gregrivers L. Gregorio Torre Rivero

El autor relata en primera persona la experiencia de un trastorno severo del sueño (narcolepsia) y sus visiones y alucinaciones, tanto visuales como auditivas y los problemas personales derivados del miedo y la angustia en una etapa clave del crecimiento personal y formación humana: la adolescencia.


Übernatürliches Nicht für Kinder unter 13 Jahren.

#paranormal #experiencial #Relato-gótico #transpersonal
Kurzgeschichte
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MI DAIMON PRIVADO

"Los dáimones tienen una naturaleza animal, una mente racional, un alma supeditada a pasiones, un cuerpo etéreo y son inmortales" (Apuleyo).

Sabido es, desde tiempo inmemorial, que el Maligno acecha al incauto y persigue con saña la virtud de la inocencia, especialmente la de aquellos seres destinados a sentir profundamente, desde la más tierna infancia, la llamada de Dios.

Yo me sentía llamado, Él me acompañaba, poniéndome, citando a Baudelaire en "Bénédiction" ( Les fleurs du mal), "bajo la tutela invisible de un ángel". Una infancia transparente de niño solitario dotado de una conciencia lúcida, de capacidad innata para la exploración de los mundos arcanos y con preocupante incapacidad comunicativa en el plano de las relaciones interpersonales y escasas habilidades sociales.

Cuando descubres en ti ese mundo interior, habitado de presencias y reminiscencias o recuerdos de otras vidas, de voces discordantes, de influencias contrapuestas, de criaturas fantasmales que surgen de la oscuridad, nada en tu vida vuelve a ser igual, sencillamente, has viajado en espíritu al territorio de lo desconocido donde nacen las fuerzas telúricas, a las vastas y nebulosas planicies azotadas por un viento gélido, donde vagan los espíritus de los condenados, el hades eternal, la soledad y el espanto de los fondos abisales, morada eterna del mal y refugio de la Bestia.

A diferencia de de mi pobre madre, santa desde los quince años, que, debido a su temprana orfandad maternal, tuvo que tomar sobre si el peso y la responsabilidad del cuidado y manutención de sus hermanos menores y de un padre de salud quebradiza con escasas rentas, yo lo fui hasta esa temprana edad, según cuentan, dada mi natural bondad e inclinación hacia las buenas obras, hecho por el cual se había pensado en mi destino al sacerdocio o a la vida consagrada en una de las muchas órdenes.

Más los cambios experimentados en mi personalidad en edad tan temprana, desaconsejaron tal cosa contra mi voluntad y deseo, al ser sujeto de extrañas y complejas dolencias, inclasificables para los estudios de la época, pues, para mayor mortificación y tormento, se unió a todo ello el ingrato e inesperado mal de tener que soportar la extraña compañía de mi daimon personal, un ser abominable que no ha halló nunca mayor placer en su vida que burlarse y reírse a mi costa, bien por el procedimiento de usurpar mi lábil personalidad, campando así a sus anchas y creándome toda clase de problemas, u ocupando mi frágil y voluble mente y perturbando mis pensamientos. Así que con esa insufrible y tiránica carga tuve que crecer, inclinado hacia el bien, pero obrando el mal, por mor de esa perniciosa, aviesa e indeseable presencia.

En el pasado, dada mi naturaleza introspectiva, había llegado a sospechar como causa justificativa de mi conducta, un trastorno nada liviano de la personalidad, que rayaba, a veces, con la esquizofrenia y otras con una neurosis con graves episodios obsesivo-compulsivos, puesto que todas y cada una de esas complejas dolencias parecían incidir en mi conducta. Lamentablemente, esa visión infantil y reduccionista me llevó, mal aconsejado, presumiblemente, por psicólogos y especialistas varios, a iniciar un camino de tratamientos paliativos que nada mejoraron mis enfermedades, más bien al contrario, sólo sirvieron para enmascarar la raíz del padecimiento.

El caso es que, estando ya muy harto de los caprichos y manifestaciones de aquél engendro, rayando ya mi salud mental con la posibilidad de internamiento en un frenopatico, no tuve mayor fortuna que descubrirlo agazapado en mi interior; era la prueba definitiva e irrefutable: se materializó ante mis ojos, en el silencio intempestivo de una noche infame en que (tras haberme obligado a engullir media botella de coñac, después de emborronar varias de mis cuartillas con frases impronunciables, plagadas de signos extraños de una lengua arcana e ignota, juramentos e imprecaciones imposibles de reproducir ya que perturbarían al más impasible de los mortales) se asomó obscenamente a mi espejo, mientras yo gritaba - ¡Manifiéstate, no te tengo miedo, eres un patán…!

Cerré los párpados hasta formar una leve rendija, fijé mi atención en el fondo y por un breve instante pude observarle hasta que se desmaterializó ante mis ojos. Confieso que se me erizaron los cabellos y el vello entero; que un frío espantoso, procedente de algún lugar del inframundo, congeló mis pensamientos. Le miré muy fijamente, advertí su expresión simiesca, su naturaleza intemporal, su corporeidad huidiza, ocupando mi ser por completo ¿Él era yo, yo era él? ¿Pudieron observar mis ojos lo que normalmente permanece vedado a los sentidos, es decir la realidad innegable de la coexistencia en nuestro ser de un virtuoso y pacato Henry Jekyl y un Hyde irreverente. libertino y misántropo, de tendencias homicidas, como tan acertadamente intuyó R. Louis Stevenson, o se trataría de lo que tan banalmente se considera por la ciencia médica como un agudo trastorno disociativo de la personalidad?

