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El espejo fue la herencia que recibió Santiago tras morir su abuela. Un espejo al que, desde niño, contemplaba en busca de un mundo diferente en el cual será capaz de hallar felicidad tal y como su abuela le había dicho.La noche de su cumpleaños número 21 será capaz de ver lo que tanto había buscado de niño. ¿Se atreverá a cruzar?, ¿qué encontrará?


Kurzgeschichten Nur für über 18-Jährige.

#romance-gay #sobrenatural #Santiago #mundo-alternativo #343 #lgbt+
Kurzgeschichte
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“Al otro lado del espejo”

“Al otro lado del espejo”


Siempre he sido del tipo de persona que se fuga de la realidad por alguna razón u otra, y no me malentiendas, no es que tenga una vida precisamente difícil o llena de tribulaciones como para hacerlo intencionalmente para olvidar dolores, no. Mi vida es normal, a veces más ordinaria de lo que a mucha gente le gustaría, pero me gusta de esta manera.

Nací en una buena familia, en la que me han querido y cuidado desde niño; una familia normal, con sus problemas como todas, pero cariñosa. Tengo dos hermanas pequeñas que son gemelas idénticas, y una mayor; soy el único hijo varón de la familia y a pesar de ello no tengo una mala relación con mis hermanas, al contrario, quizás he sido muy sobreprotegido por ellas. Mis padres siempre tuvieron el cuidado de mostrarnos la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto; sin embargo, jamás juzgaron nuestras elecciones o preferencias en medida de las suyas, yo diría que nos han aceptado tal y como somos en completa libertad.


Yo creí que habría problemas cuando confesara mi homosexualidad en casa a los quince años; tomando en consideración que a un amigo mío lo echaron de casa tras golpearlo cuando dijo a su padre que era gay, la mayoría de la gente no entiende que la preferencia sexual no se escoge, no es como la camisa que te pondrás hoy para una fiesta, o el helado que te comerás esta tarde; forma parte de nuestro ser, es parte de nuestra esencia y no podemos cambiarlo aunque muchos digan que sí se puede, mienten por miedo que lleva a un odio desmedido por el que han empezado la mayoría de las guerras de la historia, y todo parte de lo mismo: un miedo irracional, todo el miedo es irracional.


Cuando le conté a mis padres que me gustan las personas de mí mismo sexo no parecieron sorprenderse, creo que el más sorprendido fui yo al escuchar que Samantha, mi hermana mayor tenía una novia desde hacía dos años y yo no lo había notado. Ese fue el día en que me di cuenta que mis fugas de la realidad estaban siendo más seguidas de lo que me hubiera gustado; aunque sin ellas no habría podido abrir aquel portal que me ha dado una felicidad infinita. Y por el que estoy contándote todo esto, pero siempre es mejor empezar desde el punto de partida.


Todo comenzó cuando cumplí los 21 años, estaba a un año de graduarme de la universidad. Mi abuela murió dos meses antes de mi cumpleaños, y en su testamento ella dispuso que el espejo de cuerpo completo con moldura de madera tallada que solía tener dentro de su habitación fuera mío. Aunque, ahora que recuerdo, cuando era niño ella me decía que si me concentraba lo suficiente podría ver un mundo que me traería felicidad, y desde ahí inició de verdad; podía pasarme poco más de una hora sentado sobre el suelo frente a aquel espejo, intentando con todas mis fuerzas encontrar ese mundo maravilloso del que ella me había platicado, sin éxito; hasta que durante segundo de secundaria, por motivos del trabajo de mi papá, tuvimos que mudarnos a otra ciudad y con ello mis tardes de observar detenidamente el espejo de mi abuela tuvieron que esperar.


Volvimos al cabo de cuatro años, yo estaba ya por entrar a la universidad y mi abuela estaba muy enferma, pero por mucho dolor que tuviera jamás la vi hacer una mueca o emitir alguna queja. Mientras pudiera ver el espejo, en su rostro había siempre una expresión llena de serenidad; para mi padre y hermanas era una serenidad desconcertante, para mi madre una especie de consuelo, y para mí esa serenidad era lo que me confirmaba que había algo en ese espejo que no lograba encontrar aún. “Lo descubrirás cuando llegue la hora Santiago, sólo si tienes fe”, me dijo justo un mes antes de su muerte.


