Corro. Sigo corriendo. Hay un camino. Recto, sin final. No hay nada alrededor. Ni árboles, ni montañas, ni nubes, nada. No hay ni Sol ni Luna, ni estrellas ni astros. Estoy solo.
Tengo frío. Estoy en un bosque. Puedo notar la humedad que cae de las hojas y ramas de los altos pinos y de las bonitas encinas. Había acabado de llover. Me levanto de la piedra qué, casualmente, estaba sentado. No sé dónde estoy, pero me siento cansado. Ando unos metros y todo es bosque. Tengo miedo.
Olor a mar. Sonido de olas. Viento suave. Calor de verano. Estoy en el suelo. ¿Que hago en el suelo?. Me levanto y estoy delante del mar. Sale el Sol, qué bonito amanecer. Este paisaje me recuerda a mi infancia. Consigo recordar algo pero sigo sin saber dónde estoy.
Abro los ojos. Veo la pared de mi habitación. ¿Qué pasa?. Estaba durmiendo. Recuerdo el agobio del camino sin final, el miedo y angustia del bosque perdido y la tranquilidad y calma del mar silencioso y agradable. Creo que estaba soñando. No. Estaba soñando.
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