—¿Qué hace aquí, al borde del abismo?
—¿Abismo le llamas a esta infinidad de posibilidades?
—Es un lugar desolado y sin mucha esperanza para mí... no sé nadar.
—Tranquila, no te avergüences. En este navío la mayoría no sabe pensar.
—¿Piensa eso de mí también, profesor? —sonrió.
—Oh no. ¡Claro que no! —ambos comenzaron a reír.
—Me alegra escuchar algo bueno de mí en estos días —se sujetó de las barandas del barco esclavista.
—¿Ves cómo sí puedes volver a confiar en ti misma una vez que estás allí?
—¿Cómo dice? —distraída observando al atardecer en el horizonte.
—Estuve escribiendo la historia de mi vida para que no sea olvidada. Esa es la razón del por qué vine hasta este solitario lugar de la embarcación.
—¡Pero qué buena noticia! Siempre ha sido su sueño ser un reconocido escritor. ¿Es eso lo que contienen aquellos papeles en su mano?
—Ah, estos. Sí, esta es mi historia.
—¿Puedo...
—¡No! —alejó los escritos de la dama—. Una historia contada es una vida vivida. ¿Contarla? Cuando lo haga tendré que dejarla ir —dijo extrañado.
—Por supuesto. Yo más que nadie le entiende.
—Entonces tú más que nadie tienes que ser la persona que lance estas reliquias a los cuatro vientos —concluyó después de reflexionar por unos minutos.
—¿Está seguro de querer hacer esto ahora?
—Con tu mirada, nunca estuve tan seguro como lo estoy en este momento...
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