Después de la lectura del testamento recibí el espejo y decidí colocarlo dentro de mi habitación, justo en la pared que estaba junto a mi cama, así podría observarlo con mayor comodidad. Sin embargo, algunas ocupaciones universitarias me quitaron la inmediata oportunidad de hacerlo y la noche de mi cumpleaños número 21 finalmente sucedió.


Ese día Rosario y Joaquín, mis mejores amigos, organizaron un pequeño festejo en la cafetería de la universidad; soy afortunado por tenerlos como amigos, ambos son personas maravillosas y llenas de una luz contagiosa. Mi familia me esperaba para comer y celebrar mi cumpleaños, ya que la tarta que mi madre solía preparar para la ocasión, estaría lista hasta después del anochecer y a esas horas llegarían primos y tíos para hacer una modesta fiesta familiar en mi honor. Es raro que cada año sea lo mismo y recuerde poco de lo que sucede durante mi festejo de cumpleaños, Samantha suele decir que se debe a que pocas veces estoy con la cabeza en esta tierra; pero jamás me han recriminado o reclamado que me distraiga hasta tal punto que no me dé cuenta lo que pasa a mi alrededor.


Pude irme a dormir hasta las once de la noche, una vez que la mayoría de mis familiares volvieron a sus casas. Recuerdo que, tras entrar a mi habitación sumida en penumbras, me despojé de toda mi ropa y me dejé caer sobre la cama con mi rostro mirando hacia el espejo, y ahí estaba: un jardín hermoso iluminado por la luz de la luna, un prado bellísimo con flores enmarcando un camino que no sabía hacia dónde dirigía. Me levanté de la cama creyendo que era una alucinación, pero sin importar cuánto me acerqué no desapareció de mi vista aquella imagen. Estiré mi mano y me llevé una sorpresa al sentir como si con ella atravesara una pared de agua fría, algo en mí me invitó a descubrir de qué se trataba aquello y me aventuré a cruzar.


Pude sentir el pasto en las plantas de mis pies, estaba frío. El viento nocturno era fresco y húmedo, se sentía tan bien al acariciar toda mi piel desnuda. Caminé despacio sin dejar de contemplar los árboles frutales a mí alrededor, naranjos y limoneros cundidos de flores que, cuando el cálido viento las mecía, llenaban el ambiente con su dulce aroma. El constante siseo de los grillos le daba un toque aún más mágico al paisaje que mis ojos disfrutaban; pocas veces había disfrutado de un lugar tan hermoso, aunque nunca de noche, había vivido toda mi vida en ciudades. Decidí seguir el camino que era enmarcado por arbustos tupidos de flores blancas, quería saber hacia dónde conduciría, si en ese hermoso lugar podría haber alguna maravilla que estuviera esperando por mí.


—Increíble… —susurré al atravesar un conjunto de árboles y llegar a una pequeña laguna bañada con la luz de la luna llena.

Mi mirada paseaba maravillada por aquel lugar, hasta detenerse en una orilla. Ahí se encontraba él, el chico más hermoso que jamás había visto en toda mi vida. Su lacio cabello negro le llegaba por debajo de los hombros, algunas hebras se movían con el ligero viento; con la luz de la luna sus ojos azules y su blanca piel parecían brillar, los rasgos de su rostro eran finos y delicados, como si fuera una estatua de mármol de alguna deidad griega con ojos de zafiro.


Estaba inmóvil, mis ojos no podían dejar de contemplar su belleza y entonces me miró. Mi piel se erizó por completo y una pequeña sonrisa curvó sus finos labios rosáceos. Extendió su mano derecha con la palma abierta invitándome a tomarla y acercarme a él. No hacían falta palabras para que yo supiera que deseaba que lo acompañara un momento. Avancé despacio hasta la orilla de la laguna, donde él descansaba sentado en posición de flor de loto. Alcancé su mano y la suavidad de aquella piel me hizo estremecer por completo, recordándome que me encontraba desnudo y había estado deambulando por el lugar así.


—Te esperaba...

Una voz ronca y suave, melodiosa de una forma diferente. Era como una caricia a mis oídos...

—¿Perdón? —balbuceé con incredulidad. Sonrió y soltó una ligera carcajada. No entendía lo que quería decir con que estaba esperando por mí.

