—Ashley Oshoa ha aparecido ahogada en la piscina del Instituto Royal, en el centro de Londres. Los investigadores afirman que la han asesinado...
El pulso se me fue y el pincel me pintó el dedo de pintura negra. Mi corazón paró de latir por un momento y mi respiración se agitó. Un sudor frío bajó desde mi nuca hasta mi espalda, dejándome helada. Había pasado unos días asombrosos en Roma, pero tenía ganas de volver a Londres para empezar cuanto antes las clases y así, poder irme de esta asquerosa ciudad para siempre. Pero ahora que sabía esta noticia, preferiría haberme quedado en la cama del hotel. Me quedé quieta. Con el pincel del pintauñas todavía entre mis dedos.
—Ahora escucharán las declaraciones del inspector encargado del caso, Jessie Brown.
Un hombre de treinta y tantos apareció en pantalla. Tenía el pelo rubio, despeinado y descuidado. Sus ojos eran negros como la noche y tenía una incipiente barba en su cuadrada mandíbula. Todavía no me lo creía. ¿Ashley, muerta? ¿Cómo había pasado? ¿Quién lo había hecho? ¿Y por qué? Vale que Ashley podía ser insoportable muchas veces, pero de ahí a querer matarla, había un trecho bastante grande.
—Zoe, te has pintado el dedo de negro.
Ignoré el reproche de mamá y seguí atendiendo al televisor de la cocina. Me quedé mirando fijamente al inspector Brown, el encargado del caso, mientras que mi pulso cardiaco seguía elevándose con cada palabra que salía de aquella boca masculina. Dijo que, efectivamente, se trataba de Ashley Oshoa y que todavía no tenían pruebas de nada. Debían interrogar a todo aquel que la conocía y que de momento, no podía decir nada más. La pantalla se volvió negra. Miré a mamá. Tenía el mando en su mano y me miraba con el ceño fruncido.
— ¡Zoe!
Tenía la boca seca. Las palabras se ahogaron en el fondo de mi garganta. ¿Dijo sospechosos? Que yo supiera, la gente más cercana a Ashley eran su familia, su novio y sus amigas. Yo era su amiga. ¿Me convertía eso en sospechosa? ¿Y las demás, también lo eran? ¿Qué estarán pensando? ¿Se habrán enterado siquiera? La sola idea de que conociera al asesino, me ponía los pelos de punta. Mi móvil vibró sobre la barra del desayuno. Lo cogí mientras seguía ignorando los reproches de mamá por haberme pintado más que la uña de negro. Ella siempre tan obsesionada con el aspecto. Me ponía enferma. Desbloqueé la pantalla y vi los miles de mensajes de diferentes redes sociales, anunciando la muerte de Ashley como si fuera un acontecimiento muy importante que nadie debía olvidar. En el fondo, lo entendía. Ashley era como la abeja reina y nosotras tres como sus súbditas. Por lo que todos estaban pendientes de cada paso que dábamos. No sabía cómo me iba a afectar esto cuando volviera a clase. Todos se me quedarán mirando. Juzgándome en silencio. Evaluando sí de verdad tenía madera de asesina.
Dios, tenía ganas de vomitar. Calculé la distancia que me separaba del fregadero hasta donde me encontraba por si las arcadas decían aquí estoy yo y no tuviera más remedio que echar hasta mi primera papilla.
— ¡Zoe, te estoy hablando! ¡Límpiate ahora mismo ese dedo y píntate las uñas como es debido!
Harta, encaré a mamá con cara de pocos amigos.
— ¡Cállate! —le grité. Se quedó atónita. — ¡Ashley está muerta, mamá, y a ti solo te importa que tenga las uñas bien pintadas! ¡Necesitas ayuda!
Los gritos de mamá inundaban la casa entera mientras me dirigía a mi habitación, sonaban fuertes y firmes, pero en mi cabeza solo se oían las siguientes palabras: Ashley Oshoa estaba muerta.
Vielen Dank für das Lesen!
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