Desde donde me hallaba podía oír as manecillas del reloj moverse. Con cada tic que sus agujas daban me acercaba cada vez a mi destino, sin embargo no estaba asustado.
—¿Estás seguro de que no quieres decir una últimas palabras? —preguntó el hombre de pie junto a mí. Lo pensé. Tal vez debería contarles. Yo era un hombre de 32 años que había acabado con la vida de los familiares de muchos de los que se encontraban allí aquella noche esperando a ver mi ejecución. Lancé mi mirada alrededor, todos estaban ávidos por verme morir. Había pasado un mes de que confesé mis crímenes. Agotado de huir, de esconderme, no me quedó de otra. Lo único que faltó fue decirles qué había hecho con los cuerpos.
Sonriendo los observé a todos y cada uno de ellos, mostrándoles mis podridos dientes y mi fétida y negra alma.
—Espero que les haya gustado la sopa, ¿recuerdan, aquella que los hizo sentirse mejor después de una larga búsqueda? —todos se miraron entre sí a los ojos intentando entender de qué estaba hablando, el temor pintando sus facciones. —Porque es allí donde se hallaban por quien hoy lloran, ahora pueden decir que los llevan por dentro. —admití y no puede detener la carcajada que se expulsó de mi pecho. No lo siento fue demasiado divertido, es lo que soy.
Un click después todo terminó. No sentí dolor, solo tranquilidad. Pero entonces sentí que me empujaban por un túnel húmedo y estrecho. Demasiado incómodo para mí gusto. Se me dificultaba respirar y una horrible baba me cubría por completo.
Después de un largo tiempo que se me hizo eterno logré salir del túnel. Una luz cegadora me invadió así que apreté mis parpados con fuerza para proteger mi vista. Un horrible llanto se escuchó en toda la sala, tan fuerte que mis oídos dolieron. Entonces lo pude ver. Una vez mi vista se acostumbró a la luz me di cuenta de lo que sucedía. Como siempre había vuelto a nacer.
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