—Te he observado desde hace mucho tiempo, el espejo de agua de mi jardín me dejaba verte —explicó sonriendo, y por más que escuchaba sus palabras no podía comprender lo que significaban. Pareció darse cuenta de ello, me miró en silencio durante unos segundos, y luego siguió—. Solías sentarte frente al espejo, parecías estar buscando algo con mucha determinación, y por mucho que hiciera señas no te dabas cuenta de que te miraba y quería hablar contigo. Luego pasó mucho tiempo en que no te asomaste, y creí que ya no volvería a verte; pero ayer algo me dijo que debía mirar el espejo de agua porque podrías estar ahí, y luego de un poco apareciste y supe que algún día sería posible que pudiera hablarte —dijo con una expresión que pasó de la nostalgia al gozo, dejándome boquiabierto—. ¡Y mira, hoy estás aquí conmigo!

—No comprendo... —reconocí apenado. Estaba abrumado por todo lo que estaba sucediendo.

—No te preocupes... —musitó con suavidad, con la misma sonrisa dulce con la que me invitó a acercarme—. Mi nombre es Nibe, este es mi jardín y me alegra que por fin estés aquí.

—Soy Santiago —dije intentando entender—. ¿Dónde estoy con exactitud?, ¿estoy muerto? —pregunté intentando entender lo que estaba pasando.

—No. Vivimos en diferentes dimensiones en el mismo mundo —me dijo con tranquilidad—. Siempre quise platicar contigo, y creo que eres muy bello Santiago, ¿puedo tocarte?


Abrí los ojos de par en par. Me sorprendió la franqueza y la inocencia con que me había pedido tocarme. Asentí en silencio y enseguida estiró sus manos para alcanzar mi rostro y tocarlo apenas en un ligero roce que bastó para que mi corazón se disparara latiendo con una fuerza que jamás había sentido. Acarició mi cara y deslizó sus manos a través del cuello para pasearse por mi pecho, y por la expresión en su rostro parecía disfrutar lo que sus manos sentían. Los rápidos latidos de mi corazón me tenían aturdido y un intenso calor comenzaba a fluir por mis venas concentrándose en mi vientre, llenándome de placer. Coloqué mis manos sobre las suyas para detenerlas, entrelacé mis dedos con los suyos y lo miré a los ojos.


—¿Te he hecho sentir mal? —preguntó confundido. Negué con la cabeza con rapidez—. Entonces, ¿por qué me detienes?, he estado esperando mucho tiempo por poder tocarte...

Un ligero rubor asomó en sus blancas mejillas, su mirada estaba llena de determinación y amor, haciendo que mi piel volviera a erizarse y que ese calor en mi vientre se intensificara. No quería perder el control, no con él.

—Me gusta que me toques... —dije jadeante—, pero...

—No tengas miedo —susurró acercando sus labios a los míos, presionando en un suave beso que desató mi deseo. Mis manos recorrieron con avidez su cuerpo, todos mis sentidos se llenaron de su dulce esencia, no podía controlar más las ganas de fundirnos en uno solo.


La luz de la luna reflejada en sus ojos, haciéndolos lucir alucinantes. Su amplia sonrisa enmarcada por el rubor en sus mejillas. Su voz jadeante pronunciando mi nombre con insistencia. Sus manos aferradas a mi espalda y sus largas piernas rodeando mi cadera. Su miembro erecto rozando el mío en un compás casi embriagante mientras mis dedos buscaban dilatarlo moviéndose en pequeños círculos para poder penetrarlo. El sudor que resbalaba por mi rostro, goteando sobre su barbilla y cuello. Si este era un sueño, era uno del que no quería despertar.

—Había estado esperándote... —dijo jadeante, justo antes de apoderarse de mis labios una vez más.

Mi acelerado corazón parecía sincronizarse con el suyo al fundirnos en uno los dos. Podía sentir su aliento chocando en la piel de mi cuello, sus manos rodeando mi cuerpo; su calidez llenaba mi ser, me hacía querer quedarme con él para siempre. Estaba feliz, por primera vez en mucho tiempo quería permanecer allí a su lado; escuchar su voz ronca, sentir la suavidad de su piel y oler su dulce aroma que es capaz de embriagarme. Me había enamorado de Nibe y esa profunda mirada de ojos de zafiro que podían ver a través de mi alma.


—Quiero estar así por siempre... —susurré de forma entrecortada mientras descansaba sobre el fino pasto a la orilla de la laguna. Su cabeza reposaba sobre mi pecho y sus delgadas manos acariciaban mi rostro con delicadeza, podía percibir la agitación en su respiración.

—Yo también... —musitó esbozando una sonrisa que todavía permanece grabada en mi mente, y que cada vez que la recuerdo me llena de una felicidad indescriptible.

