El hedor a heces y orines era intenso, nada que no pudieran soportar los habituados olfatos de los reos. Hacinados en un calabozo de apenas doce pasos de ancho por diez de largo, unos rezaban, otros gritaban y lloraban, alguno reposaba ya muerto en el suelo. Se abrió el grueso portón, el estridente chirrido sobresaltó a un individuo con más pelo en brazos y espalda que en la cabeza. Arrojaron dentro, de forma poco delicada, a un nuevo invitado. Sentado en la penumbra de una esquina, apoyada la espalda en la pared, las piernas extendidas, un hombre de talle enjuto ataviado con ropas negras siquiera se inmutó cuando el recién llegado cayó junto a él.
—Yo no debería estar aquí. —Aseveró dirigiéndose a aquel junto al que había aterrizado. —Me tendieron una encerrona.
Cualquier otro que lo hubiese mirado con aquel desprecio habría pagado muy cara la osadía, pero había algo los ojos del individuo delgado que te helaba la sangre.
—Eres culpable. Asúmelo y no hagas que tenga que soportar tus falacias.
—¿Me llamas mentiroso?
—Mira. —Señaló con el dedo a un joven que gemía en un rincón, en posición fetal se dolía de unos brazos y piernas casi descoyuntados. —Ese es inocente.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Han tenido que torturarlo hasta casi arrancarle los miembros para sacarle una confesión. En cambio, a ti… —De nuevo aquella despectiva mirada. —No te han tocado ni un pelo. ¿Te cogieron con la mano en el bolsillo de algún noble? —Lo escudriñó con detenimiento. —No, tú más bien tienes pinta de asesino.
—Te crees muy listo. Tampoco a ti te han torturado, luego según tu forma de razonar, también eres culpable.
—Soy un comerciante. Un eminente cliente no quedó satisfecho con aquello que compró, y no contento con que le devolviera el dinero, me acusó de no sé qué supercherías.
—¿Entonces también vos os declaras inocente? ¡Fantoche!
—Yo no he dicho eso. Muchos son los cargos por los que deberían de juzgarme, pero a ese advenedizo no se le ocurrió otro que el de brujería.
El otro tipo se alejó de un salto. —¡Vive Dios que también yo lo creo! Solo miraros para saber que albergáis al diablo dentro. Te quemarán vivo. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?
—De estar en lo cierto los que me acusan... ¿Por qué debería de temer al fuego? Sin embargo, a ti te empalarán, te ungirán el ano con manteca para que se deslice mejor el afilado palo. Te izaran con cuerdas y por tu propio peso te ensartarás desgarrándote las entrañas. Se tarda mucho en morir. ¿Sabes?
El convicto lo miró horrorizado.
—No harán eso, me colgarán.
—Sé tanto de leyes como de condenas. Esa es la pena que espera a los asesinos como tú. Tengo algo que proponerte, la forma de engañar al destino.
—¿Puedes salvarme de la muerte?
-—Ya estás muerto desde el momento en que te echaron el guante.
El hombre de las ropas negras se puso en pie. Era extremadamente alto, por lo delgado, aún lo parecía más. Sacó un puñal de algún lugar que su interlocutor no supo precisar.
—¿Quieres que me suicide?
—Eres demasiado cobarde para alzar la mano contra tus propias carnes. — Señaló de nuevo al joven del suelo. —Debes conseguir que él lo haga.
—No… no lo entiendo. —Balbuceó.
—Es simple, ya te he dicho que es inocente. —Una demoníaca sonrisa se dibujó en su rostro. —No puedo permitir que cuando muera lo siga siendo.
—¿Cómo voy a conseguir semejante cosa?
—Es tu problema.— La luz se coló por algunas rendijas del techo. —Está amaneciendo, se te acaba el tiempo.
Cuando entraron los guardias encontraron un cadáver con el cuello rebanado. A su lado un joven empuñaba un cuchillo, sus manos bañadas en sangre. El comerciante se colocó sobre la cabeza un sombrero de ala ancha, tan negro como sus cabellos, y salió tranquilamente por la puerta sin que nadie le prestara atención. Sonrió satisfecho.
El tipo había sido muy convincente, le bastó llamar judío bastardo al falso converso.
Este es un mundo de sueños, quizás haya quien piense que no tiene sentido, pero... ¿Desde cuando los sueños tienen sentido? Erfahre mehr darüber Esculpida en piedra.
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