No, aquello que yo vi no era una mera ilusión óptica que alumbraba mi mente enferma, sino un estado desconocido de la materia, una estructura molecular compleja y casi invisible, una especie de proyección plasmática encogida en la rotundidad de un cuerpo. Estudios científicos profundos y abstrusos como para tener cabida en el relato, han develado la existencia de esa sustancia primigenia como un estado de agregación de la materia de los muchos existentes, a modo del arjé de los primeros metafísicos, que envuelve al ser y a todo lo que existe y se manifiesta. Ergo no se trataba de una ilusión óptica alumbrada por el alcohol.

A raíz del suceso se tornó más molesto si cabe, inundó mis noches de pesadillas, de presencias y sueños inenarrables, provocando con ello en mí no pocos estados de terror nocturno. Naturalmente, todo, para él, se reducía a un simple juego; no hallaba mayor placer que descorrer mis sábanas, o convertir mi cuarto en una sala de proyecciones, donde se daban cita todo clase de fenómenos y sucesos paranormales, cuyo detalle ahorro al casual y sufrido lector, para no sobrecargar en demasía su morbosa curiosidad. Se introdujo en mis sueños, se adueño de mi inconsciente, esa parte más vulnerable del ser trascendental cuya defensa está encomendada, cuando lo invocamos, a nuestro ángel de la guarda, sin cuya protección, nos encaminaríamos todos a los abismos de la locura y del crimen.

Más el estado de sopor permanente, inducido por mi narcolepsia, mis frecuentes y cada vez más profundas fases de parálisis del sueño, acompañadas de horribles alucinaciones hipnogógicas, tan sorprendentemente vívidas, me abocaron a un estado terror permanente, al consumo de café puro en grandes cantidades para mantener la vigilia, distrayéndome con lecturas de todo tipo hasta horas intempestivas.

Algunos desventurados y jocosos episodios de cataplejia en mi adolescencia y primera juventud me crearon fama de persona aficionada al alcohol, cuando lo cierto era que ni por edad, ni por gusto hubiera yo necesidad de tal remedio, salvo por ese impulso narcisista de emular a mis poetas preferidos, que en esa época , dadas mis inclinaciones, no podían ser otros más que los modernistas y simbolistas franceses, habitantes de un Parnaso, jardín de las delicias, que, en las horas sin luz, se transformaba en dantesco infierno. Así, atemorizado, nublada mi mente por un espeso manto de miedo, caí en el desorden de la locura: tres presencias ominosas cubiertas por negros sudarios, me acompañaban cada noche, rostros arrugados y cetrinos, atormentados por el castigo de un mal eterno, se desplazaban por mi estancia, a ras del suelo, se detenían al costado de mi cama y murmuraban frases inaudibles, mirándome con insolencia, mientras devanaban el ovillo, rueca y huso en mano, mientras tejían mi mortaja, esperando un momento de descuido para arrebatarme el alma. Eran, lo supe, "las tres moiras".

Transcurrió el tiempo, fui creciendo, y a fuerza de voluntad y disciplina conseguí, casi por completo, calmar a mi bestia, sin que faltaran ocasionales e incontrolados momentos de hostigamiento y algunas recaídas. Me casé, Dios me dio la inmensa fortuna de la descendencia, y durante mucho tiempo he podido llevar una vida “normal”, sin graves injerencias, sabiendo yo que esa naturaleza salvaje e indómita, necesitaría del control más férreo. Y en esas se me pasó la vida, luchando a brazo partido y dejando lo mejor de mis esfuerzos en una lucha encarnizada y sin cuartel.

Comprendí tardíamente que todo formaba parte de su estratagema: consiguió arruinar mis proyectos; mientras yo le vigilaba, los mejores años pasaron y, cercado por las limitaciones físicas y las propias de la edad, por esa agobiante sensación de finitud en cada una de mis células, he podido comprobar su victoria.

En ese estado calamitosos llegué, hace ya algún tiempo, al Padre X. G.; jamás había imaginado que tan sencillas recetas podrían lograr resultados tan sorprendentes: oración y ayuno. Hoy puedo decir que ese dañino genio burlón, aburrido, desesperado por el fracaso de sus intentos, se ha retirado del campo de batalla y mi vida entera ha encontrado la paz, el sosiego y el descanso.

En tan serena placidez, paseando por la muy noble, vetusta y docta ciudad de Alcalá de Henares, tratando de descubrir los ecos y las huellas del imperecedero talento de cuantos genios la habitaron, se acercó a mí una vieja gitana; con gesto mecánico deposité una moneda en su mano; ella atrapó la mía con fuerza y la miré: si era una de aquellas criaturas de mis sueños, los negros faldones, el rostro mortecino, surcado de arrugas como desfiladeros, desembocando en las comisuras de una boca horrible, negra, plena de ponzoña, aquellos ojos profundos como ibones a la luz de la luna, la mirada demoniaca ...

Con un gesto enérgico retiré mi mano de la suya y corrí sin rumbo; a lo lejos escuche su voz cascada y su risa siniestra: ¡Te conozco; sé quién eres, ah, ja, ja, ja; tienes mal de ojo desde que naciste, ah, ja, ja, ja; por unas pocas monedas puedo quitártelo, ah, ja, ja, ja …!

En mi loca y precipitada huida me di de bruces con la Magistral y, penetrando en su interior, no tuve mejor ocurrencia que hundir mis manos en agua bendita. Al instante, comenzó a hervir y en sus reflejos argénteos, entre vapores deletéreos, creí nuevamente percibir la figura de mi daimon privado riéndose a mandíbula batiente. Él, o quizá ese monstruo acéfalo de mi imaginación, jugándome, otra vez, una mala pasada.








21. Februar 2020 00:31 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Fortsetzung folgt…

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