Permanecimos abrazados un momento más, yo debía volver a casa y a mi vida fuera del espejo. Caminaba hacia la laguna para limpiar mi cuerpo antes de regresar, cuando él tomó mi mano para detenerme. Su mirada estaba llena de angustia, y verlo así me dejó desconcertado.

—No hagas eso —me suplicó temeroso—. Si te mojas en estas aguas no serás capaz de volver a tu vida en tu dimensión —advirtió entristecido—. No deseo arrancarte de tus amigos y familia, pero quiero que sepas que puedes venir siempre que quieras por que voy a estar esperándote. Verte feliz me hace feliz.


Me quedé boquiabierto. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas y su mirada lucía empañada. Suspiré. Tomé sus manos entre las mías y lo miré a los ojos.

—Vendré —prometí convencido—. Volveré a verte muchas veces más.

Me dedicó una enorme sonrisa y se abrazó a mi cuerpo, sus lágrimas no se detuvieron, podía sentirlas caer sobre mi hombro y resbalar a través de mi espalda. Acaricié una vez más su rostro y besé su frente, antes de emprender el camino de vuelta hacia aquel espejo de agua por el que había llegado a ese jardín. Él no me acompañó hasta ahí, se quedó mirándome alejarme desde la orilla de la laguna.


Volví a mi habitación, la luz de la luna se colaba por entre las cortinas, y pude ver en mi reflejo que la expresión de mi rostro era distinta. Mi mirada no era la misma que había sido por la mañana, y estaba seguro que no sería igual.

Deseaba volver a verlo y sentir su piel. Esperaría a la próxima oportunidad para poder escuchar su voz y hacerle tantas preguntas, porque él parecía saber tanto de mí, y yo quería saber todo de él.


Después de esa noche nos vimos cada tercer día durante un año más o menos. Me contó tantas cosas sobre sí mismo, como que amaba nadar en aquella laguna por las noches porque el agua estaba fresca, ya que durante el día se calentaba mucho en días soleados; sus días se iban cuidando de su jardín y cosechando los frutos de sus plantas. Vivía solo desde la muerte de sus padres cuando tenía catorce años, y aprendió a vivir por su cuenta desde entonces. Dijo que se enamoró de mí la última vez que me quedé frente al espejo en casa de mi abuela, yo acababa de cumplir los catorce años, y ya desde entonces podía pasar horas frente a su espejo de agua por sí llegaba a verme; pero pasó mucho tiempo en el que ya no me aparecía ahí, y comenzó a perder la esperanza de volver a verme y que quizás yo pudiera verlo.


Tuvimos sexo varias veces, pero lo mejor era que, después de hacer el amor, nos recostábamos abrazados sobre el césped y mis manos no se cansaban de acariciarlo, de recorrer aquella blanca piel sin descanso. Oír su voz preguntando sobre mi día y contándome sobre el suyo me hacía olvidar el paso del tiempo, y siempre en la despedida nos besábamos como si no fuera a haber un mañana. Todo lo hacíamos así, disfrutando cada segundo que pasábamos juntos.


Me gradué el verano siguiente. Mi familia no podía lucir más orgullosa de mi esfuerzo. Desde aquella noche, de alguna manera, mi relación con mis amigos y familia cambió. Era como si fuera capaz de ver lo que antes me era imposible debido a que me era muy fácil perderme en mis pensamientos, y ahora eso no sucedía con regularidad.

—Te has vuelto diferente... —musitó Samantha, mirándome con cierta desconfianza que me hizo temblar—. Mi hermano Santiago divaga la mayor parte del tiempo, ¿qué te pasó?


Sonia y Sara, las gemelas, me miraron desconcertadas tras escucharla. Fue la primera vez que me sentí fuera de lugar en mi familia. No sabía qué responder. Sólo puede sonreír incómodo.

—Santi es Santi —dijo Sara mirándome con una enorme sonrisa dibujada en el rostro—. Lo que sea que haya hecho cambiar a Santi, él es libre de contárnoslo o no.

—Sara, no trato de hacer sentir mal a Santiago, estoy preocupada por él —insistió Samantha. Lucía, su esposa, la tomó de la mano y con una sola mirada suya la tranquilizó.

Mi madre observaba de lejos lo que sucedía. Su mirada pareció ensombrecerse un poco.

—No me has hecho sentir mal, Sammy —dije forzando una sonrisa—. Últimamente me he dado cuenta de que me he perdido muchas cosas importantes de la gente que me importa, y creí que cambiar eso sería algo bueno...

