buscar en tu mirada un pequeño resquicio de lo que fuimos y solo encontré locura. Lloré, negué, persistí y sólo encontré olvido. Entonces desistí. El mayor acto de amor que podía hacer por mí, era dejarte ir.

Lo tengo a ratos, siento la gloria de poseerlo y luego la maldición de no encontrarlo. Me encuentro desesperada, mi cuerpo pesado y mi asesino presionando mi garganta, socavando mis pulmones. Por más que abro mi boca en busca de aire, este no puede entrar en mí, el victimario silenciosamente me roba la vida. Mis pesadillas más oscuras se hacen realidad, siento la muerte cerca, y es tan patética que no deseo morir de esa forma. Mi asesino no puede ser atrapado, pues no es más que oxígeno.

Lo que nunca tuvo importancia ahora lo tiene, porque dejó de ser el presentimiento de un hecho futuro a un verdadero riesgo latente. Ahora estás tan cerca, tan letal y tan certero, sé que puedes verme a esa distancia que ya no puedo llamar lejanía sino pequeños pasos en el pasillo hacia la muerte. Intento correr, intento esconderme, encerrarme con llave y evitar todo contacto que te haga llegar hasta mí. Pero ya me has visto, te acercas sigilosamente y tiemblo, ¿Será que ha llegado mi fin?

Miro al cielo y tus nubes son más blancas de lo que alguna vez aprecié, tus ríos empiezan a aclarar y la vida dentro del agua refulge con alegría, el humo se disipa en tu exacta grandeza y los arboles vuelven a reverdecer... Te observo desde la distancia brillar y suspiro con añoranza, puesto que no puedo disfrutarte a plenitud, en medio de aquella cuarentena que supone una prisión para mi cuerpo y una segunda oportunidad para ti. Divago entre silencios, ¿Cuánto daño te hemos hecho tierra mía?

Llegaste tú y no supe verte, o tal vez escucharte, quizás la distancia era la causante de tal ofensa, quizás la tecnología que nos conectaba no era lo suficientemente honesta para apreciar tu esencia. Posteriormente te vi, cuando tus pensamientos se hicieron letras, tus letras conocimiento y tus comentarios arte. Te observé con detenimiento y aprendí de ti, absorbiendo cada dato como si fuera agua, convirtiendo en oro cada palabra. Dedicado a @Cambel_a

Como una obra del diablo, él fue premiado con el don de la fuerza, pero carente de toda humanidad. Implantó sus deseos y su verdad a través de la violencia. Levantó su mano contra el débil y su prepotencia selló su caída. Su error; se acostumbró a vivir si miedos. Su desgracia; nunca cuidó sus espaldas.

Anhelo aquellas tardes llenas de risas sin sentido y emociones desbordadas, aquellos silencios llenos de palabras jamás pronunciadas pero íntimamente conocidas, el suave tacto que causaba tu mano rosando disimuladamente con la mía, la cálida respiración que estando cerca de mis labios causaba una epifanía. Anhelo el rigor de aquel abrazo que terminó por ser el último y que yo desconocía y la humedad de aquella lágrima que entre mis cabellos se perdía. Anhelo ser aquella que alguna vez te quería.

Qué terrible es la tecnología. Abandonamos el humanismo para convertirnos en un algoritmo, en números en una pantalla, en reacciones carentes de autonomía. ¿Cuándo dejamos de soñar para vivir bajo la sombra de la apatía? ¿Cuándo aprendimos a sonreír para una fotografía?, mientras por dentro lloramos asumiendo con llanto la amarga ironía. Quizás en un futuro nos importe menos la opinión pública, el dinero y la economía y nos dediquemos a salvar lo poco que quede de mundo en nuestra utopía.

Ella era una hermosa criatura nívea como la nieve, cuya perdición se escondía en su letal dulzura. El diablo danzaba al compás de su risa y la noche era su sirviente para impartir la muerte. Su alma errante sólo encontraba abrigo en los brazos de la oscuridad, aquél lugar donde la luz no la tocaba, no la perseguía, no la torturaba. Lamentablemente su piel suave sucumbía con la disposición de un cerillo ante las llamas del día.