—Santi, perdón; yo...

—Por favor no te disculpes Sammy, no ha estado mal que me dijeras tu opinión —interrumpí mirándola. Ella enmudeció y bajó la mirada un momento.

—Tienes razón, creo que es bueno que cambies lo que no te gusta —respondió sonriente, estirando su brazo para alborotar mi cabello como cuando éramos niños. La vi irse de la mano de Lucía, una extraña sonrisa iluminaba su rostro.

—Santi... —me llamó mi madre desde el umbral de la puerta de la cocina—. Ven conmigo un momento, por favor... —pidió con una expresión llena de tristeza.


Sentí un pinchazo en el pecho al verla así. Me levanté de la silla y caminé a paso lento hasta ahí. El silencio se prolongó durante unos segundos en los que mi mamá observaba sus manos con detenimiento, en particular el anillo en su dedo índice derecho, uno que nunca se quitaba desde que nos mudamos, cuando tenía catorce. Mi abuela le dio ese anillo.


Ella lo acarició con las puntas de sus dedos y la vi tomarlo con la intención de quitárselo por primera vez. Estaba mudo.

—Por fin has podido verlo, ¿verdad? —La voz apagada de mi madre me provocó un dolor indescriptible, sus ojos se llenaron de lágrimas—. No necesitas hablar para que yo sepa la respuesta... —Bajó el rostro y volvió a mirar aquel anillo entre sus manos. Cerró sus ojos con fuerza y suspiró.

—Mamá, no entiendo...

—Bien... —murmuró abriendo los ojos con lentitud y levantando el rostro para verme—. Era cuestión de tiempo de todas formas...

—¿De qué hablas mamá? —pregunté desconcertado, con una creciente angustia clavándose en mi pecho.

—Tu abuela debió contarte el secreto del espejo que te heredó, ¿cierto? —Se forzó a esbozar una pequeña sonrisa, sin que las lágrimas dejaran de rodar por sus mejillas—. Debió decirte que, cuando estuvieras listo, el espejo te mostraría un mundo en donde hallarías la felicidad...

—Sí, eso me contó... —respondí intentando entender hacia dónde se dirigía la conversación.

—Y bien, ¿lo has encontrado? —Su mirada cambió y me resultaba indescifrable, a pesar de haber estado toda mi vida a su lado—. Lo hiciste...

Abrí los ojos de par en par. Estaba sin habla. La vi enjugar sus mejillas con una de sus manos y sonrió. Estaba helado.

—¿Por qué dices eso?

—El cambio en tu actitud, la forma en que miras, todo me dice que encontraste algo importante para ti a través del espejo, y tengo algo que decirte... —Aclaró su garganta tosiendo un poco y me miró a los ojos—. Antes de morir, tu abuela me dijo que sería cuestión de tiempo para que hallaras tu felicidad dentro del espejo, tal y como ella hizo en su momento.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté alterado por lo que acababa de escuchar. Temía que esta conversación concluyera con un misterio lleno de dolorosos recuerdos para mi madre.

—Escucha Santiago, cuando la abuela era joven era muy soñadora; en un viaje que hizo Europa con su madre y la familia de quien iba a ser su prometido se encontró con una rara tienda donde casi le regalaron el espejo que ahora está en tu habitación —explicó dejando sobre la mesa el anillo que había sosteniendo en una de sus manos desde que se lo quitó. Escuchaba tratando de descifrar la expresión en su rostro, tratando de anticipar cualquier tipo de dolor o tristeza para dar la plática por terminada—. Al llegar a su casa colocó el espejo en su alcoba y un buen día decidió cancelar su compromiso sin dar explicaciones a mis abuelos del motivo de su decisión.

—No entiendo nada... —interrumpí queriendo que la conversación terminara.

—Necesito que me escuches, hijo. Tu abuela quería que supieras todo esto para que seas tú quien tome la mejor decisión, sin que nadie se interponga o busque intervenir para que decidas otra cosa —me dijo mirándome con dureza—. Para mí es difícil Santiago, pero sé que decidirás lo que es mejor para ti. Y sea lo que sea yo lo apoyaré y estaré tranquila aunque ahora no lo parezca...

—No entiendo nada… —resoplé de nuevo todavía más confundido, con el corazón latiéndome en la garganta y el rostro entre mis manos.

—Sólo escúchame, ya lo entenderás todo —insistió con una ligera sonrisa en los labios—. Un par de meses después de cancelar el compromiso, mi madre llevó ante sus padres al hombre que amaba y con el que quería compartir su vida; por supuesto, mis abuelos entraron en cólera ya que nadie sabía nada de aquel hombre de facciones extrañas que de buenas a primeras había aparecido en la vida de su hija. Mi madre insistió a pesar de la rotunda negativa de mi abuelo, y se casaron casi un año después y se mudaron a nuestra ciudad sin compartir con nadie su ubicación hasta que nací yo, su segunda hija. —La voz de mi madre sonaba tranquila, incluso me daba una sensación de nostalgia que era capaz de invadirme—. Como sabes, fuimos tres hijos, un varón y dos mujeres. Mi padre pocas veces estuvo en casa, todas las mañanas salía de casa y a pesar que esperábamos despiertos hasta muy noche, nunca lo veíamos volver; sin embargo, nunca nos faltó nada y mi madre amanecía radiante todos los días, hasta que decidió que papá se quedara en el espejo porque con cada salida su salud empeoraba y se prometieron que, una vez que mi abuela encontrara a quién le daría felicidad el espejo, volverían a encontrarse; y me temo que para ese entonces mi madre ya estaba muy débil para desaparecer por ahí y volver a verlo… —Las lágrimas volvieron a hacerse presentes rodando a través de sus mejillas ya sonrojadas por haberlas tallado antes—. Mi madre me dijo que encontrarías felicidad allí, no sé más allá de todo lo que te he dicho ya; pero si es posible que veas a tu abuelo cuando cruces, por favor dale el anillo, él sabrá que mi madre no pudo lograrlo a tiempo.

—Mamá, he cruzado ya algunas veces, nunca he visto a nadie más que a un chico llamado Nibe —confesé finalmente.

Ella me miró un momento y a pesar que las lágrimas no paraban de salir de las cuencas de sus ojos, me regaló una sonrisa que me llenó de una calidez imposible de ignorar.

—Ya lo harás —me aseguró—. Decidas lo que decidas estaremos bien aquí, Santiago; eso es algo que nunca pudimos decirle a mi madre porque me contó todo hasta poco antes de que muriera. Santiago te amamos, y precisamente por eso queremos que seas feliz, donde sea que encuentres la felicidad…


No tuve palabras para responderle. Un grueso nudo se hizo en mi garganta. Mis ojos se sentían calientes. Un cálido abrazo de mi madre me presionó contra su pecho como cuando era pequeño y me solté a llorar. Permanecimos así durante unos minutos, hasta que mi llanto cesó. Mi madre besó mi frente y me pidió que lo pensara con cuidado, pero que no dejara pasar el tiempo porque después sería tarde.


Me encerré dentro de mi habitación durante el resto del día. Toda la historia de mi abuela que mi madre me había contado daba vueltas en mi cabeza sin parar; tenía miedo de tomar la decisión incorrecta. Tenía miedo de lastimar a otros y con ello ser lastimado. Esa noche volví a cruzar por el espejo para llegar a su jardín, él permanecía dormido sobre el césped, su rostro lucía lleno de una paz envidiable y su blanca piel relucía bajo la luz de aquella luna llena, tal y como cuando nos vimos por primera vez. Acaricié su mejilla y deposité un suave beso sobre su cabeza. Respirar su aroma a flores y cítricos me hacía sentir feliz.

—¿Hace mucho que llegaste? —preguntó tallando sus ojos con sus manos, parecía un niño pequeño que acababa de despertar por la mañana—. Lamento haberme dormido, estaba muy cansado…

—Tiene un par de minutos —dije sonriendo—. ¿Mucha cosecha estos días? —pregunté mirando algunas canastas copadas de frutas cerca del camino de piedras.

—Sí, los árboles nos han regalado muchas frutas estos meses y hay que compartirlas o no tendremos más —me contó abrazándome—, pareces agotado, ¿fue demasiado lo de tu graduación?

—Tuve una conversación con mi madre… —dije bajando el rostro.

—¿Le contaste sobre mí? —preguntó preocupado. Asentí en silencio—. ¿Ella sabe que viniste hoy?

—Imagino que lo supone —musité—. Tengo que entregarle un anillo a alguien que vive de este lado —le dije. Me miró confundido unos segundos.

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó en un suspiro.