Él había anhelado toda su vida la libertad, pero sus alas habían sido cercenadas antes de siquiera nacer. Su profundo deseo de volar nubló su juicio y lo orilló al abismo buscando una forma diferente de liberación, una única oportunidad de tocar el cielo. Tarde entendió, que su libre albedrío tenía un precio: voló alto, pero sus ojos fueron cegados al observar de cerca el firmamento.

La noche invade mi mundo de sombras. La sangre alimenta de vida mi corazón indolente. El instinto domina mi razón y mi ser clama tu nombre. La sed y la muerte me atormentan, porque solo a ti reconoce mi alma cuando tu voz llega hasta mí inconsciente. Cierro mis ojos al inmenso vacío y mis sueños a media noche se colman de pecado y sangre.

El dolor puede adormecerse pero jamás olvidarse. Las lágrimas se ahogan en una garganta hecha nudos incapaz de permitir que el llanto resquebraje más la dignidad. El tiempo pasa pero el recuerdo queda, el tiempo pasa pero los demonios llegan en cada noche sin estrellas. Las palabras que tanto ansío nunca serán dichas por quien anhelo y en aquel instante el único abrazo que me cobija me es otorgado por mi verdugo. El dolor nunca se irá puesto que yo soy mi propio demonio.

El amor es la capacidad de soportar el dolor. Amar es la virtud de arriesgarse a ser odiado.

Tengo miedo de mis sueños. Aquellos sueños que sin estar dormida se reflejan en el cristal de un coche en movimiento, en un ventanal empañado por la lluvia o simplemente en el techo raso de mi oficina. Cada sueño conlleva un demonio al que debo enfrentar, a veces pierdo y a veces sólo debo tomar su mano y dejar que me acompañen en una nueva travesía que marcaré en papel, mientras le doy vida a mis miedos. Tengo miedo de mis sueños porque con cada trazo sobre papel los convierto en realidad.

Estoy sentada junto al ventanal de la oficina, a lo lejos el hermoso fenómeno de la precipitación hace parecer que las nubes se derritieran sobre el horizonte; es sólo lluvia. El ventanal se empaña cuando nos alcanza aquella nube, el café entre mis manos se siente tibio entre mis palmas. Cuatro personas hablan a mi alrededor y aunque no les preste atención, siguen parloteando sin parar. Suspiro con melancolía y pienso en cuánto desearía estar sola en aquella tarde de lluvia.

Él era una gota de lluvia anunciando la tempestad, sus penas eran tan profundas que la luz del sol no lograba cubrir las sombras, los demonios se apoderaban de sus silencios y la oscuridad alimentaba su ansiedad y desasosiego. Y allí, donde no existía esperanza, donde su mundo se desconectaba de la vida y buscaba desesperadamente la muerte, aparecía ella, su sola presencia hacía brotar una sonrisa de sus labios, y la vida se volvía menos pesada y el mundo menos hostil. Solo por ella valía vivir.

No logro recordar cómo pasó, o cuándo o por qué... Solo siento aquel vacío inconmensurable de escribirte y que ya no sea lo mismo, ya no está esa emoción vibrante en ti. Y en mí solo queda el amargo recuerdo de lo que fuimos.

Que tus ojos no se engañen y que tus oídos no se convenzan de que el paraíso es solo luz y risas...A veces para encontrar la luz debes conocer la oscuridad.

Anhelo la inmortalidad que solo la escritura puede brindarme. Tal vez nunca seré lo suficientemente buena o famosa, pero allí, donde nadie presta atención al bullicio de la gente que corre irrefutablemente tras un futuro sin sentido, habrá alguna persona escapando de los vicios del ser humano, apreciando la sutil portada de un libro, percibiendo el ligero aroma de sus hojas marchitas por el paso del tiempo y devorando cada letra como si su vida dependiera de ello. Qué dulce es la inmortalidad.

Ella era el centro de atención en aquel bar, tan joven y tan hermosa, su sola presencia evocaba la gloria. Nathan la notó, pero por motivos totalmente diferentes, aquella chica estaba terriblemente sola, mientras jugaba con el palillo que contenía la aceituna de su martini, sus ojos decaídos fijos el suave vaivén que generaba el movimiento circular en su bebida.  Ella parecía estar sufriendo.