Le conté todo, tal cual mi madre me había dicho; vi a Nibe sorprenderse con cada frase que le decía, incluso lloró un poco al terminar de escuchar la historia de mi abuela. Esperé a que Nibe dejase de llorar y besé su frente.

—Necesito encontrar a mi abuelo, darle el anillo y…

—Lo sé —me dijo con tranquilidad—. Así como tu abuelo se enfermaba por permanecer mucho tiempo en tu dimensión, si tu permaneces mucho tiempo aquí enfermarás y podrías morir por ello…

—¿No hay otra forma?

—Si te bañas en la laguna podrás vivir aquí, pero no podrás volver a tu dimensión porque pertenecerías a este mundo, Santiago… —susurró con la voz entrecortada—. Sé quién es tu abuelo, lo imagino por la historia…

—¿Y bien? —pregunté con insistencia.

—Debe ser el hijo menor del rey Daeron, Diman, la gente solía decir que se aventuraba a cruzar por un portal dentro del jardín del palacio y que de un momento a otro se le veía en compañía de una mujer extraña; dicen que después de un tiempo él enfermaba mucho y casi no lo veían por los alrededores, ¿el anillo que debes devolver tiene algo en especial?

—A mí me parece un anillo común, pero no lo traigo conmigo…

—No importa. Pero si quieres entregárselo debes saber que el viaje hasta el palacio es largo, yo puedo llevarte… —bajó la mirada—. No quiero que enfermes Santiago, es muy peligroso, debes saberlo.

—Pero si me mojo en la laguna no corro peligro, ¿verdad? —pregunté sin más rodeos. Asintió sorprendido.

—Pero no volverás a ver al resto de tu familia…

—Si decido no hacerlo, ¿puedo seguir cruzando así como lo he estado haciendo? —pregunté con la intención de despejar todas mis dudas de una buena vez.

—Durante el tiempo que el portal quiera y esté abierto... —explicó cabizbajo.

—Me encantaría que mi madre pudiera conocerte alguna vez, pero no voy a arriesgarte. Voy a hablarle sobre esto y una vez que tome mi decisión haré lo que tenga que hacer, ¿de acuerdo? —le dije recobrando mi entusiasmo.

Me miró confundido. Asintió y se abrazó a mi cuerpo con fuerza.

—Lamento que las cosas tengas que ser tan difíciles para nosotros… —sollozó. Besé su cabeza y mis dedos se enredaron entre su cabello jugueteando un poco.

—Todo está bien… —susurré para tranquilizarlo. Me quedé a su lado durante un momento más; amaba contemplar las estrellas sentado a su lado sobre ese césped, tomé su mano y besé su frente, sus labios y sus mejillas.


Nos despedimos con un largo beso frente al espejo de agua y regresé a mi habitación. Me tumbé sobre la cama y me quedé dormido enseguida. En sueños repasé todo lo que mi mamá y Nibe me habían dicho, estaba dándole muchas vueltas a la situación. Tenía que decidirme de una buena vez.

Al día siguiente, tal y como había previsto, conversé con mi mamá sobre la situación del anillo y que, si me aventuraba a dárselo a mi abuelo, no volvería a verla ya que formaría parte de esa dimensión y no de esta.


La vi sufrir tras oírme. Sin embargo, se mantuvo firme en su posición. Me apoyaría en lo que decidiera, lo único que ella deseaba era que mi decisión fuera tomada en base a mi propia felicidad y no en función de las expectativas de alguien más. No tenía certeza de cuándo sería el momento en que el portal, que conectaba mi vida a la suya, se cerraría; no había forma de hacer un cálculo aproximado, ni considerando la historia de mi abuela. Tenía que decidirme.

Esa noche me quedé de pie frente al espejo, pude verlo recostado sobre el césped. Su piel reluciente bajo la luz de la luna. Su mirada fija en el muro de agua que servía como portal. Me esperaba. Tal y como había estado haciendo cuando éramos niños y yo no podía ver a través del espejo. Sonrió al darse cuenta de mi presencia frente a mi portal. Mi corazón acelerándose al ver esa sonrisa. Y un pinchazo en el pecho al pensar que, si decidía quedarme con Nibe, jamás volvería a ver a mis padres y hermanas; no cabía la posibilidad de volver a convivir con mis amigos, de charlar con todos ellos. Tenía que elegir.


"Que sea en función de lo que va a hacerte feliz a ti, no lo que creas que va a hacernos sentir mejor a los demás", me había suplicado mamá. Si mi abuela le había dicho a ella que del otro lado yo sería capaz de encontrar mi felicidad; de alguna manera, haber conocido a Nibe me había hecho cambiar mi forma de actuar, gracias a ese encuentro del destino ahora era más consciente de lo que a mi alrededor sucedía, estaba más pendiente de lo que pasaba con las personas que me importan. Más enterado de lo que siento y lo que sienten los demás.


Conocerlo me había hecho feliz. Ahora sonreía de otra forma, sintiéndolo de veras y no para hacer sentir mejor a alguien. No había cambiado para complacer a otros, lo había hecho porque al fin había encontrado lo que buscaba sin saber dónde estaría. Mi respuesta era más sencilla de lo que aparentaba ser, y aun así me preocupaba qué sería de mi familia cuando yo me fuera; cómo explicaría mi madre lo sucedido, qué pasaría con el espejo. Una vez que tuviera esas respuestas tendría todo lo que necesitaba para mantener mi decisión de cruzar, para no arrepentirme luego.


Mi madre se encontraba acostada sobre su cama con una novela policíaca entre sus manos, parecía que la lectura la mantenía intrigada, podía decirlo por la expresión que tenía en su rostro al acariciar las páginas con su mirada, como si no pudiera detenerse.

—Perdón mamá… —susurré desde el umbral de la puerta. Ella levantó la vista hacia mí y, tras poner el marca páginas en donde se había quedado, cerró el libro y me invitó con un gesto simple de su mano a sentarme con ella.

Me acerqué en silencio y me acomodé a su lado. Me miraba curiosa, con una leve sonrisa trazada en los labios y de pronto dejó escapar una risita.

—Ya te has decidido, ¿cierto?

—¿Qué vas a decirle a papá y mis hermanas? —disparé sin rodeos. La vi sorprenderse un poco por mi franqueza. Inhaló hasta llenar sus pulmones y exhaló de manera ruidosa.

—Tu papá lo sabe todo. Ese día que platiqué contigo no pude dormir y él se dio cuenta; así que decidí platicarle lo que estaba pasando y me dijo que, siempre y cuando todo fuera por tu bien él estaba dispuesto a dejarte ir —me explicó volviendo a sus labios la misma leve sonrisa que cuando me vio en la puerta—. Con respecto a las chicas, tendré que contarles todo algún día de todas maneras Santi.

—¿Qué va a pasar con el espejo cuando me vaya? —pregunté armándome de valor.

—Si tú me dices a quién debo dárselo lo haré, en caso que no lo sepas yo creo que el mismo espejo encontrará a su siguiente dueño algún día —me dijo encogiéndose de hombros—. No es como si pudiera destrozarlo, sin su existencia yo no habría nacido, y por ende tú tampoco estarías aquí ahora. Y ahora que lo pienso, creo que sí perteneces a esa dimensión…

—Tú también, mamá —dije interrumpiéndola.

—Quizás —musitó pensativa—. Tal vez algún día me deje volver a ver a mi padre y a mi querido hijo —finalizó rodeándome con sus brazos. Lloraba, podía sentir la calidez de sus lágrimas sobre mi hombro—. Algún día nos volveremos a ver Santiago, no lo pongas en duda. Aquí vamos a estar bien mientras tú también lo estés.

—Los amo, mamá —dije abrazándola—. Quiero que tú tengas el espejo, por favor.

—Así será.


Besé las mejillas de mi madre una última vez y volví a mi habitación. Pude escuchar las risas de las gemelas dentro de su recámara. Sonreí.


Y entonces decidí escribir todo esto para compartir mi historia con quien quiera leerla. He decidido cruzar el espejo y bañarme en las aguas de esa idílica laguna para permanecer al lado del hombre que amo, Nibe. Espero algún día poder volver a ver a mi familia, tengo esperanza porque de alguna forma, también pertenecemos a ese mundo.

25. Oktober 2019 22:12 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

Saga Zuster Nacida en la CDMX en 1982, viví en Puebla durante 16 años donde estudié mi licenciatura en educación. Empecé a escribir fanfiction yaoi en 3 fandoms distintos en 2007 y hasta 2010 me animé a iniciar con historias de mi creación. Mi primer novela corta es "Inesperada", escrita en 2010 y editada para su publicación hasta 2014. Otras novelas de mi autoría son "Enamórate de mí" y "Hikaru..." ambas publicadas en 2014. En este momento me encuentro haciendo nuevos proyectos de novela.

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